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Channel: MENSAJES Y VISIONES – Foros de la Virgen María
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Para rezar el Rosario con buenos Frutos: Las Visiones de María Valtorta sobre cada Misterio del Santo Rosario

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María Reina de la Paz de Medjugorje, Mensajes del 2 y 25 de octubre de 2014

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2 DE OCTUBRE DE 2014
Queridos hijos, con amor materno les ruego: ámense los unos a los otros. Que en sus corazones esté siempre, como mi Hijo lo ha querido desde el principio: en el primer lugar…

25 DE OCTUBRE DE 2014
Queridos hijos, oren en este tiempo de gracia y pidan la intercesión de todos los santos que ya están en la luz. Que ellos sean un ejemplo y un estímulo día tras día…

 

Maria-Reina-de-la-Paz

 

Mensaje del 2 de octubre 2014

“Queridos hijos, con amor materno les ruego: ámense los unos a los otros.

Que en sus corazones esté siempre, como mi Hijo lo ha querido desde el principio: en el primer lugar, el amor hacia el Padre Celestial y hacia su prójimo, por encima de todo lo terrenal.

Queridos hijos míos, ¿acaso no reconocen los signos de los tiempos? ¿Acaso no se dan cuenta que todo eso que está en torno a ustedes —lo que está sucediendo—, es porque no hay amor?

Comprendan que la salvación está en los verdaderos valores. Acepten el poder del Padre Celestial, ámenlo y respétenlo. Encamínense y sigan los pasos de mi Hijo.

Ustedes, hijos míos, apóstoles míos queridos, siempre se reúnen de nuevo en torno a mí, porque están sedientos. Están sedientos de paz, de amor y de felicidad.

Beban de mis manos. Mis manos les ofrecen a mi Hijo, que es manantial de agua pura.

El reavivará su fe y purificará sus corazones, porque mi Hijo ama los corazones puros y los corazones puros aman a mi Hijo. Solo los corazones puros son humildes y tienen una fe pura.Pido de ustedes esos corazones.

Hijos míos, mi Hijo me dijo que yo era la Madre de todo el mundo. A ustedes, que me aceptan como tal, les pido que me ayuden con su vida, oración y sacrificio, para que todos mis hijos me acepten como Madre, para que yo los pueda conducir al manantial de agua pura.

Les doy las gracias.

Queridos hijos míos, mientras sus pastores, con sus manos benditas, les ofrecen el Cuerpo de mi Hijo, den gracias siempre en su corazón a mi Hijo por su Sacrificio y por los pastores que lo dan a ustedes siempre de nuevo.”

 

Mensaje del 25 de octubre 2014

“Queridos hijos, oren en este tiempo de gracia y pidan la intercesión de todos los santos que ya están en la luz.

Que ellos sean un ejemplo y un estímulo día tras día en el camino de su conversión.

Hijitos, sean conscientes que su vida es breve y pasajera.

Por eso anhelen la eternidad y preparen sus corazones en la oración.

Yo estoy con ustedes e intercedo ante mi Hijo por cada uno de ustedes, especialmente por aquellos que se han consagrado a mí y mi Hijo.

¡Gracias queridos hijos míos por haber respondido a mi llamado!”

Fuentes: Centro María Reina de la Paz Montevideo-Uruguay

 

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Una Visita del Purgatorio

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Se muestra una huella de la mano de la hna.Teresa M. Gesta, en su visita desde el purgatorio. Convento de las Terciarias Franciscanas, Foligno, Italia
…VER VIDEOS…

El día 4 de noviembre de 1859 murió de apoplejía fulminante, en el convento de Terciarias Franciscanas de Foligno, una buena hermana llamada Teresa Margarita Gesta, que era hace muchos años maestra de las novicias y a la vez encargada de la pobre ropería del monasterio. Había nacido en Córcega, en Bastia, en 1797 y había entrado en el monasterio en febrero de 1826.

Doce días después de la muerte de sor Teresa, el 17 de noviembre, la hermana Ana Felicia, que la había ayudado en su empleo y que la reemplazó después de su muerte, iba a entrar en la ropería, cuando oye gemidos que parecían salir del interior del aposento. Algo azorada, se apresuró a abrir la puerta: no había nadie. Mas dejándose oír nuevos gemidos acentuados, ella, a pesar de su ordinario valor, sintió miedo.

“¡Jesús, María!; -exclamó – ¿qué es esto?”.

Aún no había concluido, cuando oyó una voz lastimera, acompañada de este doloroso suspiro:

“¡Oh, Dios mío! ¡cuánto sufro! Oh Dios! que peno tanto!”. La hermana, estupefacta, reconoció pronto la voz de la pobre sor Teresa. Se repone como puede, y le pregunta:

“¿Y por qué?” “A causa de la pobreza”, responde sor Teresa.

“¡Cómo!… – replica la hermana – ¡vos que erais tan pobre!”

“No es por mí misma, sino por las hermanas, a quienes he dejado demasiada libertad en este punto. Y tú ten cuidado de ti misma”. Y al mismo instante la sala se llenó de un espeso humo, y la sombra de sor Teresa apareció dirigiéndose hacia la puerta, deslizándose a lo largo de la pared. Llegando cerca de la puerta, exclamó con fuerza:

“He aquí un testimonio de la misericordia de Dios”.

Y diciendo esto tocó el tablero superior de la puerta, dejando perfectamente estampada en la madera calcinada su mano derecha, y desapareciendo en seguida.

La pobre sor Ana Felicia se había quedado casi muerta de miedo. Se puso a gritar y pedir auxilio. Llega una de sus compañeras, luego otra y después toda la Comunidad; la rodean y se admiran todas de percibir un olor a madera quemada. Buscan, miran y observan en la puerta la terrible marca, reconociendo pronto la forma de la mano de sor Teresa, que era notablemente pequeña. Espantadas, huyen, corren al coro, se ponen en oración, y olvidando las necesidades de su cuerpo, se pasan toda la noche orando, sollozando y haciendo penitencia por la pobre difunta, y comulgando todas por ella al día siguiente.

Espárcese por fuera la noticia; los Religiosos Menores, los buenos sacerdotes amigos del monasterio y todas las comunidades de la población unen sus oraciones y súplicas a las de las Franciscanas. Este rasgo de caridad tenía algo de sobrenatural y de todo punto insólito.

Sin embargo, la hermana Ana Felicia, aun no repuesta de tantas emociones, recibió la orden formal de ir a descansar. Obedece, decidida a hacer desaparecer a toda costa en la mañana siguiente la marca carbonizada que había causado el espanto de todo Foligno. Mas, he aquí que sor Teresa Margarita se le aparece de nuevo.

“Sé lo que quieres hacer; -le dice con severidad -; quieres borrar la señal que he dejado impresa. Sabe que no está en tu mano hacerlo, siendo ordenado por Dios este prodigio para enseñanza y enmienda de todos. Por su justo y tremendo juicio he sido condenada a sufrir durante cuarenta años las espantosas llamas del purgatorio, a causa de las debilidades que he tenido a menudo con algunas de nuestras hermanas. Te agradezco a ti y a tus compañeras tantas oraciones, que en su bondad el Señor se ha dignado aplicar exclusivamente a mi pobre alma; y en particular los siete salmos penitenciales, que me han sido de un gran alivio”.

Después, con apacible rostro, añadió:

“¡Oh, dichosa pobreza, que proporciona tan gran alegría a todos los que verdaderamente la observan!”.

Y desapareció.

Por fin, al siguiente día, 19, sor Ana Felicia, habiéndose acostado y dormido, a la hora acostumbrada, oye que la llaman de nuevo por su nombre, despiértase sobresaltada, y queda clavada en su postura sin poder articular una palabra. Esta vez reconoció también la voz de sor Teresa, y al mismo instante se le apareció un globo de luz muy resplandeciente al pie de su cama, iluminando la celda como en pleno día, y oyó que sor Teresa con voz alegre y de triunfo, decía estas palabras:

“Fallecí un viernes, día de la Pasión y otro viernes me voy a la Gloria… ¡Llevad con, fortaleza la cruz!… ¡Sufrid con valor!”.
Se transfigura en una nube ligera, blanca, deslumbrante, y volando al cielo desaparece.

Y añadió con dulzura: “¡Adiós! ¡adiós! ¡adiós!…

Abrióse en seguida una información canónica por el obispo de Foligno y los magistrados de la población. El 23 de noviembre, en presencia de un gran número de testigos, se abrió la tumba de sor Teresa Margarita, y la marca calcinada de la pared se halló exactamente conforme a la mano de la difunta.

El resultado de la información fue un juicio oficial que consignaba la certeza y la autenticidad de lo que acabamos de referir. En el convento se conserva con veneración la puerta con la señal calcinada. La Madre abadesa, testigo del hecho, se ha dignado enseñármela (dice Mons. de Ségur), y mis compañeros de peregrinación y yo hemos visto y tocado la madera que atestigua de modo tan temible que las almas que, ya sea temporal, ya sea eternamente, sufren en la otra vida la pena del fuego, están compenetradas y quemadas por el fuego.

Cuando, por motivos que sólo Dios conoce, les es dado aparecer en este mundo, lo que ellas tocan lleva la señal del fuego que les atormenta; parece que el fuego y ellas no forman más que uno; es como el carbón cuando está encendido.

Fuente: corazones.org y otras

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Una visita del Purgatorio

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Las Almas del Purgatorio y Maria Simma

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María Simma desde temprana edad recibió de Dios el don de recibir la presencia sobrenatural de las almas del Purgatorio, que acuden a ella en busca de oración y ayuda para acortar su tiempo de expiación. Fue esa la misión que Dios le dio para esta vida cuando tuvo la edad de 25 años.

…VER VIDEOS…

Adecuadamente asistida por su confesor y director espiritual, y bajo el cercano seguimiento del Obispo del lugar, María vivió una vida donde la presencia sobrenatural se vuelve cotidiana. Las almas se presentan a ella buscando ayuda, y también dando testimonio de sus sufrimientos, su vida en la tierra y su deseo profundo de llegar cuanto antes a estar en la Presencia de Dios en forma definitiva.

 

EXTRACTOS DE “HACEDNOS SALIR DE AQUÍ” DE MARÍA SIMMA

Y así es como estas experiencias empezaron en 1940, entendí entonces que era esto lo que Dios quería que hiciera. La primera alma vino a mi cuando tenía 25 años. Hasta aquel momento el Señor me había hecho esperar.

Usted me está diciendo que el alma de un difunto vino a ella. ¿Significa tal vez que el alma vino a hacerle visitas a su habitación?

Sí, y así siguió sucediendo desde aquella fecha en adelante. Es decir desde 1940, cuando comenzaron estos fenómenos, hasta 1953 sólo venían dos o tres almas al año y generalmente en el mes de noviembre. En aquel año trabajaba en casa o con niños, a veces también como criada en una granja de Alemania, y después en un pueblo cercano. Luego, durante el año Mariano de 1954, cada noche se me presentaba un alma distinta.

El purgatorio es un lugar y una condición que cada alma vive cuando tiene todavía necesidad de purificar y reparar los pecados que ha cometido durante su vida, antes de que pueda alcanzar a Jesús en el Paraíso.

En el purgatorio hay tres niveles principales, pero yo encuentro que las almas necesitan relativamente poco para ser liberadas para ir al paraíso. Esto es así por dos razones.

En el más bajo, Satanás puede todavía golpear a las almas, cosa que no puede hacer más en los niveles más altos. Es verdad que nosotros somos probados aquí en la tierra y que nuestra prueba termina con la muerte. Sin embargo, las almas de la tercera parte del purgatorio, aquella parte más profunda, tienen que sufrir por los pecados que han cometido antes de obtener el beneficio de nuestras oraciones, de nuestras Misas y de nuestras buenas acciones. Y el continuo ataque de Satanás forma parte de esos sufrimientos.

Los niveles del purgatorio son tantos como enfermedades hay sobre la tierra, pueden ir desde una simple inflamación de una uña hasta algunas que pueden consumir el cuerpo entero como el fuego. Este fuego sólo existe en los niveles más bajos del purgatorio y no en los más altos.

Los sufrimientos de ellas son más graves, a veces mucho más graves que los nuestros, sobre todo en el tercer nivel que es el más bajo.

No es cierto lo que muchos teólogos enseñan hoy, al afirmar que el Paraíso, Purgatorio e Infierno son sólo condiciones. Todos y los tres también son lugares.

Algunas almas están solo media hora, y otras por lo que queda del tiempo, hasta el último día. Las almas dicen que allí una duración de media hora alcanza cuarenta años.

En el verano del 1954 me hablaron del alud que hizo mucho daño en esta zona, una vez me advirtieron que no era la hora de esas personas y que sobrevivirían bajo la nieve después de la avalancha. Así los socorristas continuaron la búsqueda más de lo previsto. Dos días después de mis oraciones ellos fueron encontrados y salvados.

Después de esta vida el tiempo no existe más. Pero se nos ha dicho que un alma tiene que sufrir por un cierto periodo de tiempo en el Purgatorio. Es sólo porque nosotros no estamos en condiciones de comprender la entidad de una pena si ésta no es expresada en términos de tiempo.

Dicen que no se dan cuenta de que no tienen cuerpo. Tienen un cuerpo transfigurado que se puede presentar sanado y vestido.

 

EXTRACTOS DE “EL SECRETO DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO” DE MARÍA SIMMA

La primera vez que fue visitada por un alma del Purgatorio fue en 1940. Una noche, alrededor de las 3 de la madrugada, oyó que alguien entraba en su habitación. Vio a un hombre pero no pudo agarrarlo, atrapó aire. Ella lo contó a su director espiritual, el cual le dijo que le preguntara lo que quería. A la noche siguiente, el hombre regresó, reconoció que era definitivamente el mismo.

Ella le preguntó:
-“¿Qué quiere usted de mí?”.

El respondió:
-“Mande celebrar tres Misas por mí y seré liberado”.

Entendió que se trataba de un alma del Purgatorio. Su padre espiritual se lo confirmó y le aconsejó que nunca las rechazara, sino que aceptara con generosidad cualquier cosa que pidieran de ella. Las visitas continuaron.
María relata que la mayoría pide que se celebren Misas por ellas y que esté presente en ellas; también piden que se rece el Rosario y el Via Crucis.

Ningún alma querría volver del Purgatorio a la tierra: Aún cuando allá el sufrimiento es terrible, sin embargo, existe la certeza de vivir para siempre con Dios. No quieren volver a la tierra, donde nunca estamos seguros de nada.

Los pecados que llevan al Purgatorio son los pecados contra la caridad, la dureza de corazón, la hostilidad, la maledicencia, la calumnia, rehusarse a la reconciliación… La persona que desaprovecha sus sufrimientos, al morir ve lo mucho que pudo haber ganado –para el bien de ella y de otros, por la comunión de los santos-, llevándolos bien.

Muchas veces María Simma ha sido invitada a sufrir por las ánimas benditas del Purgatorio. Ella lo relata así: La primera vez un alma me preguntó si no me importaría sufrir por ella tres horas en mi cuerpo para que ella pudiera salir del Purgatorio. Le dije que sí y tuve la impresión de que eso había durado tres días porque fue muy doloroso. Esa alma me dijo que por haber aceptado con amor ese sufrimiento de tres horas, ¡le había ahorrado 20 años de Purgatorio! porque el sufrimiento en la tierra tiene un valor distinto.

Todo esto es alentador porque confiere un significado extraordinario a nuestros sufrimientos, aún los sacrificios más pequeños pueden tener un poder inusitado para ayudar a las almas.

Lo mejor que podemos hacer, dice María Simma, es unir nuestros sufrimientos a los de Jesús, poniéndolos en manos de María Santísima. Contemplar los sufrimientos del Señor en el Via Crucis ayuda a odiar el pecado y desear la salvación de todas las personas, y esto da alivio a las almas del Purgatorio. Por medio del Rosario, muchas almas salen del Purgatorio. Las indulgencias tienen también un valor inestimable para ellas.

Las almas del Purgatorio no pueden ya hacer nada en favor de sí mismas porque al momento de la muerte, el tiempo de ganar méritos se termina. Si los vivos no rezan por ellas, quedan abandonadas. Cada uno de nosotros tiene el inmenso poder de aliviarlas. Mientras estamos vivos podemos reparar el mal que hagamos hecho. Pero a menudo el sufrimiento nos lleva a rebelarnos.

Los sufrimientos son la prueba más grande del amor de Dios. Debemos acogerlos como un don y entregarlo a Nuestra Señora. Ella es quien sabe mejor quien necesita tal o cual ofrenda para salvarse. Los sufrimientos soportados con paciencia salvan más almas que la oración, dice María; pero la oración nos ayuda a soportar nuestros sufrimientos.

En el Purgatorio hay diferentes grados de dolor. Cada alma tiene un sufrimiento único. Los Ángeles custodios les proporcionan consuelo.

-Si una persona sufre demasiado y desea morir, ¿qué puede hacer?, le preguntaron a María Simma.

Contestó:
-Sí, esto es muy frecuente. Yo diría: “Dios mío, puedo ofrecer este sufrimiento para salvar almas”. Esto nos da una fe renovada y valor. Al hacerlo así, el alma gana gran bienaventuranza, una gran felicidad para el Cielo. En el Cielo hay miles de tipos y grados de felicidad; para cada alma es una felicidad plena. Cada uno sabe que no merecía más. La soberbia conduce al infierno. El infierno es obstinarse en decirle “no” a Dios. Nuestra oración puede suscitar un acto de humildad en los moribundos, un solo instante de humildad puede evitarles el infierno. El sufrimiento soportado con paciencia, tiene para el alma un valor infinito. Se tiene el deber de aliviar los grandes sufrimientos, pero no el derecho de acortar la vida con medios químicos.

Le preguntaron a María:
-¿Qué piensa de las prácticas de espiritismo, invocar a los espíritus de los difuntos, las tablas de ouija, etc.?

-Eso es siempre malo. Es el demonio quien hace que la tabla se mueva. No está permitido invocar a los difuntos. En el espiritismo, si hay respuesta, es siempre y sin excepción, Satanás y sus ángeles caídos. Las personas que practican el espiritismo (adivinadores, brujas, etc.) están haciendo algo muy peligroso contra ellas mismas y contra quienes van a consultarlos. Están sumidas hasta el cuello en mentiras. Está estrictamente prohibido por Dios invocar a los muertos. Satanás puede imitar todo lo que viene de Dios. Él puede imitar la voz y la apariencia de los muertos; una manifestación de este tipo siempre proviene del Maligno. Satanás incluso puede sanar, pero esas curaciones nunca duran.

Hemos de acoger con amor y gratitud este regalo de las pruebas. San Juan de la Cruz dice que la Providencia provee a cada hombre de la purificación necesaria a fin de permitirnos entrar directamente al Cielo a la hora de la muerte. Mientras estamos en la tierra podemos hacer crecer cada minuto nuestro amor. Valoremos cualquier oportunidad de ser tan bellos como Dios nos desea ya en su presencia. ¡Si viéramos a toda luz el esplendor de un alma pura, gritaríamos de emoción y de alegría! El alma humana es espléndida delante de Dios.

Los santos no son almas sin faltas, sino aquellas que se levantan una y otra vez después de cada caída y piden perdón. Cada hora, cada segundo de nuestra vida tiene un peso de eternidad.

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María Simma y las almas del Purgatorio

Tracieloeterra Maria simma è le anime del purgatorio


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Entrevista de Sor Emmanuel a María Simma sobre lo que dicen las Almas del Purgatorio

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Estas son unas maravillosas revelaciones recibidas por una humilde mujer sobre las Benditas Almas del purgatorio.

En Macabeos se encuentra una referencia bíblica de la existencia del Purgatorio: (2 Macabeos, 12, 46) “Es, pues, un pensamiento santo y saludable el rezar por los difuntos, a fin de que sean libres de las penas de sus pecados”.

María Simma era una anciana mujer que vivió hasta el dia de San José del año 2004 en las montañas austríacas. Desde temprana edad ella recibió de Dios el don de recibir la presencia sobrenatural de las almas del Purgatorio, que acuden a ella en busca de oración y ayuda para acortar su tiempo de expiación. Sor Emanuel, muy reconocida por aquellos que conocen la aparición de María en Medjugorje, tuvo la oportunidad de realizarle un reportaje en su humilde casa en la montaña, el cual fue documentado en un hermoso libro.

María Simma tuvo desde niña un especial interés por las almas del Purgatorio, y fue esa la misión que Dios le dio para esta vida cuando tuvo la edad de 25 años. Adecuadamente asistida por su confesor y director espiritual, y bajo el cercano seguimiento del Obispo del lugar, María vive una vida donde la Presencia sobrenatural se vuelve cotidiana. Las almas se presentan a ella buscando ayuda, y también dando testimonio de sus sufrimientos, su vida en la tierra y su deseo profundo de llegar cuanto antes a estar en la Presencia de Dios en forma definitiva.

Los conocimientos que las almas del Purgatorio le refieren son una hermosa y fuerte confirmación de toda la Doctrina sobre la que se funda la Iglesia Católica, y una invitación a todos nosotros a vivir una activa y sincera práctica de los sacramentos. Pero, por sobre todo, María Simma nos invita a una práctica cotidiana del amor como la puerta más importante para la salvación de nuestra alma. El amor cura y cubre muchos de nuestros pecados, a la hora de nuestro juicio particular.

 

El reportaje de Sor Emmanuel

Los comentarios y las preguntas son realizadas por Sor Emmanuel

Sor Emmanuel: Henos aquí, María, ¿puedes contarnos ahora cómo fuiste visitada, la primera vez, por un alma del Purgatorio?

María Simma: Sí, fue en el año 1940, de noche, a las 3 o 4 de la madrugada. Oí a alguno que iba y venía en mi cuarto. Esto me despertó. Miré para ver quien pudiese haber entrado en mi cuarto.

-¿ Tuviste miedo?

– No, yo no soy nada miedosa. Cuando yo era pequeña, mi madre me decía que era una niña del todo especial, porque nunca tenía miedo.

-¿ Y entonces, esa noche? ¡Cuéntanos!

– Oh, vi que era un extraño. Iba y venía lentamente. Le pregunté con tono severo: “¿Cómo has entrado aquí?, ¿qué has perdido?”. Pero él continuaba a caminar en mi cuarto, de aquí para allá, como si nada fuese. Entonces le volví a preguntar: “¿Qué haces?”. Y puesto que continuaba a no querer responderme, me levanté de un salto para aferrarlo, pero no toqué mas que el aire, y el hombre había desaparecido… Entonces regresé a la cama, y de nuevo comencé a sentir que iba y venía. Me preguntaba por qué veía allí a ese hombre, y por qué no podía aferrarlo. Me levanté de nuevo para asirlo y para hacer que desistiese de caminar. Nuevamente me topé con la nada. Quedé perpleja. Volví a acostarme. No volvió otra vez, pero aquella noche no conseguí adormecerme. Al día siguiente, después de misa, fui a ver a mi director espiritual y le conté lo sucedido. El me dijo “Si todo eso recomienza, no preguntes: “¿Quien eres?, sino, ¿“Qué quieres de mí?”.
La noche siguiente el hombre regresó. Era el mismo, y yo le pregunté: “¿Qué quieres de mí?”. Me respondió: “Haz celebrar tres misas por mí y yo seré liberado”. Entonces comprendí que era un alma del Purgatorio. Mi padre espiritual me lo confirmó. Me aconsejó de no rechazar jamás a las almas del Purgatorio, y de acoger con generosidad sus pedidos.

– Y después, ¿continuaron las visitas?

– Sí, durante algunos años venían tres o cuatro almas solamente, sobre todo en el mes de noviembre. Luego no vinieron más.

– ¿Y qué te piden estas almas?

– Muchas veces piden de hacer celebrar misas y de asistir a esas misas; piden de recitar Rosarios, y también de hacer el Vía Crucis.

– A este punto se nos plantea una pregunta, que es fundamental: ¿Qué es exactamente el Purgatorio?

– Diría que es una invención genial por parte de Dios. Y aquí quisiera proponerles una imagen toda mía. Supongan que un día se abre una puerta y aparece un ser extraordinariamente bello, de una belleza tal, nunca vista sobre la tierra. Aquí quedan fascinados, trastornados por este SER de luz y de belleza, tanto más que él demuestra estar locamente enamorado de ustedes (lo que nunca se hubiesen imaginado); se dan cuenta que también él tiene un gran deseo de atraerlos a sí, de abrazarlos; y el fuego del amor que quema ya en sus corazones los empuja seguramente a precipitarse entre sus brazos. Pero ustedes, se dan cuenta, en ese preciso instante, de que hace meses que no se lavan, que huelen mal, que se sienten horriblemente feos; tienen la nariz que chorrea, los cabellos grasosos y pegoteados, horribles manchas de suciedad sobre la ropa, etc., etc.Entonces se dicen a sí mismos: “¡No, no es posible que yo me presente en este estado!. Es preciso que antes me lave, me duche, y luego, rápidamente, regrese a verlo…”. Pero he aquí que el amor nacido en sus corazones es tan intenso, tan fuerte, tan abrasador, que este atraso debido a la ducha es absolutamente insoportable. Y el dolor mismo de la ausencia, aunque dure sólo pocos minutos, causa un ardor atroz en el corazón. Y, ciertamente, este ardor es proporcional a la intensidad de la revelación del amor: es una Llama de amor…
Pues bien, el Purgatorio es exactamente esto. Es un atraso impuesto por nuestra impureza, un atraso antes del abrazo de Dios, una Llama de amor que hace sufrir terriblemente; una espera, o si quieren, una nostalgia, del Amor. Es precisamente esta Llama, esta ardorosa nostalgia la que nos purifica de todo lo que aún es impuro en nosotros. Me atrevería a decir que el Purgatorio es un lugar de deseo, del deseo loco de Dios, de Dios que ya ha sido reconocido y visto, pero al cual el alma todavía no se ha unido.
Las almas del Purgatorio hablan con frecuencia con María sobre ese gran deseo, de esa sed que tienen de Dios, y cómo ese deseo es para ellas profundamente doloroso; es, sin duda, una verdadera agonía. En la práctica el Purgatorio es una gran crisis, una crisis que nace de la falta de Dios.

Sobre esto he querido que María nos precisara un punto fundamental:
– María, ¿las almas del Purgatorio prueban alegría y esperanza en medio de sus sufrimientos?

– Sí, ningún alma quisiera volver del Purgatorio a la tierra, porque ellas ya tienen un conocimiento de Dios infinitamente superior al nuestro, y no podrían nunca más decidirse a regresar a las tinieblas de este mundo. He aquí, entonces, la gran diferencia entre los sufrimientos del Purgatorio y los de la tierra: en el Purgatorio, aunque sea terrible el dolor del alma, la certeza que se tiene de vivir con Dios es tan fuerte e indestructible que el gozo de esta certeza supera aun el dolor; y por nada del mundo esas almas quisieran volver a vivir sobre la tierra donde, al fin de cuentas, nunca se tiene seguridad de nada.

– María, ¿ahora podrías decirnos si es Dios quien envía un alma al Purgatorio, o si, en cambio, es el alma misma quien decide de ir allí?

– Es el alma misma quien quiere ir al Purgatorio para purificarse, antes de entrar en el Paraíso. Pero aquí es preciso decir también que el alma, cuando está en el Purgatorio, adhiere perfectamente a la voluntad de Dios;por ejemplo, se complace del bien y desea nuestro bien; experimenta tanto amor por Dios, y también por quienes aún estamos en la tierra. Estas almas están perfectamente unidas al Espíritu de Dios o, si quieren, a la Luz de Dios.

– María, ¿en el momento de la muerte, se ve a Dios en plena luz, o en manera confusa?.

– En manera aún confusa; con todo, hay una claridad tal, que basta, ciertamente, para tener nostalgia.
¡Es verdad!. Es una luz resplandeciente, en relación a las tinieblas de la tierra; pero todavía es nada con respecto a la Luz que el alma conocerá en el Cielo. Del resto, a tal propósito, podemos hacer una confrontación con las experiencias de las que se habla en el libro “La vida más allá de la vida”: muchísimas de esas personas que, de un estado de pre-muerte (por coma, paro cardíaco, etc.), han entrevisto algo del más allá, quedaron tan fascinadas de esa luz, que para ellas ha sido una verdadera agonía retornar a la común existencia sobre la tierra, después de aquella experiencia.

– María, ¿puedes decirme cuál es el papel de la Virgen con respecto a las almas del Purgatorio?

– Sí, viene frecuentemente para consolarlas y decirles que han hecho bien tantas cosas, y les da coraje.

– ¿Hay días especiales en los cuales ella las libera?

– Si, sobre todo el día de Navidad, el día de Todos los Santos, el Viernes Santo; las libera también el día de su Asunción y en el de la Ascensión de Jesús.

– Pero, María, ¿por qué se va al Purgatorio? ¿Cuáles son los pecados que conducen con frecuencia a las almas al Purgatorio?

– Son los pecados contra la caridad, contra el amor hacia el prójimo, la dureza del corazón, la hostilidad, la calumnia; sí, todas estas cosas. Sé que la maldición y la calumnia se cuentan entre las culpas más graves que necesitan una larga purificación.
María, al respecto, nos ofrece un ejemplo que la ha impactado mucho, y es un testimonio que quiero contarles. Se trata de un hombre y de una mujer; de ellos se le pidió se informase si estaban en el Purgatorio. Con gran asombro de quienes se lo habían pedido, la mujer ya estaba en el Paraíso y el hombre en el Purgatorio. Pero en realidad esa mujer había muerto después de un aborto, mientras que el hombre iba con frecuencia a la iglesia y llevaba una vida, aparentemente, bastante digna y piadosa. Entonces María se informa nuevamente, pensando que podría haberse equivocado. Pero no, era tal cual: en realidad los dos murieron contemporáneamente, pero la mujer se había arrepentido sinceramente de lo que había hecho, y había sido muy humilde; en cambio el hombre, aunque religioso, juzgaba todo y a todos, siempre se lamentaba, hablaba mal de la gente, y criticaba. Por eso su purgatorio era muy largo. Y María concluyó: “Nunca se debe juzgar según las apariencias”.
Otros pecados contra la caridad son, por cierto, todos nuestros repudios hacia algunas personas que no amamos, nuestro rechazo en hacer las paces, en perdonar, y todos los rencores que encerramos en el corazón. Al respecto María nos reveló un testimonio que nos hace reflexionar. Es la historia de una persona que ella conocía muy bien. Esta persona había muerto. Era una mujer y se encontraba en el Purgatorio, padeciendo sufrimientos atroces. Y cuando esa alma visitó a María, ella le preguntó el porqué; y el porqué era que ella tenía una amiga, sí, una amiga con la cual surgió una enemistad muy grande; y esa enemistad había sido causada por ella misma y, a pesar de todo, había conservado su rencor por años y años; y cuando su amiga, en varias circunstancias, había venido a pedirle de hacer las paces, de reconciliarse, ella la rechazaba; y cuando cayó gravemente enferma, había continuado a tener cerrado su corazón, a rechazar la paz que se le proponía; y hasta en el lecho de muerte, aquella amiga había venido a suplicarle de hacer las paces; pero aún en su lecho de muerte ella había rechazado reconciliarse. Por ese motivo se encontraba aún en un purgatorio muy doloroso, y por eso había venido a pedir ayuda a María.
Este testimonio sobre la gravedad de conservar el rencor es muy significativo. Por lo que se refiere a las palabras, nunca se dirá bastante acerca de cómo una palabra de crítica, una palabra malévola pueda realmente matar, y también cómo una buena palabra pueda curar.

 

 

– Entonces, María, ¿puedes decirnos quienes son los que tienen mayores posibilidades de ir directamente al Paraíso?

– Son aquellos que tienen un corazón bueno, un corazón bueno hacia todos. La caridad cubre una multitud de pecados.
Sí, es San Pablo quien nos lo dice.

– Y ¿cuáles son los medios que podemos emplear sobre la tierra para evitar el Purgatorio e ir derecho al Paraíso?

– Debemos hacer mucho por las almas del Purgatorio, porque son ellas quienes, a su vez, nos ayudan. Hay que tener mucha humildad: ésta es el arma más grande contra el Maligno. La humildad elimina el mal.

A este punto no resisto al deseo de referir un bellísimo testimonio del Padre Berlioux (que ha escrito un hermoso libro sobre las almas del Purgatorio), con relación a la ayuda ofrecida por estas almas a aquellos que las ayudan con oraciones y sufragios:
“Se cuenta que una persona muy amiga de las almas del Purgatorio había consagrado toda su vida a sufragar por ellas. Habiendo llegado la hora de su muerte, fue asaltada con furor por el demonio que la veía a punto de escapársele. Parecía que el abismo entero, confederado contra ella, la rodease con sus cohortes infernales. La moribunda luchaba desde hacía tiempo entre los esfuerzos más penosos, cuando todo de un golpe vio entrar en su casa una multitud de personajes desconocidos, pero resplandecientes de belleza, que pusieron en fuga al demonio y, acercándose a su lecho, le dirigieron palabras de aliento y de consolación totalmente celestiales. Emitiendo entonces un profundo suspiro, y llena de alegría, gritó: ¿quiénes son ustedes? ¿quiénes son los que me hacen tanto bien?. Aquellos buenos visitantes respondieron: “Nosotros somos habitantes del Cielo, que tu ayuda ha encaminado a la felicidad, y, como reconocimiento, venimos a ayudarte para que cruces el umbral de la eternidad y te libres de este lugar de angustia y te introduzcas en las alegrías de la Ciudad Santa”.

Con estas palabras una sonrisa iluminó el rostro de la moribunda. Sus ojos se cerraron y ella se durmió en la paz del Señor. Su alma, pura como una paloma, presentándose al Señor de los Señores, encontró tantos protectores y abogados entre las almas que ella había liberado; y reconocida digna de la gloria, entró allí triunfalmente, en medio de los aplausos y las bendiciones de quienes había liberado del Purgatorio”.

¡Ojalá que también nosotros, un día, podamos tener la misma suerte!. Entonces hay que decir que las almas, sí, las almas liberadas por nuestra plegaria, son sumamente agradecidas. Les aconsejo, pues, que hagan la experiencia; las almas nos ayudan, conocen nuestras necesidades y nos obtienen muchas gracias.

– Entonces María, ahora pienso en el buen ladrón, en aquel que estaba crucificado junto a Jesús, y me gustaría saber que hizo para que Jesús le prometiese que, ese mismo día, estaría con él en el Paraíso.

– El aceptó humildemente su sufrimiento diciendo que era algo justo. Alentó al otro ladrón a aceptar también él su condición. El tenía el temor de Dios, es decir, era humilde.

Otro hermoso ejemplo, que nos contara María Simma, demuestra cómo un gesto de bondad puede rescatar, en poquísimo tiempo, una vida de pecado. Escuchémoslo narrado con sus mismas palabras:

“Conocía a un joven de unos veinte años. Vivía en un pueblo vecino al mío. Este pueblo había sido duramente golpeado y destruido por una serie de aludes que mataron un gran número de habitantes. Era en el ano 1954. Una noche ese joven se hallaba en la casa de sus padres. Imprevistamente un terrible alud se abate precipitando cerca de su casa. El oye gritos desgarradores, gritos lastimeros que invocan: “¡Ayúdennos! ¡Sálvennos! ¡Vengan a socorrernos!… ¡Somos arrollados por los aludes!… “. De inmediato el joven se levantó y se precipitó para socorrer a esas personas. Pero su madre, que había oído los gritos, le impidió pasar, cerró la puerta y dijo: “¡No, otros deben socorrerlos, nosotros no!. Afuera es demasiado peligroso. No quiero que haya un muerto más”: Pero él, puesto que había sido impactado por esos gritos y quería verdaderamente socorrer a esa gente, empuja a su madre y dice: “¡Sí, yo voy! ¡No quiero dejarlos morir así!': y salió. Pero también él, a lo largo del trayecto, fue embestido por un alud y murió…
Dos días después de su muerte, él vino a visitarme de noche y me dijo: “Haz celebrar tres misas por mí, así seré liberado del Purgatorio”. Yo fui a dar cuenta de ello a su familia y a sus amigos. Ellos quedaron muy sorprendidos al oír que, solamente con tres misas, se libraría del Purgatorio. Alguno de sus amigos agregó “Yo no hubiera querido estar en su lugar en la hora de la muerte. ¡Si hubiesen visto todas las fechorías que cometió!… “. Pero ese joven, con posterioridad, me declaró: “Yo he cumplido un acto de amor puro poniendo a riesgo mi vida y donándola por aquellas personas; y es gracias a esto que el Señor me ha acogido tan rápidamente en Su Cielo. Es verdad, la caridad cubre una multitud de pecados”.

En este episodio se ve cómo un solo acto de amor desinteresado ha sido suficiente para purificar a ese joven de una vida de fechorías; y el Señor ha aprovechado de ese instante de amor para llamarlo a sí. María, en efecto, ha dicho que este joven quizás nunca hubiese tenido en su vida la ocasión de realizar un acto de amor tan fuerte, y quizás se hubiese convertido en un hombre malvado. El Señor, en Su Misericordia, lo ha llamado a sí justo en el mejor momento, en el momento más puro a causa de ese acto de amor.

Ahora he aquí otro episodio que demuestra cómo el Señor acepta y valoriza también un simple acto de bondad:

– El alma de una mujer se presentó, un día, con un balde en mano. “¿Qué haces con ese balde?”, le pregunté. Es la llave de mi Paraíso, respondió radiante. No he orado mucho durante mi vida; raramente iba a la iglesia pero una vez, antes de Navidad, he limpiado gratuitamente toda la casa de una pobre anciana. Ha sido mi salvación “. Esta es la prueba que todo depende de la caridad.
Es también importante, cuando se está a punto de la muerte, abandonarse a la voluntad del Señor. María me narró el caso muy hermoso de una madre de cuatro hijos que estaba por morir. En vez de rebelarse y de inquietarse ella dijo al Señor: “Acepto la muerte, en el momento que tú lo quieras, y pongo mi vida en tus manos. Te confío mis hijos y sé que tú encargarás de ellos”. María me dijo que, a causa de esta inmensa confianza en Dios, esa mujer fue directamente al Paraíso sin pasar por el Purgatorio. Verdaderamente se puede decir que el amor; la humildad y el abandono a Dios son tres llaves de oro que nos hacen entrar directamente en el Paraíso.

– María, ¿podrías decirnos cuáles son los medios más eficaces para facilitar la liberación de las almas del Purgatorio?

– El medio más eficaz es la Misa.

– ¿Por qué la Misa?

– Porque es Cristo quien se ofrece por amor nuestro. Es la ofrenda del mismo Cristo a Dios, la más bella de las ofrendas. EI sacerdote es el representante de Dios y es el mismo Dios que se ofrece y se sacrifica por nosotros. La eficacia de la Misa por los difuntos es tanto mayor cuanto más grande ha sido la estima que ellos tuvieron por la Misa cuando eran todavía en vida. Si en esas Misas han orado con todo el corazón y si han asistido también durante la semana, según el tiempo disponible, ellos sacarán grande provecho de las misas celebradas por ellos. También en esto se recogerá lo que se ha sembrado.Además de ir nosotros, no nos olvidaremos de invitar a nuestros hijos a que asistan a estas Misas, y, si posible, invitemos a los muchachos de las escuelas. Ningún padre, ninguna madre, ningún catequista puede poner en el corazón del niño lo que Nuestro Señor personalmente le da, en gracias, durante la Misa y la Comunión.
Agregaré que un alma del Purgatorio ve muy bien el día de sus funerales: si se reza verdaderamente por él o si, simplemente, se hace acto de presencia para mostrar que está allí. Ellas dicen que las Lágrimas no sirven para nada para ayudarlas. En cambio sirve mucho la oración. Con frecuencia esas almas lamentan el hecho de que las personas asisten a su sepultura, pero no elevan una sola plegaria a Dios; derraman muchas lágrimas, pero eso es inútil.
Con relación a la Misa, quisiera citarles un hermoso ejemplo narrado por el santo Cura de Ars a sus parroquianos: “Hijos míos, un buen sacerdote había tenido la desgracia de perder un amigo muy querido. Por eso rezó mucho por la paz de su alma. Un día Dios le hizo saber que su amigo estaba en el Purgatorio y sufría terriblemente. Este santo sacerdote pensó que no podía hacer algo mejor que ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa por su querido difunto. En el momento de la Consagración, tomó la Hostia entre sus manos y dijo: “Padre Santo y Eterno, en tus manos divinas está el alma de mi amigo en el Purgatorio y en mis pobres manos de ministro tuyo está el Cuerpo de Tu Hijo Jesús. Pues bien, Padre Bueno y Misericordioso, libra a mi amigo y yo te ofrezco a Tu Hijo junto con todos los méritos de Su Gloriosa Pasión y Muerte”. Este pedido fue escuchado. De hecho, en el momento de la elevación, él vio que el alma de su amigo subía al Cielo resplandeciente de gloria. Dios había aceptado la ofrenda”.
“Por eso hijos míos, concluyó el santo Cura de Ars, cuando querramos liberar a nuestros seres queridos que están en el Purgatorio, hagamos lo mismo. Ofrezcamos al Padre, por medio del Santo Sacrificio, a Su Hijo Dilecto, junto con todos los méritos de Su Pasión y Muerte, así no podrá rechazarnos nada”.
Otros medios muy eficaces para ayudar a las almas del Purgatorio son el ofrecimiento de nuestros sufrimientos, nuestras mortificaciones y el sufrimiento voluntario, como por ejemplo el ayuno, las privaciones, etc. Y, naturalmente, también los sufrimientos involuntarios como las enfermedades, los lutos, los abandonos…

– María, tú fuiste invitada, muchas veces, a sufrir por las almas del Purgatorio para liberarlas. ¡Puedes decirnos qué has vivido y probado en esos momentos!

– La primera vez un alma (era una mujer) me preguntó si quería sufrir tres horas, en mi cuerpo, por ella; y agregó que luego yo podría retomar mi trabajo. Yo me dije: “Si es sólo por tres horas, quiero aceptar”. Esas tres horas me parecieron que durasen como tres días, tan terribles eran los sufrimientos. Pero, al fìnal, miré el reloj y vi que habían pasado sólo tres horas. EI alma luego me dijo que, habiendo aceptado sufrir con amor esas tres horas, le había ahorrado veinte años de Purgatorio.

– María, ¿por qué, una vez llegados al Purgatorio, no se pueden adquirir méritos y, en cambio, mientras se está en la tierra siempre se los pueden adquirir?

– Porque en el momento de la muerte los méritos se terminan. Mientras uno vive en la tierra puede reparar el mal que ha cometido antes. Las almas del Purgatorio tienen una santa envidia por esta posibilidad nuestra. Hasta los Angeles son celosos de nosotros, porque tenemos la posibilidad de “crecer” mientras estamos sobre la tierra. Pero muchas veces la aparición del sufrimiento en nuestra vida nos hace rebelar y tenemos dificultad en aceptarlo y vivirlo bien.

– Entonces, ¿cómo vivir el sufrimiento para que pueda dar frutos?

– Los sufrimientos son la prueba más grande del amor de Dios, y si se ofrecen bien, pueden ganar muchas almas.

– Pero ¿qué hacer para recibir los sufrimientos como un don, y no (como se hace con frecuencia) como una punición o un castigo?

– Hay que ofrecerlo todo a la Virgen Santa, pues ella sabe mejor que nadie quién necesita esta o aquella ofrenda para ser salvado.
Quisiera referir aquí un testimonio que María me ha contado a propósito del sufrimiento. El hecho ocurrió en el año 1954. Una serie de avalanchas muy desastrosas se abatieron sobre un pueblito cercano al de Mana, causando gravísimos daños. Otros aludes se habían precipitado en dirección al pueblito de María. Pero aquí sucedió que los aludes se detuvieron ante el pueblito en modo ciertamente milagroso, sin causar algún daño. Las almas dijeron a María que en ese pueblito había vivido y muerto una mujer que, durante treinta años, estuvo enferma y había sido cuidada muy mal; había sufrido terriblemente durante todos esos años, ofreciendo todos sus dolores por el bien de su pueblito. Las almas revelaron a María que, gracias al ofrecimiento de aquella mujer, el pueblito se había salvado. Ella había ofrecido sus sufrimientos durante 30 años y los había soportado con paciencia. María nos dice que, si aquella mujer hubiese gozado de buena salud, no hubiese podido proteger a su pueblito; agrega que con el sufrimiento, pacientemente soportado, se pueden salvar más almas que con las oraciones. No tenemos que ver siempre el sufrimiento como una punición. Puede ser aceptado como expiación, no sólo para nosotros mismos, sino sobre todo para los demás. Jesucristo era inocente, y fue El quien sufrió más que todos para expiar por nuestros pecados.
Sólo en el Cielo sabremos totalmente lo que hemos obtenido por medio del sufrimiento soportado pacientemente, en unión con los sufrimientos de Cristo.

– María, ¿se da una cierta rebeldía por parte de las almas del Purgatorio a causa de sus sufrimientos?

– No, ellas quieren purificarse y comprenden que los sufrimientos son necesarios.

– ¿Cuál es el valor de la contrición y del arrepentimiento en el momento de la muerte?

– La contrición es importantísima. Los pecados como sea, son perdonados, pero queda la consecuencia del pecado. Si se quiere obtener la indulgencia plenaria en el momento de la muerte, esto es, ir derecho al Cielo, el alma tiene que estar libre de toda atadura.
Ahora quisiera referir un testimonio muy significativo que nos ha contado María. Le habían pedido que se informara sobre una mujer cuyos parientes la creían perdida, pues había vivido una vida muy mala y estaba totalmente inmersa en el pecado. Fue víctima de un accidente: se había caído del tren que, en su marcha, la había arrollado y matado. Un alma dijo a María que esa mujer se había salvado del Infierno porque, en el momento de la muerte, había dicho a Dios: “Tú haces bien en retomar mi vida, porque así ya no podré ofenderte”, y eso ha cancelado todos sus pecados. Y esto es muy significativo, porque un solo acto de humildad, de arrepentimiento en la hora de la muerte, nos salva. Eso no significa que esa mujer no haya pasado por el Purgatorio; pero se salvó del infierno merecido a causa de su conducta.

– María, quisiera preguntarte en el momento de la muerte ¿se da un tiempo en el que el alma tiene la posibilidad de dirigirse a Dios antes de entrar en la eternidad, un tiempo, si se quiere, entre lo muerte aparente y la muerte real?

– Sí, el Señor da a cada alma algún instante para que se arrepienta de sus pecados y se decida si acepta o no acepta llegar a Dios. En ese breve tiempo se ve como en un fìlme la propia vida. Yo conocía a un hombre que creía en los preceptos de la Iglesia, pero no en la vida eterna; un día se enfermó gravemente y entró en coma. Entonces él se vio en una sala con una pizarra en la que estaban escritas todas sus acciones: tanto las buenas como las malas; luego la pizarra desapareció, también las paredes de aquella sala, y todo era infinitamente bello. Luego se despertó del coma y decidió cambiar de vida.
Este episodio es semejante a tantos otros refrendos en el libro “La vida más allá de la vida”: la experiencia momentánea de la luz sobrenatural es tal que esas personas no pueden vivir más como vivían antes.

– Entonces, María, ¿en la hora de la muerte, Dios se revela con la misma intensidad a todas las almas?

– A cada alma se le da el conocimiento de su propia vida, y también del sufrimiento futuro, pero esto no es igual para todos. La intensidad de la revelación del Señor depende de la vida de cada alma.

– María, ¿el diablo tiene el poder de atacarnos en el instante de nuestra muerte?

– Si, pero el hombre tiene también la gracia de resistirlo y de rechazarlo, porque, si el hombre no quiere, el demonio no puede hacer nada.

– María, ¿qué consejos darás a quien quisiera hacerse santo ya en esta tierra?

– Ser humildísimo. No debe ocuparse de sí mismo. Debe huir del orgullo, que es la trampa más peligrosa que tiende el Maligno.

– María, ¿podrías decirnos si se puede pedir al Señor de hacer su propio Purgatorio en la tierra para no hacerlo después de la muerte?

– Oh, sí. He conocido un sacerdote y una muchacha, los dos estaban enfermos en el hospital. La muchacha decía al sacerdote que ella pedía al Señor de poder sufrir en la tierra tanto cuanto fuera necesario pare ir directamente al Cielo, y el sacerdote respondió que él no se atrevía a pedir eso. Junto a ellos había una religiosa que escuchaba toda la conversación. Luego la muchacha murió antes, y poco después murió también el sacerdote; él se apareció a la religiosa diciéndole: “Si hubiese tenido igual confianza que esa muchacha, también yo hubiese ido directamente al Paraíso.

– Gracias por este hermoso testimonio, María.
Ahora María me pide 5 minutos de descanso pues tiene que dar de comer a las gallinas.

La vuelvo a ver en seguida y continuamos con nuestras preguntas
– Sí, por cierto que es difícil describirlos. Pero, dime, ¿Jesús no va al Purgatorio?.

– Ningún alma me lo ha dicho. Es la Madre de Dios quien va. Una vez pregunté a un alma del Purgatorio si debía ir ella misma a buscar a las almas de las que pedían noticias. Me respondió que no: es la Madre de Misericordia quien da noticias. Ni siquiera los santos van al Purgatorio; en cambio los Angeles están allí: San Miguel… y cada alma tiene cerca a su Angel Custodio.

– ¡Qué estupendo, los Angeles están con nosotros! Pero, ¿qué hacen los Angeles en el Purgatorio?

– Alivian y consuelan. Las almas pueden verlos.

– ¡Oh, qué bello!. María, si continuas a hablarnos de los Angeles casi me haces venir el deseo de ir al Purgatorio. Otra pregunta: tú sabes que, hoy, mucha gente cree en la reencarnación, ¿Qué dicen las almas sobre este tema?

– Las almas dicen que Dios nos da una sola vida.

– Pero algunos sostienen que una sola vida no es suficiente para conocer a Dios y para tener el tiempo de convertirse verdaderamente, y piensan que eso no sea justo. ¿Que le respondes a tales personas?

– Todas las almas tienen una fe interior; aun si no son practicantes, ellas reconocen a Dios. No existe nadie que no crea totalmente. Cada hombre tiene una conciencia para reconocer el bien y el mal, una conciencia dada por Dios y un conocimiento interior, ciertamente de grados diversos, como sea, sabe distinguir el bien del mal. Con tal conciencia cada ser humano puede llegar a la bienaventuranza.

– ¿Qué pasa con las personas que se suicidan?. ¿alguna vez te visitó una de esas almas?

– Las almas que vienen a mí son sólo almas del Purgatorio. Por lo tanto, hasta hoy, nunca encontré el caso de un suicida que se haya perdido; eso no significa que no las haya. Pero algunas almas me dicen que con frecuencia son más culpables aquellos que han estado alrededor de ellas, porque han sido negligentes o han difundido calumnias.

A este punto pregunté a María si las almas se arrepienten de haberse suicidado, y María me respondióque si, pero me dijo que, con frecuencia, el suicida es una persona enferma. Con todo, las almas se arrepienten porque, apenas ven las cosas a la luz de Dios, comprenden, en un solo instante, todas las gracias que les estarían reservadas a ellas durante el tiempo que aún les quedaba por vivir, y ven todo el tiempo restante (meses o años), y todas las almas que hubiesen podido ayudar ofreciendo el resto de su vida a Dios; y lo que a ellas les causa mayor dolor por su pasado es ver el bien que hubiesen podido hacer y que, en cambio, no hicieron porque abreviaron su vida. Pero, si la causa del suicidio fue una enfermedad, el Señor, sin duda, no lo tiene en cuenta.
– María, quisiera preguntarte si almas de personas de otras religiones, por ejemplo judíos, han venido a visitarte

– Sí, y están en la felicidad. Quien vive bien su fe está en la paz; pero es a través de la fe católica que se gana mucho más para el Cielo.

– ¿Existen religiones que son malas para las almas?

– No, pero ¡hay tantas religiones en la tierra!. Los más cercanos a la fe Católica son los ortodoxos y los protestantes. Hay muchos protestantes que recitan el Rosario; pero las sectas son muy, muy malas. ¡Hay que hacer de todo para salir de ellas!.

– María, ¿hay sacerdotes en el Purgatorio?. (Aquí veo que María alza los ojos al Cielo como para decir: “¡Ay de mí!…”).

– Sí, hay muchos. Esos no han colaborado para tener respeto por la Eucaristía, y entonces toda la fe sufre. Con frecuencia están en el Purgatorio por haber descuidado la oración, y su fe ha disminuido; pero es también cierto que muchos de ellos han ido directamente al Paraíso. Un encuentro inolvidable para mí fue aquel con un sacerdote cuya mano derecha era negra. Le pregunté la causa: “Hubiera tenido que bendecir más”, me dijo. “Di a todos los sacerdotes que encuentres que deben bendecir mucho más: ellos pueden dar numerosas bendiciones y conjurarían las fuerzas del mal”.

– Bien, ¿y qué le dirías a un sacerdote que quisiera vivir verdaderamente según el corazón de Dios?

– Le aconsejaría de rezar mucho al Espíritu Santo y de recitar cada día el Rosario.

– María, ¿hay niños en el Purgatorio?

– Sí, pero para ellos el Purgatorio no es muy largo ni muy penoso, porque a ellos les falta el pleno discernimiento.

– Pienso que algunos de ellos han venido a encontrarte. Tu nos contabas la historia de aquella niñita… el alma más pequeña que has visto; era una niñita de 4 años. Pero ¿por qué estaba en el Purgatorio?

– ¿Por qué?. Esta niñita había recibido de sus padres, como regalo de Navidad, una muñeca. Tenía una hermana melliza, que también había recibido una muñeca. Y he aquí que esa niñita de 4 años había roto su muñeca y entonces, a escondidas, sabiendo que nadie la veía, fue a poner esa muñeca rota en el lugar de la de su hermana, y a hacer así el cambio, sabiendo muy bien, en su corazoncito, que habría ocasionado muchísimo dolor a su hermana; se daba cuenta que eso era un engaño y una injusticia. Por esta causa pasó por el Purgatorio.
Sí, los niños con frecuencia tienen una conciencia más viva que la de los adultos, y es preciso sobre todo luchar contra la mentira; ellos son muy sensibles.

– María, ¿cómo pueden los padres ayudar en la formación de la conciencia de sus hijos?

– Sobre todo con el buen ejemplo: es lo más importante; y luego con la oración. Los padres deben bendecir a sus hijos e instruirlos bien en las cosas de Dios.

– Lo dicho es muy importante. ¿Te han visitado almas que, sobre la tierra, practicaban perversiones?. Pienso, por ejemplo, en el campo de la sexualidad.

– Las almas que he conocido (todas del Purgatorio), no se han perdido, pero deben sufrir mucho para purifìcarse. En todas las perversiones está presente la obra del Maligno. En modo particular en la homosexualidad.

– ¿Qué consejo darías a todas esas personas que son tentadas por la homosexualidad, que tienen en ellos esas tendencias?

– Les diría de rezar, rezar mucho, para tener la fuerza de alejarse. Sobre todo hay que orar al Arcángel san Miguel, pues es él, por excelencia, quien combate contra el Maligno.

-¡Oh, sí el Arcángel san Miguel! ¿Y cuáles son las tendencias del corazón que pueden conducir a la pérdida de nuestra alma, a la pérdida definitiva de nuestra alma, es decir al infierno?

– Es cuando no se quiere ir hacia Dios, es decir cuando se dice decididamente: “¡Yo no quiero!”

Te agradezco por esta aclaración. Y aquí te quisiera contar que, sobre este argumento, he interrogado a Vicka, una de las videntes de Medjugorje, que me decía también ella que al infierno (¡y ella al infierno lo ha visto!), van únicamente aquellos que deciden de ir allí, y no es Dios quien los manda. Al contrario, El suplica al alma de acoger Su Misericordia. El pecado contra el Espíritu Santo del que habla Jesús, y que por tanto no es perdonado, es el rechazo radical de su misericordia, y eso en plena luz y en plena conciencia. Yo señalo que Juan Pablo II lo explica muy bien en su encíclica sobre la Misericordia; pero también en esto podemos hacer mucho, por medio de la oración, por las almas que están en peligro de perderse.
– María, ¿tendrías algún testimonio al respecto?

– Un día me encontraba en el tren. En mi compartimento había un hombre que no terminaba de criticar a la Iglesia, a los sacerdotes y hasta de ofender a Dios. No cesaba de maldecir, y yo le dije: “Usted no tiene el derecho de decir todo eso, ¡no está bien!”. Llegada a mi estación, mientras bajaba los dos peldaños de la escalerita, dije sencillamente a Dios: “¡Señor, que esta alma no se pierda!…”. Algunos años después el alma de este hombre vino a visitarme y me contó de haber estado a la orilla del Infierno y de haberse salvado sólo por la oración que yo había hecho en aquel momento.

Sí, es extraordinario ver como tan solo un pensamiento, un impulso del corazón, una sencilla oración por alguien, pueda impedirle de caer en el infierno, porque es el orgullo que hace ir al infierno. Y el infierno es eso: es el obstinarse a decir NO a Dios; pero nuestras oraciones pueden suscitar, en quien muere, un acto de humildad; y sólo un impulso de humildad, por mínimo que sea, tiene tanta fuerza como para hacemos evitar el infierno.

– Un alma me contó: “No habiendo observado las leyes de tránsito, me maté a causa del golpe, mientras iba en motocicleta en Viena”. Le pregunté: “¿Estabas preparada para entrar en la eternidad?”. “No lo estaba, agregó, pero Dios da dos o tres minutos para que se puedan convertir a cuantos pecan contra de él con insolencia y presunción. Y sólo quien lo rechaza es condenado”. El alma continuó con su comentario interesante e instructivo: “Cuando uno muere en un accidente, las personas dicen que era su hora. Es falso: eso se puede decir sólo cuando una persona muere no por su culpa. Pero según los designios de Dios, yo hubiera podido vivir aún treinta años; entonces hubiese transcurrido todo el tiempo de mi vida”. Por eso el hombre no tiene el derecho de exponer su vida a un peligro de muerte, salvo en caso de necesidad. Un médico vino un día a lamentarse que debía sufrir por haber acortado la vida de sus pacientes con inyecciones para que no sufrieran más. Dijo que el sufrimiento, soportado con paciencia, tiene para el alma un valor infinito; se tiene el deber de aliviar los grandes sufrimientos, pero no el derecho de acortar la vida con medios químicos. En otra ocasión vino una mujer. Confesó: “He debido sufrir treinta años de purgatorio porque a mi hija no la he dejado ir al convento”.

– María, ¿no te parece increíble que alguno pueda llegar al punto de decir NO a Dios en el momento de la muerte, cuando lo ve?

– Bien, por ejemplo un hombre me dijo que no quería ir al Cielo; ¿y saben por qué?. Porque, según él, Dios permite los injustos y las injusticias… Yo le dije que esto lo hacen los hombres y no Dios. Me respondió: Espero no encontrar a Dios, después de la muerte, porque entonces le romperé la cabeza con un hacha”. El tenía un odio profundo contra Dios; pero Dios deja al hombre su voluntad libre; podría impedir esta voluntad, pero no, quiere dejar a cada uno su libre elección. Dios da a cada uno, durante la vida terrena y en la hora de la muerte, muchas gracias para convertirse, aun después de una vida transcurrida en las tinieblas; pero si se pide perdón sin cálculo, ciertamente podemos salvarnos.

– Jesús dijo que es difícil, para un rico, entrar en el Reino de los cielos. Tú, personalmente, ¿has visto a veces casos de este género?

– Sí, si hacen buenas obras, pero obras de caridad, si viven el Amor, entonces pueden llegar a ser como los pobres.

– Y ahora, María, actualmente, ¿te visitan las almas del Purgatorio?

– Sí, dos o tres veces por semana.

– Quisiera saber qué piensas sobre las prácticas de espiritismo; por ejemplo cuando se llaman a los espíritus de los difuntos, se hacen girar las mesas, etc.

– ¡No es bueno!. Con frecuencia es el diablo quien hace mover las mesas.
¡Oh, si, es importante decirlo!. Hay que hacer saber esto a la gente; pues hoy, por desgracia, estas absurdas prácticas espiritistas aumentan cada vez más…

– Ahora, te ruego, acláranos, ¿existe una diferencia entre lo que tú vives con las almas de los difuntos y las prácticas de espiritismo?

– No es lícito llamar a las almas. Yo no busco su venida; vienen por sí solas, con el permiso de Dios. En el espiritismo, en cambio, se evocan a los espíritus, se los llaman. Pero es el demonio quien viene, fingiendo ser el alma de ése o de aquél. A veces se presenta bajo falsas apariencias, sin ser llamado.

– Tú, personalmente, ¿has sido alguna vez engañada por falsas apariciones?. Por ejemplo, por el diablo que se hace pasar por un alma del Purgatorio para hablarte?

– Sí, una vez un alma vino a verme y me dijo: “No recibas al alma que vendrá después de mí, porque te pedirá demasiados sufrimientos. Eso no está a tu alcance. Nunca podrás hacer lo que te ha de pedir “. Entonces quedé turbada. Me acordé de lo que me había dicho mi párroco que había que acoger a cada alma con generosidad, y yo estaba, por cierto, habituada a la obediencia. De repente pensé dentro de mí: “¿Acaso no podría ser el demonio quien esté aquí ante mi, y no un alma del Purgatorio?. ¿No será el demonio que se ha camuflado?…”. Dije entonces a aquel hombre: “Si eres el diablo, ¡vete de aquí”. En seguida pegó un fuerte grito y huyó. Y efectivamente, el alma que vino luego de él era un alma que tenía mucha necesidad de mi ayuda y era en verdad importante que viniese a verme y que yo la escuchase.

– Cuando el diablo aparece, ¿el agua bendita lo hace huir siempre?

– Lo molesta mucho y con frecuencia huye.

– En la actualidad, María, eres muy conocida, sobre todo en Alemania, en Austria y aun por toda Europa, gracias también a tus conferencias y a tu libro. Pero en los comienzos vivías del todo escondida. ¿Cómo es que, de la noche a la mañana, la gente ha reconocido que tu experiencia sobrenatural era auténtica?

– ¡Oh! Fue cuando las almas comenzaron a pedirme que suplicara a sus familias para que restituyeran un bien mal adquirido.

A este propósito, María me contó varias testimonios. Sería demasiado largo referirlos. Pero, muchas veces, diversas almas han venido a verla para decirle:

“Ve a mi familia, en tal pueblo (y ese pueblo ella no lo conocía), para decir a mi padre, a mi hijo, a mi hermano que restituyan tal propiedad, tal suma de dinero, tal objeto que, en tal lugar y en lo de fulano, me he procurado de mal modo, y así yo seré liberada del Purgatorio cuando ese bien sea restituido”.

Entonces María refería todos los detalles de ese campo, de aquella suma de dinero, de tal objeto, de aquel vestido así y así, y las personas quedaban sorprendidas viendo que ella conocía todos esos particulares, porque algunas veces las mismas familias no estaban al corriente de que aquel bien hubiese sido mal adquirido por sus parientes. Fue por tales hechos que María comenzó a ser muy conocida.
– María, ¿existe un reconocimiento oficial de la Iglesia con respecto al carisma que ejerces hacia las almas del Purgatorio, y también hacia aquellos que son alcanzados con tu apostolado?

– Mi Obispo me ha dicho que, hasta que no haya errores teológicos, yo debo continuar: Mi párroco, que es al mismo tiempo mi guía espiritual, confirma también él estas cosas.

– Te quiero hacer una pregunta, que puede parecer indiscreta. Tú has hecho tanto por las almas del Purgatorio que, sin duda alguna, cuando te toque morir, miles de almas te escoltarán hasta el cielo. Imagino que tú ciertamente no habrás de pasar por el Purgatorio, ¿No es así?

– ¡Oh!. No creo que iré al Cielo sin Purgatorio, porque yo he tenido más luz, más conocimiento, y por tanto mis culpas son más graves. Pero espero igualmente que las almas me ayudarán a subir al Cielo.

– Si, por cierto. Y tú, María, ¿estás contenta de tener este carisma, o bien es para ti una cosa pesada y fatigosa todos esos continuos pedidos por parte de las almas?

– No, no me lamento de las dificultades, porque sé que puedo ser de mucha ayuda para ellas; puedo ayudar a tantas almas, y soy feliz de poder hacerlo.

– María, te agradezco, también en nombre de los lectores, por esos hermosos testimonios. Pero consiénteme de hacerte una última pregunta, Para que podamos conocerte mejor, ¿podrías contarnos, en pocas palabras, algo de tu vida?

– Cuando era niña, quería entrar en un convento. Mi madre me decía de esperara a que tuviese 20 años. No quería casarme. Mi madre me hablaba mucho de las almas del Purgatorio y, ya, desde cuando frecuentaba la escuela, esas almas me han ayudado mucho. Entonces yo me decía que debía hacerlo todo por ellas. Terminada la escuela, pensé ir al convento. Entré en las Hermanas del Corazón de Jesús, pero, luego me dijeron que era demasiado débil de salud para poder permanecer con ellas. En verdad, cuando era pequeña, había tenido una pulmonía y una pleuritis. La Superiora confirmó que yo tenía vocación religiosa, pero me aconsejó que entrara en una orden más fácil y esperara algún año más. Yo, en cambio quería ingresar en una orden claustral y en seguida. Después de otros dos intentos, la conclusión fue la misma: era demasiado débil de salud. Entonces me dije que para mí entrar en el convento no era la voluntad del Señor. He sufrido mucho, moralmente, y me decía: “El Señor no me ha mostrado lo que quiere de mí”.
Esta espera duró para mí hasta la edad de 25 años, es decir hasta el momento en que Dios me ha confiado esta tarea de orar por las almas del Purgatorio. ¡Me había hecho esperar 8 años!. En mi familia éramos 8 hijos. Yo trabajaba en casa, en nuestra estancia, desde los 15 años. Luego fui a Alemania, como doméstica en la familia de un campesino, y después he trabajado aquí, en la estancia de Sonntag. A partir de los 25 años, cuando comenzaron las visitas de las almas, he tenido que sufrir mucho por ellas. Ahora estoy mejor físicamente.

 

Habla su confesor y director espiritual.

Habiendo leído, recientemente, un informe sobre María Simma enviado por el Padre Alfonso Matt (director espiritual de la vidente) al Obispo de su Diócesis, considero útil agregar, para los lectores, estas otras breves noticias.

María Simma (la segunda de ocho hijos), ha nacido el 5 de febrero de 1915 en Sonntag (Vorarlberg), en Austria, de una familia pobrísima. El padre, José Antonio (18 años mayor que su esposa, Luisa Rinderer), por varios años se ganó la vida como cuidador y campesino de su hermano. Durante la primera guerra mundial fue cartero, luego obrero vial y bracero, luego jubilado. Con su mujer y sus ocho hijos fue a vivir en una vieja casa que había recibido en herencia de un buen anciano, maestro carpintero. A causa de la gran pobreza de la familia, los hijos, desde muy jóvenes, trabajaron y se ganaron el pan: los varones como obreros y las muchachas como niñeras. María Simma desde su juventud fue muy piadosa y frecuentó asiduamente los cursos de instrucción religiosa organizados por su párroco. Luego debió alejarse de su pueblo para trabajar en varios lugares.

Quería hacerse religiosa pero, como ya sabemos, el Señor ha tenido otros proyectos sobre ella. En el informe del párroco se lee que ella “consagró su virginidad a la Virgen e hizo esta consagración a María en favor sobre todo de los difuntos”; se ofreció a Dios, haciéndolo con voto “como alma víctima, víctima de amor y de expiación”. El párroco refiere que en varias ocasiones, y por diferentes modos, ella se ofreció como víctima para ayudar a los difuntos, con sufrimientos voluntarios a veces terribles, gracias a los cuales abrevió las penas de innumerables almas.

Además de los sufrimientos ofreció a Dios continuas oraciones, misas y penitencias.
Desde la muerte de su padre, acaecida en 1947, vive sola en la casita paterna y, para proveer a las necesidades de la vida, continúa, a pesar de la edad a cultivar su huertita. Vive así en pobreza, ayudada por la gente caritativa. No pide nada, todo lo hace gratuitamente; y si alguno le deja ofrendas, las envía íntegramente a la Curia, para la celebración de misas, para obras caritativas y, sobre todo, para las Misiones.

 

Formas de ayudar a las almas del Purgatorio.

El párroco, en su informe, hace resaltar que la acción desarrollada por María Simma no es sólo ayudar, ella misma, a los difuntos, como siempre lo hizo, sino también hacerse celosa promotora de la ayuda de los vivos a las almas del Purgatorio y a los moribundos. En todos sus encuentros con la gente, y también en las páginas de su diario, siempre indicó, con insistencia, los medios de ayuda, pedidos también por las mismas almas: misas, Rosarios, ofrecimiento de los sufrimientos, Vía Crucis, obras caritativas; entre estas, sobre todo, ayuda a las Misiones que, a decir de las almas, son de grandísima eficacia para los difuntos.

Se indican luego medios menores de ayuda que s suscitan nuestra sorpresa y curiosidad, y por eso quiero referirlos, en parte, textualmente:

“EI encender velas ayuda a las almas: ante todo porque esa atención de amor les da una ayuda moral: luego porque las velas son benditas y disipan las tinieblas en las que se hallan las almas. Un niño de 11 años, de Kaiser, pidió a María Simma que orase por él. Estaba en el Purgatorio porque, el día de los fieles difuntos, apagó en el cementerio las velas encendidas en las tumbas y robó la cera para diversión. Las velas benditas son de mucho valor para las almas. El día de la Candelaria, María Simma debió encender dos velas por un alma, mientras soportaba por ellas sufrimientos expiatorios “.

“Echar agua bendita mitiga los sufrimientos de los difuntos. Un día María Simma pasando echó agua bendita por las almas. Una voz le dijo: “¡Mucho más aún! “.

“Todos los medios no ayudan a las almas de la misma manera. Si durante su vida alguno tiene poca estima por la Misa, no le aprovechará mucho cuando estará en el Purgatorio. Si alguno no tuvo corazón durante su vida, recibe poca ayuda. quienes pecaron difamando a los demás deben expiar duramente su pecado. Pero quien en vida haya tenido un buen corazón, recibe mucha ayuda “.

“Un alma que había descuidado de asistir a Misa, pudo pedir ocho Misas para su alivio, porque durante su vida mortal había hecho celebrar ocho Misas por un alma del Purgatorio”.

El párroco refiere que María Simma insiste mucho en que se rece para ayudar a los moribundos.

“Segúnlo que dicen las almas del Purgatorio”, escribe el párroco, “muchas van al Infierno porque se ora demasiado poco por ellos… María Simma un día vio muchas almas suspendidas en vilo entre el Infierno y el Purgatorio”.
He aquí algunas instrucciones:
”Las almas del Purgatorio se preocupan mucho de nosotros y del Reino de Dios (es siempre el párroco que escribe). Tenemos la prueba por ciertas advertencias que ellas dieron a María Simma”.

Las instrucciones que siguen (continúa el párroco) han sido tomadas de sus anotaciones: “De nada sirve lamentarse de los tiempos que vivimos. Es necesario decir a los padres que ellos son los principales responsables. Los padres no pueden ofrecer un peor servicio a sus hijos que consentir a todos sus deseos, dándoles todo lo que quieren, simplemente para que estén contentos y no griten. El orgullo puede así echar raíz en el corazón de un niño. Más tarde cuando el niño comienza a ir a la escuela, no sabe recitar un Padrenuestro ni hacer la señal de la Cruz. de Dios, a veces, no sabe absolutamente nada. Los padres se disculpan diciendo que esto es tarea del catequista y de los maestros de religión”.

Donde la enseñanza religiosa no comienza desde la más tierna edad, la religión no perdura después. “Eduquen a los niños a la renuncia. ¿Por qué hoy se da esta indiferencia religiosa, esta decadencia moral?. ¡Porque los niños no han aprendido a renunciar!. Ellos con el tiempo se volverán descontentos y hombres sin discreción que toman parte en todo, quieren tener todo a profusión. Esto provoca tantas desviaciones sexuales, las prácticas antinatalistas y el crimen del aborto. Todos estos hechos claman al Cielo venganza. Quien desde niño no ha aprendido a renunciar se vuelve egoísta, sin amor, tirano. Por este motive hoy existe tanto odio y falta de caridad. ¿queremos ver tiempos mejores? Se comience por la educación de los niños”.

“Se peca en manera espantosa en contra del amor hacia el prójimo, sobre todo con la murmuración, el engaño y la calumnia. ¿Por dónde comienzan? En el pensamiento. Hay que aprender esas cosas desde la infancia y tratar de ahuyentar inmediatamente los pensamientos contrarios a la caridad. Se combatan rápidamente los pensamientos contra la caridad; y no se llegará a juzgar a los demás sin caridad”.

“Para todo católico el apostolado es un deber. Algunos lo ejercen con la profesión, otros con el buen ejemplo. No pocos se lamentan que muchos se corrompen por las conversaciones contra la moral y contra la religión. ¿Por qué entonces se calla?. Los buenos deben también defender sus convicciones y declararse cristianos… Todo cristiano debería ponerse a buscar el Reino de Dios y esforzarse en hacerlo crecer; pues de lo contrario los hombres no estarán en condiciones de reconocer el gobierno de la Providencia. La preocupación del alma no tiene que ser sofocada por aquella exagerada del cuerpo…”

Me gusta terminar aquí esta pincelada. Hojeando el informe del párroco (a quien quisiera decirle gracias de corazón), pudimos también husmear entre las páginas del diario de María: hay en ellas una sabiduría que no viene del mundo, sino de las almas que la instruyen… Pues bien, les digo que para mí ha sido un gran placer conocer a María Simma, una mujer cuya vida ha sido donada totalmente. Cada segundo, cada hora de su vida tiene por cierto un peso de eternidad, no solo para ella misma, sino para tantas, tantas almas, conocidas o no, que ella, en varios modos, y con tanto amor, ayudó a liberarse del Purgatorio y a alcanzar la felicidad eterna en el Cielo.

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La entrada Entrevista de Sor Emmanuel a María Simma sobre lo que dicen las Almas del Purgatorio aparece primero en Foros de la Virgen María.

Visiones de Santa Brígida sobre el Purgatorio

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Reveló la Virgen María a santa Brígida lo siguiente: “Yo soy la Madre de todas las almas que estén en el purgatorio, y todas las penas que tienen que purgar por las faltas cometidas, constantemente son aliviadas y mitigadas por mis plegarias”.

En tiempos de santa Brígida hubo un hombre noble y rico, pero entregado enteramente a la disolución y demás vicios. (Auriem t, 1, pág. 182). Le dio la última enfermedad, y sin embargo en todo pensaba menos en disponerse para la muerte.

Súpolo Santa Brígida, y al instante se puso a pedir eficazmente al Señor que ablandase el pecho de aquel pecador obstinado, y le convirtiese; y tantas veces y con tal insistencia llamó a las puertas de la divina misericordia, que al fin le habló su Majestad, diciéndole que fuese a un sacerdote a exhortar al enfermo a penitencia. Hízolo tres veces uno muy celoso, pero por mas que le dijo fue todo en vano, hasta que la cuarta vez ayudado de la gracia divina, logró compungirle y trocarle el corazón, de suerte que exclamó el enfermo: “Hace setenta años que no me he confesado, habiendo sido en tan largo tiempo esclavo del demonio, guardándole fidelidad, y aun tratando estrechamente con él; pero ahora me siento enteramente mudado, pido confesión, y espero que Dios me ha de perdonar”. Esto dicho con abundantes lágrimas, se confesó cuatro veces aquel mismo día, al siguiente recibió el Viático, y pasados otros seis murió con extraordinario compunción. Apenas había espirado se apareció el Señor a santa Brígida, y le dijo que su alma había ido al purgatorio, y que no tardaría en estar en el cielo. Quedó la santa admirada sobre manera de que un hombre que tan mal había vivido, hubiese al fin muerto en gracia, y el Señor le declaró el motivo con estas palabras: “Sabe, hija, que la devoción de mi querida Madre le ha cerrado las puertas del infierno, porque aunque él nunca la amó de veras, tenía devoción a sus dolores, y siempre que los consideraba, o solo de oír su nombre mostraba compasión; por esto ha encontrado un atajo para salvarse”.

DEL LIBRO DE LAS REVELACIONES

Libro 6, Capítulo 5  Incomparable poder y misericordia de la Virgen María. Siete espantosos tormentos padecidos por el alma de un príncipe en el purgatorio, y eficacia de la limosna, del sacrifico de la misa y de la sagrada comunión, para librarle de ellos. 

Yo soy la Reina del cielo, dice la Virgen a la Santa; yo soy Madre de la misericordia; yo soy la alegría de los justos y la intercesora de los pecadores para con Dios. En el fuego del purgatorio no hay pena alguna que por mí no se haga más suave y llevadera de lo que de otro modo sería; tampoco hay ningún mortal tan desventurado, que mientras vive, carezca de mi misericordia, pues por mi causa, tientan los demonios menos de lo que en otro caso tentarían; ni hay ninguno tan apartado de Dios, a no ser que del todo estuviere maldito, que si me invocare, no vuelva a Dios y no alcance misericordia.

Y porque soy misericordiosa y he alcanzado de mi Hijo misericordia, quiero manifestarte cómo ese difunto amigo tuyo, de quien te compadeces, podrá librarse de los siete castigos de que mi Hijo te ha hablado. Y en primer lugar, se libertará del fuego que por la incontinencia padece, si con arreglo a las tres órdenes que en la Iglesia hay de casadas, viudas y doncellas, hubiese alguien que por el alma de este difunto proporcionara la dote para casar una doncella, para que otra entrase en religión, y para que una viuda pudiese vivir según su estado; porque en cuanto a la incontinencia, pecó tu amigo, excediéndose en las cosas que aun en su estado le fueran lícitas.

En segundo lugar, porque en la gula pecó de tres modos: comiendo y bebiendo opípara y excesivamente; teniendo muchos manjares por ostentación y soberbia; y estando mucho tiempo a la mesa, omitiendo a la par las obras de Dios. Y así, el que quisiere satisfacer por estos tres linajes de gula, ha de recoger, en honra de Dios que es trino y uno, tres pobres durante un año entero, y les ha de dar de comer los mismos manjares y tan buenos como los que él tenga en su propia mesa, y no ha de comer hasta que viere comer a esos tres, a fin de que por esta corta tardanza, se borre aquella larga demora que tenía tu amigo cuando se sentaba a la mesa. A esos tres pobres se les ha de proporcionar también los correspondientes vestidos y camas.

Lo tercero, por la soberbia que de muchos modos tuvo, debe el que quisiere, reunir siete pobres y una vez a la semana por todo un año lavarles los pies con humildad, diciendo entre tanto en su corazón: Señor mío Jesucristo, que fuísteis preso por los judíos, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que estuvísteis atado a la columna, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que siendo vos inocente, fuísteis condenado por los inicuos, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que fuísteis despojado de vuestras propias vestiduras, y revestido por burla con unos andrajos, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que fuísteis azotado tan cruelmente, que se veían todas vuestras costillas, sin que hubiese en vos cosa sana, tened misericordia de él.

Señor mío Jesucristo, que fuisteis extendido en la cruz, horadados con clavos vuestros pies y manos, atormentada la cabeza con crueles espinas, anegados en lágrimas vuestros ojos, y vuestra boca y oídos llenos de sangre, tened misericordia de él. Y después de lavarles los pies a esos pobres, les dará de comer, y les suplicará humildemente que pidan por el alma del difunto.

Lo cuarto, pecó en la pereza de tres modos: fue perezoso para ir a la iglesia; perezoso para aprovechar las indulgencias, y perezoso para visitar los sepulcros y reliquias de los Santos.

El que quisiere satisfacer por lo primero, ha de ir a la iglesia una vez al mes por espacio de un año, y mandar decir una misa de difunto por el alma de ese tu amigo: por lo segundo, irá siempre que pueda y quiera, y especialmente por dicha alma, a los templos donde hay concedidas indulgencias, y por lo tercero, por medio de persona de confianza envíe su ofrenda a los principales Santos de este reino de Suecia, donde por causa de las indulgencias suele acudir mucha gente devota, como san Erico, san Sigfrido y otros, y el que llevare la ofrenda, ha de ser remunerado por su trabajo.

Lo quinto, porque el difunto pecó en vanagloria y alegría; el que quiera satisfacer por él, ha de reunir por espacio de un año una vez al mes los pobres que haya en su distrito o en los inmediatos, y los llevará a una casa, y hará decir delante de ellos una misa de difuntos, y antes de comenzar ésta, el sacerdote suplicará y amonestará a los pobres que rueguen por el alma del finado. Después de la misa se les dará de comer a todos los pobres, de modo que se levanten complacidos de la mesa, para que el difunto se alegre con las oraciones de ellos, y los pobres con la comida.

Lo sexto, porque deberá pagar cuanto debe hasta el último maravedí, y mientras estará penando, has de saber, hija mía, que antes de morir y a su muerte tuvo deseo, aunque no tan ardiente como debiera, de pagar todas sus deudas, y por este deseo se halla en estado de salvación; en lo cual puede el hombre ver cuánta es la misericordia de mi Hijo, quien por tan poca cosa da el descanso eterno, y si no hubiese tu amigo tenido ese deseo, se hubiera condenado para siempre.
Por tanto, los parientes que le han sucedido en sus bienes, deben tener deseo de pagar, y en efecto satisfacer sus créditos a todos cuantos supiere les debía el difunto, y al tiempo de pagarles les suplicarán humildemente, que perdonen al alma del difunto, si por la larga demora han sufrido algún perjuicio; pero si no pagaren dichos parientes, tomarán a su cargo la responsabilidad del difunto.

A cada monasterio de este reino se ha de enviar también una ofrenda y mandar decir una misa pública, y antes de que se comience se ha de pedir por el alma del finado, para que se aplaque el Señor. Después se dirá una misa de difuntos en cada iglesia parroquial donde tu amigo tuvo sus bienes, y antes de cantarla, el sacerdote, y hallándose presente todo el pueblo, le ha de decir a éste: La presente misa se va a celebrar por el alma de tal príncipe, y en nombre de Jesucristo os ruego, que si en algo os ofendió ese difunto en palabras, obras o por sus órdenes, se lo perdonéis, y ensegnida se acerque al altar.

Lo séptimo, porque fue juez, y confió su cargo a vicarios inicuos, por lo cual aunque se halla en el purgatorio, está en manos de los demonios. No obstante, como contra la voluntad de él obraban aquéllos inicuamente, aunque no vigilaba ni atendía como debiera, puede ser libertado de esta pena, si tuviere el auxilio del santísimo cuerpo de mi Hijo, que diariamente es ofrecido en el altar. Pues el pan que en el altar se pone, antes de decir las palabras: Este es mi Cuerpo, es meramente pan; pero después de dichas estas palabras de la consagración, se convierte en el cuerpo de mi Hijo, el cual lo recibió de mí sin mancha alguna, y el cual fue crucificado. Entonces es en espíritu honrado y adorado el Padre por los miembros del Hijo, alegrase el Hijo con el poder y majestad del Padre, y yo que soy su Madre y lo engendré, soy honrada por todo el ejército celestial. Todos los ángeles se vuelven a él y lo adoran, y las almas de los justos denle gracias, porque por él fueron redimidas. ¡Qué horrorosa abominación la de los miserables, que toman en sus indignas manos a tan grande y tan digno Señor!

Este cuerpo que murió por amor a los hombres, es el que puede libertar de la pena al difunto. Y así deberá decirse una misa de cada solemnidad de mi Hijo, a saber: una de la Natividad, otra de la Circuncisión, otra de Epifanía, otra del Corpus Christi, una de Pasión, otra de Pascua, otra de la Ascensión y una de Pentecostés. Dirase también una misa de cada solemnidad que en mi honor se celebre. Se dirán también nueve misas en honor de los nueve coros de los ángeles; y cuando se vayan a celebrar estas misas, se han de reunir nueve pobres, a quienes se les dará de comer y vestir, para que los ángeles a cuya custodia fué encargado el difunto y a los cuales ofendió de muchas maneras, puedan aplacarse con esta pequeña ofrenda, y presentar su alma a Dios. Dígase además una misa por todos los difuntos, a fin de que con ella obtengan el eterno descanso, y lo alcancen también para el alma de tu amigo.

Fue este un príncipe misericordioso, que después de muerto se apareció a santa Brígida y le dijo: Nada alivia tanto mis penas en el purgatorio, como la oración de los justos y el Sacramento del altar. Pero como fuí príncipe y juez, y encomendé este cargo a los que amaban poco la justicia, me hallo todavía en este destierro, aunque me libertaría de él, si los que debieran ser amigos míos y lo fueron, fuesen más celosos por mi salvación. 

Libro 6, Capitulo 14. Vio santa Brígida que un alma del purgatorio recibía muy poco alivio en sus penas, por la ostentación y orgullo con que sus hijos y albaceas le ofrecían los sufragios. 

Bendito sea tu nombre, Hijo mío, dice la Virgen. Tú eres el Rey de la gloria y el Señor poderoso que tiene justicia con misericordia. Tu amantísimo Cuerpo que se formó sin pecado y se alimentaba en mis entrañas, ha sido hoy consagrado en favor del alma de ese difunto. Te ruego, amadísimo Hijo, que le sirva de socorro a su alma, y ten compasión de ella.

Bendita seas, Madre mía, respondió el Hijo, bendigante todas las criaturas, porque tu misericordia es inagotable. Yo soy como el que por muy subido precio compró un pequeño campo de cinco pies, en el cual estaba escondido oro purísimo. Este campo de cinco pies es este hombre, a quien compré y redimí con mi preciosísima sangre, y en el cual había oro purísimo, que es el alma criada por mi Divinidad, la que está ya separada del cuerpo, y queda en este sola la tierra. Sus sucesores son como el hombre poderoso que presentándose en el tribunal, le dice al verdugo: Separa del cuerpo con la cuchilla su cabeza, y no permitas que viva más tiempo, ni economices su sangre. Así hacen esos: van al tribunal, cuando trabajan decorosamente en favor del alma de su padre, pero dicen al verdugo: Separa del cuerpo su cabeza.

¿Quién es este verdugo, sino el demonio, que separa de su Dios el alma que con él consiente? A este le dicen los hijos del difunto: Separa, cuando despreciando la humildad, las buenas obras que practican, las hacen por soberbia y honra del mundo más bien que por amor de Dios. Por la soberbia se aparta del hombre la cabeza, que es Dios, y se une a el por la humildad. Dan voces para que el padre no viva más tiempo, cuando no sienten su muerte, con tal de alcanzar sus bienes; y dicen que no se ahorre la sangre, cuando no se cuidan de la amarga pena del difunto, ni cuánto tiempo ha de estar en ella, con tal que puedan hacer su propia voluntad: solamente piensan en el mundo, y poco les importa mi Pasión.

Hijo mío, respondió la Virgen, he visto tu severa justicia, pero no acudo a ella, sino a tu piadosísima misericordia; y así, por mis ruegos, ten compasión de ese que diariamente leía en honra mía mi Oficio, y no le pongas en cuenta la soberbia que respecto a él tienen sus sucesores, porque mientras ellos ríen, éste llora, y es castigado de un modo inconsolable.

Bendita seas, amadísima Madre, respondió el Hijo. Tus palabras están llenas de mansedumbre y son más dulces que la miel; salen de tu corazón que está lleno de misericordia; y así, tus palabras indican misericordia. Este por quien pides, alcanzará por tus ruegos tres clases de misericordia. Se librará, en primer lugar, de las manos de los demonios, quienes como cuervos lo están afligiendo incesantemente.

Pues como las aves de rapiña cuando oyen algún terrible sonido, dejan por temor la presa que tienen en las uñas, del mismo modo dejarán por tu nombre esa alma los demonios, y no la tocarán ni la molestarán más. En segundo lugar, del fuego más grave será trasladado al más leve. Lo consolarán, por último, los santos ángeles. Pero todavía no será librado enteramente de las penas, y aún necesita auxilio: conoces y ves en mí toda la justicia, y que nadie puede entrar en la bienaventuranza, si no estuviere limpio como el oro purificado por el fuego. Por consiguiente, por tus ruegos se librará del todo, cuando llegare el tiempo de la misericordia y de la justicia. 
 

Libro 6, Capitulo 29. Visión del juicio de un alma contra la que el demonio opone gravísimas acusaciones; la Virgen María la defiende, y habiéndole alcanzado amor de Dios en el último instante de la vida, la salva pero con gravísima pena en el purgatorio. Léase con detención, que es de mucha doctrina y de grande enseñanza. 

Vio santa Brígida que se presentó en el tribunal de Dios un demonio, el cual tenía asida el alma de cierto difunto, la cual estaba temblando como un corazón que palpita. Y el demonio dijo al Juez: Aquí está la presa. Tu ángel y yo estábamos siguiendo esta alma desde su principio hasta el fin; él para defenderla, y yo para hacerle daño, y ambos la acechábamos como cazadores. Más al fin cayó en mis manos, y para alcanzarla soy tan ávido e impetuoso como el torrente que cae desde arriba, al cual nada resiste sino algún fuerte estribo, esto es, tu justicia, la que todavía no ha decidido en este juicio, y, por tanto, aún no la poseo con seguridad. Por lo demás, la deseo con tanto afán, como el animal que se halla tan consumido por la abstinencia, que de hambre se comería hasta sus propios miembros. Y así, puesto que eres justo Juez, da tocante a ella justa sentencia.

Y respondió el Juez: ¿Por qué cayó más bien en tus manos, y por qué te acercaste a ella más que mi ángel? Y contestó el demonio: Porque sus pecados fueron más que sus buenas obras. Y dijo el Juez: Muestra cuáles son. Respondió el demonio: Un libro tengo lleno con sus pecados. Y dijo el Juez: ¿Qué nombre tiene ese libro? Su nombre es inobediencia, respondió el demonio, y en ese libro hay siete libros, y cada uno de ellos tiene tres columnas, y cada columna tiene más de mil palabras, pero ninguna menos de mil, y algunas muchas más de mil. Respondió el Juez: Dime los nombres de esos libros, pues aunque yo todo lo sé, quiero, no obstante que hables, para que conozcan otros tu malicia y mi bondad. El nombre del primer libro, dijo el demonio, es soberbia, y en él hay tres columnas.

La primera, es la soberbia espiritual en su conciencia, porque estaba ensoberbecido con la buena vida que creía tener mejor que la de los otros; y ensoberbeciese también por su inteligencia y conciencia que creía más prudente que la de los demás.

La segunda columna era, porque estaba soberbio con los bienes que se le habían concedido, con los criados, con los vestidos y demás cosas.

La tercera columna era, porque se ensoberbecía con la hermosura de los miembros, con su ilustre nacimiento y con sus obras. En estas tres columnas hay infinitas palabras, según muy bien sabes.

El segundo libro es su codicia: este tiene tres columnas. La primera es espiritual, porque pensó que sus pecados no eran tan graves como se decía, e indignamente deseó el reino de los cielos, que no se da sino al que está perfectamente limpio. La segunda es, porque deseó del mundo más de lo necesario, y su deseo se encaminó únicamente a exaltar su nombre y su descendencia, a fin de criar y ensalzar sus herederos, no a honra tuya, sino según la honra del mundo.

La tercera columna es, porque estaba soberbio con la honra del mundo y con ser más que los otros. Y en estas columnas, según bien sabes, hay innumerables palabras, con que buscaba el favor y la benevolencia, y adquiría bienes temporales.

El tercer libro es la envidia, y tiene tres columnas. La primera fue mental o en su ánimo, porque ocultamente envidiaba a los que tenían más que él, y prosperaban más. La segunda columna es, porque por envidia recibió cosas de los que tenían menos que él, y más lo necesitaban. La tercera, porque por envidia perjudicó a su prójimo ocultamente con sus consejos, y aún públicamente, tanto de palabra como de obra, tanto por sí como por los suyos, y hasta incitó a otros a que lo hicieren.

El cuarto libro es la avaricia, y en él hay tres columnas. La primera es la avaricia mental, porque no quiso decir a otros lo que sabía, con lo cual hubieran los otros tenido consuelo y adelanto, y pensaba consigo de esta manera: ¿Qué provecho me resulta, si doy ese consejo a este o al otro? ¿Qué recompensa tengo, si le fuere a otro útil ese consejo o palabra? Y así, cualquiera se apartaba de él muy afligido, no edificado ni instruido, como hubiera podido ser, si hubiese él querido.

La segunda columna es, porque cuando podía pacificar los disidentes, no quiso hacerlo, y cuando podía consolar los afligidos, no se cuidó de ello. La tercera columna es la avaricia en sus bienes, en términos, que si debía dar un maravedí en tu nombre, se angustiaba y se le hacía penoso, y por honra del mundo daba ciento de buena gana. En estas columnas hay infinitas palabras, como muy bien te consta. Todo lo sabes y nada se te puede ocultar; mas por tu poder me obligas a hablar, porque quieres que esto sirva de provecho a otros.

El quinto libro es la pereza, y tiene tres columnas. Primera, porque fue perezoso en hacer buenas obras por honra tuya, esto es, en cumplir tus mandamientos; pues por el descanso de su cuerpo perdió su tiempo, y le eran muy deleitables el provecho y placer de su cuerpo. La segunda columna es porque fue perezoso en pensar, pues siempre que tu buen espíritu infundía en su corazón el arrepentimiento, o alguna buena idea espiritual, pareciale aquello demasiado difuso, y apartaba su mente del pensamiento espiritual, y tenía por grato y suave todo gozo del mundo.

La tercera columna es porque fue perezoso de boca, esto es, en orar y en hablar lo que era de provecho a los otros y en honra tuya; pero era muy aficionado a palabras chocarreras. Cuántas palabras hay en estas columnas, y cuán innumerables son, tú sólo lo sabes.

El sexto libro es la ira, y tiene tres columnas. La primera, porque irritabase con su prójimo por cosas que no le interesaban. La segunda columna es, porque con su ira dañó de obra a su prójimo, y a veces por ira destrozaba sus cosas. La tercera es, porque por ira molestaba a su prójimo.

El séptimo libro era su sensualidad, y tiene también tres columnas. La primera es, porque de una manera indebida y desordenada deleitabase carnalmente; pues aunque era casado, y no se mezclaba con otras mujeres, con todo pecó impúdicamente de un modo ilícito con ademanes, con palabras y obras inconvenientes. La segunda columna es, porque era demasiado atrevido en hablar, y no sólo estimulaba a su mujer a hablar con libertad, sino que muchas veces con sus palabras atrajo también a otros, para que oyesen y pensasen liviandades. La tercera columna es, porque mantenía su cuerpo con excesiva delicadeza, haciendo preparar para sí en abundancia las más exquisitas viandas para mayor placer de su cuerpo, y para que los hombres lo alabasen y lo apellidasen espléndido.

Más de mil palabras hay en estas columnas, porque se sentaba a la mesa más despacio de lo justo, sin considerar la pérdida del tiempo; hablaba muchas cosas inoportunas, y comía más de lo que pedía la naturaleza. Aquí tienes, oh Juez, todo mi libro: adjudícame, pues, esa alma.

Guardó silencio entonces el Juez, y acercándose la Madre, que estaba más lejos, dijo: Yo quiero disputar con ese demonio sobre la justicia. Y respondió el Hijo: Amadísima Madre, cuando al demonio no se le niega la justicia, ¿cómo se te podrá negar a ti, que eres mi Madre y la Señora de los ángeles? Tú todo lo puedes y todo lo sabes en mí, pero sin embargo, habla, para que otros sepan el amor que te tengo.

En seguida dijo la Virgen al demonio: Te mando, diablo, que me respondas a tres cosas que te pregunto, y aunque lo hicieres a la fuerza, estás obligado por justicia, porque soy tu Señora. Dime, ¿conoces tú, por ventura, todos los pensamientos del hombre? Y respondió el demonio: No, sino solamente aquellos que puedo juzgar por las operaciones exteriores del hombre y por su disposición, y los que yo mismo le sugiero en su corazón, pues aunque perdí mi dignidad, sin embargo, por lo sutil de mi naturaleza, me quedó tanta penetración, que por la disposición del hombre puedo entender el estado de su mente; pero sus buenos pensamientos no puedo conocerlos.

Entonces le volvió a hablar al demonio la bienaventurada Virgen, y le dijo: Dime, diablo, aunque sea a la fuerza: ¿Qué es aquello que puede borrar lo escrito en tu libro? Nada puede borrarlo, respondió el demonio, sino una cosa, que es el amor de Dios; y el que lo tuviere en su corazón, por pecador que sea, al punto se borra lo que acerca de él estaba escrito en mi libro. Dime, diablo, le preguntó por tercera vez la Virgen: ¿Hay, por ventura, algún pecador tan inmundo y tan apartado de mi Hijo que no pueda alcanzar perdón mientras vive? Y respondió el demonio: Nadie hay tan pecador que, si quisiere, no pueda volver a la gracia mientras vive. Siempre que cualquiera, por gran pecador que sea, mude su voluntad mala en buena, tiene amor de Dios y quiere permanecer en él, todos los demonios no son bastantes para arrancarlo.

En seguida la Madre de la misericordia dijo a los circunstantes: Al final de su vida se volvió a mí esta alma, y me dijo: Vos sois la Madre de la misericordia y el auxilio de los infelices. Yo soy indigno de suplicar a vuestro Hijo, porque mis pecados son graves y muchísimos, y en gran manera lo he provocado a ira, porque he amado más mi placer y el mundo que a Dios mi Creador. Os ruego, pues, tengáis misericordia de mí, Vos, que no la negáis a ninguno que os la pide, y por tanto, me vuelvo a Vos y os prometo, que si viviere, quiero enmendarme y volver mi voluntad a vuestro Hijo, y no amar ninguna otra cosa sino a él.

Pero sobre todo me pesa y siento no haber hecho nada para honra de vuestro Hijo, mi Creador; y así os ruego tengáis misericordia de mí, piadosísima Señora, porque a nadie sino a vos tengo a quien acudir. Con tales palabras y con este propósito vino a mí esta alma al final de su vida. ¿Y no debía yo oírla? ¿Quién hay, que si de todo corazón y con propósito de la enmienda hace una súplica a otro, no merezca ser oído? ¿Y cuanto más yo, que soy la Madre de la misericordia, no debo oir a todos los que me claman?

Y respondió el demonio: Nada sé acerca de ese propósito; pero si es según dices, pruébalo con razones manifiestas. Eres indigno de que yo te responda, dijo la Virgen; sin embargo, porque esto se hace para provecho de otros, te voy a contestar. Tú, miserable, tienes ya dicho, que nada de lo escrito en tu libro puede borrarse sino por amor de Dios. Y volviéndose entonces la Virgen al Juez, dijo: Hijo mío, haz que abra el diablo ese libro y lea, y vea si todo está allí escrito por completo, o si se ha borrado algo.

Entonces dijo el Juez al demonio: ¿Dónde está tu libro? En mi vientre, respondió el demonio. Y le dijo el Juez: ¿Cuál es tu vientre? Mi memoria, respondió el diablo; porque como en el vientre está toda inmundicia y hedor, así en mi memoria está toda perversidad y malicia, que como pésimo hedor huelen en tu presencia. Pues cuando por mi soberbia me aparté de ti y de tu luz, entonces hallé en mí toda malicia, y obscurecióse mi memoria respecto a las cosas buenas de Dios, y en esta memoria está escrita toda la maldad de los pecados. Dijole entonces el Juez al demonio: Te mando, que veas con esmero y busques en tu libro qué es lo que hay escrito y qué borrado respecto a los pecados de esta alma, y dilo públicamente. Y respondió el demonio: Miro mi libro, y veo escritas cosas diferentes de las que creí. Veo que han sido borrados aquellos siete catálogos, y nada queda de ellos en mi libro sino los excesos y demasías.

En seguida dijo el Juez al ángel bueno que se hallaba presente: ¿Dónde están las buenas obras de esta alma? Y respondió el ángel: Señor, todas las cosas están en vuestra presciencia y conocimiento, las presentes, las pasadas y las futuras. Todo lo sabemos y lo vemos en Vos, y Vos en nosotros, ni necesitamos hablaros, porque todo lo sabéis. Pero porque queréis mostrar vuestro amor, manifestáis vuestra voluntad a quienes os place. Desde que en un principio se unió esta alma en el cuerpo, estuve yo siempre con ella, y tengo también escrito un libro de sus buenas obras. Y si quisierais ver ese libro, está en vuestro poder.

Y dijo el Juez: No conviene juzgar sino después de oir y entender lo bueno y lo malo, y examinado todo bien, debe entonces sentenciarse con arreglo a justicia, ya sea para la vida, ya para la muerte. Mi libro, respondió el ángel, es la obediencia, con que os obedeció, y en él hay siete columnas. La primera, es el bautismo; la segunda, es su abstinencia ayunando, y el contenerse en las obras ilícitas, en los pecados, y hasta en el placer y tentaciones de la carne; la tercera columna es la oración y el buen propósito que respecto a Vos tuvo; la cuarta columna son sus buenos hechos en limosnas y otras obras de misericordia; la quinta, es la esperanza que en Vos tenía; la sexta, es la fe que tuvo como cristiano; la séptima, es el amor de Dios. Oyendo esto el Juez, volvió a decir al ángel bueno: ¿Dónde está tu libro? Y él respondió: En vuestra visión y amor, Señor mío. Entonces en tono de reconvención, dijo la Virgen al diablo: ¿Cómo custodiaste tu libro, y cómo se borró lo que en él estaba escrito? Y respondió el demonio: ¡Ay! ¡Ay!, porque tú me engañaste.

En seguida dijo el juez a su piadosísima Madre: En este particular te ha sido en razón favorable la sentencia, y con justicia has ganado esa alma. Después daba voces el demonio, y decía: Perdí, y he sido vencido; pero dime, Juez: ¿Hasta cuándo he de tener esta alma por sus excesos y demasías? Yo te lo manifestaré, respondió el Juez; abiertos y leídos están los libros. Pero dime, diablo, aunque yo todo lo sé, dime si con arreglo a justicia debe esta alma entrar o no en el cielo. Te permito que ahora veas y sepas la verdad de la justicia. Y respondió el demonio: Es justicia en ti, que si alguien muriere sin pecado mortal, no entrará en las penas del infierno, y todo el que tiene amor de Dios, de derecho puede entrar en el cielo. Y como esta alma no murió en pecado mortal y tuvo amor de Dios, es digna de entrar en el cielo, después que purgue lo que deba.

Y dijo el Juez: Ya que te he abierto el entendimiento y te he permitido ver la luz de la verdad y de la justicia, di para que lo oigan quienes yo quiero: ¿cuál debe ser la sentencia de esta alma? Respondió el demonio: Que se purifique de tal modo, que no quede en ella una sola mancha; porque aun cuando por justicia se te ha adjudicado, con todo, está todavía inmunda, y no puede llegar a ti, sino después de purificarse. Y como tú, ¡oh, Juez!, me preguntaste, ahora también pregunto: ¿Cómo debe purificarse y hasta cuándo ha de estar en mis manos? Respondió el Juez: Te mando, diablo, que no entres en ella, ni la absorbas en ti; pero debes purificarla hasta que esté limpia y sin mancha, pues según su culpa padecerá su pena.

De tres modos pecó en la vista, de tres modos en el oído y de otros tres modos en el tacto. Por consiguiente, debe ser castigada de tres modos. En la vista: primero, debe ver personalmente sus pecados y abominaciones; segundo, debe verte en tu malicia; tercero, debe ver las miserias y terribles penas de las demás almas.

Igualmente se ha de afligir de tres modos en el oído. Primero, oirá un horrible ¡Ay!, porque quiso oír su propia alabanza y lo deleitable del mundo: segundo, debe oír los horrorosos clamores y burlas de los demonios: tercero, oirá oprobios e intolerables miserias, porque oyó más y con más gusto el amor y el favor del mundo, que el de Dios, y sirvió con más empeño al mundo que a su Dios.

De tres modos también se ha de afligir en el tacto. Primero, ha de arder en abrasadísimo fuego interior y exteriormente, de manera que en ella no quede ni la menor mancha, que no se purifique en el fuego: segundo, ha de padecer grandísimo frío, porque ardía en su codicia y era frío en mi amor: tercero, estará en manos de los demonios, para que no haya ni el menor pensamiento ni la más leve palabra que no se purgue, hasta que se ponga como el oro, que se purifica en el crisol y en la fragua, a voluntad de su dueño.

Entonces preguntó el demonio: ¿Hasta cuándo estará esa alma en esta pena? Y respondió el Juez: Puesto que su voluntad fué vivir en el mundo, y era tal esta voluntad, que de buena gana hubiera vivido en el cuerpo hasta el fin del mundo, esta pena ha de durar hasta el fin del mundo. Justicia mía es, que todo el que me tiene amor divino, y con todo empeño me desea y anhela por estar conmigo y separarse del mundo, éste sin pena debe obtener el cielo, porque la prueba de la vida presente es su purificación. Mas el que teme la muerte por causa de la acerba pena futura, y quisiera tener más tiempo para enmendarse, éste debe tener una pena leve en el purgatorio. Pero el que olvidándose de mí, desea vivir hasta el día del juicio, aunque no peque mortalmente, sin embargo, por el perpetuo deseo de vivir que tiene, debe tener pena perpetua hasta el día del juicio.

Entonces dijo la piadosísima Virgen María: Bendito seas, Hijo mío, por tu justicia, que es con toda misericordia. Aunque nosotros lo veamos y sepamos todo en ti, di no obstante, para inteligencia de los demás, qué remedio deba tomarse que disminuya tan largo tiempo de pena, y cuál otro para que se apague un fuego tan cruel, y cómo también pueda esta alma librarse de las manos de los demonios. Y respondió el Hijo: Nada se te puede negar, porque eres la Madre de la misericordia, y a todos proporcionas y buscas consuelo y misericordia.

Tres cosas hay que hacen disminuir tan largo tiempo de pena, y que se apague el fuego, y que esa alma se libre de las manos de los demonios. La primera es, si alguien devuelve lo que él injustamente tomó o arrancó de otros, o está obligado a devolverles en justicia; pues el alma debe purgarse, o por los ruegos de los santos, o por limosnas y buenas obras de los amigos, o por una suficiente purificación. Lo segundo es una cuantiosa limosna, pues por ella se borra el pecado, como con el agua se apaga la sed. Lo tercero es, la ofrenda de mi cuerpo hecha por él en el altar, y las súplicas de mis amigos.

Estas tres cosas son las que lo libertarán de aquellas tres penas. Entonces dijo la Madre de la misericordia: ¿Y de qué le sirven ahora las buenas obras que por ti hizo? Y respondió el Hijo: No preguntas, porque lo ignores, pues todo lo sabes y ves en mí, sino que lo investigas para mostrar a los otros mi amor. A la verdad, no quedará sin remuneración la más insignificante palabra, ni el más leve pensamiento que en honra mía tuvo; pues todo cuanto por mí hizo, está ahora delante de él y dentro de su misma pena, y le sirve de refrigerio y de consuelo, y por ello siente menos ardor del que sufriría de otro modo. Y volvió la Virgen a decirle a su Hijo: ¿Por qué esa alma está inmóvil, como quien no mueve manos ni pies contra su enemigo y no obstante vive?

Y respondió el Juez: De mí escribió el Profeta, que fui como un cordero que enmudece delante de quien lo trasquila; y a la verdad, yo enmudecí delante de mis enemigos: por tanto, es justicia, que por no haberse tomado interés por mi muerte esa alma y por haberla considerado de poca importancia, esté ahora como el niño que en las manos de los homicidas no puede dar voces. Bendito seas, dulcísimo Hijo mío, que nada haces sin justicia, dijo la Madre. Tú dijiste antes, Hijo mío, que tus amigos podían socorrer a esta alma, y bien sabes que ella me sirvió de tres modos. Primero, con la abstinencia, pues ayunaba las vigilias de mis festividades y en ellas se abstenía en mi nombre; segundo, porque leía mi Oficio; y tercero, porque cantaba por honra mía. Y así, Hijo mío, puesto que oyes a tus amigos que te dan voces en la tierra, te ruego, que también te dignes oírme a mí.

Y respondió el Hijo: Siempre se oyen con mayor benevolencia las súplicas de la persona predilecta de algún señor; y como tú eres lo que yo más amo sobre todas las cosas, pide cuanto quieras, y se te dará. Esta alma, dijo la Madre, padece tres penas en la vista, tres en el oído, y otras tres en el tacto. Te ruego, pues, amadísimo Hijo mío, que le disminuyas una pena en la vista, y es que no vea los horribles demonios, aunque sufra las otras dos penas, porque tu justicia así lo exige según la justicia de tu misericordia, a la cual no puedo oponerme. Te suplico, en segundo lugar, que en el oído le disminuyas una pena, y es que no oiga su oprobio y confusión. Te ruego, por último, que en el tacto le quites una pena, y es que no sienta ese frío mayor que el hielo, el cual lo merece tener, porque era frío en tu amor.

Y respondió el Hijo: Bendita seas, amadísima Madre, a ti nada se te puede negar: hágase tu voluntad, y sea, según lo has pedido. Bendito seas tú, dulcísimo Hijo mío, dijo la Madre, por todo tu amor y misericordia.

En aquel instante apareció un santo con gran acompañamiento, y dijo: Alabado seáis, Señor, Dios nuestro, Creador y Juez de todos. Esta alma fue en su vida devota mía, ayunó en honra mía, y me alabó haciéndome súplicas, de la misma manera que a estos amigos vuestros que se hallan presentes. Así, pues, os ruego de parte de ellos y mía, que tengáis compasión de esta alma, y por nuestras súplicas le deis descanso en una pena, y es que los demonios no tengan poder para obscurecer su conciencia; pues si no se les contiene, la obscurecerán de tal modo, que nunca había de esperar esa alma el término de su desdicha y alcanzar la gloria, sino cuando fuese tu voluntad mirarla especialmente con tu gracia; y este es un suplicio mayor que todo otro. Por tanto, piadosísimo Señor, concededle por nuestras súplicas, que en cualquiera pena en que estuviere, sepa positivamente que ha de acabar aquella pena, y que ha de alcanzar la gloria perpetua.

Y respondió el Juez: Así lo exige la verdadera justicia, porque esa alma apartó muchas veces su conciencia de los pensamientos espirituales y de la inteligencia de las cosas eternas, y quiso obscurecer su conciencia, sin temer obrar contra mí, y por tanto, justo es, repito, que los demonios obscurezcan su conciencia. Mas porque vosotros, amadísimos amigos míos, oísteis mis palabras y las pusisteis por obra, no se os debe negar nada, y así haré lo que pedís. Entonces respondieron todos los santos: Bendito seáis, Dios, en toda vuestra justicia, que juzgáis justamente, y nada dejáis sin castigo.

En seguida dijo al Juez el ángel custodio de aquella alma: Desde el principio de la unión de esta alma con su cuerpo, estuve yo con ella, y la acompañé por providencia de vuestro amor, y algunas veces hacía mi voluntad. Os ruego, pues, Dios y Señor mío, que tengáis misericordia de ella. Y respondió el Señor: Sí, bien está; pero acerca de esto, queremos deliberar. Entonces desapareció la visión.
 
Fue éste un caballero bondadoso y amigo de los pobres, y dio por él cuantiosas limosnas su esposa, la cual falleció en Roma, como lo tenía anunciado el espíritu de Dios, por medio de santa Brígida, a la que dijo: Ten entendido que esa señora regresará a su patria, pero no morirá allí. Y así fue, porque segunda vez volvió a Roma, donde murió y fue enterrada. 

Libro 4, Capitulo 91. Hay un lugar en el purgatorio, donde no se padece otra pena que del deseo.

Estaba santa Brígida haciendo oración por un anciano sacerdote ermitaño, amigo suyo, que acababa de morir, y había tenido un vida ejemplar, llena de grandes virtudes, y ya estaba puesto en la iglesia en un féretro para enterrarlo.

Hallándose en esta oración se le apareció a la Santa la Virgen María y le dijo: Sabrás, hija mía, que el alma de este ermitaño amigo tuyo, hubiera entrado en el cielo al punto de salir del cuerpo, a no ser porque en el instante de su muerte no tuvo deseo de presentarse a la presencia de Dios y de verlo. Y por esta razón se halla detenido en el purgatorio del deseo, donde no hay ninguna pena, sino solamente el deseo de llegar a ver a Dios. Con todo, antes que sea sepultado su cuerpo, su alma entrará en la gloria. 

Libro 6, Capítulo 38.  Indecibles y horribilísimas penas de abuela y nieta, una en el infierno y otra en el purgatorio, por el orgullo y vanidad de sus vidas, con mucha doctrina y enseñanza que sobre esto da la Virgen María a santa Brígida. Léase con detención y pidiendo a Dios su santa gracia, pues es muy bastante para convertir a cualquier alma. 

Alabado seáis, Dios mío, dijo la Santa, por todas las cosas que han sido creadas; honrado seáis por todas vuestras virtudes, y todos os tributen homenaje por vuestro amor. Yo, criatura indigna y pecadora desde mi juventud, os doy gracias, Dios mío, porque a ninguno de cuantos pecan, negáis la gracia si os la piden, sino que de todos os compadecéis y los perdonáis. ¡Oh dulcísimo Dios! es admirable lo que conmigo hacéis, que cuando os place, adormecéis mi cuerpo con un letargo espiritual, y despertáis mi alma para que vea, oiga y sienta las cosas espirituales.

¡Oh Dios mío! ¡Cuán dulces son vuestras palabras a mi alma, que las recibe como sabrosísimo manjar! Entran con alegría en mi corazón, y cuando las oigo, estoy satisfecha y hambrienta: satisfecha, porque nada me debilita sino vuestras palabras; y hambrienta, porque con mayor empeño deseo oirlas. Dadme, pues, auxilio, bendito Dios mío, para que yo haga siempre vuestra voluntad.

Y respondió Jesucristo: Yo soy sin principio ni fin, y todo cuanto existe ha sido creado por mi poder. Todo está dispuesto por mi sabiduría, y todo se rige por mi juicio. Todas mis obras están ordenadas por amor, y así, nada me es imposible. Pero es demasiado duro el corazón que ni me ama ni me teme, siendo yo el Gobernador y Juez de todos, y el hombre hace más bien la voluntad del demonio, que es traidor y su verdugo, el cual extiende por toda la tierra su veneno, con el cual no pueden vivir las almas y son sumergidas en los abismos del infierno.

Este veneno es el pecado, que les sabe dulcemente, aunque es amargo al alma, y por mano del demonio se esparce sobre muchos todos los días. Mas ¿quién ha oído cosa tan extraña, como el que a los hombres se les ofrezca la vida y escojan la muerte? Sin embargo, yo, Dios de todos, soy sufrido, me compadezco de su miseria y hago como aquel rey, que al enviar con sus criados el vino, les dijo: Dadlo a muchos, porque es saludable; a los enfermos da salud, a los tristes alegría, y a los sanos corazón varonil. Pero no se envía el vino sino en un vaso conveniente. Del mismo modo mis palabras, que se comparan al vino, las envíe a mis siervos por medio de ti, cuyo corazón es como un vaso, el cual quiero llenar y agotar según me plazca. Mi Espíritu Santo te enseñará a dónde has de ir y qué has de hablar. Por consiguiente, di con valor y alegría lo que mando, porque nadie prevalecerá contra mí.

Entonces dijo la Santa: ¡Oh Rey de toda gloria, inspirador de toda sabiduría y dador de todas las virtudes! ¿Por qué me elegís para tamaña obra a mí, que he consumido mi vida en los pecados? Yo soy ignorante como un jumento, desnuda de virtudes, en todo he delinquido y no me he enmendado nada.

Y respondió el Espíritu: ¿Quién se admiraría, si un señor cualquiera, con las monedas o barras de plata que le diesen, mandara hacer coronas, anillos o vasos pará su uso? Así, tampoco es de admirar si yo recibo los corazones de mis amigos que se me presentan, y hago en ellos mi voluntad; y puesto que uno tiene más entendimiento y otro menos, me valgo de la conciencia de cada cual, según conviene a mi honra, porque el corazón del justo es moneda mía. Por tanto, permanece firme y pronta a mi voluntad.

Enseguida dijo la Virgen a la Santa: ¿Qué dicen las mujeres soberbias de tu reino? Y contestó la Santa: Yo soy una de ellas, y así me avergüenzo de hablar en vuestra presencia. Y dijo la Virgen: Aunque yo sé todo eso mejor que tú, sin embargo, quiero oírtelo decir. Respondió la Santa: Cuando se nos predicaba la verdadera humildad, decíamos que nuestros mayores nos dejaron vastas posesiones y grandiosas costumbres, ¿por qué, pues, no debemos imitarlos? También nuestra madre ocupaba su puesto entre las principales señoras, vestía magníficamente, tenía muchos criados y nos criaba con suntuosidad, ¿por qué no he de dejar a mis hijas lo que aprendí, que es a portarse con magnificencia, vivir con alegría corporal y morir también con gran pompa y fausto del mundo?

Dijo entonces la Madre de Dios: Toda mujer que pusiere en práctica esas ideas, va al infierno por el camino más derecho, y esta es la severa respuesta que debe dárseles. ¿De qué les servirán semejantes ideas, cuando el Creador de todas las cosas consintió que su cuerpo estuviese siempre en la tierra con la mayor humildad, desde que nació hasta su muerte, y jamás lo cubrió el vestido de la soberbia? No consideran estas mujeres el rostro de mi Hijo mientras vivía, ni cómo estuvo muerto en la cruz cubierto de sangre y pálido con los tormentos, ni se cuidan de las injurias y oprobios que El mismo oyó, ni de la afrentosa muerte que quiso escoger.

Tampoco recuerdan el lugar donde mi Hijo exhaló su postrer aliento, porque donde los ladrones y salteadores recibieron su pena, allí mismo fué castigado, y también me hallé presente yo, que soy su Madre, que entre todas las criaturas soy la que El más quiere y en mí reside toda humildad. Por consiguiente, los que se conducen con semejante pompa y soberbia, y dan ocasión a otros para que los imiten, son como el hisopo, que si se moja en un licor inflamado, los quema a todos y mancha a los que rocía. Del mismo modo los soberbios dan ejemplo de soberbia y orgullo, y con este mal ejemplo abrasan en gran manera las almas.

Quiero, pues, hacer como la buena madre, que para amedrantar a sus hijos les enseña la vara, que igualmente ven sus criados. Y al verla los hijos, temen ofender a la madre, y le dan gracias, porque los amenazaba sin castigarlos. Pero los criados temen ser azotados si delinquen; y así, por ese temor a la madre hacen los hijos muchas más cosas buenas que antes, y los criados menor número de cosas malas. Y puesto que soy la Madre de la misericordia, quiero manifestarte cuál es el pago del pecado, a fin de que los amigos de Dios se hagan más fervorosos en el amor del Señor, y conociendo los pecadores su peligro huyan del pecado a lo menos por temor, y de esta suerte me compadezco de buenos y malos: de los buenos para que alcancen mayor corona en el cielo; de los malos, para que incurran en menor pena; pues no hay pecador, por grande que sea, a quien no esté yo dispuesta a ayudar y mi Hijo a darle su gracia, si pidiere misericordia con amor de Dios.

Acto continuo aparecieron tres mujeres: madre, hija y nieta. La madre y la nieta aparecieron muertas, pero la hija apareció viva. La difunta madre salía como arrastrando del cieno de un tenebroso lago; tenía arrancado el corazón y cortados los labios, temblábale la barba, y los dientes muy blancos y largos, chocaban unos contra otros, las narices estaban corroídas y los ojos saltados, colgábanle dos nervios hasta las mejillas; la frente hundida y en lugar de ella un enorme y tenebroso abismo; faltábale en la cabeza el cráneo y bullíale el cerebro como plomo derretido y derramábase como pez hirviendo; al cuello, como al madero que se trabaja en el torno, rodeábale un agudísimo hierro que lo destrozaba sin consuelo; el pecho estaba abierto y lleno de gusanos de todos tamaños dando vueltas unos sobre otros; eran los brazos como mangos de piedra, y las manos como mazas nudosas y largas; las vértebras de la espalda estaban todas sueltas y subían y bajaban sin parar; una larga y gran serpiente venía arrastrando desde la parte baja a la alta del estómago, y uniendo como un arco su cabeza y cola, ceñía continuamente las vísceras como una rueda; eran las piernas como dos bastones cubiertos de agudísimas púas, y los pies como de sapo.

Entonces esta madre difunta le dijo a su hija que aún vivía: Oye tú, lagarta y venenosa hija. ¡Ay de mí, porque fuí tu madre! Yo fui la que te puse en el nido de la soberbia, donde bien abrigada crecías hasta que llegaste a la juventud, y te gustó tanto, que en él has invertido toda tu vida. Te digo, por tanto, que cuantas veces vuelves los ojos con las miradas de soberbia que te enseñé, otras tantas echas en mis ojos un veneno hirviendo con intolerable ardor; siempre que dices las palabras soberbias que de mí aprendiste, tomo una amarguísima bebida; todas las veces que se llenan tus oídos con el viento de la soberbia movido por las tempestades de la arrogancia, tal como oir elogiar tu cuerpo y desear las honras del mundo, todo lo cual lo aprendiste de mí, otras tantas veces viene a mis oídos un sonido terrible con viento impetuoso y abrasador.

¡Ay de mí, pobre y miserable! pobre, porque no tengo ni siento nada bueno; y miserable, porque abundo en todos los males. Pero tú, venenosa hija, eres como la cola de la vaca que anda por sitios fangosos, y siempre que mueve la cola, mancha y rocía a los circunstantes: así tú, eres como la vaca, porque no tienes sabiduría divina, y andas según las obras y movimientos de tu cuerpo. Por tanto, siempre que haces lo que yo acostumbraba, que son los pecados que te enseñé, se renueva al punto mi pena y se hace más cruel. ¿Y por qué te ensoberbeces con tu linaje, viperina hija? ¿Te sirve acaso de honra y esplendor el que la inmundicia de mis entrañas fué tu reclinatorio? Saliste de mi impuro vientre, y la inmundicia de mi sangre fué tu vestidura al nacer; y ahora mi vientre, en el cual estuviste, se halla todo corroido por gusanos.

Mas ¿por qué me quejo de ti, cuando con mayor motivo debería quejarme de mí misma? Tres son las cosas que más me afligen el corazón. Primera, que siendo creada por Dios para los goces del cielo, abusaba de mi conciencia y me abrí el camino para los tormentos del infierno. Segunda, que Dios me creo hermosa como un ángel, y me he afeado en términos, que me parezco más al demonio que al ángel; y tercera, que el tiempo que tuve de vida, lo empleé muy mal, porque me fuí en pos de lo transitorio, que es el deleite del pecado, por el cual siento ahora un mal infinito, cual es la pena del infierno.

Y volviéndose en seguida a la Santa, le dice: Tú que me estás mirando, no me ves sino por comparaciones corporales; pues si me vieras en la forma en que estoy, morirías de terror, porque todos mis miembros son demonios: y así, es cierto lo que dice la Escritura, que como los justos son miembros de Dios, así los pecadores son miembros del demonio. De esa manera estoy experimentando ahora que los demonios están fijos en mi alma, porque la voluntad de mi corazón me preparó para tamaña fealdad. Pero oye más todavía. Parécete que mis pies son de sapo, lo cual es porque estuve firme en el pecado, y por eso ahora están firmes en mí los demonios, y me muerden sin saciarse nunca.

Mis piernas son como bastones espinosos, porque tuve mi voluntad según mi placer y deleite carnal. Las vértebras de la espalda están sueltas y moviéndose unas contra otras, porque la alegría de mi espíritu unas veces subía por el consuelo del mundo, y otras bajaba con la excesiva tristeza e ira por las contradicciones del mundo. Y como la espalda se mueve según lo hace la cabeza, así debería yo haber sido estable y movediza según la voluntad de Dios; mas por no haberlo hecho, padezco justamente lo que ves.

Una serpiente viene arrastrándose desde la parte baja del estómago hasta la alta, y puesta en forma de arco, da vueltas como una rueda; lo cual es porque mi placer y deleite fue desordenado, y mi voluntad quería poseerlo todo, y gastar de muchas maneras y sin discreción, y por esto da ahora vueltas por mi interior la serpiente y me muerde de un modo inconsolable y sin misericordia. Tengo abierto mi pecho y roído por gusanos, lo cual manifiesta la verdadera justicia de Dios, porque amé las cosas pútridas más que a Dios, y el amor de mi corazón estaba en las cosas transitorias; y como de gusanos chicos se crían otros mayores, así mi alma está llena de los pútridos demonios.

Mis brazos parecen mangos, porque mi deseo tuvo como dos brazos; pues deseé larga vida y vivir mucho tiempo en el pecado. Deseé también y anhelaba, porque el juicio de Dios fuese más suave de lo que dice la Escritura, aunque bien me dijo mi conciencia que mi vida era breve y el juicio de Dios intolerable. Pero mi deseo de pecar me sugirió que mi vida era larga, y muy fácil el juicio de Dios, y con semejantes ideas trastornábase mi conciencia, y de esta suerte mi voluntad y mi razón seguían el placer y deleite; y por esto mismo el demonio se mueve ahora en mi alma contra mi voluntad, y mi conciencia entiende y conoce que es justo el juicio de Dios. Son mis manos como dos mazas largas, porque no me fueron agradables los preceptos de Dios; y así, mis manos me sirven de peso, sin serme de ningún uso.

Mi cuello está dando vueltas como un madero que se tornea con un hierro agudo, porque las palabras de Dios no fueron gratas para entrar en la caridad de mi corazón, sino muy amargas, porque se oponían al deleite y placer de mi corazón, y por eso está ahora puesto contra mi garganta un hierro agudo. Mis labios están cortados, porque era pronta para decir expresiones soberbias y chocarreras, pero indolente y perezosa para hablar palabras de Dios. La barba está trémula y los dientes chocando unos contra otros, porque tuve cumplida voluntad de dar sustento a mi cuerpo para parecer hermosa, incitante, sana y fuerte para todos los placeres del cuerpo, y por esto tiembla sin consuelo mi barba; y los dientes chocan unos con otros, porque fue inútil para el provecho del alma el uso y trabajo de los dientes.

Las narices están cortadas, porque como suele hacerse entre vosotros con los que en semejante caso delinquen para su mayor vergüenza, así a mí se me ha hecho para siempre el cauterio de mi pudor. Cuelgan los ojos de dos nervios que llegan hasta las mejillas; y esto es justo, porque como los ojos se alegraban de la hermosura de las mejillas para ostentar soberbia, así ahora, con el mucho llorar han saltado y con vergüenza cuelgan hasta las mejillas. Con justicia, también, está sumergida la frente y en su lugar hay excesivas tinieblas, porque rodeé mi frente con el velo de la soberbia, y quise gloriarme y parecer hermosa, y por esto se halla ahora mi frente tenebrosa y deforme.

Bulle, como es muy justo, el cerebro, y vierte fuera plomo y pez, porque como el plomo es movedizo y flexible a voluntad del que lo usa, así mi conciencia, que residió en mi cerebro, movíase según la voluntad de mi corazón, aunque entendía yo bien lo que debía hacer. Pero la Pasión del Hijo de Dios, nunca se fijó en mi corazón, sino vertíase, como lo que se aprende y se deja. Y en cuanto a la sangre que corrió del cuerpo del Hijo de Dios, no me cuidaba de ella más que si hubiera sido pez, y como se huye del pez, huía de las palabras de amor de Dios, para que no me molestasen ni me apartaran de los deleites del cuerpo. Por causa de los hombres, oí, sin embargo, algunas veces las palabras divinas, pero me entraban por un oído y me salían por otro; y por esto derrama mi cerebro pez ardiente con vehementísimo hervor.

Tapados con duras piedras están mis oídos, porque con gusto entraban en ellos las palabras soberbias, y bajaban suavemente hasta el corazón, porque de éste se hallaba excluido el amor de Dios; y porque por el mundo y por soberbia hice cuanto pude, por esto ahora están excluidas de mis oídos las palabras alegres.

Y si me preguntas si hice algunas obras meritorias, te diré que hice como el contraste que corta la moneda y la devuelve a su dueño. Si yo ayunaba y daba limosnas y hacía otras cosas, las hacía solamente por puro temor del infierno y por huir de las desgracias corporales; pero como en ninguna obra mía hubo nada de amor de Dios y las hacía en su desgracia, esas cosas no me valieron para alcanzar el cielo, aunque no quedaron sin recompensa. Si me preguntares, además, cual es mi voluntad interiormente, cuando tengo tanta fealdad por de fuera, te diré, que mi voluntad es como la del homicida y la del matricida, que de buena gana mataría a su progenitora; y así yo también deseo el peor mal a Dios mi Criador, el cual, fué conmigo excelente y piadosísimo.

Habla en seguida la difunta nieta de la abuela que estaba en el infierno, con su propia madre que aún vivía, y le dice: Oye, madre mía y mejor que madre escorpión. ¡Ay de mí, porque me engañaste! Me manifestaste semblante alegre y en cambio me heriste gravemente en el corazón. Con tus mismos labios me diste tres consejos, con tus obras aprendí, y con tus pasos me manifestaste tres caminos. El primer consejo fué amar carnalmente, para obtener la amistad carnal: el segundo fue gastar pródigamente por honra del mundo los bienes temporales, y el tercero, tener descanso por el placer del cuerpo. Pero semejantes consejos me han sido muy perjudiciales, pues porque amé carnalmente, obtuve la vergüenza y la envidia espiritual; porque gasté con prodigalidad los bienes temporales, fui privada de los dones de la gracia de Dios en la vida, y he conseguido la ignominia después de la muerte; y porque durante mi vida me deleitaba en el descanso de mi cuerpo, en la hora de la muerte comenzó para mi alma una inquietud sin consuelo.

Tres cosas aprendí también de ti, y fueron: hacer algunas buenas obras, sin dejar el pecado que me deleitaba; por lo cual experimento tanta angustia y tribulación, como quien mezclara miel con veneno y lo presentara a un juez, e irritado éste, lo derramase sobre quien se lo ofrecía. Me enseñaste además a cubrir los ojos con un lienzo, a llevar sandalias en los pies, sortijas preciosas en las manos y el cuello todo desnudo exteriormente. El lienzo que obscurecía mis ojos, significaba la hermosura de mi cuerpo, la cual obscurecía mis ojos espirituales de manera, que no atendía yo a la hermosura de mi alma.

Las sandalias que defendían los pies por debajo y no por encima, significan la fe santa de la Iglesia que guardé fielmente, aunque sin acompañarla con ninguna obra de provecho; y como las sandalias ayudan los pies, así mi conciencia, permaneciendo en la fe, ayudó a mi alma; pero como no acompañaban buenas obras, mi conciencia estaba como desnuda. Las sortijas preciosas en las manos significan la vana esperanza que tuve; porque las obras mías entendidas por las manos, las juzgué contando con una misericordia de Dios poderosa y amplia, la cual se significa en las sortijas; y porque cuando toqué con la mano la justicia de Dios, no la sentí ni atendí a ella, fuí por tanto muy atrevida para pecar.

Al acercarse la muerte cayó de mis ojos el lienzo sobre la tierra, esto es, sobre mi cuerpo, y entonces el alma se vio a sí misma y conoció que estaba desnuda, porque pocas obras mías fueron buenas y los pecados muchísimos, y de vergüenza no pude estar en el palacio del Rey eterno, porque fuí vestida ignominiosamente, y entonces me llevaron arrastrando los demonios a un castigo riguroso, donde era yo objeto de burla y afrenta.

Lo tercero que de ti aprendí, madre cruel, fué a vestir al siervo con las vestiduras del Señor, y colocado en la silla del Señor, honrarlo como si fuera éste, y darle al Señor los desechos del siervo y todo lo despreciable. Este Señor es el amor de Dios, y el siervo es la voluntad de pecar. Y así, pues, en mi corazón donde debió reinar el amor Divino, estaba siempre colocado el siervo, esto es, el deleite y el placer del pecado, al cual vestí cuando me valí para mi placer de todo lo criado y temporal, y solamente di a Dios los despojos, lo impuro y lo más despreciable, y no por amor sino por temor. De esta manera alegrábase mi corazón con el éxito del placer de mi liviandad, porque hallábase excluido de mí el amor de Dios y el Señor bueno, y tenía acogido al mal siervo. Estas son, madre, las tres cosas que con tus obras aprendí.

También con tus pasos me enseñaste tres caminos. El primero fué luminoso para el mal, y así que entré por él, me quedé ciega con tan maldita luz: el segundo era corto y resbaladizo como el hielo, y me caí, así que hube andado un paso: el tercero fué muy largo, y como eché a andar por él, vino por detrás de mí un torrente impetuoso y me trasladó a un profundo hoyo debajo de un monte. En el primer camino está significado el progreso de mi soberbia, la cual fue muy luminosa, porque la ostentación que nace de la soberbia, resplandeció tanto en mis ojos, que no pensé su fin, y por consiguiente, quedé ciega. En el segundo camino está significada la desobediencia; pero el tiempo de la inobediencia en esta vida no es largo, porque después de la muerte se ve el hombre obligado a obedecer.

No obstante, fué largo para mí, porque cuando daba un paso, esto es, una confianza humilde, me resbalaba al punto, porque quería que se me perdonara el pecado confesado; pero después de la confesión no quería dejar de pecar, y por consiguiente, no fuí constante en la obediencia, sino que recaía en los pecados, como quien se resbala en la nieve; porque mi voluntad fué fría, y no quería apartarme de lo que me deleitaba. De esta suerte, así que daba un paso y confesaba los pecados, volvía a recaer al punto, porque quería reiterar los pecados confesados y que me agradaban.

El tercer camino fue que esperaba yo lo imposible, esto es, poder pecar y no tener larga pena; poder también vivir mucho tiempo y no acelerar la hora de la muerte; y así que eché a andar por este camino, vino detrás de mí un torrente impetuoso, esto es, la muerte, que cogiéndome de uno a otro año, derribó mis pies con la pena de la flaqueza. ¿Qué eran mis pies, sino que al acercarse la enfermedad, muy poco pude atender al provecho del cuerpo, y menos a la salud del alma? Caí, pues, en un hoyo profundo, cuando reventó mi corazón, que estaba engreído con la soberbia y endurecido en pecar, y el alma cayó a la honda caverna donde se castigan los pecados. Este camino fué muy largo, porque después de concluir la vida carnal, empezó al punto un largo castigo. ¡Ay de mí, madre, y no buena, porque todo cuanto de ti aprendí alegremente, ahora lo estoy pagando con llanto.

La misma hija difunta dijo después a santa Brígida, que veía todo esto: Oye tú, que me estás mirando: mi cabeza y rostro están interior y exteriormente como el trueno y el rayo abrasador; mi cuello y pecho se hallan en una dura prensa sujetos con largas puntas de hierro; mis pies son como largas serpientes; mi vientre está golpeado con fuertes martillos, y mis piernas como el agua que de los canales cae congelada. Pero todavía tengo una pena interior más amarga que todas éstas. Porque al modo que estaría una persona que tuviese obstruidos todos los respiraderos de la vida, y llenas de viento todas las venas, se comprimiesen hacia el corazón, el que a causa de la violencia y poder del viento estuviera para reventar; tan miserablemente estoy yo por el viento de la soberbia que tanto quise.

Me hallo, no obstante, en el camino de la misericordia, porque en mi gravísima enfermedad me confesé lo mejor que supe, aunque por temor; pero al acercarse la muerte, me puse a considerar la Pasión de mi Dios, esto es, que aquella era mucho más dura y más amarga que la mía, la que por mis culpas merecía yo padecer. Con esta consideración alcancé lágrimas y deploré que siendo tan grande el amor de Dios hacia mí, fuese tan escaso el mío para el Señor.

Miré entonces a Dios con los ojos de mi conciencia, y dije: Señor, creo que sois mi Dios, tened misericordia de mí, Hijo de la Virgen, por vuestra amarguísima Pasión, que de buena gana enmendaría yo ahora mi vida si tuviese tiempo. Y en aquel instante encendióse en mi corazón una centellita de amor de Dios, por la cual parecíame la Pasión de Jesucristo más amarga que mi muerte, y estaba yo de esta suerte, cuando reventó mi corazón, y mi alma vino a parar a manos de los demonios para ser presentada en el tribunal de Dios. Y vine a parar a manos de los demonios, porque fué indigno que los hermosísimos ángeles se acercaran a un alma de tanta fealdad. En el tribunal de Dios clamaban contra mí los demonios, porque mi alma fuese condenada al infierno, pero respondió el Juez: Veo en su corazón una centellita de amor divino, la cual no debe apagarse, sino venir a mi presencia, y así, condeno a esta alma al purgatorio, hasta que purificada, merezca alcanzar el perdón.

Y si me preguntares si soy participante de todas las buenas obras que por mí se hacen, te contestaré con una comparación. A la manera que si vieses los dos platillos de una balanza colgando, y en una hubiese plomo que naturalmente tirase hacia abajo, y en otra algo ligero que propendiera hacia arriba, y cuanto más se fuera echando en este último platillo, más pronto subiría el otro que está muy cargado, igualmente acontece conmigo; porque cuanto más alta estuve en pecar, más baja estoy en el castigo; y por consecuencia, me levanta de la pena todo lo que se hace por mí en honra de Dios, especialmente la oración y buenas obras hechas por varones justos y amigos de Dios, y los socorros que se dan con bienes legítimamente adquiridos y las obras de amor de Dios. Todo esto es lo que cada día me hace ir acercándome al Señor.

Después dijo la Virgen a la Santa: Te admiras, hija mía, de que hablemos reunidos, yo, que soy la Reina del cielo, tú que vives en el mundo, esa alma que está en el purgatorio y la otra del infierno; pues voy a explicártelo. Yo no me aparto jamás del cielo, porque nunca me separo de la presencia de Dios, ni el alma que está en el infierno se aparta de sus penas, ni tampoco la otra del purgatorio antes de ser purificada, ni tú vienes a nosotros antes de la separación de la vida corporal. Mas por virtud del espíritu de Dios, elévase tu alma con tu inteligencia para oir las palabras de Dios en los cielos, y se te permite saber varias penas del infierno y del purgatorio, para que les sirvan de aviso a los malos, y de consuelo y provecho a los buenos. Ten, no obstante, entendido, que tu cuerpo y tu alma permanecen unidos en la tierra, pero el Espíritu Santo que está en los cielos, te dará inteligencia para comprender su voluntad.
 
Háblase aquí de tres mujeres, de las cuales la tercera, que aún vivía, entró en un monasterio, donde pasó el resto de su vida en ejercicios de gran perfección. 

 
Libro 6, Capitulo 50. Dice Jesucristo que el alma es su esposa, y añade quiénes sean espiritualmente los criados y las esclavas del alma Revela también a santa Brígida las terribles penas que padecía un alma en el purgatorio, y cómo podía ser aliviada en ellas. 

Cierto señor, dice Jesucristo, tenía una mujer, para la cual edificó una casa, le proporcionó criado, criadas y víveres, y se marchó a un largo viaje. A su vuelta encontró el señor difamada a su mujer, inobedientes a sus criados, y deshonradas las criadas, e irritado con esto, entregó la mujer a los tribunales, los criados a los verdugos, y mandó azotar a las criadas. Yo, Dios, soy este Señor, que tomé por esposa el alma del hombre, criada por el poder de mi divinidad, deseando tener con ella la indecible dulzura de mi misma divinidad. Me desposé con ella mediante la fe, el amor y la perseverancia de las virtudes. Edifíquele a esta alma una casa cuando le di el cuerpo mortal para que en él se probase y se ejercitara en las virtudes.

Esta casa, que es el cuerpo, tiene cuatro propiedades, es noble, mortal, mudable y corruptible. El cuerpo es noble, porque fue criado por Dios, participa de todos los elementos, y resucitará para la eternidad en el último día; pero es innoble comparado con el alma, porque es de tierra, y el alma es espiritual. Por tanto, por tener el cuerpo cierta nobleza, debe estar engalanado con virtudes, para que pueda ser glorificado en el día del juicio. Es también el cuerpo mortal por ser de tierra, por lo que debe resistir las seducciones de los deleites, porque si sucumbiere a ellas, pierde a Dios. Es igualmente mudable, por lo que ha de hacerse estable por medio del alma, pues si sigue sus impulsos, es semejante a los jumentos. Es, por último, corruptible, y por esto debe siempre estar limpio, pues el demonio busca la impureza, la cual huye de la compañía de los ángeles.

Habitadora de esta casa, es decir, del cuerpo, es el alma, y en él mora como en una casa, y vivifica al mismo cuerpo; pues sin la presencia del alma es el cuerpo horroroso, fétido y abominable a la vista. Tiene también el alma cinco criados, que sirven de consuelo al cuerpo. El primero es la vista, que debe ser como el buen vigía, para distinguir entre los enemigos y los amigos que llegan. Vienen los enemigos, cuando los ojos desean ver rostros hermosos, y todo lo deleitable a la carne y lo que es perjudical y deshonesto: y vienen los amigos, cuando se deleita en ver mi Pasión, las obras de mis amigos y todo lo que es en honra de Dios.

El segundo criado es el oído, el cual es como el buen portero, que abre la puerta a los amigos y la cierra a los enemigos. La abre a los amigos, cuando se deleita en oír las palabras de Dios, las pláticas y obras de los amigos del Señor; y la cierra a los enemigos, cuando se abstiene de oír murmuraciones, chocarrerías y necedades.

El tercer siervo es el gusto de comer y beber, el cual es como el buen médico, que ordena la comida para la necesidad, no para lo superfluo y deleitable; porque los alimentos han de tomarse como si fueran medicinas, y así deben observarse dos reglas: no comer mucho, ni demasiado poco; porque la mucha comida es causa de enfermedades, y si, por otra parte, se come menos de lo debido, se adquiere un hastío en el servicio de Dios.

El cuatro criado es el tacto, el cual es como el hombre laborioso, que trabaja para sustentar su cuerpo, y al mismo tiempo doma con prudencia los apetitos de la carne y desea ardientemente conseguir la salvación eterna.

El quinto siervo es el olor de las cosas deleitables, el cual puede no existir en muchos a fin de obtener mayor recompensa eterna; y por tanto, debe ser este siervo como el buen mayordomo, y pensar si ese deleite le conviene al alma, si adquiere merecimiento, y si puede subsistir el cuerpo sin él. Pues si considera que el cuerpo puede de todos modos estar y vivir sin ese olor deleitable, y por amor de Dios se abstiene de él, merece que el Señor le dé gran recompensa, porque es virtud muy grata a Dios, cuando el hombre se priva aun de las cosas lícitas.

A más de tener el alma estos criados, debe también tener cinco criadas muy aptas, para custodiar a la señora y guardarla de sus peligros. La primera ha de ser timorata y cuidadosa de que el esposo no se ofenda con la inobservancia de sus mandamientos, o de que la señora se haga negligente. La segunda ha de ser fervorosa en no buscar nada sino la honra del esposo y el provecho de su señora. La tercera debe ser modesta y estable, para que su señora no se engría con la prosperidad, ni se abata con la desgracia. La cuarta debe ser sufrida y prudente, para poder consolar a la señora en los males que le sobrevengan. La quinta ha de ser tan púdica y casta, que en sus pensamientos, palabras y obras no haya nada indecoroso o libertino.

Si, pues, el alma tiene la casa que hemos dicho, unos criados tan dispuestos y las criadas honradas, sienta muy mal que la misma alma, que es la señora, no sea hermosa y esté llena de abnegación. Quiero, por consiguiente, manifestarte el ornato y atavío del alma.

Ha de ser esta equitativa en discernir lo que debe a Dios y lo que debe al cuerpo, porque juntamente con los ángeles participa de la razón y del amor de Dios. Por tanto, debe el alma mirar la carne como si fuera un jumento, darle moderadamente lo necesario para la vida, estimularla al trabajo, corregirla con temor y abstinencia, y observar sus impulsos, no sea que por condescender con la flaqueza de la carne, peque el alma contra Dios. Lo segundo, el alma debe ser celestial, porque tiene la imagen del Señor de los cielos, y por tanto, nunca ha de entretenerse ni deleitarse en cosas carnales, a fin de no hacerse imagen del mismo demonio. Lo tercero, ha de ser fervorosa en amar a Dios, porque es hermana de los ángeles, inmortal y eterna. Debe, por último, ser hermosa en todo linaje de virtudes, porque eternamente ha de ver la hermosura del mismo Dios: mas si consiente con los deseos de la carne, será horrorosa por toda la eternidad.

Conviene también, que la señora, que es el alma, tenga su comida, la cual es la memoria de los beneficios de Dios, la consideración de sus terribles juicios y la complacencia en su amor y en guardar sus mandamientos. Debe, pues, el alma evitar con empeño el no ser jamás gobernada por la carne, porque entonces todo se desordena, y sucede que los ojos quieren ver cosas deleitables y peligrosas, los oídos quieren oir vaciedades; agrada también gustar cosas suaves y trabajar inútilmente por causa del mundo; entonces es seducida la razón, domina la impaciencia, disminúyese la devoción, auméntase la tibieza, palíase la culpa, y no son consideradas las cosas futuras; entonces mira el alma con desprecio el manjar espiritual, y le parece penoso todo lo que es del servicio de Dios.

¿Cómo puede agradar la continua memoria de Dios, donde reina el placer de la carne? ¿Ni cómo puede el alma conformarse con la voluntad de Dios, cuando solamente le agradan las cosas carnales? ¿Ni cómo puede distinguir lo verdadero de lo falso, cuando le es molesto todo lo que pertenece a Dios? De semejante alma, afeada de este modo, puede decirse, que la casa de Dios se ha hecho tributaria del demonio amoldándose a él.

De tal suerte es el alma de este difunto que estás viendo, pues el demonio la posee por nueve títulos. Primero, porque voluntariamente consintió en el pecado; segundo, porque despreció su dignidad y lo prometido en el santo bautismo; tercero, porque no cuidó de la gracia de su confirmación dada por el obispo; cuarto, porque no hizo caso del tiempo que se le hubo concedido para penitencia; quinto, porque en sus obras no me temió a mí, su Dios, ni tampoco mis juicios, sino que de intento se apartó de mí; sexto, porque menospreció mi paciencia como si yo no existiese, o como si yo no pudiera condenarlo; séptimo, porque se cuidó menos de mis consejos y preceptos que de los de los hombres; octavo, porque no daba gracias a Dios por sus beneficios, porque tenía su corazón fijo en el mundo; y noveno, porque toda mi Pasión estaba como muerta en su corazón, y por consiguiente, padece ahora nueve penas.

La primera, es porque todo lo que padece, lo sufre por justo juicio de Dios, por precisión y a la fuerza; la segunda, porque dejó al Criador y amó la criatura, y por tanto, lo detestan todas las criaturas; la tercera, es el dolor, porque dejó y perdió todo cuanto amó y todo esto está contra él; la cuarta, es el ardor y sed porque deseaba más las cosas perecederas que las eternas; la quinta, es el terror y poderío de los demonios, porque mientras pudo no quiso temer al benignísimo Dios; la sexta, es carecer de la vista de Dios, porque en su tiempo no vió la paciencia del Señor; la séptima, es una horrorosa ansiedad, porque ignora cuándo han de acabar sus tormentos; la octava, es el remordimiento de su conciencia, porque omitió lo bueno e hizo lo malo; la novena, es el frío y el llanto porque no deseaba el amor de Dios.

Sin embargo, porque tuvo dos cosas buenas: primera, creer en mi Pasión y oponerse en cuanto pudo a los que hablaban mal de mí; y segunda, amar a mi Madre y a mis santos, y guardar sus vigilias, te diré ahora cómo por las súplicas de mis amigos que por él ruegan, podrá salvarse.

Se salvará lo primero, por mi Pasión, porque guardó la fe de mi Iglesia; segundo, por el sacrificio de mi Cuerpo, porque este es el antídoto de las almas; tercero, por los ruegos de mis escogidos que en el cielo están; cuarto, por las buenas obras que se hacen en la santa Iglesia; quinto, por los ruegos de los buenos que viven en el mundo; sexto, por las limosnas hechas de los bienes justamente adquiridos, y si se restituyen los que se sabe están mal adquiridos; séptimo, por las penalidades de los justos que trabajan por la salvación de las almas; ; octavo, por las indulgencias concedidas por los Pontífices; noveno por varias penitencias hechas en beneficio de las almas, que los vivos no acabaron cumplidamente.

Esta revelación, hija mía, te la ha merecido el patrono san Erico, a quien sirvió esta alma, porque llegará tiempo en que decaerá la maldad de esta tierra, y en los corazones de muchos resucitará el celo de las almas.
 
 

Ella me ha arrebatado injustamente el alma que comparece ante Vos

Después de la muerte de su hijo, Santa Brígida fue llevada a un palacio magnífico. Ahí vio a Jesús sentado en su tribunal y rodeado de una corte innumerable de ángeles y santos, a su lado estaba la Santísima Virgen, que seguía con atención el juicio.

A los pies del Juez, vio bajo la forma de un recién nacido, el alma del difunto, que  temblaba y no lograba ver ni oír lo que ocurría. A la derecha del Juez, cerca del alma, estaba un ángel, el demonio estaba a su izquierda, pero ninguno de los dos tocaba al alma.

El demonio, entonces, se puso a gritar:«Escucha, Juez todopoderoso, yo debo quejarme de una mujer que es a la vez mi Soberana y Vuestra Madre, a quien vuestro amor le ha dado todo poder sobre el cielo y sobre la tierra, y sobre nosotros, los demonios del infierno. Ella me ha arrebatado injustamente el alma que comparece ante Vos, pues en verdad, a mí me correspondía apoderarme de ella en el momento de separarse del cuerpo y llevarla con mis compañeros ante Vuestro tribunal. Ahora bien, Juez Justo, el alma no había terminado de salir del cuerpo, cuando Vuestra Madre, la tomó consigo y la cubrió con su poderosa protección hasta presentarla ante Vos.»

La bienaventurada Virgen María, le respondió así: «Escucha, Satanás, cuando saliste de las manos del Creador, tenías la inteligencia de la justicia que vive en Dios por la eternidad. Tuviste la libertad de actuar a tu voluntad y aunque hayas preferido odiar a Dios antes que entregarle tu corazón, sabes bien lo que la justicia exige. Yo te digo que a mí me corresponde más que a ti presentar esta alma ante Dios, su Juez; ya que durante su estancia en la tierra, ella me demostró un gran afecto, ella se complacía en recordarse que Dios se dignó escogerme como su Madre y que quiso exaltarme por encima de todas las criaturas.»

« Tú has visto, Satanás, en qué condiciones ha muerto este hombre. ¿Qué te parece, entonces? ¿No era justo que yo tomara su alma bajo mi protección para presentarla ante el tribunal de Dios, antes que dejarla entre tus manos para compartir tus suplicios?»

Y Satanás preguntó de nuevo: «¿Por qué, Oh Reina, a la hora de la agonía de esta alma, nos has mandado huir de manera que ninguno de nosotros pudo ni asustarla ni perturbarla?

La Virgen replica: «Lo hice por el amor ardiente que en vida ella me había dedicado.»  

Fuente: http://www.tenesperanza.org

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Jesús baja a los Infiernos y al Purgatorio: visión de Ana Catalina Emmerich

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Cuando Jesús, dando un grito, expiró, yo vi su alma celestial como una forma luminosa penetrar en la tierra, al pie de la cruz; muchos ángeles, en los cuales estaba Gabriel, la acompañaban. Vi su divinidad unida con su alma pero también con su cuerpo suspendido en la cruz. No puedo expresar cómo era eso aunque lo vi claramente en mi espíritu. El sitio adonde el alma de Jesús se había dirigido, estaba dividido en tres partes. Eran como tres mundos y sentí que tenían forma redonda, cada uno de ellos separado del otro por un hemisferio.

Delante del limbo había un lugar más claro y hermoso; en él vi entrar las almas libres del purgatorio antes de ser conducidas al cielo. La parte del limbo donde estaban los que esperaban la redención, estaba rodeado de una esfera parda y nebulosa, y dividido en muchos círculos. Nuestro Señor, rodeado por un resplandeciente halo de luz, era llevado por los ángeles por en medio de dos círculos: en el de la izquierda estaban los patriarcas anteriores a Abraham; en el de la derecha, las almas de los que habían vivido desde Abraham hasta san Juan Bautista. Al pasar Jesús entre ellos no lo reconocieron, pero todo se llenó de gozo y esperanzas y fue como si aquellos lugares estrechos se expandieron con sentimientos de dicha. Jesús pasó entre ellos como un soplo de aire, como una brillante luz, como el refrescante rocío. Con la rapidez de un viento impetuoso llegó hasta el lugar cubierto de niebla, donde estaban Adán y Eva; les habló y ellos lo adoraron con un gozo indecible y acompañaron a Nuestro Señor al círculo de la izquierda, el de los patriarcas anteriores a Abraham. Este lugar era una especie de purgatorio. Entre ellos había malos espíritus que atormentaban e inquietaban el alma de algunos. El lugar estaba cerrado pero los ángeles dijeron: «Abrid estas puertas.» Cuando Jesús triunfante entró, los espíritus diabólicos se fueron de entre las almas llenas de sobresalto y temor. Jesús, acompañado de los ángeles y de las almas libertadas, entró en el seno de Abraham.

Este lugar me pareció más elevado que las partes anteriores, y sólo puedo comparar lo que sentí con el paso de una iglesia subterránea a una iglesia superior. Allí se hallaban todos los santos israelitas; en aquel lugar no había malos espíritus. Una alegría y una felicidad indecibles entraron entonces en estas almas, que alabaron y adoraron al Redentor. Algunos de éstos fueron a quienes Jesús mandó volver sobre la tierra y retomar sus cuerpos mortales para dar testimonio de Él. Este momento coincidió con aquel en que tantos muertos se aparecieron en Jerusalén. Después vi a Jesús con su séquito entrar en una esfera más profunda, una especie de Purgatorio también, donde se hallaban paganos piadosos que habían tenido un presentimiento de la verdad y la habían deseado. Vi también a Jesús atravesar como libertador, muchos lugares donde había almas encerradas, hasta que, finalmente, lo vi acercarse con expresión grave al centro del abismo.

El infierno se me apareció bajo la forma de un edificio inmenso, tenebroso, cerrado con enormes puertas negras con muchas cerraduras; un aullido de horror se elevaba sin cesar desde detrás de ellas. ¿Quién podría describir el tremendo estallido con que esas puertas se abrieron ante Jesús? ¿Quién podría transmitir la infinita tristeza de los rostros de los espíritus de aquel lugar?

La Jerusalén celestial se me aparece siempre como una ciudad donde las moradas de los bienaventurados tienen forma de palacios y de jardines llenos de flores y de frutos maravillosos. El infierno lo veo en cambio como un lugar donde todo tiene por principio la ira eterna, la discordia y la desesperación, prisiones y cavernas, desiertos y lagos llenos de todo lo que puede provocar en las almas el extremo horror, la eterna e ilimitada desolación de los condenados. Todas las raíces de la corrupción y del terror producen en el infierno el dolor y el suplicio que les corresponde en las más horribles formas imaginables; cada condenado tiene siempre presente este pensamiento, que los tormentos a que está entregado son consecuencia de su crimen, pues todo lo que se ve y se siente en este lugar no es más que la esencia, la pavorosa forma interior del pecado descubierto por Dios Todopoderoso.

Cuando los ángeles, con una tremenda explosión, echaron las puertas abajo, se elevó del infierno un mar de imprecaciones, de injurias, de aullidos y de lamentos. Todos los allí condenados tuvieron que reconocer y adorar a Jesús, y éste fue el mayor de sus suplicios. En el medio del infierno había un abismo de tinieblas al que Lucifer, encadenado, fue arrojado, y negros vapores se extendieron sobre él. Es de todos sabido que será liberado durante algún tiempo, cincuenta o sesenta años antes del año 2000 de Cristo. Las fechas de otros acontecimientos fueron fijadas, pero no las recuerdo, pero sí que algunos demonios serán liberados antes que Lucifer, para tentar a los hombres y servir de instrumento de la divina venganza.

Vi multitudes innumerables de almas de redimidos elevarse desde el purgatorio y el limbo detrás del alma de Jesús, hasta un lugar de delicias debajo de la Jerusalén celestial. Vi a Nuestro Señor en varios sitios a la vez; santificando y liberando toda la creación; en todas partes los malos espíritus huían delante de Él y se precipitaban en el abismo. Vi también su alma en diferentes sitios de la tierra, la vi aparecer en el interior del sepulcro de Adán debajo del Gólgota, en las tumbas de los profetas y con David, a todos ellos revelaba los más profundos misterios y les mostraba cómo en Él se habían cumplido todas las profecías.

Esto es lo poco de que puedo acordarme sobre el descendimiento de Jesús al limbo y a los infiernos y la libertad de las almas de los justos. Pero además de este acontecimiento, Nuestro Señor desplegó ante mí su eterna misericordia y los inmensos dones que derrama sobre aquellos que creen en Él. El descendimiento de Jesús a los infiernos es la plantación de un árbol de gracia destinado a las almas que padecen. La redención continua de estas almas, es el fruto producido por este árbol en el jardín espiritual de la Iglesia en todo tiempo. La Iglesia debe cuidar este árbol y recoger los frutos para entregárselo a la Iglesia que no puede recogerlos por sí misma. Cuando el día del Juicio Final llegue el dueño del árbol nos pedirá cuentas, y no sólo de ese árbol, sino de todos los frutos producidos en todo el jardín.

Fuente: La amarga Pasión de Cristo, por Ana Catalina Emmerich

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Visiones que tuvieron los Santos sobre el Purgatorio

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La experiencia de los Santos reafirma nuestra fe en el purgatorio, sobre su existencia y sobre cómo podemos hacer los vivientes para ayudar a las almas que están atrapadas allí.

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TERTULIANO

En las “Actas del martirio de Santa Felicidad y Perpetua” cuenta lo que le sucedió a Santa Perpetua hacia el año 202. Una noche, mientras estaba en la cárcel, vio a su hermano Dinocrates, que había muerto a los siete años de un tumor en el rostro. Ella dice así: “Vi salir a Dinocrates de un lugar tenebroso, donde estaban encerrados muchos otros que eran atormentados por el calor y la sed. Estaba muy pálido. En el lugar donde estaba mi hermano había una piscina llena de agua, pero tenía una altura superior a un niño y mi hermano no podía beber Comprendí que mi hermano sufría. Por eso, orando con fervor día y noche, pedía que friera aliviado… Una tarde vi de nuevo a Dinocrates, muy limpio, bien vestido y totalmente restablecido. Su herida del rostro estaba cicatrizada. Ahora sí podía beber del agua de la piscina y bebía con alegría. Cuando se sació, comenzó a jugar con el agua. Me desperté y comprendí que había sido sacado de aquel lugar de sufrimientos” (VII,3-VIII,4)

SAN AGUSTÍN

En el siglo V, afirma: “La Iglesia universal mantiene la tradición de los Padres de que se ore por aquellos que murieron en la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo” (Sermo 172,1). “Opongan los herejes lo que quieran, es un uso antiguo de la Iglesia orar y ofrecer sacrificios por los difuntos” (libro de herejías, cap 53). Su madre Santa Mónica antes de morir dice: “Sepulten mi cuerpo donde quieran, pero les pido que, dondequiera que estén, se acuerden de mí ante el altar del Señor” (Confesiones IX,11). Y él dice: “Señor, te pido por los pecados de mi madre” (Conf IX,13). “Señor, que todos cuantos lean estas palabras se acuerden ante tu altar de Mónica tu sierva y de Patricio, en otro tiempo su marido, por los cuales no sé cómo me trajiste a este mundo. Que se acuerden con piadoso afecto de quienes fueron mis padres en la tierra… para que lo que mi madre me pidió en el último instante, le sea concedido más abundantemente por las oraciones de muchos, provocadas por estas Confesiones y no por mis solas oraciones” (Conf IX,13). Y afirmaba que “el sufrimiento del purgatorio es mucho más penoso que todo lo que se puede sufrir en este mundo” (In Ps. 37, 3 PL 36).

Algo parecido decía Santa Magdalena de Pazzi, quien pudo una vez contemplar a su hermano difunto y dijo: “Todos los tormentos de los mártires son como un jardín de delicias en comparación de lo que se sufre en el purgatorio”.

SANTA CATALINA DE GÉNOVA

Llamada la doctora del purgatorio, escribió un tratado sobre el purgatorio, que en 1666 recibió la aprobación de la Universidad de París, y dice que “en el purgatorio se sufre unos tormentos tan crueles que ni el lenguaje puede expresar ni se puede entender su dimensión.

SAN NICOLÁS DE TOLENTINO

Que vivió en el siglo XIII, tuvo una experiencia mística que lo hizo patrono de las almas del purgatorio. Un sábado en la noche, después de prolongada oración, estaba en su lecho, queriendo dormirse, cuando escuchó una voz lastimera que le decía: “Nicolás, Nicolás, mírame si todavía me reconoces. Yo soy tu hermano y compañero Fray Peregrino. Hace largo tiempo que sufro grandes penas en el purgatorio. Por eso, te pido que ofrezcas mañana por mí la santa misa para yerme por fin libre y volar a los cielos… Ven conmigo y mira”. El santo lo siguió y vio una llanura inmensa cubierta de innumerables almas, entre los torbellinos de purificadoras llamas, que le tendían sus manos, llamándolo por su nombre y le pedían ayuda.

Conmocionado por esta visión, Nicolás la refirió al Superior que le dio permiso para aplicar la misa durante varios días por las almas del purgatorio. A los siete días, se le apareció de nuevo Fray Peregrino, ahora resplandeciente y glorioso, con otras almas para agradecerle y demostrarle la eficacia de sus súplicas. De aquí tiene su origen la devoción del septenario de San Nicolás en favor de las almas del purgatorio, es decir, mandar celebrar siete días seguidos la misa por las almas del purgatorio.

SAN GREGORIO MAGNO

Algo parecido podemos decir de las 30 misas gregorianas. Cuenta el gran Papa y Doctor de la Iglesia San Gregorio Magno (+604) que, siendo todavía abad de un monasterio, antes de ser Papa, había un monje llamado Justo, que ejercía con su permiso la medicina. Una vez, había aceptado sin su permiso una moneda de tres escudos de oro, faltando gravemente así al voto de pobreza. Después se arrepintió y tanto le dolió este pecado que se enfermó y murió al poco tiempo, pero eh paz con Dios. Sin embargo, San Gregorio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado, lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los religiosos las palabras de San Pedro a Simón mago: “Que tu dinero perezca contigo “. A los pocos días, pensó que quizás había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó al ecónomo mandar celebrar treinta misas seguidas, sin dejar ningún día, por el alma del difunto.

El ecónomo obedeció y el mismo día que terminaron de celebrar las treinta misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al cielo, libre de las penas del purgatorio, por las treinta misas celebradas por él. Estas misas, se llaman ahora, en honor de San Gregorio Magno, misas gregorianas. Estas treinta misas seguidas, celebradas por los difuntos, todavía se acostumbra celebrarlas y, según revelaciones privadas, son muy agradables a Dios.

SAN ESTANISLAO

El año 1070 sucedió un suceso extraordinario en la vida de San Estanislao, obispo de Cracovia, en Polonia. Un cierto Pedro Miles le había regalado antes de morir algunas tierras de su propiedad para la Iglesia. Sus herederos, conscientes del apoyo del rey a su favor, sobornaron a algunos testigos y consiguieron que el santo fuese condenado a devolver esos terrenos.

Entonces, San Estanislao les dijo que acudiría al difunto, muerto tres años antes, para que diera testimonio de la autenticidad de su donación. Después de tres días de ayuno y oración, se dirigió con el clero y gran cantidad de fieles hacia la tumba de Pedro Miles y ordenó que fuera abierta. Sólo encontraron los huesos y poco más.

Entonces, el santo le pidió al difunto en nombre de Dios que diera testimonio y éste, por milagro de Dios, se levantó de la tumba y dio testimonio ante el príncipe Boleslao, que estaba presente, de la veracidad de su donación. Solamente el difunto le pidió al santo obispo y a todos los presentes que hicieran muchas oraciones por él para estar libre de los sufrimientos que padecía en el purgatorio. Este hecho, absolutamente histórico, fue atestiguado por muchas personas que lo vieron.

SAN PEDRO DAMIANO

(1007-1072), cardenal y doctor de la Iglesia, cuenta que, en su tiempo, era costumbre que los habitantes de Roma visitaran las iglesias con velas encendidas la noche de la Vigilia de la Asunción. Un año sucedió que una noble señora estaba rezando en la basílica “María in Aracoeli”, cuando vio delante de sí a una dama que ella conocía bien y que se había muerto hacía un año, se llamaba Marozia y era su madrina de bautismo. Ella le dijo que estaba todavía sumergida en el purgatorio por los pecados de vanidad de su juventud y que, al día siguiente, iba a ser liberada con muchos miles de almas en la fiesta de la Asunción. Dijo: “Cada año la Virgen María renueva este milagro de misericordia y libera a un número tan grande como la población de Roma (en aquel tiempo de 200.000 habitantes). Nosotras, las almas purgantes, nos acercamos en esta noche a estos santuarios consagrados a Ella. Si pudieras vei verías a una gran multitud que están conmigo. En prueba de la verdad de cuanto te digo, te anuncio que tú morirás de aquí a un año en esta fiesta”. San Pedro Damiano refiere que, ciertamente, esta piadosa mujer murió al año siguiente y que se había preparado bien para ir al cielo el día de la fiesta de María.

Entre los santos que han tenido mucha devoción a las almas benditas está la Beata Sor Ana de los Ángeles y Monteagudo, religiosa dominica peruana del siglo XVI. Cuenta Sor Juana de Santo Domingo que un día tenía hambre y no había nada que comer en el convento. La santa le dijo que le trajera el breviario para rezar juntas a las almas del purgatorio para que les enviaran alimentos. Pues bien, antes de terminar de rezar el Oficio de difuntos, mandaron llamar a la portería a Sor Ana y ésta le dijo a Sor Juana: “No te he dicho que las almas mandarían de comer? Vete tú misma a la portería y recibe lo que traen “. Allí se presentó un joven de buen aspecto que les traía panes, quesos, harina y mantequilla.

SANTA TERESA DE JESÚS

(1515-1582), hablando de la fundación del convento de Valladolid dice así: “Tratando conmigo un caballero principal, me dijo que si quería hacer un monasterio en Valladolid, que él daría una casa que tenía con una huerta muy buena. A los dos meses, poco más o menos, le dio un mal tan acelerado que le quitó el habla y no se pudo bien confesar aunque tuvo muchas señales de pedir perdón al Señor Muy en breve murió y díjome el Señor que había estado su salvación en harta aventura y que había tenido misericordia de él por aquel servicio que había hecho a su Madre en aquella casa que había dado para hacer un monasterio de su Orden y que no saldría del purgatorio hasta la primera misa que allí se dijese, que entonces saldría… Estando un día en oración (en Medina del Campo), me dijo el Señor que me diese prisa, que padecía mucho aquella alma… No se pudo hacer tan presto, pero nos dieron la licencia para decir la misa, adonde teníamos para Iglesia y así nos la dijeron… Viniendo el sacerdote adonde habíamos de comulgar, llegando a recibirle, junto al sacerdote se me presentó el caballero que he dicho, con el rostro resplandeciente y alegre. Me agradeció lo que había hecho por él para que saliese del purgatorio y fuese su alma al cielo… Gran cosa es lo que agrada a nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su Madre y grande es su misericordia” (Fundaciones 10).

Veamos otras de sus experiencias: “Había muerto un provincial… Estando pidiendo por él al Señor lo mejor que podía, me pareció salía del profundo de la tierra a mi lado derecho y vile subir al cielo con grandísima alegría. Él era ya bien viejo, mas vile de edad de treinta años y aún menos me pareció, y con resplandor en el rostro” (Vida 38,26). Otra vez “habíase muerto una monja en casa, hacía poco más de día y medio. Estando diciendo una lección de difuntos, la vi que se iba al cielo. Otra monja también se murió en mi misma casa. Ella, de hasta dieciocho o veinte años siempre había sido enferma y muy sierva de Dios. Estando en las Horas, antes que la enterrasen, harían cuatro horas que era muerta, entendí salir del mismo lugar e irse al cielo” (Vida 38,29). En otra ocasión, “habíase muerto un hermano de la Compañía de Jesús y estando encomendándole a Dios y oyendo misa de otro Padre de la Compañía por él, dióme un gran recogimiento y vile subir al cielo con mucha gloria y al Señor con él” (Vida 38,30).

“Un fraile de nuestra Orden (Fray Diego Matías), harto buen fraile, estaba muy mal y estando yo en misa me dio un recogimiento y vi cómo era muerto y subir al cielo sin entrar en el purgatorio. Yo me espanté de que no había entrado en el purgatorio… De todos los que he visto, ninguno ha dejado de entrar en el purgatorio, si no es este Padre, el santo Fray Pedro de Alcántara y otro Padre dominico que queda dicho. De algunos ha sido el Señor servido que vea los grados que tienen de gloria. Es grande la diferencia que hay de unos a otros” (Vida 38,3 1-32).

SANTA CATALINA DE RICCI

(1522-1590) se dice que el 19 de octubre de 1587, murió Francisco, gran duque de Toscana y gran bienhechor de la santa y de su monasterio. Ella le pidió a Dios tomar sobre sí todas las penas que él debería sufrir en el purgatorio. Durante cuarenta días ocurrió un fenómeno inexplicable para los médicos. Su cuerpo parecía como de fuego, no podían tocarla sin quemarse, hasta el punto que su celda parecía que estuviera en llamas. Era un sufrimiento verla sufrir sin poderla ayudar. Cuando pasaron los cuarenta días y todas las penas le fueron descontadas al duque, Catalina volvió a ser la persona normal de siempre. Y el duque se le apareció, glorioso y resplandeciente, porque ya iba al cielo. Este caso, al igual que el de otros santos, es un caso extraordinario de expiación vicaria a favor de las almas del purgatorio.

P. DOMINGO DE JESÚS Y MARÍA

En los documentos del proceso de beatificación del P. Domingo de Jesús y María, carmelita, muerto en 1630, se cuenta que, cuando lo mandaron sus superiores a Roma, en la habitación del convento encontró una calavera, que según la costumbre de entonces le ayudaría a pensar en la muerte. Una noche oyó una voz que salía de la calavera: “Nadie se acuerda de mí”. Se puso a orar, echó agua bendita y escuchó: “Agua, agua, misericordia, misericordia”.

Y de nuevo la voz del difunto le dijo que era un alemán, que había muerto al llegar a Roma a visitar los santos lugares, que estaba enterrado en el cementerio, pero estaba en el purgatorio y nadie se acordaba de él. El P. Domingo rezó mucho por él y a los pocos días se le apareció lleno de belleza esplendorosa para agradecerle por su liberación.

VBLE. MARÍA DE JESÚS AGREDA

(1602-1665) fue varias veces al purgatorio a visitar a las almas. En una ocasión oyó que le decían: “María de Jesús, acuérdate de mí” y conoció a una mujer de la villa de Agreda, que se llamaba María Lapiedra y que había muerto en Murcia.

Cuando murió la reina Isabel de Borbón, el 6 de octubre de 1644, se le apareció varias veces para pedirle oraciones. Dice en sus escritos: “El día de las ánimas, dos de noviembre de este año de mil seiscientos y cuarenta y cinco, estando en los maitines y oficio que hace la iglesia por los difuntos, se me manifestó el purgatorio con grande multitud de almas, que estaban padeciendo y me pedían las socorriese. Conocí muchas, incluida la de la reina y otra de una persona que yo había tratado y conocido antes. Yo me admiré de que el alma de la reina, después de tantos sufragios y misas como se habían ofrecido por ella, estaba todavía en el purgatorio, aunque sólo había pasado un año y veintiséis días de su muerte… Llegada la noche vi algunos ángeles en la celda con grande hermosura y me dijeron que iban al purgatorio a sacar el alma de la reina por quien yo había pedido… Y los ángeles la llevaron al eterno descanso, que gozará mientras Dios fuere Dios”.

También se le apareció el príncipe heredero Don Baltasar Carlos, que murió el nueve de octubre de 1646. Dice ella: “Para consolarme, el Altísimo me manifestó que el príncipe se había salvado, aunque era menester ayudarle mucho, porque tenía grandes penas en el purgatorio. A los siete u ocho días después de su muerte, estando en el coro, se me apareció su alma y me dijo: Sor María, el ángel santo de mi guarda, que es el que me ha consolado desde que se apartó mi alma del cuerpo, me ha declarado cómo ayudaste a mi madre la reina en el purgatorio y me ha encaminado por voluntad divina y traído a tu presencia para que te pida oraciones… Estos aparecimientos del alma de su Alteza se me fueron continuando otras veces… El alma del príncipe estuvo en el purgatorio ochenta y tres días, que hay desde el nueve de octubre de 1646 hasta el primero de enero de 1647, pero he conocido que, por particulares socorros y por la especialísima misericordia del todopoderoso, se le aliviaron mucho las penas “.

Del proceso apostólico sobre su beatificación tomamos el siguiente suceso extraordinario, de un muerto que resucita para confesarse Veamos lo que dice al respecto el testigo Padre Arriola en su declaración jurada: “Llevaron al convento de la sierva de Dios un arca grande sin noticia del convento ni de la Madre ni de ninguna otra religiosa. Pidieron al sacristán menor que les abriese la puerta de la iglesia para poner en custodia aquella arca… que era de mercadería… Estando en oración, la sierva oyó unos gemidos tristes y profundos lamentos. Atenta hacia el lugar de donde salían, le pareció que los despedía la boca de algún sepulcro… Y le fue revelado que aquellos lamentables suspiros eran de un alma que acabó impenitente la mortal vida y que su cuerpo estaba en un arca que habían puesto en la iglesia… Y le dijo el mismo Dios a su sierva que, con toda prudencia y brevedad, dispusiese llamar a un confesor para que oyese en confesión al miserable infeliz en quien resplandeció la mayor misericordia… Mandó llamar al Padre Francisco Coronel… En llegando él, le dijo todo el suceso referido. Y éste se llegó adonde estaba el arca, de la cual se levantó el difunto. Y después de haber hecho humildísima post ración y adoración al Santísimo sacramento del altar y haber estado un breve rato en cruz, vino a los pies del confesor e hizo una confesión dolorosa y verdadera. Dióle la absolución y muy inmediatamente el difunto volvió al arca con imponderables demostraciones de rendimiento y agradecimiento… Y los mismos que habían llevado el cadáver se lo llevaron”.

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Otro caso parecido lo cuenta San Alfonso María de Ligorio en su obra “Las glorias de María”. Había una joven, llamada Alejandra, que era pretendida por dos jóvenes. Ambos vinieron un día a las manos y quedaron muertos los dos en medio de la calle. Por haber sido ella la causa de la muerte de los dos jóvenes, sus parientes la degollaron y echaron su cabeza en un pozo. A los pocos días, pasó por allí Santo Domingo de Guzmán e, inspirado por Dios, miró hacia el pozo y dijo: “Alejandra, sal fuera”. Y Alejandra apareció viva, pidiendo confesión. El santo la confesó y le dio la comunión en presencia de mucha gente que pudo atestiguar el hecho. Dice San Alfonso María de Ligorio: “La joven dijo que, cuando le cortaron la cabeza, estaba en pecado mortal, pero la Virgen le había dado esta oportunidad de confesarse, porque había rezado el rosario todos los días. Después de esto, fue su alma al purgatorio. Al cabo de otros quince días, se apareció al mismo Santo Domingo más hermosa y resplandeciente que el mismo sol y le declaró que uno de los sufragios más eficaces, que tienen las benditas almas del purgatorio, es el santo rosario. Dicho esto, vio el glorioso Santo Domingo entrar su alma llena de alegría en la mansión de la bienaventuranza eterna“

SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

(1647-1690), en su Autobiografía, dice que “encontrándome delante del Santísimo Sacramento el día de la fiesta del Corpus Christi se me apareció de repente una persona envuelta en fuego. Su estado lamentable me hizo entender que estaba en el purgatorio. Me dijo que era el alma de un benedictino que, una vez, me había confesado y dado la comunión. Por esto, el Señor le había concedido el favor de poder dirigirse a mí para conseguir una reducción de sus penas. Me pidió de ofrecer por él por tres meses, todos mis sufrimientos y todas mis acciones. Al fin de los tres meses, lo vi lleno de alegría y de esplendor, cómo iba a gozar de la felicidad eterna y me agradeció diciéndome que velaría sobre mí junto a Dios”.
“Nuestra madre me permitió en favor de las almas del purgatorio pasar la noche del jueves santo (15 abril 1683) delante del Santísimo Sacramento y allí estuve una parte del tiempo toda como rodeada de estas pobres almas con las que he contraído una estrecha amistad. Me dijo el Señor que Él me ponía a disposición de ellas durante este año para que les hiciere todo el bien que pudiese. Están frecuentemente conmigo y las llamo mis amigas pacientes” (carta 22 a la Madre Saumaise).

“Esta mañana, domingo del Buen pastor (2 de mayo 1683), dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme y que éste era el día en el que el soberano pastor las recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en cuya compañía marchaban con cánticos de alegría inexplicable. Una es la buena madre Monthoux y la otra mi hermana Juana Catalina Gascon, que me repetía sin cesar estas palabras: El amor triunfa, el amor goza. El amor en Dios se regocija. La otra decía: Qué bienaventurados son los muertos que mueren en el Señor y las religiosas que viven y mueren en la exacta observancia de su Regla… Como yo les rogara que se acordasen de nosotras, me han dicho, al despedirse, que la ingratitud jamás ha entrado en el cielo” (carta XXIII a Madre Saumaise del 2 de mayo de 1683).

“La primera vez que vi a la hermana J.F. después de su muerte me pidió misas y varias otras cosas. Le ofrecí seis meses cuanto hiciera y padeciera y no me han faltado sufrimientos. Me dijo: Hay tres cosas que me hacen sufrir más que todo lo demás. La primera es el voto de obediencia que he observado tan mal, pues no obedecía más que en aquello que me agradaba. La segunda, el voto de pobreza, pues no quería que nada me faltase, proporcionando varios alivios a mi cuerpo… Ah, qué odiosas son a los ojos de Dios las religiosas que quieren tener más de lo que es verdaderamente necesario y que no son completamente pobres. La tercera es la falta de caridad y haber sido causa de desunión y haberla tenido con las otras” (carta 31 a Madre Saumaise del 20-4-1685).

SUSANA MARÍA DE RIANTS

(1639-1724), religiosa visitandina del convento de L’Antiquaille de Lyon (Francia), tenía el carisma de ser visitada, frecuentemente, por las almas del purgatorio. Ella escribe: “Un día, al comenzar la oración de la tarde, Jesús me presentó un alma que había muerto hacía dieciocho años. Era madre de varias religiosas. Ese mismo día yo había tenido el fuerte deseo de orar por ella. Se me presentó y me habló de la bondad de Dios y cómo era muy importante cumplir en todo la voluntad de Dios. El Señor la liberó en ese mismo momento y fue resplandeciente y gloriosa con Él al cielo“.

“El 16 de marzo de 1686, en la oración de la tarde, vi interiormente a Jesucristo que, muy contento, me presentaba el alma de una de mis parientes muerta hacía nueve o diez años. Ella había vivido viuda durante treinta años y me dijo que la mayor pena que tenían las almas del purgatorio era haber perdido muchas ocasiones de sufrir por Dios… Si un alma pudiera venir de nuevo a la tierra, aceptaría con amor todos los sufrimientos que el Señor quisiera enviarle. Me dijo: No pierdas ninguna ocasión de sufrir por Dios… Y se fue al cielo resplandeciente de gloria “.

“Un día, durante la misa, tuve la fuerte inspiración de pedir por el alma de uno de mis amigos y bienhechores del monasterio, que había muerto hacía diez años y algunos meses. Cuando el sacerdote elevaba la hostia, vi a Jesús que oraba por él al Padre. El difunto estaba presente en la misa y estaba prosternado con profundo agradecimiento ante el Salvador Por la tarde, a las cuatro o cinco, vino a decirme que iba a la gloria del cielo y me daba las gracias por mis oraciones “.

SANTA CRESCENCIA DE HOSS

(1682-1794) se cuenta que, cuando murió su director espiritual el P. Ignacio Vagener, jesuita, el 19 de octubre de 1716, ella lo vio en el coro junto a ella como un fantasma blanco. Ella rezó por él, sin saber quién era, aunque sí que era un alma purgante. El día 21 se le apareció de nuevo y lo reconoció. Ella rezó mucho por él y el día 23 se le apareció otra vez lleno de esplendor para agradecerle sus oraciones.

SANTA VERÓNICA GIULIANI

(1660-1727) escribe en su Diario: “Mi ángel me obtuvo que una de estas almas del purgatorio me hablase y me dijo: Tened compasión de mí. No hay criatura viva que pueda entenderlo atroces que son estas penas. Tened compasión de mí. La encomendé a la Virgen y me pareció ver la dicha de esa alma que me dijo: Ahora he sabido que pronto saldré de aquí por vuestra caridad. GRACIAS. Al poco tiempo, la vi libre de las penas, toda bella y gloriosa con un grandísimo resplandor Parecía un nuevo sol y puesta junto al sol natural, ella habría sido más luminosa, y el sol mismo, junto a ella, parecía tinieblas “.

VBLE. ANA CATALINA EMMERICK

(1774-1824) dice que, siendo niña, fue conducida por su ángel al purgatorio. “ vi allí muchas almas que sufrían vivos dolores y que me suplicaban orara por ellas. Parecía un profundo abismo… Allí vi hombres silenciosos y tristes en cuyo rostro se conocía, sin embargo, que en su corazón se alegraban como si pensaran en la misericordia de Dios. Conocí que aquellas pobres almas padecían interiormente grandes penas. Cuando oraba con fervor por las benditas ánimas oía muchas veces al oído voces que me decían: Gracias, gracias… Siendo mayor iba a misa a Koesfeld. Para orar mejor por las ánimas benditas tomaba un camino solitario. Si todavía no había amanecido, las veía de dos en dos oscilar delante de mí como brillantes perlas. El camino se me hacía claro y yo me alegraba de que las ánimas estuvieran en torno mío, porque las conocía y las amaba mucho, pues también por la noche venían a mí y me pedían auxilio… Dios me ha dado la gracia, muchas veces, de ver subir al cielo con infinita alegría a muchas almas del purgatorio.

¡Cuántas gracias he recibido de las benditas almas! ¡Cuánto se las olvida, mientras que ellas suspiran ardientemente por ayuda!

Todo lo que hacemos por ellas les causa una inmensa alegría… Allí en el purgatorio he visto a protestantes que han vivido piadosamente en su ignorancia. Están abandonados, porque carecen de oraciones… También me he dado cuenta de que el poder aparecerse para pedir auxilio y sufragios es una gracia señalada que Dios da a algunas almas… Triste cosa es que las almas benditas sean ahora tan pocas veces socorridas. Es tan grande su desdicha que no pueden hacer nada por sí mismas. Pero, cuando uno ruega por ellas o sufre por ellas o da una limosna por ellas, en ese mismo momento se ponen tan contentas como aquel a quien dan de beber agua fresca, cuando está a punto de desfallecer de sed… Los santos del cielo no pueden hacer nada por ellas. Todo lo tienen que esperar de nosotros… El sacerdote que rece devotamente las horas, con intención de satisfacer portas negligencias de estas almas, puede procurarles un indecible consuelo. Además, la bendición sacerdotal penetra hasta el purgatorio y consuela como rocío del cielo a las almas a quienes con fe firme bendice el sacerdote “.

“He visto a un sacerdote muy piadoso y caritativo que murió anoche a las nueve. Ha pasado tres horas en el purgatorio por haber perdido el tiempo en hacer bromas. Este sacerdote tenía que haber permanecido varios años en el purgatorio, pero ha sido socorrido con muchas misas y oraciones. A este sacerdote lo he conocido mucho” (3 1-12-1820).

“Hoy he visto un jabalí muy grande y espantoso que salía asomando de un lugar profundo y maloliente. Yo temblaba y me estremecía. Era el alma de una dama de París. Me dijo que yo no podía rogar por ella, puesto que no había posibilidad de ayudarla, ya que debía permanecer en el purgatorio hasta el fin del mundo, pero que debía rogar por su hija para que se convirtiese y no cometiera pecados como ella” (13-7-1821).

“No puedo explicar la compasión que me causa ver a las almas del purgatorio. Pero nada hay más consolador que contemplar su paciencia y ver cómo se alegran las unas de la salvación de las otras. He visto niños también en ese lugar” (2-11-1822).

BEATA ISABEL CANOURA

(1774-1825) escribe en su Diario: “El 17 de junio de 1814 se me presentó el Papa Pío VI (muerto en 1799) y me pidió que rogara por él, porque todavía estaba en el purgatorio… Me dijo: Vete a tu padre espiritual y él te manifestará lo que debes hacer para obtenerme esta gracia. Te prometo no abandonarte nunca y ser tu protector desde el cielo… Mi padre espiritual me pidió ir cinco veces a la iglesia de Santa María la Mayor a visitar el altar de San Pío V y rezarle por la libe ración de su sucesor… Al día siguiente, a la hora de vísperas, me fue asegurado que entraba en el paraíso… El 19 de junio, en la comunión, vi a este santo pontífice delante del trono de Dios “.

“El 8 de noviembre de 1819, después de la comunión, se me apareció el alma del cardenal Scotti y me dijo: La divina justicia me había condenado al purgatorio por espacio de 30 años y el Señor me ¡ibera ahora… Tus penitencias, ayunos y oraciones, han dado compensación a la justicia divina, por los méritos infinitos del divino Redentor, a cuyos méritos uniste tu penitencia, ayunos y oraciones a favor mío. Ahora me voy al cielo a gozar del inmenso bien por toda una interminable eternidad”.

“El 2 de noviembre de 1822 recordé que comenzaba el octavario por los fieles difuntos y oré al Señor con fervor por ellos. Le dije: Dame la llave de esta horrible cárcel, como otras veces te has dignado darme, porque siento un gran deseo de sacar del purgatorio a aquellas almas santas. Os suplico esta gracia por los méritos infinitos de vuestra pasión y muerte.., el Señor me dijo: Preséntate a aquella cárcel y dales la consoladora noticia de que pronto estarán conmigo en el paraíso. En aquel momento, aparecieron tres ángeles, que me acompañaron a la cárcel del purgatorio… No me es posible decir la alegría y consolación de aquellas almas y cuánto fue su agradecimiento y alabanza a la infinita misericordia de Dios. Al día siguiente, fu a la iglesia y estuve más de tres horas orando por las almas del purgatorio y el Señor se dignó mostrarme el triunfo de su misericordia y vi a aquellas almas que en filas, acompañadas de sus ángeles custodios, entraban gloriosas y triunfantes en el cielo. Todos los días del octavario ocurrió lo mismo y así por nueve días… Se puede decir que en nueve enormes hileras (una cada día) se despobló el purgatorio. No puede haber vista más bella que ésta y que demuestra la infinita misericordia de Dios y el gran triunfo de los infinitos méritos de la preciosísima sangre de Jesucristo “.

BEATA ANA MARÍA TAIGI

(1769-1837) asistió al funeral del cardenal Doria y el Señor le hizo entender que los cientos de misas que el purpurado había dejado encargadas no le servirían a él sino a los pobres, porque durante su vida no había rezado por las almas del purgatorio.

Esto también nos podría suceder a nosotros, si en vida, no nos preocupamos de ellas. Al fin de cuentas, Dios es el que distribuye los sufragios ofrecidos por nosotros y no basta con dejar dinero para misas. Más vale “oír” una misa en vida que cien después muertos.

SAN LUIS ORIONE

Escribió una carta a Don De Filippi el 25 de setiembre de 1897 en la que escribió: “No hace ni 10 minutos que ha estado, en esta habitación en que te escribo, tu sobrino De Filippi Felice. He estado conversando con él durante media hora, para mi alegría y consolación. Sabía que estaba hablando con un muerto y me he quedado con mucha paz. Él rezará por nosotros, pero nosotros debemos rezar por él. Oh, estoy muy contento de haberlo visto. Tenía los ojos bellos como los ojos de uno que es inocente. Recemos por él“.

SANTA GEMA GALGANI

(1878-1903) tenía hecho el voto de ánimas a favor de las almas del purgatorio y todos los días pedía especialmente por ellas. Cuando murió la religiosa pasionista Madre María Teresa, el 16 de julio de 1900, ella rezó mucho por su alma. Dice en su Diario: “Hoy el ángel de la guarda me ha dicho que Jesús quería que sufriera esta noche unas dos horas… por un alma del purgatorio. Sufrí, de hecho, dos horas como quería Jesús por la Madre María Teresa” (9-8-1900). “El día de la Asunción de María me pareció que me tocaban en la espalda. Me di media vuelta y vi a mi lado una persona vestida de blanco. Esta persona me preguntó: ¿Me conoces? Yo soy la Madre María Teresa. He venido para darte gracias por lo que me has ayudado. Prosigue aún. Unos días más y estaré eternamente feliz… Finalmente, ayer por la mañana, después de la santa comunión, Jesús me dijo que hoy, después de medianoche volaría al cielo… 1’ efectivamente, así fue… Vi llegar a la Virgen acompañada de su ángel de la guarda. Me dijo que su purgatorio había terminado y que se iba al cielo… Estaba muy contenta ¡Si la hubiera visto! Vinieron a buscarla Jesús y su ángel de la guarda. Y Jesús al recibirla le dijo: Ven, oh alma, que me has sido tan querida. Y se la llevó” (Cartas a Mons. Volpi, 10-8-1900).

Gema rezaba cada día cien “réquiem” por las almas del purgatorio. Su ángel la estimulaba en este deseo de liberar a estas almas. Un día le dijo: “Cuánto tiempo hace que no has rogado por las almas del purgatorio? Desde la mañana no había rogado por ellas. Me dijo que le gustaría que, cualquier cosa que sufriera, la ofreciera por las almas del purgatorio. Todo pequeño sufrimiento las alivia, sí, hija, todo sacrificio por pequeño que sea, las alivia” (Diario, 6-8-1900).

Sor Lucía, en la primera aparición de Fátima del 13-5- 1917, dice en sus “Memorias” que le preguntó a la Virgen:
– ¿Está María Nieves en el cielo?
– Sí, está. (Me parece que debía tener unos dieciséis años).
– Y ¿Amelia?
– Estará en el purgatorio hasta el fin del mundo (Me parece que debía tener de dieciocho a veinte años).
¿Qué pecado podría haber cometido para estar en el purgatorio hasta el fin del mundo? ¿El aborto?

SANTA FAUSTINA KOWALSKA

(1905-1938), dice en sus escritos autobiográficos: “Un día vi a mi ángel custodio que me ordenó seguirle. En un momento me encontré en un lugar nebuloso lleno de fuego y en él una multitud de almas sufrientes. Éstas rezan con fervor, pero sin eficacia para ellas mismas. Solamente nosotros podemos ayudarlas. Y les pregunté a aquellas almas cuál era su mayor sufrimiento. Me contestaron unánimemente que su mayor sufrimiento es la añoranza de Dios (el gran deseo de amarle). Oí una voz que me dijo: Mi misericordia no quiere esto, pero lo exige mi justicia” (1,7). “Una noche vino a visitarme una de nuestras hermanas difuntas, que ya había venido alguna vez anteriormente. Cuando la vi la primera vez, estaba en un estado de gran sufrimiento. Después, la he visto en condiciones cada vez de menos sufrimiento. Y en esta oportunidad, la vi resplandeciente de felicidad y me dijo que estaba ya en el paraíso” (Cuaderno II N°57). “Otra noche vino a yerme Sor Dominica y me hizo entender que estaba muerta. Recé mucho por ella. A la mañana siguiente el Señor me hizo entender que todavía sufría en el purgatorio. Recé dos días por ella. Al cuarto día vino a decirme que todavía le faltaban algunas oraciones. Y seguí orando hasta su completa liberación” (10-11-1937).

TERESA NEUMANN

(1898-1962), la estigmatizada alemana, se cuenta que, muchas veces, se le aparecían las almas del purgatorio para pedirle ayuda.

Un día se le apareció el párroco de su infancia, que la había bautizado y dado la primera comunión. El 23 de noviembre de 1928 ayudó a salir al último párroco católico de Arzberg antes de que se introdujera allí el protestantismo. La noche del Corpus Christi de 1931, se le apareció su madrina Forster, muerta recientemente, Teresa rezó por ella y la vio brillante subiendo al cielo.

SANTO P. PÍO

(1887-1968) un día de otoño de 1917, estando solo, rezando el rosario, se adormiló junto al fogón del convento y, al despertar, vio junto a sí a un anciano envuelto en un capote. Al preguntarle qué hacía allí y quién era, le respondió que había muerto quemado en ese convento y quería descontar allí su purgatorio. El P. Pío le prometió rezar por él. Un día le contó este suceso al P. Paolino y éste fue al municipio a ver los registros y encontró que, efectivamente, estaba registrado el nombre de un anciano, que había muerto quemado en aquel convento. El muerto era Mauro Pietro (1831-1908).

Otro suceso lo refiere el cronista provincial de los Padres capuchinos de la Provincia de Foggia con fecha 29 de febrero de 1937. Dice así: “El día 29 de diciembre de 1936, el P. Jacinto de 5. Elías se acercó a San Giovanni Rotondo para visitar al R Pío y le recomendó que rezara por el P. Giuseppantonio, porque estaba muy grave. El día 30 a las 2 p.m. el P Pío vio en su habitación al P. Giuseppantonio y le dice. ¿Me han dicho que estás gravemente enfermo y estás aquí? Entonces el P. Giuseppantonio, haciendo un gesto le dice: Eh, ahora ya se me han pasado todas mis enfermedades. Y desapareció “. Esto se lo contó el P. Pío al Padre provincial P. Bernardo, quien firma esta crónica junto con el cronista, P. Fernando de San Marcos in Lamis.

EDUVIGIS CARBONI

La estigmatizada de Cerdeña, muerta en Roma en 1952 con fama de santidad, cuenta en su Diario que un día, mientras rezaba delante de un crucifijo, se le presentó una persona rodeada de llamas de fuego y oyó una voz triste que le decía: “Soy N.N. El Señor me ha permitido venir a ti para que me ayudes y me consueles en las penas que debo padecer en el purgatorio. Ofrece por mí todas tus oraciones durante dos años para salir de aquí y entrar en la gloria “. Otro día, en octubre de 1943, se le presentó un hombre vestido de oficial. Le dijo: “He muerto en la guerra y quisiera que celebren por mí unas misas, y que tú y tu hermana ofrezcan por mí las comuniones”. Después de varios días, se presentó de nuevo resplandeciente, diciéndole: “Soy ruso y me llamo Pablo Vischin. Ahora voy al paraíso y rezaré por vosotras. Gracias “.

TERESA MUSCO

(1943-1976), la estigmatizada de Caserta (Italia), cuenta que el 2 de noviembre de 1962, no pudiendo ir al cementerio, como hubiera deseado por ser el día de los difuntos, oró desde su casa con todo fervor por las almas del purgatorio. En las primeras horas de la tarde, mientras seguía orando, vio en su habitación muchas personas. Les preguntó:
“¿Qué queréis?”. Ellas la saludaron con mucha alegría y le dijeron: “Nos has liberado del purgatorio con tus oraciones y venimos a darte las gracias “. Después, desaparecieron, resplandecientes de alegría y amor.
Muchos otros santos nos hablan del purgatorio, pero es suficiente con lo expuesto para creer en él.
“En el cielo no puede entrar nada manchado” (Ap. 21.27)

SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZI

(1566-1607) Monja carmelita, gran mística que frecuentemente caía en éxtasis. Fue objeto de los más extraordinarios fenómenos místicos y dones recibidos de Nuestro Señor. Brilló en ella la práctica de las virtudes. Mortificaba su cuerpo con frecuentes sacrificios. Comulgaba diariamente sintiéndose muy unida a Jesucristo. Fue maestra de novicias. Murió llena de méritos en el año 1607 y al año de su muerte se abrió su sepulcro y su cuerpo se halló fresco, entero y flexible.

Durante un éxtasis previo a su muerte Santa Magdalena de Pazzi tuvo la gracia de ver y visitar el Purgatorio. Recorriendo las diversas estancias preparadas por la Misericordia y Justicia divinas, la santa de la pureza comprendió la Santidad de Dios, la maldad del pecado y del porque Dios le había revelado los sufrimientos del Purgatorio.

He aquí cómo nos describe este santo lugar.

Contaré un suceso que aconteció a Santa Magdalena de Pazzi tal como fue relatado por el Padre Cepari en la historia de la vida de la Santa.

“Un tiempo antes de su muerte, que tuvo lugar en 1607, la sierva de Dios, Magdalena de Pazzi, se encontraba una noche con varias religiosas en el jardín del convento, cuando entró en éxtasis y vio el Purgatorio abierto ente ella. Al mismo tiempo, como ella contó después, una voz la invitó a visitar todas las prisiones de la Justicia Divina, y a ver cuan merecedoras de compasión son esas almas allí detenidas.

En ese momento se la oyó decir: “Si, iré”. Consintió así a llevar a cabo el penoso viaje. De hecho a partir de entonces caminó durante dos horas alrededor del jardín, que era muy grande, parando de tiempo en tiempo. Cada vez que interrumpía su caminata, contemplaba atentamente los sufrimientos que le mostraban. Las religiosas vieron entonces que, compadecida, retorcía sus manos, su rostro se volvió pálido y su cuerpo se arqueó bajo el peso del sufrimiento, en presencia del terrible espectáculo al que se hallaba confrontada.

Entonces comenzó a lamentarse en voz alta, “¡Misericordia, Dios mío, misericordia! Desciende, oh Preciosa Sangre y libera a estas almas de su prisión. ¡Pobres almas! Sufren tan cruelmente, y aún así están contentas y alegres. Los calabozos de los mártires en comparación con esto eran jardines de delicias. Aunque hay otras en mayores profundidades. Cuan feliz debo estimarme al no estar obligada a bajar hasta allí.

Sin embargo descendió después, porque se vio forzada a continuar su camino. Cuando hubo dado algunos pasos, paró aterrorizada y, suspirando profundamente, exclamó” ¡Qué! ¡Religiosos también en esta horrenda morada! ¡Buen Dios! ¡Como son atormentados! ¡Oh, Señor!”. Ella no explicó la naturaleza de sus sufrimientos, pero el horror que manifestó en contemplarles le causaba suspiros a cada paso. Pasó de allí a lugares menos tristes. Eran calabozos de las almas simples y de los niños que habían caído en muchas faltas por ignorancia. Sus tormentos le parecieron a la santa mucho más soportables que los anteriores. Allí solo había hielo y fuego. Y notó que las almas tenían a sus Ángeles guardianes con ellas, pero vio también demonios de horribles formas que acrecentaban sus sufrimientos.

Avanzando unos pocos pasos, vio almas todavía más desafortunadas que las pasadas, y entonces se oyó su lamento, “¡Oh! ¡Cuán horrible es este lugar; está lleno de espantosos demonios y horribles tormentos! ¿Quiénes, oh Dios mío, son las victimas de estas torturas? Están siendo atravesadas por afiladas espadas, y son cortadas en pedazos”. A esto se le respondió que eran almas cuya conducta había estado manchada por la hipocresía.

Avanzando un poquito más, vio una gran multitud de almas que eran golpeadas y aplastadas bajo una gran presión, y entendió que eran aquellas almas que habían sido impacientes y desobedientes en sus vidas. Mientras las contemplaba, su mirada, sus suspiros, todo en su actitud estaba cargada de compasión y terror.

Un momento después de su agitación aumentó, y pronunció una dolorosa exclamación. Era el calabozo de las mentiras el que se abría ante ella. Después de haberlo considerado atentamente, dijo, “Los mentirosos están confinados a este lugar de vecindad del Infierno, y sus sufrimientos son excesivamente grandes. Plomo fundido es vertido en sus bocas, los veo quemarse, y al mismo tiempo, temblar de frío”.

Luego fue a la prisión de aquellas almas que habían pecado por debilidad, y se le oyó decir: “Había pensado encontrarlas entre aquellas que pecaron por ignorancia, pero estaba equivocada: ustedes se queman en un fuego más intenso”.

Mas adelante, ella percibió almas que habían estado demasiado apegadas a los bienes de este mundo, y habían pecado de avaricia.

“Que ceguera”, dijo,” ¡las de aquellos que buscan ansiosamente la fortuna perecedera! Aquellos cuyas antiguas riquezas no podían saciarlos suficientemente, están ahora atracados en los tormentos. Son derretidos como un metal en un horno”.

De allí pasó a un lugar donde las almas prisioneras eran las que se habían manchado de impureza. Ella las vio en tan sucio y pestilente calabozo, que la visión le produjo náuseas. Se volvió rápidamente para no ver tan horrible espectáculo.

Viendo a los ambiciosos y a los orgullosos, dijo “Contemplo a aquellos que deseaban brillar ante los hombres; ahora están condenados a vivir en esta espantosa oscuridad”.

Entonces le fueron mostradas las almas que tenían la culpa de ingratitud hacia Dios. Estas eran presas de innombrables tormentos y se encontraban ahogadas en un lago de plomo fundido, por haber secado con su ingratitud la fuente de la piedad.

Finalmente, en el último calabozo, ella vio aquellos que no se habían dado a un vicio en particular, sino que, por falta de vigilancia apropiada sobre si mismos, habían cometido faltas triviales. Allí observó que estas almas tenían que compartir el castigo de todos los vicios, en un grado moderado, porque esas faltas cometidas solo alguna vez las hacen menos culpables que aquellas que se cometen por hábito.

Después de esta última estación, la santa dejó el jardín, rogando a Dios nunca tener que volver a presenciar tan horrible espectáculo: ella sentía que no tendría fuerza para soportarlo. Su éxtasis continuó un poco mas y conversando con Jesús, se le oyó decir: “Dime, Señor, el porqué de tu designio de descubrirme esas terribles prisiones, de las cuales sabía tan poco y comprendía aun menos…” ¡Ah! ahora entiendo; deseaste darme el conocimiento de Tu infinita Santidad, para hacerme detestar mas y mas la menor mancha de pecado, que es tan abominable ante tus ojos”.

SAN PASCASIO

(x – 512) Pascasio, diácono de Roma, fue varón de mucha santidad, grande limosnero, favorecedor de pobres, humilde y muy penitente. Sucedió que, pretendiendo el Pontificado Simaco, y Pascasio favoreció más de lo justo las partes de Laurencio contra Simaco, sin que le bastase quedar Simaco con la dignidad en boz de los más electores, tuvo con él sus repuntas, hasta que murió el mismo Pascasio.

Llevaron a enterrar su cuerpo, y sobre las andas iva su dalmática y vestido de diácono, la cual tocando un endemoniado, quedó sano. Pasó mucho tiempo, y sucedió que Germano, obispo de Capua, por consejo de médicos, estando enfermo, fue a se lavar a unas termas o baños, en los cuales vido y conoció al Pascasio Diácono difunto, que servía allí a los que entravan a bañarse. Admiróse de verle, y preguntó la causa por que tan insigne varón estuviesse en semejante lugar, y respondió:

-No por otra causa estoy en este lugar penoso, sino porque seguí las partes de Laurencio, que pretendía ser Papa contra Simaco. Ruégote que ruegues a Dios por mí, y haziéndolo entenderás que te ha oído si, volviendo aquí, no me vieres.

El obispo Germano hizo lo que le fue pedido, y bolviendo desde algunos días, vido que no estava allí. Escrive este caso San Gregorio, en el libro cuarto de sus Diálogos, capítulo cuarenta, y dize que por no aver pecado Pascasio por malicia, sino por ignorancia, que le parecía que acertava, padeció solamente aquella pena. Y infiérese de lo dicho que aunque ay lugar proprio y diputado para Purgatorio de las almas, que es uno de cuatro senos del Infierno, porque uno, y el más profundo y mayor es el de los condenados, otro, donde están los niños que mueren sin Baptismo, donde no ay pena de sentido, sino privación de la vista buena de Dios, y el tercero, el Purgatorio de que hablamos, | donde se purgan las almas de los que murieron en gracia de Dios, mas llevaron culpas veniales o penas devidas por los mortales ya perdonados, y el cuarto, donde estuvieron las almas de los justos y amigos de Dios antes que su Magestad muriesse y las sacasse de allí, y resuscitando y subiendo a los Cielos las llevasse consigo; sin este Purgatorio, digo, que se infiere de lo que aquí dize San Gregorio que algunas almas le padecen y son purgadas en otros lugares particulares. Y el aver hecho Dios milagro por medio de la dalmática de Pascasio, dize el mismo San Gregorio que fue en aprobación y abono de las muchas limosnas que hizo en vida, y para corresponder con el crédito de santidad que dél tenían todos, aunque convino y fue necessario que primero que entrasse en el Cielo purgasse lo merecido por la culpa que por ignorancia avía dexado de llorar.

SAN ALBERTO MAGNO

(1200-1280) Diversas personas oyeron dezir, no una, sino muchas vezes, a Alberto Magno, Ministro General que fue de Predicadores, de cierto hombre cuya vida era de buen exemplo, y en los ojos de todos, buena y santa, que, estando enfermo, y de enfermedad muy penosa, que rogó a Dios con lágrimas que con la muerte pusiesse fin a tanto mal y tormento como padecía en aquella enfermedad.

Apareciósele un ángel, y díxole que Dios avía oído su oración, y que le dava a escoger, o que estuviesse tres días en Purgatorio, o un año la enfermedad que tenía, y que, cumplido, iría luego al Cielo. El enfermo, que sentía la pena presente y no tenía experiencia de la ausente, dixo:

-Yo quiero morir luego, y no sólo tres días, sino cuanto más fuere la voluntad de Dios ser atormentado en el Purgatorio.

-Sea como dizes -dixo el ángel.

Y en la misma hora murió, y su alma fue a Purgatorio. Passó un día, y visitóle el ángel en su tormento, diziéndole:

-¿Cómo te va, alma que escogiste tres días de Purgatorio por no padecer un año de enfermedad?

Respondióle la alma:

-¿Y vós sois ángel? No devéis serlo, que los ángeles no engañan. Dixístesme que estaría tres días en estas penas, y han passado muchos años y no me veo libre dellas.

El ángel le dixo:

-No los muchos años, sino la terribilidad del tormento te fuerça a dezir lo que dizes, porque de los tres días sólo uno has estado en Purgatorio. Mas si te agrada hazer nueva elección, tu cuerpo | no está aún sepultado, puedes bolver a él, y por un año padecer la enfermedad que tenías.

Respondió la alma:

-No sólo un año, sino hasta la fin del mundo quiero más padecer el tormento y pena de la enfermedad que los dos días que quedan de Purgatorio.

Fue buelta la alma al cuerpo, y no sólo padeció con paciencia la enfermedad, sino que refiriendo a muchos lo que le avía sucedido, los exortó a penitencia. Lo dicho es de Gulielmo, en el libro De Apibus.

SANTA VIVIANA PERPETUA

(300-360) Que de la Sinagoga el rito de rogar por los difuntos haya pasado a la Iglesia de Jesucristo dan fe, entre otras, las Actas de los Mártires, cuya autenticidad es indiscutible, y entre éstas las de Santa Viviana Perpetua, escritas en gran parte por la misma Santa durante su prisión: actas que se remontan al siglo III y en las cuales hallamos expresadas taxativamente la fe en el Purgatorio y la eficacia de las oraciones por los difuntos.

Acusada esta santa mujer como cristiana, fue condenada a muerte. Mientras se hallaba en la cárcel esperando el día de su combate final, le vino al pensamiento Dinócrato, un hermanito suyo, muerto mucho antes, a la edad de siete años, de un cáncer que había acabado con su vida. A este recuerdo púsose orar por el  alma del  difunto, y poco después,  por disposición divina, tuvo una celeste visión. Vio al niño Dinócrato que salía de un lugar tenebroso y lejano, en donde había sufriendo una gran multitud de almas. El niño tenía  el rostro melancólico y contrahecho,  y  sintiéndose  devorado por ardiente sed se acercó a un estanque buscando refrigerio; pero no pudo conseguirlo a causa de la mucha altura del parapeto que lo rodeaba. Viviana comprendió que su hermanito padecía y necesitaba ayuda, y púsose a orar por él con más fervor para que fuese libertado de sus padecimientos. Su oración fue escuchada. Poco después la Santa vio el mismo lugar de antes, pero no ya cubierto de tinieblas; sino resplandeciente de blanquísima luz y a su hermanito antes triste y apenado, lo vio lleno de gozo y cubierto con hermosísima vestidura, que alegremente bebía del estanque por de una concha que nunca se agotaba, y después de haberse saciado recreábase alegremente, como suelen hacerlo los niños de aquella edad. Por donde ella comprendió que su hermanito había sido librado de sus sufrimientos, y experimentó un gozo inexplicable. Tal fue la visión de Santa Viviana Perpetua. En la cual claramente se ve representado el Purgatorio por aquel lugar tenebroso, las penas que en él las almas padecen, y la eficacia de la oración para obtener la libertad de las mismas, en una palabra, toda la doctrina católica acerca del Purgatorio.

Pues si consideramos que esta visión no sólo no fue desechada por sus contemporáneos, sino que fue acogida con gran veneración y respeto, no sólo por los simples fieles, sino hasta por Tertuliano, San Cipriano, San Agustín y por muchos otros conspicuos personajes, conoceremos que ella constituye una buena prueba de la fe que aquellos antiquísimos cristianos tenían en el Purgatorio puesto que sin esta fe, o hubiesen rechazado esta visión, como una novedad peligrosa, de la cual debían guardarse, o a lo menos no la hubieran recibido sin alguna dificultad, tanto más cuanto que los cristianos de aquellos tiempos eran continuamente amonestados para que huyesen de todo aquello que oliese a innovación, a fin de que no corrieran el riesgo de caer en las nacientes herejías.

SAN JUAN MACIAS

(1585-1645) Abogado de las Animas del Purgatorio.  Nació Juan en Ribera del Fresno, provincia de Badajoz, en 1585. Sus padres, Pedro de Arcas e Inés Sánchez, modestos labradores, eran muy buenos cristianos, y dejaron en él una profunda huella cristiana. Contaba Juan poco más de cuatro años cuando la peste que asolaba Castilla segó la vida de sus padres, que eran unos modestos labradores. Unos tíos de los niños, Mateos Sánchez e Inés Salguero, tutelaron a estos dos niños huérfanos.

Todavía niño, su tío le encomienda a Juan un pequeño rebaño de ovejas. Un día en que apacentaba el rebaño vio un resplandor que se le acercaba. El mismo narra su encuentro con aquel personaje misterioso que le saludó diciendo: “Juan, estás de enhorabuena”. Yo le respondí del mismo modo y él: “Yo soy Juan Evangelista, que vengo del cielo y me envía Dios, para que te acompañe, porque miró tu humildad. No lo dudes”. Y yo le dije: “Pues, ¿quién es ese San Juan Evangelista?” Y él contestó: “El querido discípulo del Señor, uno de los doce apóstoles. Y vengo a acompañarte de buena gana porque te tiene escogido para Sí. Tengo que llevarte a unas tierras muy remotas y lejanas en donde habrás de levantar templos. Y te doy por señal de esto que tu madre, Inés Sánchez, cuando murió, de la cama subió al cielo y tu padre, Pedro Arcas, que murió primero que ella, estuvo algún tiempo en el purgatorio pero ya tiene el premio de sus trabajos en la gloria”. Cuando supe de mi amigo San Juan la buena noticia de mis padres y la buena dicha mía, le respondí lleno de gozo: “Hágase en mí la voluntad de Dios”.

En 1622, Juan Arcas Sánchez recibió el hábito en el convento dominico de la Magdalena, en Lima. Se convirtió así en fray Juan Macías, y toda su vida la pasó como portero del convento. Hombre de mucha oración, al estilo de San Martín, también él fue visto en varias ocasiones orando al Señor elevado sobre el suelo. Estando una noche en la iglesia oyó unas voces, procedentes del Purgatorio, que solicitaban que intercediera por ellas con oraciones y sacrificios. A esto se dedicó en adelante, toda su vida. Sus biógrafos acertadamente le han llamado “el ladrón del purgatorio”.

Juan tenía la costumbre de rezar todas las noches, de rodillas, el Rosario completo. Una parte la ofrecía por las almas del Purgatorio, otra por los religiosos, y la tercera, por sus parientes, amigos y benefactores.

Oraba el Santo en la capilla de Nuestra Señora del Rosario, cuando de pronto una mano dio un golpe sobre el altar. Sobresaltado, vio a su lado una sombra rodeada de llamas que le dijo: “Soy Fray Juan Sayago, que acabo de morir y necesito muchísimo de tus oraciones y auxilios; para que, satisfaciendo con ellos a la divina justicia, salga de estas penas expiatorias”, con lo cual desapareció. Vivió este fraile en el Convento del Santísimo Rosario, contiguo a la Iglesia de Santo Domingo, habiendo expirado a la misma hora en que se le apareció a nuestro Santo. A la cuarta noche, hallándose Juan postrado en el mismo altar, se le volvió a aparecer el alma de aquel fraile, ahora luminosa, para decirle que gracias a sus oraciones y penitencias la Virgen lo había sacado del Purgatorio y llevado a gozar de la bienaventuranza eterna.

A la hora de su muerte le reveló al prior del convento: “Por la misericordia de Dios, con el rezo del santo Rosario, he sacado del purgatorio un millón cuatrocientas mil almas. Cuando oraba en el templo, con frecuencia oía el rumor suplicante de personas que le hablaban y no alcanzaba a ver pero percibía claramente sus voces. ¿Fray Juan hasta cuando estaremos privada de ver a Dios? Ayúdanos. ¿Quiénes son Uds.? Preguntaba Fray Juan, Somos las almas del purgatorio les respondían. Acuérdate de nosotras. Socórrenos con tus oraciones, para que salgamos de esta terrible soledad”.

En atención a estas frecuentes visitas y súplicas, fray Juan rezaba incansablemente el santo Rosario. Visitaba con frecuencia a Jesús Sacramentado; participaba en la santa misa y hacía muchas obras de caridad, con esta intención.”Orar por los muertos es cosa buena y santa”. (2 Mc.12, 45) Porque, dice el Señor: “nada manchado entrará en el reino de los cielos”. En la vida del hombre, hay muchas imperfecciones, negligencias e indiferencias que purificar.

Una noche estaba rezando en la iglesia, y oye voces misteriosas: -Somos almas del Purgatorio. ¡Socórrenos!… No necesitó más el Hermano. En adelante, rezar y sacrificarse por las almas benditas fue para Juan Macías una verdadera vocación. Y Dios le reveló las muchas y muchas almas que por su oración habían acelerado su purificación y salido del Purgatorio libres para el Cielo. Así, tan sencillamente, pero con enorme fama de santo en Lima, llegó Juan Macías a los sesenta años de vida. En el lecho de muerte, exclamó alborozado: “-¡Miren, miren quiénes están aquí! Nuestro Señor Jesucristo, su Madre la Virgen, el apóstol y evangelista San Juan, otros Santos y muchos ángeles. ¡Con ellos me voy al Cielo!…”

SOR MARÍA NATALIA MAGDOLNA

(1901-1992) Una noche Jesús me pidió que orara por las almas del purgatorio. Eran las cuatro y media y yo quería terminar de escribir mi diario, cuando Jesús me dijo:

–Hija mía, aunque respeto tu cansancio, quiero pedirte que no te vayas a dormir hasta que pongas por escrito el estado de sufrimiento de las almas del purgatorio. Yo quiero que mis hermanos sacerdotes se unan a la cruzada de oración en favor de las almas que sufren en el purgatorio. Ahora quiero aliviar a aquellas que durante su vida con frecuencia me pidieron a Mí y a mi Madre, en la oración, que tuviéramos piedad de ellas en el momento de su muerte y cuando estuvieran en el lugar del sufrimiento.

Jesús me llevó entonces a un lugar tan grande que yo no podía ver el final. Aunque el lugar estaba oscuro, las almas allí parecían estar calmadas. Había un sinnúmero de almas: llevaban ropa negra y estaban arrimadas unas a otras. Todas parecían inmóviles, sin palabras y muy tristes. Mi corazón casi se quebraba al verlas así. Supe que estas almas no recibían ayuda alguna de nadie en la tierra, ni oración, ni sacrificios. Sabían que la hora de su liberación no había llegado todavía pero confiaban en que no dilataría mucho.

Después de eso Jesús me llevó a otro lugar similar. Allí las almas tiritaban en sus túnicas negras. Pero cuando me vieron entrar con Jesús, todas empezaron a agitarse. Yo tenía mi rosario en la mano para rezar por ellas. Cuando vieron el rosario, todas empezaron a gritar: “¡Rece por mí, querida hermana, rece por mí!” y trataban de sobreponer su voz, gritando más fuerte, solicitando mis oraciones, como una nube de abejas. Aunque todas gritaban a un tiempo, yo podía distinguir la voz de cada una. Reconocí a muchas entre ellas, personas a las que conocí cuando estaban en la tierra. Vi a algunas religiosas de otras órdenes y también de la mía. Me espanté cuando una madre superiora se volteó hacia mí y me pidió humildemente que rezara por ella.

Después de esto, una religiosa, conocida mía, con sus manos juntas y tocando mi rosario, me suplicó: “¡Por mí, por mí!”, mientras un extraño sudor, no sé si en el alma o en el cuerpo, corría sobre ella.

Después Jesús me llevó a un tercer lugar donde había un sinnúmero de religiosas, paradas y sin movimiento, mientras un fuerte sudor corría sobre ellas. Se volvieron hacia mí y me suplicaron que rezara el rosario por ellas. En ese lugar había luz. Yo pensé: “¿Por qué será que ellas me piden el rosario?” Entonces Jesús me mostró un rosario, en el que en vez de las cuentas había flores y en cada flor vi brillar una gota de la Sangre de Jesús.

Cuando decimos el rosario, las gotas de la Sangre de Jesús caen sobre la persona por quien lo ofrecemos. Las almas del purgatorio están implorando continuamente la Sangre salvadora de Jesús.

ISABEL KINDELMANN

(1913-1985)  Por esto, la Llama de Amor debe estar encendida para salvar a todos los cristianos; para salvar las familias, salvando a los padres y madres de cada familia cristiana; para ayudar a la santificación de los sacerdotes, que mientras más se asemejen a Cristo más eficaz ministerio ejercitarán con todos sus hermanos; ésta Llama de Amor debe iluminar todos los momentos de la vida del cristiano, todos los momentos de enfermedad, de agonía, de muerte. Aún después de la muerte ésta Llama de Amor debe seguir iluminando la esperanza de quienes se encuentran en el purgatorio.

Mons. Bernardino Echeverría Ruiz,Arzobispado de Guayaquil.

3 de agosto de 1962

La primera hora de oración la pasé tratando de ordenar mis pensamientos; apenas lograba tranquilizarme. Mi disipación me desanimó tanto que estaba incapaz de hacer aun oración vocal. He pensado en las almas sacerdotales muy olvidadas en el purgatorio y por ello quería ofrecer el vía crucis también. Pero el Redentor tristemente me habló así:
J.C.-«Yo tampoco abandoné ni interrumpí el camino de los dolores.

28 de septiembre de 1962 Ayunos por las almas sacerdotales del Purgatorio

Hoy, día de ayuno, lo ofrezco por las almas del purgatorio, especialmente por las almas sacerdotales. El Señor Jesús, se refería a que no puede resistir a  ruego de la Santísima Virgen. Me dijo, infundiéndolo en la conciencia de mi mente:
J.C.-«Ya que estás mitigando, hijita mía, este anhelo tan grande que tengo por las almas, sabes, ¿con qué te voy a premiar? El alma del sacerdote fallecido, gracias a que han guardado el ayuno pedido por Mí, de hoy en adelante, a los ocho días de haber muerto, se librará del fuego del purgatorio. Y cualquiera que guarde este ayuno, alcanzará esta gracia a favor de un alma que esté penando. (Observación: si ésta había fallecido en estado de gracia).

Con lágrimas escuchaba sus palabras llenas de majestad y misericordia, que podemos ayudar tan eficazmente a las almas que sufren en el purgatorio. Mi alma se estremeció cuando me comunicó esta nueva y grande gracia y, al salir de la santa misa para ir a casa, dijo en voz baja en mi alma :

J.C.-«Yo también me voy contigo y permaneceré contigo todo el día : que nuestros labios supliquen juntos al Eterno Padre para alcanzar misericordia. »

Con profunda adoración le dije: Mi adorado Jesús, ¡vivir en el alma esta gracia Contigo y con tus labios suplicar juntos al Eterno Padre! Al ir así a mi casa, sumida mi alma en su adoración, mi corazón bajo el efecto de la gracia comenzó a latir tanto que casi me desplomé… Entonces le supliqué: Deseo tanto, mi adorado Jesús, que tu gracia tan grande llegue a conocerse cuanto antes públicamente y cuánto más personas lleguen a sentir profundamente tu íntimo anhelo.
El Señor Jesús me pidió que pusiera por escrito especialmente aquello de cómo podemos ayudar a las ánimas. :

J.C.-« Por observar el ayuno pedido por Mí, las almas de los sacerdotes, al octavo día después de haber muerto, se librarán del purgatorio. »
(El ayuno estricto: durante un día se debe tomar sólo pan y agua).

4 de octubre de 1962

J.C.- « ¡Qué felicidad es ésta para Mí! ¡Sumérgete en Mí, en el mar de mis gracias! Te concedo ésta gracia, porque tú misma me pediste que te dejara sumergirte. ¡Pide siempre, mi pequeña hija carmelita! Yo reparto feliz mis tesoros que podrás cambiar en la hora de tu muerte. ¿Crees, acaso, que cuánto era tu sufrimiento, tanto será tu premio? ¡De ninguna manera! No se puede expresar con palabras humanas lo que he preparado para ustedes. Espero el momento de que tu llegues. Y te espero con un rico regalo. Me dará un vuelco el Corazón a tu llegada y muchas almas, a las cuales has ayudado a liberarse del purgatorio por medio de tus sacrificios, te saludarán rebosantes de gozo. Como buenos amigos tuyos, esperan el encuentro contigo. Compenétrate en este gozo sin límites y no resulte para ti nada fatigante lo que tengas que hacer por mi obra salvadora. ¡Qué nuestras miradas se compenetren!. En mis ojos bañados de lágrimas y de sangre verás el anhelo de mi Corazón por las almas. ¡Recoge Conmigo, hijita mía! Fui Yo quien injertó en tu corazón el deseo de las almas y lo aumentaré sin cesar. Pero, ¡aprovecha tú también toda oportunidad! »

13 de octubre de 1962 Las ánimas sufrientes también deben sentir el efecto de gracias de la llama de amor de mi corazón maternal

Desde hace meses me habla el Señor Jesús. No lo escribí, no siempre tengo modo de hacerlo. Hoy también me encontraba en la soledad silenciosa del templo. Oraba por los sacerdotes moribundos. El Señor Jesús conmovido me susurró al oído:
JC.- ¡Qué nuestras manos recojan juntas!

Pedí también la efusión de gracias de la Llama de Amor de la Santísima Virgen para las almas en pena, cuando el Señor Jesús me permitió sentir que en ese momento un alma acababa de liberarse del purgatorio. Sentí en mi alma un alivio indescriptible. En ese momento, por pura gracia de Dios, mi alma se sumergió en la felicidad inconmensurable del alma que llega a la presencia de Dios. Luego recé, con todo el recogimiento de mi alma, por los sacerdotes moribundos. Entre tanto un sentimiento muy angustioso inundaba todo mi interior. Son sufrimientos que da el Señor para que pueda recoger con Él. Durante mi profundo recogimiento un suspiro, fino como un hálito de la Santísima Virgen, sorprendió mi alma:

S.V.- “Tu compasión por las pobres ánimas, hijita mía, ha conmovido tanto mi Corazón maternal, te concedo la gracia que pediste. Si en cualquier momento, haciendo referencia a mi Llama de Amor, rezaran ustedes en mi honor Tres Aves Marías, cada vez un alma se librará del purgatorio. En el mes de los difuntos (en noviembre), al rezo de cada Ave María, 10 almas se librarán del purgatorio. Las ánimas sufrientes deben sentir ellas también el efecto de gracia de la Llama de Amor de mi Corazón maternal”.

NOTA DEL EDITOR:
Que Dios tiene derecho a expresar también en números las condiciones en que quiere dar su gracia, nos lo prueba la sagrada escritura. El caso de Naamán, el Sirio (2 Reyes 5, 1- 1 4) donde, de forma inequívoca, la condición de su sanación está expresada en números, aunque su realización no dependió del número. ¿Por qué precisamente el sumergirse 7 veces en las aguas turbias del Jordán fue la condición dada por el profeta Eliseo para que el Naamán alcanzara la curación? ¿No hubiera sido suficiente 5 o acaso 3 veces? ¡O quizá hubiera sido suficiente una sola inmersión! No fue el sumergirse 7 veces lo que le consiguió la curación sino la obediencia de su fe humilde con que, a pedido de sus siervos, venció su Resistencia y se sometió al deseo del profeta.

Es muy cierto que los números tienen frecuentemente otra significación en el plano sobrenatural que la que les atribuimos aquí en la tierra. La razón es que nosotros caemos frecuentemente en el error de trasladar nuestro modo de pensar tan mercantilista al orden de la vida sobrenatural, cuando el Cielo tiene otro propósito muy distinto con los números. La esencia y el sentido más profundo de ésta “matemática celestial” no es el número ni el rendimiento, sino el Amor. Significa que debe arder en nosotros continuamente el deseo de salvar las ánimas que están penadas. ¡Cuántos pensamientos inútiles, cuántas preocupaciones superfluas que giran alrededor de nuestro propio Yo, nos llenan durante un solo día! ¡Cuántas idas y venidas hacemos mecánicamente en un único día! ¡Qué medio tan eficiente podría ser para educarnos a nosotros mismos si con un pensamiento de amor acudiéramos en ayuda de un alma que está sufriendo! Ellas nos lo van a agradecer mucho y en su estado de bienaventurados nos ayudarán en nuestro trabajo para salvar las almas. De nuestra parte, ésta compasión nos sirve de mérito y la Santísima Virgen la vierte en bien de las ánimas. Si la Santísima Virgen se expresa en número, lo hace únicamente para de éste modo acomodarse a nuestra débil manera de comprender las ideas, a fin de estimularnos, en fervorizarnos, como si dijeran: Miren, aunque la contribución de ustedes sea tan insignificante, alcanza que un alma en pena ¡pueda ver a Dios cara a cara!

(La anotación correspondiente al 17 de julio de 1964 de éste Diario confirma esta interpretación.- EL EDITOR.)

31 de agosto de 1963 Premio tu gran compasión por las ánimas del Purgatorio

Asistí a la santa misa vespertina. Luego, me quedé todavía por largo tiempo con Él. Le supliqué largamente. La hermana sacristana no se dio cuenta de ello y se marchó echando llave a la puerta. Estábamos los dos: Dios y yo con mi oración de súplica. Absorta intercedí a favor de las almas del purgatorio. Ardía en mi alma gran deseo de que cuántas más se liberen de lugar del sufrimiento. Estando con mi gran anhelo, la Santísima Virgen así habló:

S.V.-“Premio, hijita mía, el gran anhelo y compasión que sientes de las almas del purgatorio. Hasta ahora rezaste tres Avemarías en mi honor por la liberación de un alma. Ahora, para calmar tu anhelo, en adelante diez almas se liberarán del lugar de sufrimientos”.

Casi no podía comprender tan grande bondad. En lugar de deshacerme en agradecimientos, sólo un suspiro vino a mis labios: Santa Madre de misericordia, ¡gracias por tantas gracias!

1 de septiembre de 1963 Yo, ¡voy a buscar corazones!

Hoy es día de ayuno por las ánimas sacerdotales. Como el Salvador me lo había pedido, ayunando a pan y agua puedo liberar un alma sacerdotal del purgatorio. -El ayuno me debilita un tanto ya que hago también mis tareas de casa del modo acostumbrado y ayudo a mis hijos. Hacia el atardecer una vez terminado mi trabajo, fui a donde el Señor Jesús. El recogimiento en Él quedó inesperadamente perturbado por una molestia que sentí.

24 de septiembre de 1963 Privilegio donde hacen la hora santa en familia

S.V.- “Mi Llama de Amor, que deseo derramar de mi corazón sobre ustedes en una medida cada vez mayor, se extiende también sobre las ánimas del purgatorio. Fijate bien en mis palabras, escribe lo que digo y entrégalas a las personas a quienes corresponden: “Aquellas familias que guardan los días jueves o viernes la hora santa de reparación en familia, si en la familia muere alguien, después de un único día de ayuno estricto, observado por un miembro de la familia, el difunto de la familia se libra del purgatorio”.

(Se entiende: si falleció en gracia de Dios). (Nota: Guardar “ayuno estricto” significa: no es menester pasar hambre. Hay que comer pan y beber agua).

18 de mayo de 1964. Lunes de Pentecostés El premio de guardar ayuno el lunes

Asistí a la santa misa y antes de la sagrada comunión el Señor Jesús me dijo:

JC.- “Como veo tu firme determinación, a la que eres fiel aún en los días de fiesta, te he preparado una alegría: de entre las almas sacerdotales que sufren en el purgatorio, en este día, a partir de medianoche, a cada hora se libera un alma”.

Esto me dijo el Señor Jesús porque a petición suya, los lunes continuamente ayuno a pan y agua y no lo omito ni aun cuando caiga una fiesta en ese día. Estoy feliz de poder guardar en este día el ayuno estricto ya que Él prometió que después de ayunar un día lunes, un alma sacerdotal llega a su divina Presencia. Y ahora, al decirme que en cada hora se libera un alma sacerdotal, inundó mi alma con aquel sufrimiento que estas almas padecen todavía, que luego de unas horas ya estarán en Su presencia. Este dolor ha durado apenas uno o dos minutos pero aún así, -estando de rodillas-, casi me desplomé a causa de los dolores. Después de comulgar, el Señor Jesús me permitió sentir la liberación de un alma. Hizo que mis sentimientos cambiaran de un extremo a otro : después de las profundidades del sufrimiento, me inundó con la alegría sublime del alma que ha llegado a la Presencia de Dios. El estado de mi alma, temblorosa de la embriaguez de las gracias, hizo que me sintiera libre durante horas de la fuerza de gravitación de la tierra.

5 – 7 de octubre de 1964  Reza el rosario por las almas sacerdotales

Llevo ya más de tres años que guardo, a petición del Señor Jesús, este ayuno estricto por la liberación de las ánimas sacerdotales.

-Al regresar hoy, lunes, de la santa misa, mi cuerpo se debilitó tanto con los dolores que después de unas horas me sobrevino un hambre grande. No la aguanté y tomé alimentos. En mi gran pena de no poder llevar ahora a las ánimas sacerdotales a la Presencia de Dios y porque esta compasión se acrecentaba más y más en mi alma, pregunté al Señor Jesús qué debía hacer. En mi alma reinaba gran oscuridad y silencio. El Señor Jesús no dio respuesta. Aun al tercer día me desperté sintiendo compasión por las ánimas sacerdotales en pena. Y mientras pensaba en estos, la Santísima Virgen hizo oír sus palabras bondadosas en mi alma:

S.V.- “Mi hijita carmelita, reza el rosario completo y asiste a una santa misa que sea ofrecida por él. Así puedes recuperar el atraso causado por tu debilidad. El ánima del sacerdote llegará del purgatorio a la Presencia de Dios”.

Me quedé muy conmovida por esta propuesta bondadosa. Con lágrimas agradecí a nuestra Madre Celestial que en mi debilidad ayudo a liberar a las ánimas. Regresó a mi alma la fuerza y la tranquilidad. Esto también ocurrió la misma mañana: Al ir a la santa misa mis pensamientos se divagaron un poco, aunque esto duró sólo unos pocos minutos. Entonces el Señor Jesús se dirigió a mí:

JC.- “Eres querida para Mí pero ¡no distraigas tus pensamientos! Piensa sólo en Mí, porque si no lo haces así, me aflijo. No me aflijas y no tomes a mal si te corrijo. Sabes, me gusta si mis divinas palabras te encuentran estando siempre alerta. Aun un minuto es mucho para Mí que pases ocupada en otras cosas. Yo te ayudo para que sólo Yo y nadie más llene tus pensamientos.

1 – 2 de noviembre de 1965 Mes de Noviembre, mes de las almas sufrientes

El Señor Jesús me inundó con sufrimientos extraordinarios que de noche se intensificaban más todavía, tanto que sólo podía andar encorvada. Y lo que nunca existió en mí toda mi vida, me agarró también el temor a la muerte. Antes de ir a descansar, con todas mis fuerzas me preparé a la muerte como si ahora, en cualquier momento hubiera tenido que presentarme ante la santa faz de Dios. Estos grandes sufrimientos los ofrecí al Señor Jesús. Entre tanto, Él se contentó con decir:

JC.- “¡No estés harta de ellos!”

Al día siguiente me desperté aliviada y a lo largo del día este alivio iba en mí en aumento. Cuando de repente, de nuevo habló el Señor Jesús:

JC.- “¿Verdad, alma mía, me crees lo mucho que te quiero? Este violento sufrimiento que has soportado, lo destiné a favor de las almas sufrientes. Y ahora, sonrío sobre ti”.

En este instante, sentí como si hubiera separado mi alma de mi cuerpo, mientras el Señor Jesús habló de nuevo:

JC.- “Dios sonríe sobre ti. Con mi divina Sonrisa, ves, soportas más fácilmente los grandes y violentes sufrimientos de los cuales las almas sufrientes tenían gran necesidad, porque ahora has tomado parte en la labor a favor de la Iglesia sufriente. ¡Sufre sonriendo! ¡Nadie sepa, nadie vea, quede esto el secreto de nosotros dos! Esto sólo Dios puede conceder y lo doy sólo a aquellas almas que saben soportar sonriendo los incesantes sacrificios”.

15 de agosto de 1980 Ayuno de los días lunes

El Señor Jesús y la Santísima Virgen me hablaron alternando entre sí. La palabra de la Santísima Virgen con firme pero amorosa energia resonó en mi alma. Pidió al clero, a las personas consagradas a Dios (religiosos, religiosas) y a los fieles cristianos en todo el mundo que, teniendo modo de hacerlo, guardaran los días lunes, ayuno a pan y agua.

El Señor Jesús: “La Iglesia y el mundo entero está en grave peligro y ustedes con sus fuerzas no pueden cambiar la situación. Sólo la Santísima Trinidad puede ayudarles a ustedes, a la intercesión concertada de la Santísima Virgen, de todos los ángeles y santos y de las almas liberadas con la ayuda de ustedes”.

Según la comunicación de la Virgen Santísima :

S.V.-Los sacerdotes, si observan el ayuno del lunes, en todos las santas misas que celebren esa semana, en el momento de la Consagración, liberarán multitudinariamente  a las almas del purgatorio. Las personas consagradas a Dios y los seglares que guarden el ayuno del lunes, en esa semana cada vez que comulguen, en el momento de recibir el Sagrado Cuerpo del Señor, liberarán multitud de almas del purgatorio.

12 de septiembre de 1963 La Llama de Amor de la Santísima y los Moribundos

S.V.-“Si se enciende la Llama de Amor de mi Corazón en la tierra, su efecto de gracia se derramará también sobre los moribundos. Satanás se quedará ciego y con la ayuda de la oración de ustedes, durante su velada nocturna, terminará la terrible lucha de los moribundos con Satanás y bajo la suave luz de mi Llama de Amor hasta el pecador más empedernido se convertirá”. Es mi peticion que la santa velada nocturna, por la cual quiero salvar a las almas de los moribundos, la organicen de tal manera en cada parroquia, que por ningún minuto se quede sin que alguien haga oración de vela. »

RECOPILACION: La Llama de Amor de la Virgen y las almas del purgatorio:

S.V.-«Mi Llama de amor que deseo derramar sobre ustedes en una medida cada vez mayor, va a tener efecto sobre las almas del purgatorio también:

a) Aquellas familias que guardan los días jueves y viernes la hora santa de reparación en familia regularmente, si en la familia muere alguien, después de un único día de ayuno estricto (observado por un miembro de la familia), el difunto de la familia se libra del purgatorio.» 24 de septiembre de 1963 (Se entiende : si falleció en gracia de Dios)

b) «Quien ayuna a pan y agua el lunes, librará cada vez un alma sacerdotal del lugar del sufrimiento. Quien practica esto, él también recibirá la gracia de ser liberado del lugar de las penas antes de que transcurran ocho días de su muerte. » Orden de día LUNES
Nuevos privilegios para los que guardan ayuno estricto las lunes. 15 de agosto de 1980

c) «Si en cualquier momento, haciendo referencia a mi Llama de Amor, rezaran ustedes en mi honor tres Avemarías, cada vez un alma se librará del purgatorio. -Las ánimas sufrientes deben sentir ellas también el efecto de gracia de la Llama de Amor de mi Corazón maternal. » 13 de octubre de 1962

SANTA LIDUVINA

(1380-1433) Cuentan las antiguas crónicas que recién paralizada una noche soñó Liduvina que Nuestro Señor le proponía este negocio: “Para pago de tus pecados y conversión de los pecadores, ¿qué prefieres, 38 años tullida en una cama o 38 horas en el purgatorio?”. Y que ella respondió: “prefiero 38 horas en el purgatorio”. Y sintió que moría que iba al purgatorio y empezaba a sufrir.

Y pasaron 38 horas y 380 horas y 3,800 horas y su martirio no terminaba, y al fin preguntó a un ángel que pasaba por allí, “¿Por qué Nuestro Señor no me habrá cumplido el contrato que hicimos? Me dijo que me viniera 38 horas al purgatorio y ya llevo 3,800 horas”. El ángel fue y averiguó y volvió con esta respuesta: “¿Qué cuántas horas cree que ha estado en el Purgatorio?” ¡Pues 3,800! ¿Sabe cuánto hace que Ud. se murió? No hace todavía cinco minutos que se murió. Su cadáver todavía está caliente y no se ha enfriado. Sus familiares todavía no saben que Ud. se ha muerto. ¿No han pasado cinco minutos y ya se imagina que van 3,800?”. Al oír semejante respuesta, Liduvina se asustó y gritó: Dios mío, prefiero entonces estarme 38 años tullida en la tierra. Y despertó. Y en verdad estuvo 38 años paralizada y a quienes la compadecían les respondía: “Tengan cuidado porque la Justicia Divina en la otra vida es muy severa. No ofendan a Dios, porque el castigo que espera a los pecadores en la eternidad es algo terrible, que no podemos ni imaginar”. Y seguía sufriendo contenta su parálisis para pagar sus propios pecados y para conseguir la salvación de muchos pecadores.

En 1421, o sea 12 años antes de su muerte, las autoridades civiles de Schiedam (su pueblo) publicaron un documento que decía: “Certificamos por las declaraciones de muchos testigos presenciales, que durante los últimos siete años, Liduvina no ha comido ni bebido nada, y que así lo hace actualmente. Vive únicamente de la Sagrada Comunión que recibe”. Durante los primeros años de su enfermedad podía tomar algunos alimentos, pero después, durante los últimos 19 años de su vida, ya no volvió a comer ni a beber. Su único alimento era la Sagrada Comunión. Nadie se ha logrado explicar este prodigio.

Narramos aquí la tercera visión relativa al interior del Purgatorio, aquella de Santa Liduvina de Shiedam, Holanda, quien murió el 11 de abril de 1433, y cuya historia escrita por un sacerdote contemporáneo, goza de la más perfecta autenticidad. Ésta admirable virgen, un verdadero prodigio de la paciencia cristiana, fue presa de muchos dolores y de los padecimientos más crueles por un período de treinta y ocho años. Estos sufrimientos hacían imposible para ella el dormir, pasaba las largas noches rezando, y muy frecuentemente, llevada en espíritu, era conducida por su Ángel guardián a las regiones misteriosas del Purgatorio, allí ella vio moradas, prisiones, diversas mazmorras, cada una más tenebrosa que la otra; se encontró con almas que ella conocía, y le fueron mostrados los diferentes castigos. Se puede preguntar, « ¿Cual fue la naturaleza de esos viajes extáticos?» ello es difícil de explicar; pero podemos concluir por otras circunstancias que había más realidad en ellos que lo que podemos creer.

La santa inválida hizo viajes similares y peregrinajes en la tierra, a los lugares santos de Palestina, a las iglesias de Roma, y a los monasterios en la vecindad. Ella tenía un conocimiento exacto de los lugares por los que había viajado en espíritu. Un religioso del monasterio de Santa Isabel, conversando un día con ella, hablando de las celdas, de los salones, del refectorio, etc., de su comunidad, diole a él una detallada descripción de su casa, como si ella estuviera viviendo allí. El Religioso habiendo expresado su sorpresa, le oyó decir: «Sepa padre, que yo he estado en su monasterio; he visitado las celdas, he visto a los ángeles guardianes de todos aquellos que las ocupan».

En uno de los viajes que nuestra Santa hizo al Purgatorio ocurrió lo siguiente: Un desafortunado pecador, enredado en las corrupciones de éste mundo, fue finalmente convertido por las oraciones y urgentes exhortaciones de Liduvina, el hizo una sincera confesión de todos sus pecados y recibió la absolución, pero tuvo poco tiempo para practicar la penitencia, ya que poco después murió por causas de la plaga. La Santa ofreció muchas oraciones y sufrimientos por su alma; y algún tiempo después, habiendo sido transportada por su Ángel al Purgatorio, ella quiso saber si él estaba todavía allí y en qué estado. «Él está aquí,» dijo su Ángel, «y está sufriendo mucho. ¿Estarías dispuesta a sufrir algunos dolores con el fin de disminuir los de él?» «Claro que sí,» dijo ella, «Estoy lista para sufrir cualquier cosa con tal de ayudarlo.» Instantáneamente, su Ángel la condujo a un lugar de espantosas torturas. « ¿Es esto el infierno hermano mío?» preguntó la Santa dama sobrecogida de horror. «No, hermana»,  le contestó el Ángel, «pero esta parte del Purgatorio está en el límite con el Infierno». Mirando hacia todos lados, vio ella lo que se asemejaba a una inmensa prisión, rodeada con murallas de una prodigiosa altura, cuya oscuridad, junto con las monstruosas piedras, la llenaron de horror. Acercándose a este gigantesco enclaustramiento, ella oyó un ruido confuso de lamentos, gritos de furia, cadenas, instrumentos de tortura, golpes violentos que los verdugos descargaban contra sus víctimas. Este ruido era tal que todo el tumulto del mundo, en tempestad o batalla, no podría tener comparación con él. « ¿Que es entonces este horrible lugar?» pregunto Santa Liduvina a su buen Ángel. « ¿Deseas que te lo muestre?» «No, te lo suplico», dijo sobrecogida de terror, «el ruido que oigo es tan aterrador que no puedo seguir escuchándolo; ¿Cómo puedo, entonces, soportar la vista de esos horrores?» Continuando con su misteriosa ruta, ella vio un Ángel sentado tristemente en las paredes de un pozo. «¿Quién es ese Ángel?» le preguntó a su guía. «Es», dijo él, «el Ángel guardián del pecador en cuya suerte estas interesada. Su alma está dentro de ese pozo, donde tiene un Purgatorio especial». Tras estas palabras, Liduvina miró inquisitivamente a su Ángel; ella deseaba ver esa alma que le era tan querida, y tratar de librarlo de tan espantoso hoyo. El Ángel que comprendió su deseo, descubrió el pozo, y una nube de llamas, junto con los mas lastimeros lamentos brotaron de él. « ¿Reconoces esa voz?» le pregunto el Ángel a ella. « ¡Ay! Sí», contestó la sierva de Dios. « ¿Deseas ver esta alma?» continuó él. Al oír su respuesta afirmativa, el Ángel le llamó por su nombre; e inmediatamente nuestra virgen vio aparecer en la boca del foso un espíritu envuelto todo en llamas, que parecía un metal incandescente al rojo vivo, y quien al verla le dijo en una voz escasamente perceptible, « ¡Oh Liduvina, sierva de Dios! ¿Quién me ayudará para contemplar la cara del Altísimo?»La visión de ésta alma, presa del más terrible tormento de fuego, le causó tal conmoción a nuestra Santa que el cinturón que ella usaba alrededor del cuerpo se rasgó en dos; y siéndole imposible seguir viéndole en tal estado, despertó repentinamente de su éxtasis. Las personas presentes, percibiendo su temor, le preguntaron su causa. « ¡Ay!» replicó ella «¡Que tan espantosas son las prisiones del Purgatorio! Fue para ayudar a las almas que yo consentí descender allá. Sin este fin, aunque me fuere dado todo el mundo, no pasaría otra vez por el terror que tan horrible espectáculo me causó. Algunos días después, el mismo Ángel que ella había visto tan desolado, se le apareció con una actitud feliz, le dijo que el alma de su protegido había abandonado el pozo y había pasado al Purgatorio ordinario. Éste alivio parcial no satisfizo a Liduvina, continuó rezando por el pobre paciente, aplicando a él los méritos de sus sufrimientos, hasta que pudo ver que las puertas del Cielo se abrieron para él.

SANTA GERTRUDIS DE HELFTA

(1256- 1301) Santa Gertrudis de Helfta, llamada la grande, nació en Eisleben (Turingia) en 1256. Entró al monasterio a los 5 años con las monjas Cistercienses de Helfta (Sajonia). La abadesa Gertrudis de Hackerbon la acogió de niña porque había quedado huérfana. A los 25 años, en 1281, tiene su primera manifestación divina. Empezará a escribir en latín por un impulso interior y escuchando la voz de Jesús que quiere hacer conocer sus escritos. Hacia el 1284 recibe los estigmas invisibles. A los 45 años, poco antes de morir recibe también el regalo de la herida, o flecha de amor, en el corazón.

Recorrió en modo maravilloso el camino de la perfección, dedicándose a la oración y contemplación, empleando su cultura para la redacción de sus textos de fe, entre ellos el célebre “Exercitia” y el que es tal vez uno de sus libros más famosos, las “Revelaciones”. Es recordada entre las iniciadoras de la devoción al Sagrado Corazón, la primera en trazar una teología, pero sin el tema de las reparaciones que luego será dominante. Ejerció una gran influencia en su tiempo porque la fama de su Santidad y de sus visiones atraía a muchos para pedir consejo y consuelo.

Experiencias con las ánimas:
A Santa Gertrudis se le aparece la santa abadesa Gertrudis en la gloria mientras ella ofrece la misa y ve que el Señor la recibe en su corazón. En estas visiones, Gertrudis ve la conexión entre el Sagrado Corazón, la misa y las almas de los difuntos.

Gertrudis también asiste en la muerte de Matilde, cantora del monasterio, y ve que Jesús acerca los labios de la agonizante a la herida del Divino Corazón.

Gertrudis rogaba un día por el hermano F. que había muerto hacía poco y vio su alma con el aspecto de un sapo repugnante, quemado interiormente en forma horrible y atormentado de varias penas a causa de sus pecados. Parecía que tenía algo malo debajo de su brazo y un peso enorme lo obligaba a estar curvado hasta el suelo, sin poderse enderezar.

Gertrudis comprendió que aparecía encorvado y con forma de sapo porque durante su vida religiosa había descuidado elevar su mente a las cosas divinas. Además entendió que el dolor que llevaba debajo de su brazo era debido al hecho de que había trabajado con el permiso del Superior para adquirir bienes temporales y había escondido la ganancia.

Tenía que pagar por su desobediencia. Gertrudis habiendo recitado los salmos prescritos por aquella misma alma, preguntó al Señor si tendría alguna ventaja: “ciertamente respondió Jesús” las almas purgantes vienen y levantan tales sufragios, incluso también las oraciones breves pero dichas con fervor son de mucho provecho para ellas.

Santa Gertrudis fue ferozmente tentada por el demonio cuando estaba por morir. El espíritu demoníaco nos reserva una peligrosa y sutil tentación para nuestros últimos minutos. Como no pudo encontrar un asalto lo suficientemente inteligente para esta Santa, pensó en molestar su beatífica paz sugiriéndole que iba a pasar larguísimo tiempo en el Purgatorio puesto que había desperdiciado sus propias indulgencias y sufragios en favor de otras almas. Pero Nuestro Señor, no contento con enviar Sus Ángeles y las miles de amas que ella había liberado, fue en Persona para alejar a Satanás y confortar a su querida Santa. El le dijo a Santa Gertrudis que a cambio de lo que ella había hecho por las ánimas benditas, la llevaría directo al Cielo y multiplicaría cientos de veces todos sus méritos.

Murió una monja del Orden de Cistel, moça de poca edad, llamada Getrudis. Tenía una grande amiga, la cual, estando en el coro assitiendo a las horas, vido entrar la muerta y ponerse a una parte, muy triste, y la cabeça, baxa. La otra, que la vido y conoció, alborotóse mucho, y hizo tal sentimiento que la abadessa lo echó de ver, y acabadas las horas, llamóla y preguntóle la causa de su sentimiento y alboroto.

Respondió:

-Sabed, madre señora, que vi entrar a Getrudis y estar en el coro todo el tiempo que se dezía el oficio.

La abadessa dixo:

-Son ilusiones del demonio. Si otra vez la vieres, dirásle: « Benedicite», y mira si te responde.

Hízolo assí la monja; entró la muerta, su amiga, llegó a ella, y díxole: « Benedicite». Respondió la muerta: « Dominum». Tomó la otra ánimo y preguntóle:

-¿A qué vienes?

La muerta respondió:

-A assistir en el oficio y a satisfazer lo que contigo parlé estando en él, porque me ha Dios señalado Purgatorio adonde cometí el pecado. Y avísote que si tú no te enmiendas, que será lo mismo de ti que de mí.

Por cuatro vezes se vido la muerta venir al oficio y assistir en él, siendo su amiga la que la veía, y porque hazía tal sentimiento que todo el coro se turbava, en especial sabiéndose ya la causa, la abadessa hizo celebrar Missas y hazer oración por la difunta, y no fue vista más. Lo dicho es de Cesario.

Santa Gertrudis amaba, por las excelentes cualidades de que estaba en abundancia dotada, a una jovencita que al Señor plugo llamarla a Sí en la flor de su vida. Ocurrió, pues, que mientras, después de su tránsito, la Santa la recomendaba con gran fervor a Dios, arrebatada en espíritu, la vio que estaba en la presencia del Salvador, adornada con preciosas vestiduras y radiante de luz, pero con rostro triste y medrosa de presentarse a su divino Esposo Jesús. Maravillada la Santa, primeramente se dirigió suplicante al Redentor, rogándole se dignara invitar dulcemente a aquella su amada jovencita, a fin de que avanzara confiada hacia Él. El amoroso Redentor volvió benigno su mirada a la humilde doncellita, haciéndole señal de que se aproximara a Él; pero ella, en lugar de acercarse más, más avergonzada todavía, humildemente se alejaba. Entonces  Gertrudis, dirigiéndose a ella: “¿Es ésa la manera, le dice, de corresponder a la gracia del celeste Esposo, o más bien de hacerse indigna de Él?”. A lo que la prudente virgen respondió: “Perdona, Madre, es que mi estado no me permite todavía tomar entre mis manos aquella diestra, ni besar aquella mano que me invita. Estoy, es cierto, confirmada en gracia, como destinada a ser esposa del Cordero Inmaculado, pero es preciso purgar toda suerte de defectos antes de unirse en eterno abrazo con Él. Todavía hay en mí algún defectillo que me afea y ofende su purísima mirada, y hasta que yo no me vea tal cual Él me desea, no osaré jamás entrar en aquel celestial gozo, que no sufre mancha de imperfección”. ¿Y podremos nosotros esperar obtenerlo si no nos enmendamos perfectamente de nuestras culpas? Pero ¿cuándo lo haremos? El tiempo vuela rápidamente, y si nuestros días pasan, no lo haremos, no lo podremos hacer jamás.

Un día, Santa Gertrudis, habiéndose puesto en oración suplicando por el eterno descanso de un alma por la que ella particularmente se interesaba, el Señor le hizo oír estas palabras: “Yo experimento un placer especial cuando se me dirigen oraciones por los difuntos, sobre todo cuando veo que la compasión natural va unida con la buena voluntad que la hace meritoria. ¡Oh, entonces ambas cosas juntas concurren admirablemente para dar a esta buena obra la plenitud y perfección de que es capaz! Las oraciones de los fieles descienden cada instante sobre las pobrecitas almas cual lluvia benéfica, cual bálsamo saludable que no solamente endulza y calma sus dolores, sino que con el tiempo líbralas también de aquella cárcel más o menos rápidamente, según sea el fervor y devoción con que sean hechas”. En otra ocasión, suplicando esta misma Santa al Señor se dignase aceptar las súplicas que le dirigía en favor de los difuntos, recibió esta respuesta: “¿Y cómo podría ser de otro modo? Yo soy como un príncipe lleno de afecto para con algunos súbditos suyos, a quienes por su propia autoridad y por justos motivos tiene encerrados en lóbrega cárcel; y no queriendo hacerles gracia, como podría, en virtud de su poder soberano, para que su justicia no quedase malparada, no obstante, estaría enteramente dispuesto a perdonarles y librarlos de la cárcel si algún personaje de su corte intercediera y suplicase por ellos. Del mismo modo me son altamente agradables las súplicas que se me hacen en favor de las almas del Purgatorio, y tomo ocasión de ellas para librarlas de sus penas y llevarlas a la posesión de la eterna gloria”.

En cuánto provecho redunde para nosotros, delante de Dios y de las almas del Purgatorio, este acto heroico de caridad, vémoslo confirmado por el siguiente hecho, referido por Dionisio Cartujano. Una doncella, llamada Gertrudis, educada en la escuela de la caridad, había acostumbrado, desde sus más tiernos años, ofrecer en sufragio de las almas del Purgatorio la satisfacción de todas las buenas obras que hacía. Era tan del agrado del Purgatorio y del Cielo tan devota práctica, que con frecuencia complacíase el Señor en indicarle las almas más necesitadas a las cuales convenía la aplicase; y aquellas mismas almas que por su mediación eran liberadas de aquellas penas aparecíansele gloriosas para darle más gracias y prometerle su correspondencia desde el cielo. Había empleado siempre su vida en este santo ejercicio, y llena de santa confianza acercábase a la muerte cuando el enemigo infernal trató de perturbarla, acometiéndola con el pensamiento de haber ella liberado en su vida muchas almas del Purgatorio para ir ella ahora a ocupar su lugar y sufrir por ellas, hallándose despojada del mérito de todas sus buenas obras. “¡Cuán necia y presuntuosa fuiste, le decía, al despojarte de tantos merecimientos para cederlos en provecho de otros! Pronto te arrepentirás, cuando te veas acometida y rodeada de los más crueles suplicios, riéndome yo entretanto de tus padecimientos. ¿Qué necesidad tenias tú de prodigar de ese modo tus méritos en beneficio de quien era para ti un extraño? El orgullo fue el que te cegó; mas, ¡bien caro lo pagarás!”. Ante tales insinuaciones, aquella alma piadosa, gimiendo y desolada, lamentábase diciendo: “¡Ay, infeliz de mi, infeliz de mí! ¡Dentro de breves instantes iré a dar cuenta a Dios de todas mis acciones, sin haberme reservado ninguna buena para mí! ¡Oh, qué terrible Purgatorio me espera, sin esperanza de alivio ni consuelo!”. Pero el Señor, no queriendo que pasara tanta angustia su fiel sierva, apareciéndosele lleno de majestad y de dulzura, le dice: “¿Por qué estás tan desolada, hija mía? Has de saber que tu caridad me ha sido tan grata, que desde este momento Yo te perdono todas las penas que te estaban reservadas, y como Yo he prometido recompensar con el ciento por uno a los que se olvidaran de sí mismos por amor de sus hermanos, así con el ciento por uno aumentaré tu recompensa en el cielo. Sepas que todas las almas salvadas por ti vendrán en breve a tu encuentro para acompañarte e introducirte en la celestial Jerusalén”. Ante tan consoladora seguridad la piadosa doncella sintió disiparse toda tristeza, y referido lo acaecido a los circunstantes, con la sonrisa de los predestinados en los labios, fue a recibir la recompensa de su caridad heroica. Enfervorícese también nuestro deseo de procurar ayuda a las benditas almas, pues espléndida será la celestial recompensa.

Fuentes: P. Angel Peña O.A.R. “Más allá de la Muerte” Capítulo 4: Los santos y el purgatorio, http://www.tenesperanza.org y otros

 

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El Purgatorio es biblico


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Dictado de Jesús sobre la Gracia, visión de María Valtorta

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6 de junio de 1943 

Dice Jesús:

“Hoy quiero hablarte de la “gracia”. Verás que tiene relación con los otros temas aunque a primera vista no te parece. Estás un poco cansada, pobre María, pero escribe de todas formas. Estas lecciones te servirán para los días de ayuno en los cuales Yo, tu Maestro, no te hablaré.

¿Qué es la gracia? Lo has estudiado y explicado muchas veces. Pero Yo te lo quiero explicar a mi modo en su naturaleza y en sus efectos.

La gracia es poseer en vosotros la luz, la fuerza, la sabiduría de Dios. Esto es poseer la semejanza intelectual con Dios, el signo inconfundible de vuestra filiación con Dios.

Sin la gracia seríais simplemente criaturas animales, llegadas a tal punto de evolución de estar provistas de razón, con un alma, pero un alma a nivel de tierra, capaz de guiarse en las contingencias de la vida terrena pero incapaz de elevarse a las regiones en las que se vive la vida del espíritu; por ello poco más que las bestias que se regulan solamente por el instinto y, en verdad, a menudo os superan con su modo de comportarse.

La gracia es por lo tanto un don sublime, el mayor don que Dios, mi Padre, os podía dar. Y os lo da gratuitamente porque su amor de Padre, por vosotros, es infinito como infinito es Él mismo. Querer decir todos los atributos de la gracia significaría escribir una larga lista de adjetivos y sustantivos, y aún no explicaría todavía perfectamente qué es este don.

Recuerda solamente esto: la gracia es poseer al Padre, vivir en el Padre; la gracia es poseer al Hijo, gozar de los méritos infinitos del Hijo; la gracia es poseer al Espíritu Santo, disfrutar de sus siete dones. La gracia, en fin, es poseernos a Nosotros, Dios Uno y Trino, y tener alrededor de vuestra persona mortal las legiones de ángeles que nos adoran en vosotros.

Un alma que pierde la gracia lo pierde todo. Inútilmente para ella el Padre la ha creado, inútilmente para ella el Hijo la ha redimido, inútilmente para ella el Espíritu Santo le ha infundido sus dones, inútilmente para ella están los Sacramentos. Está muerta. Rama podrido que bajo la acción corrosiva del pecado se separa y cae del árbol vital y termina de corromperse en el barro. Si un alma supiera conservarse como es después del Bautismo y después de la Confirmación, esto es cuando ella está embebida literalmente de la gracia, aquella alma sería poco inferior a Dios. Y que esto te lo diga todo.

Cuando leéis los prodigios de mis santos os sorprendéis. Pero, querida mía, no hay nada de asombroso. Mis santos eran criaturas que poseían la gracia, eran dioses, por esto, porque la gracia os deifica. ¿Acaso no lo he dicho Yo en mi Evangelio que los míos harán los mismos prodigios que Yo hago? Pero para ser míos es necesario vivir de mi Vida, esto es de la vida de la gracia.

Si quisierais, todos podríais ser capaces de prodigios, esto es de santidad. Mejor dicho, Yo quisiera que lo fuerais porque entonces querría decir que mi Sacrificio ha sido coronado por la victoria y que realmente Yo os he arrancado del imperio del Maligno, desterrándole a su Infierno, remachando su boca con una piedra inamovible y poniendo sobre ella el trono de mi Madre, que fue la Única que tuvo su calcañal sobre el dragón, impotente para dañarle.

No todas las almas en gracia poseen la gracia en la misma medida. No porque nosotros se la infundamos en medida distinta, sino porque de distinta manera la sabéis conservar en vosotros. El pecado mortal destruye la gracia, el pecado venial la resquebraja, las imperfecciones la debilitan. Hay almas, no del todo malas, que languidecen en una tisis espiritual porque, con su inercia, que las empuja a cometer continuas imperfecciones, enflaquecen cada vez más la gracia, haciéndola un hilo debilísimo, una llamita languidecerte. Mientras debería ser un fuego, un incendio vivo, bello, purificador. El mundo se derrumba porque se derrumba la gracia en casi la totalidad de las almas y en las demás languidece.

La gracia da frutos distintos según esté más o menos viva en vuestro corazón. Una tierra es más fértil cuanto más rica es de elementos y beneficiada por el sol, por el agua, por las corrientes aéreas. Hay tierras estériles, secas, que inútilmente vienen regadas por el agua, calentadas por el sol, agitadas por los vientos. Lo mismo es en las almas. Hay almas que con cada estudio se cargan  de elementos vitales y por ello logran disfrutar el cien por cien de los efectos de la gracia.

Los elementos vitales son: vivir según mi Ley, castos, misericordiosos, humildes, amorosos de Dios y del prójimo; es vivir de oración “viva”. Entonces la gracia crece, florece, echa raíces profundas y se eleva en árbol de vida eterna. Entonces el Espíritu Santo, como un sol, inunda con sus siete rayos, de sus siete dones; entonces Yo, Hijo, os penetro con la lluvia divina de mi Sangre; entonces el Padre os mira con complacencia viendo en vosotros su semejanza; entonces María os acaricia estrechándoos contra su seno en el que me ha llevado a Mí como a sus hijitos menores pero queridos, queridos por su Corazón; entonces los nueve coros angélicos hacen corona a vuestra alma templo de Dios y cantan el “Gloria” sublime; entonces vuestra muerte es Vida y vuestra Vida es bienaventuranza en mi Reino”.

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Listado de Mensajes de la Virgen de Lourdes de Can Cerdá

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Presentación de María en el Templo: visión de Sor María de Agreda

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Contiene la presentación al templo de la Princesa del Cielo y los fa­vores que la diestra divina le hizo.

DE LA PRESENTACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA EN EL TEMPLO EL AÑO TERCERO DE SU EDAD

413. Entre las sombras que figuraban a María Santísima en la ley escrita, ninguna fue más expresa que el arca del testamento, así por la materia de que estaba fabricada, como por lo que en sí contenía, y para lo que servía en el pueblo de Dios, y las demás cosas que mediante el arca y con ella y por ella hacía y obraba el mismo Señor en aquella antigua Sinagoga; que todo era un dibujo de esta Señora y de lo que por ella y con ella había de obrar en la nueva Iglesia del Evangelio. La materia del cedro inco­rruptible (Ex., 25, 10) de que —no acaso pero con Divino acuerdo— fue fabrica­da, expresamente señala a nuestra arca mística María, libre de la corrupción del pecado actual y de la carcoma oculta del original y su inseparable fomes y pasiones. El oro finísimo y purísimo que por dentro y fuera la vestía(Ib. 11), cierto es que fue lo más perfecto y levantado de la gracia y dones que en sus pensamientos divinos, y en sus obras y costumbres, hábitos y potencias resplandecía, sin que a la vista de lo interior y exterior de esta arca se pudiese divi­sar parte, tiempo, ni momento en que no estuviese toda llena y vestida de gracia, y gracia de subidísimos quilates.

414.    Las tablas lapídeas de la ley, la urna del maná y vara de los  prodigios,  que aquella  antigua  arca  contenía  y  guardaba,  no pudo  significar  con  mayor  expresión  al  Verbo  Eterno  humanado, encerrado  en  esta arca  viva  de  María  Santísima,  siendo  su  Hijo unigénito la piedra fundamental(1 Cor., 3, 11) y viva del edificio de la Iglesia Evangélica;   la  angular(Ef., 2, 20),  que  juntó  a  los  dos  pueblos,  judaico y gentil, tan divisos, y que para esto se cortó del monte(Dan., 2, 34) de la eterna generación, y para que, escribiéndose en ella con el dedo de Dios la nueva ley de gracia, se depositase en el arca virginal de María; y para que se entienda que era depositaría esta gran Reina de todo lo que Dios era y obraba con las criaturas. Encerraba también con­sigo el maná de la Divinidad y de la gracia y el poder y vara de los  prodigios  y maravillas,  para  que  sólo  en  esta arca  divina y mística se hallase la fuente de las gracias, que es el mismo ser de Dios, y de ella redundasen a los demás mortales, y en ella y por ella se obrasen las maravillas y prodigios del brazo de Dios; y todo lo que este Señor quiere, es y obra, se entienda que en María está encerrado y depositado.

415.    A todo esto era consiguiente que el arca del testamento —no por la figura y sombra, sino por la verdad que significaba— sirviese de peana y asiento al propiciatorio(Ex., 26, 34), donde el Señor tenía el asiento y tribunal de las misericordias para oír a su pueblo, res­ponderle y despachar sus peticiones y favores; porque de ninguna otra criatura hizo Dios trono de gracia fuera de María Santísima; ni  tampoco podía dejar de hacer propiciatorio de esta mística y verdadera arca, supuesto que la había fabricado para encerrarse en ella. Y así parece que el tribunal de la Divina justicia se quedó en el mismo Dios y el propiciatorio y tribunal de la misericordia le puso en María dulcísima, para que a ella como a trono de gracia llegásemos  con  segura  confianza  a  presentar nuestras  peticiones, a pedir los beneficios, gracias y misericordias, que, fuera del pro­piciatorio de la gran Reina María, ni son oídas ni despachadas para el linaje humano.

416.   Arca tan misteriosa y consagrada, fabricada por la mano del mismo Señor para su habitación y propiciatorio para su pueblo, no estaba bien fuera de su templo, donde estaba guardada la otra arca material, que era figura de esta verdadera y espiritual arca del  Nuevo Testamento.  Por esto ordenó  el mismo Autor  de esta maravilla que María Santísima fuese colocada en su casa y templo, cumplidos los tres años de su felicísima natividad. Verdad es que no sin grande admiración hallo una diferencia admirable en lo que sucedió con aquella primera y figurativa arca y lo que sucede con la segunda y verdadera; pues cuando el Santo Rey David trasladó el arca a diferentes lugares, y después su hijo Salomón la trasladó o colocó en el templo como a su lugar y asiento propio, aunque no tenía aquella arca más grandeza que significar a María Purísima y sus mis­terios, fueron sus traslaciones y mudanzas tan festivas y llenas de regocijo para aquel antiguo pueblo como lo testifican las solem­nes procesiones que hizo Santo David de casa de Aminadab a la de Obededón y de ésta al tabernáculo de Sión, ciudad propia del mismo Santo Rey David; y cuando de Sión la trasladó Salomón al nuevo templo, que para casa de Dios y de oración edificó por precepto del mismo Señor((2 Sam., 6, 10.12; 3 Re., 8, 6; 2 par., 5).

417.    En todas estas traslaciones fue llevada la antigua arca del testamento con pública veneración y culto solemnísimo de músicas, danzas, sacrificios y júbilo de aquellos reyes y de todo el pueblo de Israel, como lo refiere la Sagrada Historia de los libros II y III de los Reyes  y  I  y  II   del  Paralipómenon.  Pero nuestra arca  mística y verdadera, María Santísima, aunque era la más  rica, estimable y digna de toda veneración entre las criaturas, no fue llevada al templo con tan solemne aparato y ostentación pública;  no hubo en esta misteriosa  traslación  sacrificios  de  animales, ni la pompa real  y majestad de Reina, antes bien fue trasladada de casa de su padre Joaquín, en los brazos humildes de su madre Ana, que, si bien no era muy pobre, pero en esta ocasión llevó a su querida Hija a presentar y depositarla en el templo con recato humilde, como pobre, sola y sin ostentación popular. Toda la gloria y majestad de esta procesión quiso el Altísimo que fuese invisible y divina; porque los sacramen­tos y misterios de María Santísima fueron tan levantados y ocultos que muchos de ellos lo están hasta el día de hoy por los investigables juicios del Señor, que tiene destinado el tiempo y hora para todas las cosas y para cada una.

418.   Admirándome yo de esta maravilla en presencia del Muy Alto y alabando sus juicios, se dignó Su Majestad de responderme de esta manera:   Advierte,  alma, que yo si ordené fuese venerada el arca del viejo testamento con tanta festividad y aparato, fue porque era figura expresa de la que había de ser Madre del Verbo Huma­nado. Aquella era arca irracional y material, y con ella sin dificul­tad se podía hacer aquella celebridad y ostentación; pero con el arca verdadera y viva no permití yo esto, mientras vivió en carne mortal, para enseñar con este ejemplo lo que tú y las demás almas debéis advertir, mientras sois viadoras. A mis electos, que están escritos en mi mente y aceptación para eterna memoria, no quiero yo poner los en ocasión que la honra y el aplauso ostentoso y desmedido de los hombres les sea parte de premio en la vida mortal, por lo que en ella trabajan por mi honra y servicio; ni tampoco les conviene el peligro de repartir el amor, en quien los justifica y hace santos y en quien los celebra por tales. Uno es el Criador que los hizo y sustenta, ilumina y defiende; uno ha de ser el amor y atención y no se debe partir ni dividir, aunque sea para remunerar y agradecer las honras que con piadoso celo se les hacen a los justos. El amor divino es  delicado,  la voluntad  humana fragilísima y limitada;   y dividida, es poco y muy imperfecto lo que hace, y ligeramente lo pierde  todo.  Por esta doctrina y ejemplar con  la que era santísima y no podía caer por mi protección, no quise que fuese cono­cida, ni honrada en su vida, ni llevada al templo con ostentación de honra visible.

419.   A más de esto, yo envié a mi Unigénito del Cielo y crié a la que había de ser su Madre, para que sacasen al mundo de su error y desengañasen a los mortales, de que era ley iniquísima y establecida por el pecado que el pobre fuese despreciado y el rico estimado;  que el humilde fuese abatido y el soberbio ensalzado; que el virtuoso fuese vituperado y el pecador acreditado;  que el temeroso y encogido fuese juzgado por insensato y el arrogante fuese tenido por valeroso; que la pobreza fuese ignominiosa y desdicha­da; las riquezas, fausto, ostentación, pompas, honras, deleites pere­cederos buscados y apreciados de los hombres insipientes y carna­les. Todo esto vino el Verbo Encarnado y su Madre a reprobar y condenar por engañoso y mentiroso, para que los mortales conoz­can el formidable peligro en que viven en amarlo y en entregarse tan ciegamente a la mentira dolosa de lo sensible y deleitable. Y de este insano amor les nace que con tanto esfuerzo huyan de la hu­mildad, mansedumbre y pobreza, y desvíen de sí todo lo que tiene olor de virtud verdadera de penitencia y negación de sus pasiones; siendo esto lo que obliga a mi equidad y es aceptable en mis ojos, porque es lo santo, lo honesto, lo justo y que ha de ser premiado con remuneración de eterna gloria, y lo contrario con sempiterna pena.

420.   Esta verdad no alcanzan los ojos terrenos de los mundanos y carnales, ni quieren atender a luz que se la enseñaría; pero tú, alma, óyela y escríbela en tu corazón con el ejemplo del Verbo Huma­nado, de la que fue su Madre y le imitó en todo. Santa era, y en mi estimación y agrado la primera después de Cristo, y se le debía toda veneración y honra de los hombres, pues no le pudieran dar la que merecía; pero yo previne y ordené que no fuese honrada ni conocida por entonces, para poner en ella lo más santo, lo más perfecto, lo más apreciable y seguro, que mis escogidos habían de imitar y aprender de la Maestra de la verdad; y esto era la humil­dad, el secreto, el retiro, el desprecio de la vanidad engañosa y formidable del mundo, el amor a los trabajos, tribulaciones, con­tumelias, aflicciones y deshonras de las criaturas. Y porque todo esto no se compadece ni conviene con los aplausos, honras y estimación de los mundanos, determiné que María Purísima no las tuviese, ni quiero que mis amigos las reciban ni admitan. Y si para mi gloria yo los doy a conocer alguna vez al mundo, no es porque ellos lo desean, ni lo quieren;  mas con su humildad, y sin salir de sus límites, se rinden a mi disposición y voluntad; y para sí y por sí desean y aman lo que el mundo desecha, y lo que el Verbo Huma­nado y su Madre Santísima obraron y enseñaron.—Esta fue la res­puesta del Señor a mi admiración y reparo; con que me dejó satisfecha y enseñada en lo que debo y deseo ejecutar.

421. Cumplido ya el tiempo de los tres años determinados por el Señor, salieron de Nazaret Joaquín y Ana, acompañados de algunos deudos, llevando consigo la verdadera arca viva del testamento, María Santísima, en los brazos de su madre, para depositarla en el Templo Santo de Jerusalén. Corría la hermosa niña con sus afec­tos fervorosos tras el olor de los ungüentos de su amado(Cant., 1, 3), para buscar en el Templo al mismo que llevaba en su corazón. Iba esta humilde procesión muy sola de criaturas terrenas y sin alguna visi­ble ostentación, pero con ilustre y numeroso acompañamiento de espíritus angélicos que para celebrar esta fiesta habían bajado del Cielo, a más de los ordinarios que guardaban a su Reina niña, y cantando con música celestial nuevos cánticos de gloria y alabanza del Altísimo —oyéndolos y viéndolos a todos la Princesa de los cielos, que caminaba hermosos pasos a la vista del supremo y verdadero Salomón— prosiguieron su jornada de Nazaret hasta la Ciudad Santa de Jerusalén, sintiendo los dichosos padres de la niña María gran­de júbilo y consolación de su espíritu.

422.    Llegaron al Templo Santo, y la Bienaventurada Ana, para entrar con su hija y Señora en él, la llevó de la mano, asistién­dolas particularmente el Santo Joaquín; y todos tres hicieron devota y fervorosa oración al Señor: los padres ofreciéndole a su hija y la hija santísima ofreciéndose a sí misma con profunda humildad, adoración y  reverencia.  Y  sola  ella  conoció  cómo el  Altísimo  la admitía y recibía; y entre un divino resplandor que llenó el templo, oyó una voz que le decía: Ven, esposa mía, electa mía, ven a mi templo, donde quiero que me alabes y me bendigas.—Hecha esta oración  se levantaron y fueron al  sacerdote y le  entregaron los padres a su hija y niña María, y el sacerdote le dio su bendición; y juntos todos la llevaron a un cuarto, donde estaba el colegio de las doncellas que se criaban en recogimiento y santas costumbres, mientras llegaban a la edad de tomar estado de matrimonio; y espe­cialmente se recogían allí las primogénitas del tribu real de Judá y del tribu sacerdotal de Leví.

423.    La subida de este colegio tenía quince gradas, adonde sa­lieron otros sacerdotes a recibir la bendita niña María; y el que la llevaba, que debía de ser uno de los ordinarios y la había recibido, la puso en la grada primera; ella le pidió licencia y, volviéndose a sus padres Joaquín y Ana, hincando las rodillas les pidió su ben­dición y les besó la mano a cada uno, rogándoles la encomendasen a Dios. Los santos padres con gran ternura y lágrimas la echaron bendiciones, y, en recibiéndolas, subió por sí sola las quince gradas con incomparable fervor y alegría, sin volver la cabeza ni derramar lágrima, ni hacer acción párvula, ni mostrar sentimiento de la des­pedida de sus padres;  antes puso a todos en admiración el verla en edad tan tierna con majestad y entereza tan peregrina. Los sacer­dotes la recibieron y llevaron al colegio de las demás vírgenes; y el Santo Simeón, Sumo Sacerdote, la entregó a las maestras, una de las cuales era Ana profetisa. Esta santa matrona había sido prevenida con  especial gracia y luz del Altísimo para  que se encargase  de aquella niña de Joaquín y Ana, y así lo hizo por Divina dispensa­ción, mereciendo por su santidad y virtudes tener por discípula a la que había de ser Madre de Dios y maestra de todas las criaturas.

424.    Los padres, Joaquín y Ana, se volvieron a Nazaret dolori­dos, y pobres sin el rico tesoro de su casa, pero el Altísimo los con­fortó y consoló en ella. El santo sacerdote Simeón, aunque por en­tonces  no conoció   el  misterio encerrado  en  la niña María,  pero tuvo grande luz de que era santa y escogida del Señor; y los otros sacerdotes también sintieron de ella con gran alteza y reverencia. En aquella escala que subió la niña se ejecutó con toda propiedad lo que Jacob vio en la suya(Gén., 28, 12), que subían y bajaban Ángeles; unos que acompañaban y otros que salían a recibir a su Reina; y en lo supremo de ella aguardaba Dios para admitirla por Hija y por Es­posa; y ella conoció en los efectos de su amor que verdaderamente aquella era casa de Dios y puerta del cielo.

425.    La niña María, entregada y encargada a su maestra, con humildad profunda le pidió de rodillas la bendición, y la rogó que la recibiese debajo de su obediencia, enseñanza y consejo, y que tuvie­se paciencia en lo mucho que con ella trabajaría y padecería. Ana profetisa, su maestra, la recibió con agrado y la dijo:  Hija mía, en mi voluntad hallaréis madre y amparo y yo cuidaré de vos y de vuestra crianza con  todo el  desvelo posible.—Luego pasó a ofre­cerse con la misma humildad a todas las doncellas que allí estaban, y a cada una  singularmente  la saludó y abrazó y se  dedicó por sierva suya, y les pidió que como mayores y más capaces de lo que allí habían de hacer la enseñasen y mandasen; y dioles gracias porque sin merecerlo la admitían en su compañía.

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DOCTRINA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

426. Hija mía, la mayor dicha que puede venirle en esta vida mortal a un alma es que la traiga el Altísimo a su casa y la consa­gre toda a su servicio; porque con este beneficio la rescata de una peligrosa esclavitud y la alivia de la vil servidumbre del mundo, donde sin perfecta libertad come su pan con el sudor de su cara (Gén., 3, 19). ¿Quién hay tan insipiente y tenebroso que no conozca el peligro de la vida mundana, con tantas leyes y costumbres abominables y pésimas como la astucia diabólica y la perversidad de los hombres han introducido? La mejor parte es la religión y retiro; aquí se halla puerto seguro y lo demás todo es tormenta y olas alteradas y llenas de dolor y desdichas; y no reconocer los hombres esta verdad y agradecer este singular beneficio, es fea dureza de corazón y olvido de sí mismos. Pero tú, hija mía, no te hagas sorda a la voz del Altísimo, atiende y obra y responde a ella; y te advierto que uno de los mayores desvelos del demonio es impedir la vocación del Señor cuando llama y dispone a las almas para que se dediquen a su servicio.

427.    Sólo aquel acto público y sagrado de recibir el hábito y entrar en la religión, aunque no se haga siempre con el fervor y pureza de intención debida, indigna y enfurece al Dragón infernal y a sus demonios, así por la gloria del Señor y gozo de los Santos Án­geles, como porque sabe aquel mortal enemigo que la religión lo santifica y perfecciona. Y sucede muchas veces que habiéndola reci­bido por motivos humanos y terrenos, obra después la divina gracia y lo mejora y ordena todo. Y si esto puede cuando el principio no fue con intención tan recta como convenía, mucho más poderosa y eficaz será la luz y virtud del Señor y la disciplina de la religión, cuando el alma entra en ella movida del Divino amor y con íntimo y verdadero deseo de hallar a Dios, servirle y amarle.

428.    Y para que el Altísimo reforme o adelante al que viene a la religión por cualquier motivo que traiga, conviene que, en vol­viendo al mundo las espaldas, no le vuelva los ojos y que borre todas sus imágenes de la memoria y olvide lo que tan dignamente ha de­jado en el mundo. A los que no atienden a esta enseñanza y son ingratos y desleales con Dios, sin duda les viene el castigo de la mujer de Lot (Gén., 19, 26), que si por la Divina piedad no es tan visible y pa­tente a los ojos exteriores, pero recíbenle interiormente, quedando helados, secos y sin fervor ni virtud. Y con este desamparo de la gracia, ni consiguen el fin de su vocación, ni aprovechan en la religión, ni hallan consuelo espiritual en ella, ni merecen que el Señor les mire y visite como a hijos; antes los desvía como esclavos infieles y fugitivos. Advierte, María, que para ti todo lo del mundo ha de estar muerto y crucificado, y tú para él, sin memoria, ni imagen, ni atención, ni afecto o cosa alguna terrena y si tal vez fuere necesario ejercitar la caridad con los prójimos, ordénala tan bien que en primer lugar pongas el  bien de tu alma y tu seguridad y  quietud,  paz   y  tranquilidad   interior.   Y  en   estas   advertencias todo extremo, que no sea vicio, te lo amonesto y mando si has de estar en mi escuela.

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DE UN SINGULAR FAVOR QUE HIZO EL ALTÍSIMO A MARÍA SANTÍSIMA LUEGO QUE SE QUEDÓ EN EL TEMPLO

429. Cuando la divina niña María, despedidos sus padres, se quedó en el templo para vivir en él, le señaló su maestra el retiro que le tocaba entre las demás vírgenes, que eran como unas grandes alcobas o pequeños aposentos para cada una. Postróse en tierra la Princesa de los cielos y, con advertencia de que era suelo y lugar del templo, le besó y adoró al Señor dándole gracias por aquel nuevo beneficio, y a la misma tierra, porque la había recibido y sustentaba, siendo indigna de aquel bien, de pisarla y estar en ella. Luego se convirtió a sus Ángeles santos y les dijo: Príncipes celes­tiales, nuncios del Altísimo, fidelísimos amigos y compañeros míos, yo os suplico con todo el afecto de mi alma, que en este santo Templo de mi Señor hagáis conmigo el oficio de vigilantes centinelas, avi­sándome de todo lo que debo hacer; enseñadme y encaminadme como maestros y nortes de mis acciones, para que acierte en todo a cumplir la voluntad perfecta del Altísimo, dar gusto a los santos sacerdotes y obedecer a mi maestra y compañeras.—Y hablando con los doce Ángeles singularmente —que arriba dijimos (Cf. supra 202 y 273)  eran los doce del Apocalipsis— les dijo: Y a vosotros, embajadores míos, os pido que, si el Altísimo os diere su licencia, vais [sic] a consolar a mis santos padres en su aflicción y soledad.

430.  Obedecieron a su Reina los doce Ángeles y, quedando con los demás en coloquios divinos, sintió una virtud superior que la movía fuerte y suave y la espiritualizaba y levantaba en un ardiente éxtasis; y luego el Altísimo mandó a los Serafines que la asistían ilustrasen su alma santísima y la preparasen. Y luego le fue dado un lumen y cualidad divina que perfeccionase y proporcionase sus potencias con el objeto que le querían manifestar. Y con esta pre­paración, acompañada de todos sus Santos Ángeles y otros muchos, vestida la divina niña de una refulgente nubécula, fue llevada en cuer­po y alma hasta el Cielo empíreo, donde fue recibida de la Santísima Trinidad con digna benevolencia y agrado. Postróse ante la presencia del poderosísimo y altísimo Señor, como solía en las demás visio­nes, y adoróle con profunda humildad y reverencia. Y luego la vol­vieron a iluminar de nuevo con otra cualidad o lumen con el cual vio la Divinidad intuitiva y claramente; siendo esta la segunda vez que se le manifestó por este modo intuitivo a los tres años de su edad.

431.    No hay sentido ni lengua que pueda manifestar los efec­tos de esta visión y participación de la Divina esencia. La Persona del  Eterno  Padre habló  a  la futura Madre  de  su  Hijo, y díjola: Paloma mía y dilecta mía, quiero que veas los tesoros de mi ser inmutable y perfecciones  infinitas y los  ocultos  dones que tengo destinados para las almas que tengo elegidas para herederas de mi gloria,  que  serán  rescatadas   con  la Sangre  del  Cordero  que por ellas ha de morir. Conoce, hija mía, cuán liberal soy para mis criatu­ras que me conocen y aman; cuán verdadero en mis palabras, cuán fiel  en mis  promesas,  cuán  poderoso y admirable  en mis  obras. Advierte, esposa mía, cómo es verdad infalible que quien me siguiere no vivirá en tinieblas. De ti quiero que, como mi escogida, seas testi­go de vista de los tesoros que tengo aparejados para levantar los humildes, remunerar los pobres, engrandecer los abatidos y premiar todo lo que por mi nombre hicieren o padecieren los mortales.

432.    Otros  sacramentos  grandes  conoció la  santísima niña  en esta visión de la Divinidad, porque el objeto es infinito; y aunque se le había manifestado otra vez  claramente, pero siempre le resta infinito que comunicar de nuevo con más admiración y mayor amor de quien recibe este favor. Respondió la Santísima María al Señor, y dijo: Altísimo y supremo Dios eterno, incomprensible sois en vues­tra grandeza, rico en misericordias, abundante en tesoros, inefable en misterios, fidelísimo en promesas, verdadero en palabras, perfectísimo en vuestras obras, porque sois Señor infinito y eterno en vuestro ser y perfecciones. Pero ¿qué hará, altísimo Señor, mi pe­quenez a la vista de vuestra grandeza? Indigna me reconozco de mirar vuestra grandeza que veo, pero necesitada de que con ella me miréis. En vuestra presencia, Señor, se aniquila toda criatura, ¿qué hará vuestra sierva, que es polvo? Cumplid en mí todo vuestro querer y  beneplácito;   y  si  en  vuestros  ojos   son  tan  estimables los trabajos y desprecios de los mortales, la humildad, la paciencia y mansedumbre en ellos, no consintáis, amado mío, que yo carezca de tan rico tesoro y prendas de vuestro amor; y dad el premio de ello a  vuestros  siervos y amigos,  que lo merecerán mejor, pues nada he trabajado yo en vuestro servicio y agrado.

433.    El Altísimo se agradó mucho de la petición de la divina niña y la dio a conocer cómo la admitía para concederle que traba­jase y padeciese por su amor en el discurso de su vida, sin entender entonces el orden y modo como había de suceder todo. Dio gracias la Princesa del Cielo por este beneficio y favor de que era escogida para trabajar y padecer por el nombre y gloria del Señor y, fervo­rosa con el deseo de conseguirlo, pidió licencia a Su Majestad para hacer en su presencia cuatro votos; de castidad, pobreza, obediencia y perpetuo  encerramiento  en  el  templo,  adonde  la  había  traído. A esta petición la respondió el Señor, y la dijo: Esposa mía, mis pensamientos se levantan sobre todas las criaturas y tú, electa mía, ahora ignoras lo que en el discurso de tu vida te puede suceder y que no será posible en  todo cumplir tus fervorosos deseos  en el modo que ahora piensas; el voto de castidad admito y quiero le ha­gas, y que renuncies desde luego las riquezas terrenas; si bien es mi voluntad que en los  demás votos y en sus materias obres, en lo posible, como si los hubieras hecho todos; y tu deseo se cumplirá en otras muchas doncellas que, en el tiempo venidero de la ley de gracia, por seguirte y servirme harán  los mismos votos  viviendo juntas en congregación, y serás madre de muchas hijas.

434.    Hizo  luego  la  santísima  niña  en presencia  del  Señor el voto de castidad, y en lo demás sin obligarse renunció todo el afec­to de lo terreno y criado; y propuso obedecer por Dios a todas las criaturas. Y en el cumplimiento de estos propósitos fue más pun­tual, fervorosa y fiel que ninguno de cuantos por voto lo prometie­ron ni prometerán. Con esto cesó la visión intuitiva y clara de la Divinidad, pero no luego fue restituida a la tierra; porque en otro estado más inferior tuvo luego otra visión imaginaria del mismo Señor y estando siempre en el cielo empíreo; de manera que se siguieron a la vista de la Divinidad otras visiones imaginarias.

435.    En esta segunda e imaginaria visión llegaron a ella algu­nos Serafines de los más inmediatos al Señor y, por mandado suyo, la adornaron y compusieron en esta forma. Lo primero, todos sus sentidos fueron como iluminados con una claridad o lumen que los llenaba de gracia y hermosura. Luego la vistieron una ropa o tuni-cela preciosísima de refulgencia y la ciñeron con una cintura de piedras diferentes de varios colores transparentes, lucidísimos y bri­llantes, que toda la hermoseaba sobre la humana ponderación;  y significaba la pura candidez y heroicas y diferentes virtudes de su alma   santísima.   Pusiéronla   también   una   gargantilla   o   collar  in­estimable y de subido valor con tres grandes piedras, símbolo de las tres mayores y excelentes virtudes, fe, esperanza y caridad; y estas pendían   del   collar   sobre   el   pecho,   como   señalando   su   lugar  y asiento de tan ricas joyas. Diéronle tras esto siete anillos de rara hermosura en sus manos, donde se los puso el Espíritu Santo en testimonio de que la adornaba con sus dones en grado eminentísi­mo. Y sobre este adorno la Santísima Trinidad puso sobre su cabeza una imperial corona de materia y piedras inestimables, constituyén­dola juntamente por Esposa suya y por Emperatriz del cielo; y en fe de todo esto la vestidura cándida y refulgente estaba sembrada de unas letras o cifras de finísimo oro y muy brillante, que decían: María hija del Eterno Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre de la verdadera luz. Esta última empresa o título no entendió la di­vina Señora, pero los Ángeles sí, que admirados en la alabanza del Autor asistían a obra tan peregrina y nueva; y en cumplimiento de todo esto puso el Altísimo en los mismos espíritus angélicos nueva atención, y salió una voz del trono de la Santísima Trinidad, que hablando con María Santísima le dijo: Nuestra Esposa, nuestra que­rida y escogida entre las criaturas serás por toda la eternidad; los Ángeles te servirán y todas las naciones y generaciones te llamarán bienaventurada (Lc., 1, 48).

436.    Adornada la soberana niña con las galas de la divinidad, se celebró luego el desposorio más célebre y maravilloso que pudo imaginar ninguno de los más altos querubines y serafines, porque el Altísimo la admitió por Esposa única y singular y  la  constituyó en la más suprema dignidad que pudo caber en pura criatura, para depositar en ella su misma Divinidad en la Persona del Verbo y con él todos los tesoros de gracias que a tal eminencia convenían. Estaba la humildísima entre los humildes absorta en el abismo de amor y admiración que la causaban tales favores y beneficios y en presencia del Señor, dijo:

437.    Altísimo Rey y Dios incomprensible, ¿quién sois vos y quién soy yo, para que vuestra dignación mire a la que es polvo, indigna de tales misericordias? En vos, Señor mío, como en espejo claro, conociendo vuestro ser inmutable, veo y conozco sin engaño la ba­jeza y vileza del mío, miro vuestra inmensidad y mi nada, y en este conocimiento quedo aniquilada y deshecha con admiración de que la Majestad infinita se incline a tan humilde gusanillo, que sólo puede merecer el desecho y desprecio entre todas las criaturas. ¡Oh Señor y bien mío, qué magnificado y engrandecido seréis en esta obra! ¡Qué admiración causaréis conmigo en vuestros espíritus an­gélicos, que conocen vuestra infinita bondad, grandeza y misericor­dias, en levantar al polvo y a la que en él es pobre(Sal., 112, 3), para colocar­la entre los príncipes! Yo, Rey mío y mi Señor, os admito por mi Esposo y me ofrezco por vuestra esclava. No tendrá mi entendi­miento otro objeto, ni mi memoria otra imagen, ni mi voluntad otro fin ni deseo fuera de vos, sumo, verdadero y único bien y amor mío, ni mis ojos se levantarán para ver otra criatura humana, ni atenderán mis potencias y sentidos a nadie fuera de vos mismo y a lo que Vuestra Majestad me encaminare; solo vos, amado mío, seréis para vuestra Esposa(Cant., 2, 16) y ella para solo vos, que sois incomutable y eterno bien.

438.  Recibió el Altísimo con inefable agrado esta aceptación que hizo la soberana Princesa del nuevo desposorio que con su alma santísima había celebrado; y, como a verdadera Esposa y Señora de todo lo criado, le puso en sus manos todos los tesoros de su poder y gracia y la mandó que pidiese lo que deseaba, que nada le sería negado.  Hízolo  así la humildísima paloma y pidió  al  Señor  con ardentísima caridad enviase a su Unigénito al mundo para remedio de los mortales; que a todos los llamase al conocimiento verdadero de su Divinidad; que a sus padres naturales Joaquín y Ana les aumenta­se en el amor y dones de su Divina diestra; que a los pobres y afli­gidos los consolase y confortase en sus trabajos; y para sí misma pidió el cumplimiento y beneplácito de la Divina voluntad.  Estas fueron  las  peticiones  más  particulares que  hizo la  nueva esposa María en esta ocasión a la Beatísima Trinidad. Y todos los espíritus angélicos en alabanza del Altísimo hicieron nuevos cánticos de ad­miración y, con música celestial, los que Su Majestad destinó vol­vieron  a  la  santísima  niña  desde  el  cielo  empíreo  al  lugar  del templo, dé donde la habían llevado.

439.    Y para comenzar luego a poner por obra lo que Su Alteza había prometido en  presencia  del  Señor,  fue  a  su  maestra y la entregó todo cuanto su madre Santa Ana le había dejado para su necesidad y regalo, hasta unos libros y vestuario; y la rogó lo dis­tribuyese a los pobres, o como ella gustase disponer de ello, y la mandase y ordenase lo que debía hacer. La discreta maestra, que ya he dicho era Ana la profetisa, con divino impulso admitió y apro­bó lo que la hermosa niña María ofrecía y la dejó pobre y sin cosa aguna más de lo que tenía vestido; y propuso cuidar singularmente de ella como de más destituida y pobre, porque las otras doncellas cada una tenía su peculio y homenaje señalado y propio de sus ropas y otras cosas a su voluntad.

440. Diole también la maestra orden de vivir a la dulcísima niña, habiéndolo comunicado primero con el sumo sacerdote; y con esta desnudez y resignación consiguió la Reina y Señora de las criaturas quedar sola, destituida y despojada de todas ellas y de sí misma, sin reservar otro afecto ni posesión más de solo el amor ardentísimo del Señor y de su propio abatimiento y humillación. Yo confieso mi suma ignorancia, mi vileza, mi insuficiencia y que del todo me hallo indigna para explicar misterios tan soberanos y ocultos; donde las lenguas expeditas de los sabios y la ciencia y amor de los supremos querubines y serafines fueran insuficientes ¿qué podrá decir una mujer inútil y abatida? Conozco cuánto ofendiera a la grandeza de sacramentos tan venerables, si la obediencia no me excusara; pero aun con ella temo y creo que ignoro y callo lo más y conozco y digo lo menos en cada uno de los misterios y sucesos de esta Ciudad de Dios María Santísima.

maria en el templo

DOCTRINA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

441.    Hija mía, entre los favores grandes e inefables que recibí en el discurso de mi vida de la diestra del Todopoderoso, uno fue el   que  acabas   de   conocer  y  escribir  ahora;   porque   en  la  vista clara de la divinidad y ser incomprensible del Altísimo conocí ocul­tísimos sacramentos y misterios, y en aquel adorno y desposorio recibí incomparables beneficios, y en mi espíritu sentí dulcísimos y divinos  efectos. Aquel  deseo  que  tuve  de hacer los  cuatro votos de pobreza, obediencia, castidad y encerramiento, agradó mucho al Señor;  y merecí con el deseo que se estableciese en la Iglesia y ley de gracia el hacer los mismos votos las religiosas, como hoy se acostumbra; y aquel fue el principio de lo que ahora hacéis las religiosas, según lo que dijo Santo Rey David(Sal., 44, 13): Adducentur Regí virgines post eam, en el salmo 44, porque el Altísimo ordenó que fuesen mis deseos el fundamento de las religiones de la Ley Evangélica. Y yo cumplí entera y perfectísimamente todo lo que allí propuse delante del Se­ñor, en cuanto según mi estado y vida fue posible; ni jamás miré al rostro a hombre alguno, ni de mi esposo San José, ni de los mismos Ángeles, cuando en forma humana se me aparecían, pero en Dios los vi y conocí todos; y a ninguna cosa criada o racional tuve afecto, ni en operación e inclinación humana; ni tuve querer propio: sí o no, haré o no haré, porque en todo me gobernó el Altísimo, o por sí inmediatamente, o por la obediencia de las criaturas a quien de vo­luntad me sujetaba.

442.   No ignores, carísima, que como el estado de la religión es sagrado y ordenado por el Altísimo, para que  en él  se conserve la  doctrina  de  la perfección  cristiana y  perfecta imitación  de la vida santísima de mi Hijo, por esto mismo está indignadísimo con las almas religiosas que duermen olvidadas de tan alto beneficio y viven tan descuidadas y más relajadamente que muchos hombres mundanos; y así les aguarda más severo juicio y castigo que a ellos. También el demonio, como antigua y astuta serpiente, pone más diligencia y sagacidad en tentar y vencer a los religiosos y religio­sas que con todo el resto de los mundanos respectivamente; y cuando derriba a un alma religiosa, hay mayores consejos y solicitud de todo el infierno, para que no se vuelva a levantar con los reme­dios que para esto tiene más prontos la religión, como son la obe­diencia y ejercicios santos y uso frecuente de los sacramentos. Para que todo esto se malogre y no le aproveche al religioso caído, usa el enemigo de tantas artes y ardides, que sería espantosa cosa el cono­cerlos. Pero mucho de esto se manifiesta considerando los movimien­tos y obras que hace un alma religiosa para defender sus relajacio­nes, excusándolas si puede con algún color y si no con inobediencias y mayores desórdenes y culpas.

443. Advierte, pues, hija mía, y teme tan formidable peligro; y con las fuerzas de la Divina gracia procura levantarte a ti sobre ti, sin consentir en tu voluntad afecto ni movimiento desordenado. Toda quiero que trabajes en morir a tus pasiones y espiritualizarte, para que, extinguido en ti todo lo que es terreno, pases al ser angélico por la vida y conversación. Para llenar el nombre de esposa de Cristo has de salir de los términos y esfera del ser humano y ascen­der a otro estado y ser divino; y aunque eres tierra, has de ser tierra bendita sin espinas de pasiones, cuyo fruto copioso sea todo para el Señor, que es su dueño. Y si tienes por esposo aquel supremo y poderoso Señor, que es Rey de los reyes y Señor de los señores, dedígnate de volver los ojos, y menos el corazón, a los esclavos viles, que son las criaturas humanas; pues aun los ángeles te aman y respetan por la dignidad de esposa del Altísimo. Y si entre los mortales se juzga por osadía temeraria y desmesurada que un hom­bre vil ponga los ojos en la esposa del príncipe ¿qué delito será ponerlos en la esposa del Rey celestial y todopoderoso? Y no será menor culpa que ella lo admita y lo consienta. Asegúrate y pondera que es incomparable y terrible el castigo que para este pecado está prevenido, y no te le muestro a la vista porque con ella no des­fallezca tu flaqueza. Y quiero que para ti sea bastante mi enseñanza para que ejecutes todo lo que te ordeno y me imites como discípula en cuanto alcanzaren tus fuerzas; y sé solícita en amonestar a tus monjas esta doctrina y hacer que la ejecuten.—Señora mía y Reina piadosísima, con júbilo de mi alma oigo vuestras dulcísimas palabras llenas de espíritu y de vida; y deseo escribirlas en lo íntimo de mi corazón con la gracia de vuestro Hijo Santísimo que os suplico me alcancéis. Y si me dais licencia, hablaré en vuestra presencia como discípula ignorante con mi Maestra y Señora. Deseo, Madre y amparo mío, que para cumplir los cuatro votos de mi pro­fesión, como Vuestra Majestad me lo manda y yo debo, y aunque indigna y tibia lo deseo, me déis alguna doctrina más copiosa que me sirva de guía y magisterio en el cumplimiento de esta obliga­ción y afecto que en mi ánimo habéis puesto.

Fuente: Mística Ciudad de Dios

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Presentación de María en el Templo: visión de Sor Catalina Emmerich

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PREPARATIVOS PARA LA PRESENTACIÓN DE MARÍA EN EL TEMPLO

María era de tres años de edad y tres meses cuando hizo el voto de presentarse en el templo entre las vírgenes que allí moraban. Era de complexión delicada, cabellera clara un tanto rizada hacia abajo; tenía ya la estatura que hoy en nuestro país tiene un niño de cinco a seis años.

La hija de María Helí era mayor en algunos años y más robusta. He visto en casa de Ana los preparativos de María para ser conducida al templo. Era una fiesta muy grande. Estaban presentes cinco sacerdotes de Nazaret, de Séforis y de otras regiones, entre ellos Zacarías y un hijo del hermano del padre de Ana. Ensayaban una ceremonia con la niña María. Era una especie de examen para ver si estaba madura para ser recibida en el templo. Además de los sacerdotes estaban presentes la hermana de Ana de Séforis y su hija, María Helí y su hijita y algunas pequeñas niñas y parientes. Los vestidos, en parte cortados por los sacerdotes y arreglados por las mujeres, le fueron puestos en esta ocasión a la niña en diversos momentos, mientras le dirigían preguntas.

Esta ceremonia tenía un aire de gravedad y de seriedad, aun cuando algunas preguntas estaban hechas por el anciano sacerdote con infantil sonrisa, las cuales eran contestadas siempre por la niña, con admiración de los sacerdotes y lágrimas de sus padres. Había para María tres clases de vestidos, que se pusieron en tres momentos. Esto tenía lugar en un gran espacio junto a la sala del comedor, que recibía la luz por una abertura cuadrangular abierta en el techo, a menudo cerrada con una cortina. En el suelo había un tapete rojo y en medio de la sala un altar cubierto de paño rojo y encima blanco transparente. Sobre el altar había una caja con rollos escritos y una cortina que tenía dibujada o bordada la imagen de Moisés, envuelto en su gran manto de oración y sosteniendo en sus brazos las tablas de la ley.

He visto a Moisés siempre de anchas espaldas, cabeza alta, nariz grande y curva, y en su gran frente dos elevaciones vueltas un tanto una hacia otra, todo lo cual le daba un aspecto muy particular. Estas especies de cuernos los tuvo ya Moisés desde niño, como dos verrugas. El color de su rostro oscuro de fuego y los cabellos rubios. He visto a menudo semejante especie de cuernos en la frente de antiguos profetas y ermitaños y a veces una sola de estas excrecencias en medio de la frente.

Sobre el altar estaban los tres vestidos de María; había también paños y lienzos obsequiados por los parientes para el arreglo de la niña. Frente al altar veíase, sobre gradas, una especie de trono. Joaquín, Ana y los miembros de la familia se encontraban reunidos. Las mujeres estaban detrás y las niñas al lado de María. Los sacerdotes entraron con los pies descalzos. Había cinco, pero sólo tres de ellos llevaban vestiduras sacerdotales e intervenían en la ceremonia.

Un sacerdote tomó del altar las diversas prendas de la vestimenta, explicó su significado y presentólas a la hermana de Ana, Maraha de Séforis, la cual vistió con ellas a la niña María. Le pusieron primero un vestidito amarillo y encima, sobre el pecho, otra ropa bordada con cintas, que se ponía por el cuello y se sujetaba al cuerpo. Después, un mantito oscuro con aberturas en los brazos; por arriba colgaban algunos retazos de género. Este manto estaba abierto por arriba y cerrado por debajo del pecho. Calzáronle sandalias oscuras con suelas gruesas de color amarillo. Tenía los cabellos rubios peinados y una corona de seda blanca con variadas plumas. Colocáronle sobre la cabeza un velo cuadrado de color ceniza, que se podía recoger bajo los brazos para que éstos descansaran como sobre dos nudos. Este velo parecía de penitencia o de oración.

Los sacerdotes le dirigieron toda clase de preguntas relacionadas con la manera de vivir las jóvenes en el templo. Le dijeron, entre otras cosas:

“Tus padres, al consagrarte al templo, han hecho voto de que no beberás vino ni vinagre, ni comerás uvas ni higos. ¿Qué quieres agregar a este voto?… Piénsalo durante la comida”.

A los judíos, especialmente a las jóvenes judías, les gusta mucho el vinagre, y María también tenía gusto en beberlo. Le hicieron otras preguntas y le pusieron un segundo género de vestido. Constaba éste de uno azul celeste, con mantito blanco azulado, y un adorno sobre el pecho y un velo transparente de seda blanca con pliegues detrás, como usan las monjas. Sobre la cabeza la pusieron una corona de cera adornada con flores y capullos de hojas verdes. Los sacerdotes le pusieron otro velo para la cara: por arriba parecía una gorra, con tres broches a diversa distancia, de modo que se podía levantar un tercio, una mitad o todo el velo sobre la cabeza. Se le indicó el uso del velo: cómo tenía que recogerlo para comer y bajarlo cuando fuese preguntada.

Con este vestido presentóse María con los demás a la mesa: la colocaron entre los dos sacerdotes y uno enfrente. Las mujeres con otros niños se sentaron en un extremo de la mesa, separadas de los hombres. Durante la comida probaron los sacerdotes a la niña María en el uso del velo. Hubo preguntas y respuestas. También se le instruyó acerca de otras costumbres que debía observar. Le dijeron que podía comer de todo por ahora dándole diversas comidas para tentarla. María los dejó a todos maravillados con su forma de proceder y con las respuestas que les daba. Tomó muy poco alimento y respondía con sabiduría infantil que admiraba a todos. He visto durante todo el tiempo a los ángeles en torno a ella, que le sugerían y guiaban en todos los casos.

Después de la comida fue llevada a la otra sala, delante del altar, donde le quitaron los vestidos de la segunda clase para ponerle los de la tercera. La hermana de Santa Ana y un sacerdote la revistieron de los nuevos vestidos de fiesta. Era un vestido color violeta con adorno de paño bordado sobre el pecho. Se ataba de costado con el paño de atrás, formaba rizos y terminaba en punta por debajo. Pusiéronle un mantito violeta más amplio y más festivo, redondeado por detrás, que parecía una casulla de misa. Tenía mangas anchas para los brazos y cinco líneas de adornos de oro. La del medio estaba partida y se recogía y cerraba con botones. El manto estaba también bordado en las extremidades. Luego se le puso un velo grande: de una parte caía en blanco y de otra en blanco violeta sobre los ojos. Sobre esto colocáronle una corona cerrada, con cinco broches, que constaba de un círculo de oro, más ancho arriba, con picos y botones. Esta corona estaba revestida de seda por fuera, con rositas y cinco perlas de adorno; los cinco arcos terminales eran de seda y tenían un botón. El escapulario del pecho estaba unido por detrás; por delante, tenía cintas. El manto estaba sujeto por delante sobre el pecho.

Revestida en esta forma fue la niña María llevada sobre las gradas del altar. Las niñas rodeaban el altar de uno y otro lado. María dijo que no pensaba comer carne ni pescado ni tomar leche; que sólo tomaría una bebida hecha de agua y de médula de junco, que usaban los pobres y que pondría a veces en el agua un poco de zumo de terebinto. Esta bebida es como un aceite blanco, se expande, y es muy refrescante aunque no tan fina como el bálsamo. Prometió no gustar especias y no comer en frutas más que unas bayas amarillas que crecen como uvas. Conozco estas bayas: las comen los niños y la gente pobre. También dijo que quería descansar sobre el suelo y levantarse tres veces durante la noche para rezar.

Las personas piadosas, Ana y Joaquín lloraban al oír estas cosas. El anciano Joaquín, abrazando a su hija, le decía: “¡Ah, hija! Esto es muy duro de observar. Si quieres vivir en tanta penitencia creo que no te podré ver más, a causa de mi avanzada edad”. Era una escena muy conmovedora. Los sacerdotes le dijeron que se levantara sólo una vez, como las demás, y le hicieron otras propuestas para mitigar sus abstinencias. Le impusieron comer otros alimentos, como el pescado, en las grandes festividades.

Había en Jerusalén, en la parte baja de la ciudad, un gran mercado de pescados, que recibía el agua de la piscina de Bethseda. Un día qué faltó el agua, Herodes el Grande quiso construir allí un acueducto, vendiendo, para lograr dinero, vestiduras sacerdotales y vasos sagrados del templo. Por este motivo hubo un intento de sublevación, pues los esenios, encargados de la inspección de las vestiduras sacerdotales, acudieron a Jerusalén de todas partes del país y se opusieron firmemente. Recordé en este momento estas cosas.

Por último dijeron los sacerdotes:

“Muchas de las otras niñas que van al templo sin pagar su manutención y sus vestidos, se comprometen, con el consentimiento de sus padres, a lavar los vestidos de los sacerdotes manchados con la sangre de las víctimas, y otros paños burdos, trabajo muy pesado que lastima las manos. Tú no necesitas hacer esto, porque tus padres te costean tu manutención”.

María respondió prontamente que quería hacer también eso, si era tenida por digna de hacerlo. Joaquín se emocionó grandemente al oírla. Mientras se hacían estas ceremonias vi que María, en varias ocasiones, había crecido de tal modo ante ellos, que los superaba en altura. Era una señal de la gracia y de su sabiduría. Los sacerdotes se mostraron serios, con grata admiración.

Por último fue bendecida la niña María por el sacerdote. La he visto de pie sobre el tronito resplandeciente. Dos sacerdotes estaban a su lado; otro, delante.

Los sacerdotes tenían rollos en las manos y rezaban preces sobre ella con las manos extendidas. Tuve una admirable visión de María. Me parecía que por la bendición se hacía transparente. Vi una gloria de indescriptible esplendor y dentro de ella el misterio del Arca de la Alianza como si estuviese en un brillante vaso de cristal, Luego vi el corazón de María que se abría en dos como una puertecita del templete, y el misterio sacramental del Arca de la Alianza penetró en su corazón. En torno de este misterio había formado un tabernáculo de variadas y muy significativas piedras preciosas. Entró en el corazón, como el Arca en el Santísimo, como el Ostensorio en el tabernáculo.

Vi a la niña María como transformada, flotando en el aire. Con la entrada del sacramento en el corazón de María, que se cerró luego, lo que era figura pasó a ser realidad y posesión, y vi que la niña estuvo desde entonces como penetrada de una ardorosa concentración interior. Vi también, durante esta visión, que Zacarías recibió una interna persuasión o una celestial revelación de que María era el vaso elegido del misterio o sacramento. Había recibido él un rayo de luz que yo vi salir de María.

Después de esto condujeron los sacerdotes a la niña adonde estaban sus padres. Ana levantó a su hija en alto y estrechándola contra su pecho la besó con interna dulzura y afecto, mezclada de veneración. Joaquín, muy conmovido, le dio la mano, lleno de admiración y veneración. La hermana mayor de María Santísima, María de Helí, abrazó a la niña con más vivacidad que Santa Ana, que era una mujer muy reservada, moderada y muy medida en todos sus actos. La sobrinita, María Cleofás, le echó los brazos al cuello, como hacen las criaturas. Después los sacerdotes tomaron a la niña de nuevo, le quitaron los vestidos simbólicos y le pusieron sus acostumbrados vestidos. Todavía los he visto de pie, tomando algún líquido de un recipiente, y luego partir. 

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LA PARTIDA AL TEMPLO DE JERUSALÉN

He visto a Joaquín, a Ana y a su hija mayor, María de Helí, ocupados toda la noche preparando paquetes y utensilios. Ardía una lámpara con varias mechas. A María Helí la veía con una luz ir de un lado a otro. Unos días antes Joaquín había mandado a sus siervos que eligieran cinco de cada especie de los animales de sacrificio, entre los mejores y los había despachado para el templo: formaban estos animales una hermosa majada. Después tomó dos animales de carga y los fue cargando con toda clase de paquetes: vestidos para la niña y regalos para el templo.

Sobre el lomo del animal acomodó un ancho asiento para que se pudiera sentar cómodamente. Los objetos que se cargaron estaban acondicionados en bultos y atados, fáciles de llevar. Vi cestas de diversas formas sujetas a los flancos del animal. En una de ellas había pájaros del tamaño de las perdices; otros cestos, semejantes a cuévanos de uvas, contenían frutas de toda clase. Cuando el asno estuvo cargado completamente, tendieron encima una gran manta de la que colgaban gruesas borlas.

Todavía quedaban dos sacerdotes. Uno de ellos era muy anciano, que llevaba un capuz terminado en punta sobre la frente y dos vestiduras, la de arriba más corta que la de abajo. Este sacerdote es el que se había ocupado el día anterior en el examen de María, y le he visto dar otras instrucciones más a la niña. Tenía una especie de estola colgante. El otro sacerdote era más joven.

María tenía en aquel momento algo más de tres años de edad: era bella y delicada y estaba tan adelantada como un niño de cinco años de nuestro país. Sus cabellos lisos, rizados en sus extremos, eran de un rubio dorado y más largos que los de María Cleofás, de siete años, cuya rubia cabellera era corta y crespa. Casi todas las personas mayores llevaban largas ropas de lana sin teñir.

Yo notaba la presencia de dos niños que no eran de este mundo: estaban allí en una forma espiritual y figurativa, como profetas; no pertenecían a la familia y no conversaban con nadie. Parecía que nadie notaba su presencia. Eran hermosos y amables; tenían largos cabellos rubios y rizados. Mirando a uno y otro lado me dirigieron la palabra. Llevaban libros, probablemente para su instrucción. La pequeña María no poseía libro alguno a pesar de que sabía leer.

Los libros no eran como los nuestros, sino largas tiras de más o menos media vara de ancho, enrolladas en un bastón, cuyas extremidades asomaban por cada lado. El más alto de los dos niños se me acercó con uno de los rollos desplegados en la mano y leyó algo, explicándomelo luego. Eran letras de oro, totalmente desconocidas para mí, escritas al revés y cada una de ellas parecía representar una palabra entera. La lengua me era completamente desconocida también y, sin embargo, la entendía perfectamente. Lástima que haya olvidado la explicación. Tratábase de un texto de Moisés sobre la zarza ardiente. Me declaró:

“Como la zarza ardía y no se quemaba, así arde el fuego del Espíritu Santo en la niña María, y en su humildad es como si nada supiera de ello. Significa también la divinidad y humanidad de Jesús y como el fuego de Dios se une con la niña María”.

El descalzarse explicólo como que la ley se cumplía, la corteza caía y llegaba ahora la sustancia. La pequeña bandera que traía la extremidad del bastoncito significaba que María empezaba su camino, su misión para ser Madre del Redentor. El otro niño jugaba con su rollo inocentemente, representando con esto el candor infantil de María, sobre la cual reposaba una promesa muy grande, la cual, no obstante tan alto destino, jugaba ahora como una criatura. Explicáronme aquellos niños siete pasajes de sus rollos; pero a causa del estado en que me encuentro, se me ha ido de la memoria. ¡Oh, Dios mío! Cuando se me aparece todo esto ¡qué bello y profundo es y, al mismo tiempo, qué simple y claro!…

Al rayar el alba vi que se ponían en camino para Jerusalén. La pequeña María deseaba vivamente llegar al templo y salió apresuradamente de la casa acercándose a la bestia de carga. Los niños profetas me mostraron todavía algunos textos de sus rollos. Uno de éstos decía que el templo era magnífico, pero que la niña María encerraba en sí algo más admirable aún. Había dos bestias de carga. Uno de los asnos, el más cargado, iba conducido por un servidor y debía ir siempre delante de los viajeros.

El otro, que estaba delante de la casa, cargado con más bultos, tenía preparado un asiento, y María fue colocada sobre él. Joaquín conducía el asno. Llevaba un bastón largo con un grueso pomo redondo en la extremidad: parecía un cayado de peregrino. Un poco más adelante iba Ana con la pequeña María Cleofás y una criada que debía acompañarla en todo el camino. Al empezar el viaje se juntaron con ellas unas mujeres y niñas: se trataba de parientas que en los diversos cruces del camino se separaban de la comitiva para volverse a sus casas. Uno de los sacerdotes acompañó a la comitiva durante algún tiempo.

He visto unas seis mujeres parientas, con sus hijos y algunos hombres. Llevaban una linterna, y vi que la luz desaparecía totalmente ante aquella otra claridad que derramaban las santas personas sobre el camino en su viaje nocturno, sin que, al parecer, lo notaran los demás. Al principio me pareció que el sacerdote iba detrás de la pequeña María con los niños profetas. Más tarde, cuando ella bajó del asno para seguir a pie, yo estuve a su lado. Más de una vez oí a mis jóvenes compañeros cantando el salmo “Eructavit cor meum” y el “Deus deorum Dominus locutus est”. Supe por ellos que estos salmos serían cantados a doble coro cuando la Niña fuera admitida en el templo. Lo escucharé cuando lleguen al templo.

Al principio vi que el camino descendía en pendiente de una colina, para volver a subir después. Siendo temprano, y habiendo buen tiempo, el cortejo se detuvo cerca de un manantial del que nacía un arroyo. Había allí una pradera y los caminantes descansaron sentándose junto a un cerco de plantas de bálsamo. Debajo de estos frágiles arbustos solían poner vasos y recipientes de piedra para recoger el bálsamo que iba cayendo gota a gota. Los viajeros bebieron bálsamo y echaron un poco en el agua, llenando pequeños recipientes. Comieron bayas de ciertas plantas que allí había, con panecillos que traían en las alforjas.

En ese momento desaparecieron los dos niños profetas. Uno de ellos era Elías; el otro me pareció que era Moisés. La pequeña María los había visto; pero no habló de ello con nadie.

Así sucede que a veces vemos en nuestra infancia a santos niños y en edad más madura a santas jóvenes o muchachos, y callamos estas visiones sin comunicarlas a los demás por ser tal momento un instante de gozo celestial y de recogimiento.

Más tarde vi a los viajeros entrar en una casa aislada, en la que fueron bien recibidos y tomaron provisiones, pues los moradores parecían ser de la familia. En aquel sitio se despidieron de la niña Cleofás, que debía volver a su casa. Durante el día, vi el curso del camino que suele ser bastante penoso, pues hay muchas subidas y bajadas. En los valles hay a menudo neblina y rocío; con todo, veo algunos lugares mejor situados, donde brotan flores.

Antes de llegar al sitio donde debían pasar la noche, hallaron un pequeño arroyo. Se hospedaron en una posada al pie de una montaña en la cual se veía una ciudad. Por desgracia, no recuerdo el nombre de esa ciudad, pues la he visto durante otros viajes de la Sagrada Familia, por lo cual confundo los nombres. Lo que puedo decir es que ellos siguieron el camino que tomó Jesús en el mes de septiembre, cuando tenía treinta años e iba de Nazaret a Betania y luego al bautismo de Juan y aun esto lo digo sin certidumbre completa.

La Sagrada Familia hizo más tarde este camino en la época de la huida a Egipto. La primera etapa fue Nazara, pequeño lugar entre Massaloth y otra ciudad ubicada en la altura, más cercana a esta última. Veo por todas partes tantas poblaciones, cuyos nombres oigo pronunciar, que luego confundo unos con otros. La ciudad cubre la ladera de una montaña y se divide en varias partes, si es que realmente todas forman una misma ciudad. Allí falta agua y tienen que hacerla subir desde el llano con la ayuda de cuerdas. Veo allí torres antiguas en ruinas. Sobre la cumbre de la montaña hay una torre que parece un observatorio con un aparato de mampostería que tiene vigas y cuerdas como para hacer subir algo desde la ciudad.

Hay una cantidad tan grande de estas cuerdas que el conjunto aparenta mástiles de buques. Debe haber como una hora de camino desde abajo a la cumbre de la montaña, desde donde se disfruta de una espléndida vista muy extensa. Los caminantes entraron en una posada situada en la llanura. En una parte de la ciudad había paganos, considerados como esclavos por los judíos, debiendo someterse a rudos trabajos en el templo y en otras construcciones.

Esta noche he visto a la pequeña María llegando con sus padres a una ciudad situada a seis leguas más o menos de Jerusalén en dirección noroeste. Esta ciudad, se llama Bet-Horon y se encuentra al pie de una montaña.

Durante el viaje atravesaron un pequeño río que desemboca en el mar en los alrededores de Jopé, donde enseñó San Pedro después de la venida del Espíritu Santo. Cerca de Bet-Horon tuvieron lugar grandes batallas que he visto y olvidado. Faltaban aun dos leguas para llegar a un punto del camino desde donde se podía divisar a Jerusalén; he oído el nombre de este lugar, que ahora no puedo precisarlo. Bet-Horon es una ciudad de Levitas de cierta importancia: produce hermosas uvas y gran cantidad de frutas.

La santa comitiva entró en la casa de unos amigos, que estaba muy bien situada. Su dueño era maestro en una escuela de Levitas y había allí algunos niños. Me admira ver allí a varias parientas de Ana, con sus hijas pequeñas, que yo creía que habían regresado a sus casas al principio del viaje: ahora advierto que llegaron antes, tomando algún atajo, quizás para anunciar la llegada de la santa comitiva.

Los parientes de Nazaret, de Séforis y de Zabulón, que habían asistido al examen de María, se hallaban allí con sus hijas: vi, por ejemplo, a la hermana mayor de María con su hija María de Cleofás, y a la hermana de Ana venida de Séforis con sus hijas. Con motivo de la llegada de la pequeña María hubo grandes fiestas. María fue llevada en compañía de otras niñas a una gran sala, y puesta en un asiento alto, a semejanza de un trono, dispuesto para ella.

El maestro de escuela y otras personas hicieron toda clase de preguntas a María y le pusieron guirnaldas en la cabeza. Todos estaban asombrados por la sabiduría que manifestaba en sus respuestas. Oí hablar en esta ocasión del juicio y prudencia de otra niña que había pasado por allí poco antes, volviendo de la escuela del templo a la casa de sus padres. Esta niña se llamaba Susana y más tarde figuró entre las santas mujeres que seguían a Jesús. (En otra ocasión Ana Catalina dijo que esta niña era parienta de María).

María ocupó su puesto vacante en el templo, pues había un número fijo de plazas para estas jóvenes. Susana tenía quince años cuando dejó el templo, es decir, cerca de once más que la niña María. También Santa Ana había sido educada allí a la edad de cinco años.

La pequeña María estaba llena de júbilo por hallarse tan cerca del templo. He visto a Joaquín que la estrechaba entre sus brazos, llorando y diciéndole: “Hija mía, ya no volveré a verte”. Habían preparado comida y mientras estaban en la mesa, vi a María ir de un lado a otro, apretarse contra su madre, llena de gracia, o, deteniéndose detrás de ella, echarle los bracitos al cuello.

Esta mañana muy temprano vi a los viajeros salir de Bet-Horon para dirigirse a Jerusalén. Todos los parientes con sus criaturas se habían juntado a ellos y lo mismo los dueños de la casa. Llevaban regalos para la niña, consistentes en ropas y frutas. Me parece ver una fiesta en Jerusalén. Supe que María tenía en ese momento tres años y tres meses. En su viaje no fueron a Ussen Sheera ni a Gofna, a pesar de tener allí amistades; pasaron sólo por los alrededores. Vi que el maestro de los Levitas con su familia los acompañó a Jerusalén. Cuanto más se acercaban a la ciudad tanto más se mostraba María contenta y ansiosa. Solía correr delante de sus padres.

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LA LLEGADA DE LA COMITIVA A JERUSALÉN

Hoy al mediodía he visto llegar la comitiva que acompañaba a María al templo de Jerusalén. Jerusalén es una ciudad extraña. No hay que pensar que sea como una de nuestras ciudades, con tanta gente en las calles. Muchas calles bajas y altas corren alrededor de los muros de la ciudad y no tienen salida ni puertas. Las casas de las alturas, detrás de las murallas, están orientadas hacia el otro lado, pues se han edificado barrios distintos y se han formado nuevas crestas de colinas y los antiguos muros quedaron allí. Muchas veces se ven las calles de los valles sobreedificadas con sólidas bóvedas. Las casas tienen sus patios y piezas orientadas hacia el interior; hacia la calle sólo hay puertas y terrazas sobre los muros. Generalmente las casas son cerradas. Cuando la gente no va a las plazas o mercados o al templo está generalmente entretenida en el interior de sus casas.

Hay silencio en las calles, fuera de los lugares de mercado o de ciertos palacios, donde se ve ir y venir a soldados y viajeros. En ciertos días en que están casi todos en el templo, las calles parecen como muertas. A causa de las calles solitarias, de los profundos valles y de la costumbre de permanecer las gentes en sus casas, es que Jesús podía ir y venir con sus discípulos sin ser molestado. Por lo general falta agua en la ciudad: frecuentemente se ven edificios altos adonde es llevada y torres hacia las cuales es bombeada el agua. En el templo se tiene mucho cuidado con el agua porque hay que purificar muchos vasos y lavar las ropas sacerdotales. Se ven grandes maquinarias y artefactos para bombear el agua a los lugares elevados. Hay muchos mercaderes y vendedores en la ciudad: están casi siempre en los mercados o en lugares abiertos, bajo tiendas de campaña.

Veo, por ejemplo, no lejos de la Puerta de las Ovejas, a mucha gente que negocia con alhajas, oro, objetos brillantes y piedras preciosas. Las casitas que habitan son muy livianas, pero sólidas, de color pardo, como si estuviesen cubiertas con pez o betún. Adentro hacen sus negocios; entre una tienda y otra están extendidas lonas, debajo de las cuales muestran sus mercaderías. Hay, sin embargo, otras partes de la ciudad donde hay mayor movimiento y se ven gentes que van y vienen cerca de ciertos palacios.

Comparada Jerusalén con la Roma antigua, que he visto, esta ciudad era mucho más bulliciosa en las calles; tenía aspecto más agradable y no era tan desigual ni empinada. La montaña sobre la cual se halla el templo está rodeada, por el lado en que la pendiente es más suave, de casas que forman varias calles detrás de espesos muros. Estas casas están construidas sobre terrazas colocadas unas sobre otras. Allí viven los sacerdotes y los servidores subalternos del templo, que hacen trabajos más rudos, como la limpieza de los fosos, donde se echan los desperdicios provenientes de los sacrificios de animales. Hay un costado norte, creo, donde la montaña del templo es muy escarpada. En todo lo alto, alrededor de la cumbre, se halla una zona verde formada por pequeños jardines pertenecientes a los sacerdotes.

Aun en tiempos de Jesucristo se trabajaba siempre en alguna parte del templo. Este trabajo no cesaba nunca. En la montaña del templo había mucho mineral, que se fue sacando y empleando en la construcción del mismo edificio. Debajo del templo hay fosos y lugares donde funden el metal. No pude encontrar en este gran templo un lugar donde poder rezar a gusto. Todo el edificio es admirablemente macizo, alto y sólido. Los numerosos patios son estrechos y sombríos, llenos de andamios y de asientos. Cuando hay mucha gente causa miedo encontrarse apretado entre los espesos muros y las gruesas columnas. Tampoco me gustan los continuos sacrificios y la sangre derramada en abundancia, a pesar de que esto se hace con orden e increíble limpieza. Hacía mucho tiempo que no había visto con tanta claridad, como hoy, los edificios, los caminos y los pasajes. Pero son tantas las cosas que hay aquí que me es imposible describirlas con detalles.

Los viajeros llegaron con la pequeña María, por el norte, a Jerusalén: con todo, no entraron por ese lado, sino que dieron vuelta alrededor de la ciudad hasta el muro oriental, siguiendo una parte del valle de Josafat. Dejando a la izquierda el Monte de los Olivos y el camino de Betania, entraron en la ciudad por la Puerta de las Ovejas, que conducía al mercado de las bestias. No lejos de esta puerta hay un estanque donde se lava por primera vez a las ovejas destinadas al sacrificio. No es ésta la piscina de Bethseda. La comitiva, después de haber entrado en la ciudad, torció de nuevo a la derecha y entró en otra barriada siguiendo un largo valle interno dominado de un lado por las altas murallas de una zona más elevada de la ciudad, llegando a la parte occidental en los alrededores del mercado de los peces, donde se halla la casa paterna de Zacarías de Hebrón. Se encontraba allí un hombre de avanzada edad: creo que el hermano de su padre. Zacarías solía volver a la casa después de haber cumplido su servicio en el templo.

En esos días se encontraba en la ciudad y habiendo acabado su tiempo de servicio, quería quedarse sólo unos días en Jerusalén para asistir a la, entrada de María al templo. Al llegar la comitiva, Zacarías no se encontraba allí. En la casa se hallaban presentes otros parientes de los contornos de Belén y de Hebrón, entre ellos, dos hijas de la hermana de Isabel. Isabel tampoco se encontraba allí en ese momento. Estas personas se habían adelantado para recibir a los caminantes hasta un cuarto de legua por el camino del valle. Varias jóvenes los acompañaban llevando guirnaldas y ramas de árboles.

Los caminantes fueron recibidos con demostraciones de contento y conducidos hasta la casa de Zacarías, donde se festejó la llegada. Se les ofreció refrescos y todos se prepararon para llevarlos a una posada contigua al templo, donde los forasteros se hospedan los días de fiesta. Los animales que Joaquín había destinado para el sacrificio habían sido conducidos ya desde los alrededores de la plaza del ganado a los establos situados cerca de esta casa. Zacarías acudió también para guiar a la comitiva desde la casa paterna hasta la posada. Pusieron a la pequeña María su segundo vestidito de ceremonias con el peplo celeste. Todos se pusieron en marcha formando una ordenada procesión. Zacarías iba adelante con Joaquín y Ana; luego la niña María rodeada de cuatro niñas vestidas de blanco, y las otras chicas con sus padres cerraban la marcha. Anduvieron por varias calles y pasaron delante del palacio de Herodes y de la casa donde más tarde habitó Pilatos. Se dirigieron hacia el ángulo Nordeste del templo, dejando atrás la fortaleza Antonia, edificio muy alto, situado al Noroeste. Subieron por unos escalones abiertos en una muralla alta. La pequeña María subió sola, con alegre prisa, sin permitir que nadie la ayudara. Todos la miraban con asombro.

La casa donde se alojaron era una posada para días de fiesta situada a corta distancia del mercado del ganado. Había varias posadas de este género alrededor del templo, y Zacarías había alquilado una. Era un gran edificio con cuatro galerías en torno de un patio extenso. En las galerías se hallaban los dormitorios, así como largas mesas muy bajas. Había una sala espaciosa y un hogar para la cocina. El patio para los animales enviados por Zacarías estaba muy cerca. A ambos lados del edificio habitaban los servidores del templo que se ocupaban de los sacrificios. Al entrar los forasteros se les lavaron los pies, como se hacía con los caminantes; los de los hombres fueron lavados por hombres; y las mujeres hicieron este servicio con las mujeres. Entraron luego en una sala en medio de la cual se hallaba suspendida una gran lámpara de varios brazos sobre un depósito de bronce lleno de agua, donde se lavaron la cara y las manos. Cuando hubieron quitado la carga al asno de Joaquín, un sirviente lo llevó a la cuadra.

Joaquín había dicho que sacrificaría y siguió a los servidores del templo hasta el sitio donde se hallaban los animales, a los cuales examinaron. Joaquín y Ana se dirigieron luego con María a la habitación de los sacerdotes, situada más arriba. Aquí la niña María, como elevada por el espíritu interior, subió ligerísimamente los escalones con un impulso extraordinario. Los dos sacerdotes que se hallaban en la casa los recibieron con grandes muestras de amistad: uno era anciano y el otro más joven. Los dos habían asistido al examen de la niña en Nazaret y esperaban su llegada. Después de haber conversado del viaje y de la próxima ceremonia de la presentación, hicieron llamar a una de las mujeres del Templo. Era ésta una viuda anciana que debía encargarse de velar por la niña. Habitaba en la vecindad con otras personas de su misma condición, haciendo toda clase de labores femeniles y educando a las niñas. Su habitación se encontraba más apartada del templo que las salas adyacentes, donde habían sido dispuestos, para las mujeres y las jóvenes consagradas al servicio del Templo, pequeños oratorios desde los cuales podían ver el santuario sin ser vistas por los demás.

La matrona que acababa de llegar estaba tan bien envuelta en su ropaje que apenas podía vérsele la cara. Los sacerdotes y los padres de María se la presentaron, confiándola a sus cuidados. Ella estuvo dignamente afectuosa, sin perder su gravedad. La niña María se mostró humilde y respetuosa. La instruyeron en todo lo que se relacionaba con la niña y su entrada solemne en el templo. Aquella mujer bajó con ellos a la posada, tomó el ajuar que pertenecía a la niña y se lo llevó a fin de prepararlo todo en la habitación que le estaba destinada. La gente que había acompañado a la comitiva desde la casa de Zacarías, regresó a su domicilio, quedando en la posada solamente los parientes. Las mujeres se instalaron allí y prepararon la fiesta que debía tener lugar al día siguiente.

Joaquín y algunos hombres condujeron las víctimas al Templo al despuntar el nuevo día y los sacerdotes las revisaron nuevamente. Algunos animales fueron desechados y llevados en seguida a la plaza del ganado. Los aceptados fueron conducidos al patio donde habrían de ser inmolados. Vi allí muchas cosas que ya no es posible decirlas en orden. Recuerdo que antes de inmolar, Joaquín colocaba su mano sobre la cabeza de la víctima, debiendo recibir la sangre en un vaso y también algunas partes del animal. Había varias columnas, mesas y vasos. Se cortaba, se repartía y ordenaba todo. Se quitaba la espuma de la sangre y se ponía aparte la grasa, el hígado, el bazo, salándose todo esto. Se limpiaban los intestinos de los corderos, rellenándolos con algo y volviéndolos a poner dentro del cuerpo, de modo que el animal parecía entero, y se ataban las patas en forma de cruz.

Luego, una gran parte de la carne era llevada al patio donde las jóvenes del Templo debían hacer algo con ella: quizás prepararla para alimento de los sacerdotes o ellas mismas. Todo esto se hacía con un orden increíble. Los sacerdotes y levitas iban y venían, siempre de dos en dos. Este trabajo complicado y penoso se hacía fácilmente, como si se efectuase por sí solo. Los trozos destinados al sacrificio quedaban impregnados en sal hasta el día siguiente, en que debían ser ofrecidos sobre el altar.

Hubo hoy una gran fiesta en la posada, seguida de una comida solemne. Habría unas cien personas, contados los niños. Estaban presentes unas veinticuatro niñas de diversas edades, entre ellas Serapia, que fue llamada Verónica después de la muerte de Jesús: era bastante crecida, como de unos diez o doce años. Se tejieron coronas y guirnaldas de flores para María y sus compañeras, adornándose también siete candelabros en forma de cetro sin pedestal. En cuanto a la llama que brillaba en su extremidad no sé si estaba alimentada con aceite, cera u otra materia. Durante la fiesta entraron y salieron numerosos sacerdotes y levitas. Tomaron parte en el banquete, y al expresar su asombro por la gran cantidad de víctimas ofrecidas para el sacrificio, Joaquín les dijo que, en recuerdo de la afrenta recibida en el templo al ser rechazado su sacrificio, y a causa de la misericordia de Dios que había escuchado su oración, había querido demostrar su gratitud de acuerdo con sus medios. Hoy pude ver a la pequeña María paseando con las otras jóvenes en torno de su casa. Otros detalles los he olvidado completamente

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VISIÓN DE LA BEATA CATALINA EMMERICH: LA PRESENTACIÓN DE LA NIÑA MARÍA EN EL TEMPLO

Esta mañana fueron al Templo: Zacarías, Joaquín y otros hombres. Más tarde fue llevada María por su madre en medio de un acompañamiento solemne. Ana y su hija María Helí, con la pequeña María Cleofás, marchaban delante; iba luego la santa niña María con su vestidito y su manto azul celeste, los brazos y el cuello adornados con guirnaldas: llevaba en la mano un cirio ceñido de flores. A su lado caminaban tres niñitas con cirios semejantes. Tenían vestidos blancos, bordados de oro y peplos celestes, como María, y estaban rodeadas de guirnaldas de flores; llevaban otras pequeñas guirnaldas alrededor del cuello y de los brazos. Iban en seguida las otras jóvenes y niñas vestidas de fiesta, aunque no uniformemente. Todas llevaban pequeños mantos. Cerraban el cortejo las demás mujeres.

Como no se podía ir en línea recta desde la posada al Templo, tuvieron que dar una vuelta pasando por varias calles. Todo el mundo se admiraba de ver el hermoso cortejo y en las puertas de varias casas rendían honores. En María se notaba algo de santo y de conmovedor. A la llegada de la comitiva he visto a varios servidores del Templo empeñados en abrir con grande esfuerzo una puerta muy alta y muy pesada, que brillaba como oro y que tenía grabadas varias figuras: cabezas, racimos de uvas y gavillas de trigo. Era la Puerta Dorada. La comitiva entró por esa puerta. Para llegar a ella era preciso subir cincuenta escalones; creo que había entre ellos algunos descansos. Quisieron llevar a María de la mano; pero ella no lo permitió: subió los escalones rápidamente, sin tropiezos, llena de alegre entusiasmo. Todos se hallaban profundamente conmovidos.

Bajo la Puerta Dorada fue recibida María por Zacarías, Joaquín y algunos sacerdotes que la llevaron hacia la derecha, bajo la amplia arcada de la puerta, a las altas salas donde se había preparado una comida en honor de alguien. Aquí se separaron las personas de la comitiva. La mayoría de las mujeres y de las niñas se dirigieron al sitio del Templo que les estaba reservado para orar. Joaquín y Zacarías fueron al lugar del sacrificio. Los sacerdotes hicieron todavía algunas preguntas a María en una sala y cuando se hubieron retirado, asombrados de la sabiduría de la niña, Ana vistió a su hija con el tercer traje de fiesta, que era de color azul violáceo y le puso el manto, el velo y la corona ya descritos por mí al relatar la ceremonia que tuvo lugar en la casa de Ana.

Entre tanto Joaquín había ido al sacrificio con los sacerdotes. Luego de recibir un poco de fuego tomado de un lugar determinado, se colocó entre dos sacerdotes cerca del altar. Estoy demasiada enferma y distraída para dar la explicación del sacrificio en el orden necesario. Recuerdo lo siguiente: no se podía llegar al altar más que por tres lados. Los trozos preparados para el holocausto no estaban todos en el mismo lugar, sino puestos alrededor, en distintos sitios. En los cuatro extremos del altar había cuatro columnas de metal, huecas, sobre las cuales descansaban cosas que parecían caños de chimenea. Eran anchos embudos de cobre terminados en tubos en forma de cuernos, de modo que el humo podía salir pasando por sobre la cabeza de los sacerdotes que ofrecían el sacrificio.

Mientras se consumía sobre el altar la ofrenda de Joaquín, Ana fue con María y las jóvenes que la acompañaban, al vestíbulo reservado a las mujeres. Este lugar estaba separado del altar del sacrificio por un muro que terminaba en lo alto en una reja. En medio de este muro había una puerta. El atrio de las mujeres, a partir del muro de separación, iba subiendo de manera que por lo menos las que se hallaban más alejadas podían ver hasta cierto punto el altar del sacrificio. Cuando la puerta del muro estaba abierta, algunas mujeres podían ver el altar.

María y las otras jóvenes se hallaban de pie, delante de Ana, y las demás parientas estaban a poca distancia de la puerta. En sitio aparte había un grupo de niños del Templo, vestidos de blanco, que tañían flautas y arpas. Después del sacrificio se preparó bajo la puerta de separación un altar portátil cubierto, con algunos escalones para subir. Zacarías y Joaquín fueron con un sacerdote desde el patio hasta este altar, delante del cual estaba otro sacerdote y dos levitas con rollos y todo lo necesario para escribir. Un poco atrás se hallaban las doncellas que habían acompañado a María.

María se arrodilló sobre los escalones; Joaquín y Ana extendieron las manos sobre su cabeza. El sacerdote cortó un poco de sus cabellos, quemándolos luego sobre un brasero. Los padres pronunciaron algunas palabras, ofreciendo a su hija, y los levitas las escribieron.

Entretanto las niñas cantaban el salmo “Eructavit cor meum verbum bonum” y los sacerdotes el salmo “Deus deorum Dominus locutus est” mientras los niños tocaban sus instrumentos. Observé entonces que dos sacerdotes tomaron a María de la mano y la llevaron por unos escalones hacia un lugar elevado del muro, que separaba el vestíbulo del Santuario. Colocaron a la niña en una especie de nicho en el centro de aquel muro, de manera que ella pudiera ver el sitio donde se hallaban, puestos en fila, varios hombres que me parecieron consagrados al Templo. Dos sacerdotes estaban a su lado; había otros dos en los escalones, recitando en alta voz oraciones escritas en rollos.

Del otro lado del muro se hallaba de pie un anciano príncipe de los sacerdotes, cerca del altar, en un sitio bastante elevado que permitía vérsele el busto. Yo lo vi presentando el incienso, cuyo humo se esparció alrededor de María. Durante esta ceremonia vi en torno de María un cuadro simbólico que pronto llenó el Templo y lo oscureció. Vi una gloria luminosa debajo del corazón de María y comprendí que ella encerraba la promesa de la sacrosanta bendición de Dios. Esta gloria aparecía rodeada por el arca de Noé, de manera que la cabeza de María se alzaba por encima y el arca tomaba a su vez la forma del Arca de la Alianza, viendo luego a ésta corno encerrada en el Templo.

Luego vi que todas estas formas desaparecían mientras el cáliz de la santa Cena se mostraba fuera de la gloria, delante del pecho de María, y más arriba, ante la boca de la Virgen, aparecía un pan marcado con una cruz. A los lados brillaban rayos de cuyas extremidades surgían figuras con símbolos místicos de la Santísima Virgen, como todos los nombres de las Letanías que le dirige la Iglesia. Subían, cruzándose desde sus hombros, dos ramas de olivo y de ciprés, o de cedro y de ciprés, por encima de una hermosa palmera junto con un pequeño ramo que vi aparecer detrás de ella. En los espacios de las ramas pude ver todos los instrumentos de la pasión de Jesucristo. El Espíritu Santo, representado por una figura alada que parecía más forma humana que paloma, se hallaba suspendido sobre el cuadro, por encima del cual vi el cielo abierto, el centro de la celestial Jerusalén, la ciudad de Dios, con todos sus palacios, jardines y lugares de los futuros santos. Todo estaba lleno de ángeles, y la gloria, que ahora rodeaba a la Virgen Santísima, lo estaba con cabezas de estos espíritus. ¡Ah, quién pudiera describir estas cosas con palabras humanas!…

Se veía todo bajo formas tan diversas y tan multiformes, derivando unas de las otras en tan continuada transformación, que he olvidado la mayor parte de ellas. Todo lo que se relaciona con la Santísima Virgen en la antigua y en la nueva Alianza y hasta en la eternidad, se hallaba allí representado. Sólo puedo comparar esta visión a otra menor que tuve hace poco, en la cual vi en toda su magnificencia el significado del santo Rosario. Muchas personas, que se creen sabias, comprenden esto menos que los pobres y humildes que lo recitan con simplicidad, pues éstos acrecientan el esplendor con su obediencia, su piedad y su sencilla confianza en la Iglesia, que recomienda esta oración. Cuando vi todo esto, las bellezas y magnificencias del Templo, con los muros elegantemente adornados, me parecían opacos y ennegrecidos detrás de la Virgen Santísima. El Templo mismo parecía esfumarse y desaparecer: sólo María y la gloria que la rodeaba lo llenaba todo.

Mientras estas visiones pasaban delante de mis ojos, dejé de ver a la Virgen Santísima bajo forma de niña: me pareció entonces grande y como suspendida en el aire. Con todo veía también, a través de María, a los sacerdotes, al sacrificio del incienso y a todo lo demás de la ceremonia. Parecía que el sacerdote estaba detrás de ella, anunciando el porvenir e invitando al pueblo a agradecer y a orar a Dios, porque de esta niña habría de salir algo muy grandioso. Todos los que estaban en el Templo, aunque no veían lo que yo veía, estaban recogidos y profundamente conmovidos. Este cuadro se desvaneció gradualmente de la misma manera que lo había visto aparecer. Al fin sólo quedó la gloria bajo el corazón de María y la bendición de la promesa brillando en su interior. Luego desapareció también y sólo vi a la niña María adornada entre los sacerdotes.

Los sacerdotes tomaron las guirnaldas que estaban alrededor de sus brazos y la antorcha que llevaba en la mano, y se las dieron a las compañeras. Le pusieron en la cabeza un velo pardo y la hicieron descender las gradas, llevándola a una sala vecina, donde seis vírgenes del Templo, de mayor edad, salieron a su encuentro arrojando flores ante ella. Detrás iban sus maestras, Noemí, hermana de la madre de Lázaro, la profetisa Ana y otra mujer. Los sacerdotes recibieron a la pequeña María, retirándose luego.

Los padres de la Niña, así como sus parientes más cercanos, se encontraban allí. Una vez terminados los cantos sagrados, despidióse María de sus padres. Joaquín, que estaba profundamente conmovido, tomó a María entre sus brazos y apretándola contra su corazón, dijo en medio de las lágrimas: “Acuérdate de mi alma ante Dios”. María se dirigió luego con las maestras y varias otras jóvenes a las habitaciones de las mujeres, al Norte del Templo. Estas habitaban salas abiertas en los espesos muros del Templo y podían, a través de pasajes y escaleras, subir a los pequeños oratorios colocados cerca del Santuario y del Santo de los Santos. Los deudos de María volvieron a la sala contigua a la Puerta Dorada, donde antes se habían detenido quedándose a comer en compañía de los sacerdotes. Las mujeres comían en sala aparte.

He olvidado, entre otras muchas cosas, por qué la fiesta había sido tan brillante y solemne. Sin embargo, sé que fue a consecuencia de una revelación de la voluntad de Dios. Los padres de María eran personas de condición acomodada y si vivían pobremente era por espíritu de mortificación y para poder dar más limosnas a los pobres. Así es cómo Ana, no sé por cuánto tiempo, sólo comió alimentos fríos. A pesar de esto trataban a la servidumbre con generosidad y la dotaban. He visto a muchas personas orando en el Templo. Otras habían seguido a la comitiva hasta la puerta misma.

Algunos de los presentes debieron tener cierto presentimiento de los destinos de la Niña, pues recuerdo unas palabras que Santa Ana en un momento de entusiasmo jubiloso dirigió a las mujeres, cuyo sentido era: “He aquí el Arca de la Alianza, el vaso de la Promesa, que entra ahora en el Templo”. Los padres de María y demás parientes regresaron hoy a Bet-Horon.

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Los Desposorios de la Santisima Virgen con San José: visiones de Maria de Agreda

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Llega María a la pubertad. – Mándala el Señor que tome esposo. Obedece a pesar de sus votos, y el Sumo Sacerdote congrega a los varones libres que aspiran a la mano de María. – Florece la vara de José, y se celebran sus desposorios con la Virgen.

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Sentía ya nuestra divina Princesa que se llegaba el claro día de la vista deseada del sumo bien, y como por crepúsculos y anuncios reconocía en sus potencias la fuerza de los rayos de aquella luz divina que ya se le acercaba. Enardecíase toda con la vecindad de la invisible llama que alumbra y no consume.

Y con estas esperanzas y con la vista de los espíritus divinos se alentaron algo las ansias de María Santísima por la vista de su amado. Pero aquel linaje de amor que busca al objeto nobilísimo de la voluntad, sólo con él se satisface, y sin él, aunque sea con los mismos ángeles y santos, no descansa el corazón herido de las flechas del Todopoderoso.

A los trece años y medio, estando ya en esta edad muy crecida nuestra hermosísima princesa María purísima, tuvo otra visión abstractiva de la Divinidad por el mismo orden y forma que las otras de este género: en esta visión podemos decir sucedió lo mismo que dice la escritura de Abraham, cuando le mandó Dios sacrificar a su hijo querido Isaac, única prenda de todas sus esperanzas. Tentó Dios a Abraham – dice Moisés – probando y examinando su pronta obediencia para coronarla. A nuestra gran Señora podemos decir también que tentó Dios en esta visión, mandándola que tomase el estado de matrimonio.

Había celebrado el Altísimo con la divina princesa María solemne desposorio, cuando fue llevada al templo, confirmándole con la aprobación del voto de castidad que hizo, y con la gloria y presencia de todos los espíritus angélicos. Habíase despedido la candidísima paloma de todo humano comercio, sin atención, sin cuidado, sin esperanza y sin amor a ninguna criatura, convertida toda y transformada en el amor casto y puro de aquel sumo bien que nunca desfallece, sabiendo que sería más casta con amarle, más limpia con tocarle y más virgen con recibirle. Hallándola en esta confianza el mandato del Señor, que recibiese esposo terreno y varón, sin manifestarle luego otra cosa, ¿qué novedad y admiración haría en el pecho inocentísimo de esta divina doncella, que vivía segura de tener por esposo a sólo el mismo Dios que se lo mandaba? Mayor fue esta prueba que la de Abraham; pues no amaba él tanto a Isaac, cuanto María Santísima amaba la inviolable castidad.

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Turbóse algún poco la castísima doncella María, según la parte inferior, como sucedió después con la embajada del Arcángel San Gabriel; pero, aunque sintió alguna tristeza; no le impidió la más heroica obediencia, que hasta entonces había tenido, con que se resignó toda en las manos del Señor.

En el ínterin que nuestra gran Princesa se ocupaba cuidadosa con esta operación, ansias y congojas rendidas y prudentes, habló Dios en sueños al sumo sacerdote, que era el santo Simeón, y le mandó que dispusiese, cómo dar estado de casada a María, hija de Joaquín y Ana de Nazareth; porque Su Majestad la miraba con especial cuidado y amor. El santo sacerdote respondió a Dios, preguntándole su voluntad en la persona con quien la doncella María tomaría estado dándosela por esposa. Ordenóle el Señor que juntase a los otros sacerdotes y letrados, y les propusiese cómo aquella doncella era sola y huérfana, y no tenía voluntad de casarse; pero que, según la costumbre de no salir del templo las primogénitas sin tomar estado, era conveniente hacerlo con quien más a propósito les pareciese.

Obedeció el sacerdote Simeón a la ordenación divina; y habiendo congregado a los demás, les dio noticia de la voluntad del Altísimo y les propuso el agrado que Su Majestad tenía de aquella doncella María de Nazareth, según se le había revelado, y que hallándose en el templo, y faltándole sus padres, era obligación de todos ellos cuidar de su remedio, y buscarle esposo digno de mujer tan honesta, virtuosa y de costumbres tan irreprensibles, como todos habían conocido de ella en el templo; y a más de esto la persona, la hacienda, la calidad y las demás partes eran muy señaladas, para que se reparase mucho a quien todo se había de entregar. Añadió también que María de Nazareth no deseaba tomar estado de matrimonio; pero que no era justo saliese del templo sin él, porque era huérfana y primogénita.

Conferido este negocio en la junta de los sacerdotes y letrados, y movidos todos con impulso y luz del cielo, determinaron que en cosa donde se deseaba tanto el acierto, y el mismo Señor había declarado su beneplácito, convenía inquirir su santa voluntad en lo restante, y pedirle señalase por algún modo la persona que más a propósito fuese para esposo de María, y que fuese de la casa y linaje de David, para que se cumpliese con la ley.

Determinaron para esto un día señalado, en que todos los varones libres y solteros de este linaje, que estaban en Jerusalén, se juntasen en el templo; y vino a ser aquel día el mismo en que nuestra Princesa del cielo cumplía catorce años de edad. Y como era necesario darle a ella noticia de este acuerdo y pedirla su consentimiento, el sacerdote Simeón la llamó, y la propuso el intento que tenían él y los demás sacerdotes de darla esposo antes que saliese del templo.

Esto sucedió nueve días antes del que estaba señalado para la última resolución y ejecución del acuerdo. Y en este tiempo la Santísima Virgen multiplicó sus peticiones al Señor con incesantes lágrimas y suspiros, pidiendo el cumplimiento de su divina voluntad en lo que tanto, según sus cuidados, le importaba. Un día de estos nueve se la apareció el Señor y la dijo: Esposa y paloma mía, dilata tu afligido corazón, y no se turbe ni contriste: yo estoy atento a tus deseos y ruegos, y lo gobierno todo, y por mi luz va regido el sacerdote: yo te daré esposo de mi mano, que no impido tus santos deseos, pero que con mi gracia te ayude en ellos: yo te buscaré varón perfecto conforme a mí corazón.

Llegó el día señalado, en que cumplía nuestra princesa María los catorce años, de su edad, y en él se juntaron los varones descendientes de la tribu de Judà y linaje de David, de quien descendía la soberana Señora, que a la sazón estaba en la ciudad de Jerusalén. Entre los demás fue llamado José, natural de Nazareth y morador de la misma ciudad santa; porque era uno de los del linaje real de David. Era entonces de edad de treinta y tres años, de persona bien dispuesta y agradable rostro, pero de incomparable modestia y gravedad; y sobre todo era castísimo de obras y pensamientos, con inclinaciones santísimas, y que desde doce años de edad tenía hecho voto de castidad.

Era deudo de la Virgen María en tercer grado, y de vida purísima, santa e irreprensible en los ojos de Dios y de los hombres. Congregados todos estos varones libres en el templo, hicieron oración al Señor junto con los sacerdotes, para que todos fuesen gobernado por su divino Espíritu en lo que debían hacer. El Altísimo habló al corazón del sumo sacerdote, inspirándole que a cada uno de los jóvenes allí congregados pusiese una vara seca en las manos, y todos pidiesen con viva fe a Su Majestad declarase por aquel medio a quién había elegido por esposo de María.

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Y como el buen, olor de su virtud y honestidad, y la fama de su hermosura, hacienda y calidad y ser primogénita y sola en su casa era manifiesto a todos, cada cual codiciaba la dichosa suerte de merecerla por esposa. Sólo el humilde y rectísimo José entre los congregados se reputaba por indigno de tanto bien; y acordándose del voto de castidad que tenía hecho, y proponiendo de nuevo, su perpetua observancia, se resignó en la divina voluntad, dejándose a lo que de él quisiera disponer, pero con mayor veneración y aprecio que otro alguno de la honesta doncella María.

Estando todos los congregados en esta oración, se vio florecer la vara sola que tenía José, y al mismo tiempo bajar de arriba una paloma candidísima, llena de admirable resplandor, que se puso sobre la cabeza del mismo santo.

Con la declaración y señal del cielo los sacerdotes dieron a San José por esposo elegido del mismo Dios para la doncella María. Y llamándola para el desposorio, salió la escogida como el sol más hermosa que la luna y apareció en presencia de todos con un semblante más que de ángel, de incomparable hermosura, honestidad y gracia, y los sacerdotes la desposaron con el más, casto y santo de los varones, José.

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Los Desposorios de la Santisima Virgen con San Jose: visiones de Ana Catalina Emmerich

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La Santa Virgen vivía en el colegio con otras muchas vírgenes bajo la vigilancia de piadosas matronas. Esas vírgenes se ocupaban de bordados y obras de esa clase para las colgaduras del templo y paramentos sacerdotales; también cuidaban del aseo de los vestidos y de otros objetos pertenecientes al culto divino.

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Tenían celditas con vista al interior del santuario, en las cuales oraban y meditaban. Cuando llegaban a la edad nubil, se procuraba casarlas. Sus padres las habían consagrado enteramente a Dios al conducirlas al templo y entre los más piadosos israelitas, había el presentimiento de que uno de estos matrimonios, produciría a su tiempo la venida del Mesías.

Habiendo pues cumplidos catorce años la Sma. Virgen y debiendo se salir del lugar santo pronto con otras siete niñas para casarse, ví que Santa Ana la vino a visitar. Ya no vivía Joaquín. La Santa Virgen tenía una cabellera abundante, de un rubio dorado, cejas negras y arqueadas, ojos grandes, habitualmente bajos, con largas pestañas negras, nariz de bella forma y un poco larga, boca noble y graciosa y barba afilada; su talla era mediana y marchaba con gracia, decencia y gravedad.

Cuando se anuncio a María que debía dejar el colegio y casarse, la ví profundamente conmovida y declaró al sacerdote que ella no deseaba dejar el templo, que se había consagrado solo a Dios y que no le agradaba el matrimonio, pero se le respondió que debía de casarse.

Enseguida la vi en el oratorio rogar a Dios con fervor; me acuerdo también que, teniendo mucha sed, bajó con su cantarito para llenarlo de agua en un estanque o depósito y de allí oyó una voz sin aparición visible, que le consoló y la fortificó haciéndole conocer que debía consentir en casarse.

Después, se enviaron mensajeros a todas partes del país convocando al templo a todos los hombres solteros del linaje de David. Reunidos y que fueron muchos de ellos al santuario en traje de fiesta, los presentaron a la santa Virgen; y ví entre ellos a un joven muy piadoso de la comarca de Belén. Este joven había pedido a Dios con gran fervor el cumplimiento de la promesa y descubrí en su corazón un gran deseo de ser esposo de María.

Cuando María volvió a su celda, derramó santas lágrimas porque no podía ni siquiera imaginarse que tuviese que dejar de ser virgen.

Entonces vi que el gran sacerdote obedeciendo a un impulso interior que había recibido, presentó una vara a cada uno de los asistentes y les encargó que escribiesen su nombre en la respectiva vara y que cada uno la tuviera en la mano durante la oración y el sacrificio. Cuando hubieron practicado todo lo que se les dijo, se recogieron las varas, se colocaron sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS y se les anunció que aquel cuya vara floreciera, sería el designado por Dios para ser el esposo de María de Nazaret.

En virtud de la orden del gran sacerdote, José vino también a Jerusalén y se presentó al templo. También se le hizo tener en la mano una vara durante la oración y el sacrificio. Cuando se disponía ponerla sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS, brotó de la vara una flor blanca semejante a una azucena y vi bajar sobre él cierta aparición luminosa; era como si hubiese recibido el Espíritu Santo.

Se conoció pues que, José era el hombre designado por Dios para esposo de la santa Virgen; los sacerdotes lo presentaron a la santa Virgen María en presencia de su madre. María resignada con la voluntad de Dios, lo aceptó humildemente como su esposo, porque sabía que todo es posible para Dios, que había recibido su voto de pertenecer a EL únicamente.

José, hijo de Jacob, era el tercero de seis hermanos. Sus padres moraban enfrente de Belén, en una gran casa que en otro tiempo fue de Isaí o Jessé, padre de David. En la época de José solo existían los gruesos muros de la antigua construcción.

José, que en esta visión tendría ocho años, era de un carácter muy diverso del de sus hermanos. Al mismo tiempo que poseía una gran aventajada inteligencia y muy feliz memoria, era también sencillo, pacífico, piadoso y sin ambición. Sus hermanos le hacían sufrir de varios modos y a veces lo maltrataban.

En una época en que él tendría doce años cumplidos. Ví que para liberarse de las ofensas de sus hermanos, iba con frecuencia al otro lado de Belén, no lejos de lo que fue después la gruta del Pesebre, a pasar algún tiempo entre piadosas personas que pertenecían a una reducida comunidad de esenios.

La persecución de sus hermanos le hizo por fin imposible la permanencia en casa de sus padres. Vi que un amigo de Belén, cuya casa estaba separada de la de José por un arroyuelo, le proporcionó vestidos con qué disfrazarse y con ese medio dejó la casa paterna; y se fue a otra parte a ganar la vida con su oficio de carpintero. Tendría entonces de 18 a 20 años.

José era piadoso, bueno y sincero; y todos lo querían. Más tarde lo vi en Tiberíades trabajando para un patrón. José vivía solo en una casa a la orilla del agua, tendría entonces 33 años de edad. Mucho tiempo hacía que sus padres habían muerto en Belén; dos de sus hermanos habitaban allí y los otros se hallaban dispersos.

José era justo y pedía vehementemente la venida del Mesías. Se ocupaba en arreglar junto a su casa un oratorio donde poder orar con más fervor, cuando un ángel le dijo que no continuase el trabajo, porque así como en otro tiempo Dios había confiado al patriarca José la administración del trigo de Egipto, así ahora, iba a confiar a su cuidado el granero que encerraba la mies de la Salvación.

José en su humildad no comprendió estas palabras y siguió orando con empeño hasta que lo citaron a que fuese al templo de Jerusalén para aspirar, en virtud de una prescripción de lo alto; es decir, a ser esposo de la Santísima Virgen.

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Las bodas de María y de José que duraron de siete a ocho días, fueron celebradas en Jerusalén en una casa vecina a la montaña de Sión, que se alquilaba casi siempre para fiestas de éste género. Además de las maestras y de las condiscípulas de María en el colegio del templo, había muchos parientes de Ana y Joaquín. Las bodas fueron solemnes y suntuosas y se inmolaron muchos corderos en sacrificio.

Vi muy bien a María en su traje de desposada. Vestía una saya muy ancha con mangas y abierta por delante; sobre la saya lucía una capa o manto azul celeste que le caía sobre las espaldas, se plegaba por los dos lados y terminaba en cola. En la mano izquierda llevaba una pequeña corona de rosas de seda encarnada y blanca, y en la derecha un hermoso candelero dorado en que ardía algo que producía una llama blanquecina.

Las vírgenes del templo, arreglaron los cabellos de María, haciéndolo con increíble destreza. Ana había traído el traje de novia y la virgen por su humildad, no quiso volver a ponérselo después de su desponsorio. Prendiéronle los cabellos en torno de la cabeza, cubriéndola con un velo blanco que le caía sobre los hombros y sobre el velo, le pusieron una corona.

El anillo nupcial de la santa Virgen no era de oro, ni de plata ni de otro metal, era de color oscuro y tornasolado, no era pequeño ni delgado, sino grueso y como un dedo de ancho; era además sencillo, aunque se veían incrustados en él pequeños triángulos regulares en los cuales había letras.

José vestía una saya larga de color azul, las mangas que eran muy anchas, estaban sujetas a los lados por cordones. Le rodeaba el cuello un collar oscuro o más bien, una ancha estola y dos bandas blancas le colgaban sobre el pecho..

Ví a María y José durante la fiesta en traje de bodas y en una ocasión me pareció que san José ponía el anillo nupcial en el dedo de la Sma. Virgen. Terminadas las bodas, la Sma. Virgen en compañía de su madre Ana, se fue a Nazaret; también la acompañaron hasta cierta distancia del camino muchas otras vírgenes que dejaron el templo juntamente con ella. María hizo el viaje a pié, José había ido a Belén para arreglar negocios de familia y solo más tarde se marchó a Nazaret.

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EL ANILLO NUPCIAL DE MARÍA

He visto que el anillo nupcial de María no es de oro ni de plata ni de otro metal. Tiene un color sombrío con reflejos cambiantes. No es tampoco un pequeño círculo delgado, sino bastante grueso como un dedo de ancho. Lo vi todo liso, aunque llevaba incrustados pequeños triángulos regulares en los cuales había letras. Vi que estaba bien guardado bajo muchas cerraduras en una hermosa iglesia. Hay personas piadosas que antes de celebrar sus bodas tocan esta reliquia preciosa con sus alianzas matrimoniales. En estos últimos días he sabido muchos detalles relativos a la historia del anillo nupcial de María; pero no puedo relatarlo en el orden debido.

He visto una fiesta en una ciudad de Italia (Perusa) donde se conserva este anillo. Estaba expuesto en una especie de viril, encima del tabernáculo. Había allí un gran altar embellecido con adornos de plata. Mucha gente llevaba sus anillos para hacerlos tocar en la custodia. Durante esta fiesta he visto aparecer de ambos lados del altar del anillo, a María y a José con sus trajes de bodas. Me pareció que José colocaba el anillo en el dedo de María. En aquel momento vi el anillo todo luminoso, como en movimiento. A la izquierda y a la derecha del altar, vi otros dos altares, los cuales probablemente no se hallaban en la misma iglesia; pero me fueron mostrados allí en esta visión.

Sobre el altar de la derecha se hallaba una imagen del Ecce Homo, que un piadoso magistrado romano, amigo de San Pedro, había recibido milagrosamente. Sobre el altar de la izquierda estaba una de las mortajas de Nuestro Señor.

Terminadas las bodas, se volvió Ana a Nazaret, y María partió también en compañía de varias vírgenes que habían dejado el Templo al mismo tiempo que ella. No sé hasta dónde acompañaron a María: sólo recuerdo que el primer sitio donde se detuvieron para pasar la noche fue la escuela de Levitas de Bet-Horon.

María hacía el viaje a pie. Después de las bodas, José había ido a Belén para ordenar algunos asuntos de familia. Más tarde se trasladó a Nazaret.

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María Reina de la Paz de Medjugorje, Mensajes del 2 y 25 de noviembre de 2014

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25 DE NOVIEMBRE DE 2014
Queridos hijos! De modo especial hoy los invito a la oración. Oren, hijitos, para que comprendan quiénes son y a dónde deben ir…

2 DE NOVIEMBRE DE 2014
Queridos hijos, estoy con ustedes con la bendición de mi Hijo, con ustedes que me aman y procuran seguirme. Yo también deseo estar con ustedes…

Maria-Reina-de-la-Paz

 

Mensaje del 2 de noviembre 2014

“Queridos hijos, estoy con ustedes con la bendición de mi Hijo, con ustedes que me aman y procuran seguirme.

Yo también deseo estar con ustedes, los que no me aceptan.

A todos les abro mi Corazón lleno de amor y los bendigo con mis manos maternas. Soy una Madre que los comprende.

He vivido vuestra vida y he experimentado vuestros sufrimientos y alegrías.

Ustedes que viven el dolor, comprenden mi dolor y sufrimiento por aquellos hijos míos que no permiten que los ilumine la luz de mi Hijo, por mis hijos que viven en la obscuridad.

Por eso los necesito a ustedes, a ustedes que han sido iluminados por la luz y que han comprendido la verdad.

Los invito a adorar a mi Hijo, para que vuestra alma crezca y alcance una verdadera espiritualidad.

Entonces, apóstoles míos, de esa manera me podrán ayudar.

Ayudarme significa: orar por aquellos que no han conocido el amor de mi Hijo. Al orar por ellos, ustedes demuestran a mi Hijo que lo aman y lo siguen.

Mi Hijo me ha prometido que el mal nunca vencerá, porque aquí están ustedes, almas de los justos; ustedes que procuran decir vuestras oraciones con el corazón; ustedes que ofrecen vuestros dolores y sufrimientos a mi Hijo; ustedes que comprenden que la vida es solamente un abrir y cerrar de ojos; ustedes que anhelan el Reino de los Cielos.

Todo eso los hace a ustedes mis apóstoles y conduce al triunfo de mi Corazón.

Por eso hijos míos purifiquen sus corazones y adoren a mi Hijo. ¡Les doy las gracias!”

Fuentes: Centro María Reina de la Paz Montevideo-Uruguay

 

Mensaje del 25 de noviembre 2014

“Queridos hijos! De modo especial hoy los invito a la oración. Oren, hijitos, para que comprendan quiénes son y a dónde deben ir.

Sean portadores de la Buena Nueva y gente de esperanza.

Sean amor para todos aquellos que están sin amor.

Hijitos, podrán ser y realizar todo solamente si oran y están abiertos a la voluntad de Dios, a Dios, que desea conducirlos a la vida eterna.

Yo estoy con ustedes e intercedo día tras día por ustedes ante mi Hijo Jesús.

Gracias por haber respondido a mi llamado.”

Fuentes: Centro María Reina de la Paz Montevideo-Uruguay

 

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La visión de Catalina Emmerich de cómo se preparó María para ir a Belén para tener a Jesús

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Desde el 16 de diciembre la Iglesia esta tradicionalmente a la espera del gran acontecimiento del nacimiento del Cristo el 25 de diciembre.

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Son varios los videntes que han tenido imágenes de los sucesos previos y del propio nacimiento, los que iremos publicando para completar una idea mejor de lo que rodeó al nacimiento, en el entendido que estos materiales son poco difundidos.

Comenzaremos por una visión de la Beata Ana Catalina Emmerich respecto a los Preparativos para el Nacimiento.

En aquel tiempo Augusto César (Octavio) ordenó un censo para ser realizado a toda la gente y para esto era requerido que todos fueran a la ciudad o al pueblo de sus propias familias, para registrar las contribuciones impuestas por los Romanos. José, siendo de la casa y linaje de David tenía que ir desde Nazareth en Galilea a Belén en Judea, cerca de 10 kms de Jerusalén.

Desde hace varios días veo a María en casa de Ana, su madre, cuya casa se halla más o menos a una legua de Nazaret, en el valle de Zabulón. La criada de Ana permanece en Nazaret cuando María está ausente y sirve a José. Veo que mientras vivió Ana casi no tenían hogar independiente del todo, pues recibían siempre de ella todo lo que necesitaban para su manutención.

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Veo desde hace quince días a María ocupada en preparativos para el nacimiento de Jesús: cose colchas, tiras y pañales. Su padre Joaquín ya no vive. En la casa hay una niña de unos siete años de edad que está a menudo junto a la Virgen y recibe lecciones de María. Creo que es la hija de María de Cleofás y que también se llama María. José no está en Nazaret, pero debe llegar muy pronto. Vuelve de Jerusalén donde ha llevado los animales para el sacrificio. Vi a la Virgen Santísima en la casa, trabajando, sentada en una habitación con otras mujeres. Preparaban prendas y colchas para el nacimiento del Niño.

Ana poseía considerables bienes en rebaños y campos y proporcionaba con abundancia todo lo que necesitaba María, en avanzado estado de embarazo. Como creía que María daría a luz en su casa y que todos sus parientes vendrían a verla, hacía allí toda clase de preparativos para el nacimiento del Niño de la Promesa, disponiendo, entre otras cosas, hermosas colchas y preciosas alfombras.

Cuando nació Juan pude ver una de estas colchas en casa de Isabel. Tenía figuras simbólicas y sentencias hechas con trabajos de aguja. Hasta he visto algunos hilos de oro y plata entremezclados en el trabajo de aguja. Todas estas prendas no eran únicamente para uso de la futura madre: había muchas destinadas a los pobres, en los que siempre se pensaba en tales ocasiones solemnes.

Vi a la Virgen y a otras mujeres sentadas en el suelo alrededor de un cofre, trabajando en una colcha de gran tamaño colocada sobre el cofre. Se servían de unos palillos con hilos arrollados de diversos colores. Ana estaba muy ocupada, e iba de un lado a otro tomando lana, repartiéndola y dando trabajo a cada una de ellas.

José debe volver hoy a Nazaret. Se hallaba en Jerusalén donde había ido a llevar animales para el sacrificio, dejándolos en una pequeña posada dirigida por una pareja sin hijos situada a un cuarto de legua de la ciudad, del lado de Belén. Eran personas piadosas, en cuya casa se podía habitar confiadamente. Desde allí se fue José a Belén; pero no visitó a sus parientes, queriendo tan sólo tomar informes relativos a un empadronamiento o una percepción de impuestos que exigía la presencia de cada ciudadano en su pueblo natal.

maria orando

Con todo, no se hizo inscribir aún, pues tenía la intención, una vez realizada la purificación de María, de ir con ella de Nazaret al Templo de Jerusalén, y desde allí a Belén, donde pensaba establecerse. No sé bien qué ventajas encontraba en esto, pero no gustándole la estadía en Nazaret, aprovechó esta oportunidad para ir a Belén. Tomó informes sobre piedras y maderas de construcción, pues tenía la idea de edificar una casa. Volvió luego a la posada vecina a Jerusalén, condujo las víctimas al Templo y retornó a su hogar.

Atravesando hoy la llanura de Kimki, a seis leguas de Nazaret, se le apareció un ángel, indicándole que partiera con María para Belén, pues era allí donde debía nacer el Niño. Le dijo que debía llevar pocas cosas y ninguna colcha bordada. Además del asno sobre el cual debía ir María montada, era necesario que llevase consigo una pollina de un año, que aún no hubiese tenido cría. Debía dejarla correr en libertad, siguiendo siempre el camino que el animal tomara.

Esta noche Ana se fue a Nazaret con la Virgen María, pues sabían que José debía llegar. No parecía, sin embargo, que tuvieran conocimiento del viaje que debía hacer María con José a Belén. Creían que María daría a luz en su casa de Nazaret, pues vi que fueron llevados allí muchos objetos preparados, envueltos en grandes esteras.

Por la noche llegó José a Nazaret. Hoy he visto a la Virgen con su madre Ana en la casa de Nazaret, donde José les hizo conocer lo que el ángel le había ordenado la noche anterior. Ellas volvieron a la casa de Ana, donde las vi hacer preparativos para un viaje próximo. Ana estaba muy triste. La Virgen sabía de antemano que el Niño debía nacer en Belén; pero por humildad no había hablado. Estaba enterada de todo por las profecías sobre el nacimiento del Mesías que Ella conservaba consigo en Nazaret.

Estos escritos le habían sido entregados y explicados por sus maestras en el Templo. Leía a menudo estas profecías y rogaba por su realización, invocando siempre, con ardiente deseo, la venida de ese Mesías. Llamaba bienaventurada a aquélla que debía dar a luz y deseaba ser tan sólo la última de sus servidoras. En su humildad no pensaba que ese honor debía tocarle a ella. Sabiendo por los textos que el Mesías debía nacer en Belén, aceptó con júbilo la voluntad de Dios, preparándose para un viaje que habría de ser muy penoso para ella, en su actual estado y en aquella estación, pues el frío suele ser muy intenso en los valles entre cadenas montañosas.

Fuentes:

 

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Detalles del viaje de María y José a Belén previo al nacimiento, revelado a Catalina Emmerich

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En esta visión, Sor Catalina nos narra el comienzo del viaje de María y José hacia Belén.

viaje de maria y jose a belen

Comienza con la partida de la casa de Ana y finaliza cuando la sagrada familia pernocta en una posada en el camino.

Esta noche vi a José y a María, acompañados de Ana, María de Cleofás y algunos servidores, salir de la casa de Ana para su viaje. María iba sentada sobre la albarda del asno, cargado además con el equipaje, José lo conducía. Había otro asno sobre el cual debía regresar Ana. Esta mañana he visto a los santos viajeros a unas seis leguas de Nazaret, llegando a la llanura de Kimki, que era el lugar donde el ángel se le había aparecido a José dos días antes. Ana poseía un campo en aquel lugar y los servidores debían tomar allí la burra de un año que José quería llevar, la cual corría y saltaba delante o al lado de los viajeros.

Ana y María de Cleofás se despidieron y regresaron con sus servidores. Vi a la Sagrada Familia caminando por un sendero que subía a la cima de Gelboé. No pasaban por los poblados, y seguían a la pollina, que tomaba caminos de atajo. Pude verlos en una propiedad de Lázaro, a poca distancia de la ciudad de Ginim, por el lado de Samaria. El cuidador los recibió amistosamente, pues los había conocido en un viaje anterior. Su familia estaba relacionada con la de Lázaro.

Veo allí muchos hermosos jardines y avenidas. La casa está sobre una altura; desde la terraza se alcanza a contemplar una gran extensión de la comarca. Lázaro heredó de su padre esta propiedad. He visto que Nuestro Señor se detuvo con frecuencia durante su vida pública en este lugar y enseñó en los alrededores. El cuidador y su mujer trataron muy amistosamente a María. Se admiraron que hubiese emprendido semejante viaje en el estado en que se encontraba, dado que hubiera podido quedarse tranquilamente en casa de Ana.

He visto a la Sagrada Familia a varias leguas del sitio anterior, caminando en medio de la noche hacia una montaña a lo largo de un valle muy frío, donde había caído escarcha. La Virgen María, que sufría mucho el frío, dijo a José: Es necesario detenernos aquí, pues no puedo seguir”. No bien dijo estas palabras se detuvo la borriquilla debajo de un gran árbol de terebinto, junto al cual había una fuente. Se detuvieron y José preparó con las colchas un asiento para la Virgen, a la cual ayudó a desmontar del asno. María sentóse debajo del árbol y José colgó del árbol su linterna. A menudo he visto hacer lo mismo a las personas que viajan por estos lugares.

maria y jose rumbo a belen

La Virgen pidió a Dios ayuda contra el frío. Sintió entonces un alivio tan grande y una corriente de calor tal, que tendió sus manos a José para que él pudiera calentar un tanto sus manos ateridas. Comieron algunos panecillos y frutas, y bebieron agua de la fuente vecina, mezclándola con gotas del bálsamo que José llevaba en su cántaro.

José consoló y alegró a María. Era muy bueno y sufría mucho en ese viaje tan penoso para Ella. Habló del buen alojamiento que pensaba conseguir en Belén. Conocía una casa cuyos dueños eran gente buena y pensaba hospedarse allí con ciertas comodidades. Mientras iban de camino, hacía el elogio de Belén, recordando a María todas las cosas que podían consolarla y alegrarla. Esto me causaba lástima, pues yo sabía todo lo que sufriría: todo iba a acontecer de diferente manera.

A esta altura habían pasado ya dos pequeños arroyos, uno a través de un alto puente, mientras los dos asnos lo cruzaban a nado. La borriquilla que iba en libertad, tenía curiosas actitudes. Cuando el camino era recto y bien trazado, sin peligros para perderse, como entre dos montañas, corría delante o detrás de los viajeros. Cuando el camino se dividía, aguardaba y tomaba el sendero recto. Cuando debían detenerse, se paraba como lo hizo bajo el terebinto.

No sé si pasaron la noche bajo este árbol o buscaron otro hospedaje. Este viejo terebinto era un árbol sagrado, que había formado parte del bosque de Moré, cerca de Siquem. Abrahán, viniendo de Canaán, había visto aparecer allí al Señor, el cual le había prometido aquella tierra para su posteridad, y el Patriarca alzó un altar debajo del terebinto. Jacob, antes de ir a Betel para ofrecer sacrificio al Señor, había enterrado bajo el árbol los ídolos de Labán y las joyas de su familia. Josué había levantado allí el tabernáculo donde se hallaba el Arca de la Alianza, y, reunida la población, le había exigido renunciar a los ídolos. En este mismo sitio Abimelec, hijo de Gedeón, fue proclamado rey por los siquemitas.

Hoy vi a la Sagrada Familia llegar a una granja, a dos leguas al Sur del terebinto. La dueña de la finca estaba ausente y el hombre no quiso recibir a José, diciéndole que bien podía ir más lejos. Un poco más adelante vieron que la borriquilla entraba en una cabaña de pastores, y entraron ellos también. Los pastores que se hallaban allí, vaciando la cabaña, los recibieron con benevolencia: les dieron paja y haces de junco y ramas para que encendieran fuego.

Los pastores fueron después a la finca donde había sido rechazada la Sagrada Familia, e hicieron el elogio de José y de la belleza y santidad de María, ante la señora de la casa, la cual reprochó a su marido por haber rechazado a personas tan buenas. Luego vi a esta mujer ir adonde estaba María; pero no se atrevió a entrar por timidez y volvió a su casa a buscar alimentos.

La cabaña estaba en el flanco Oeste de una montaña, más o menos entre Samaria y Tebez. Al Este, más allá del Jordán, está Sucot. Ainón se encuentra un poco más al Mediodía, al otro lado del río. Salim está más cerca. Desde allí habría unas doce leguas hasta Nazaret.

La mujer volvió en compañía de dos niños a visitar a la Sagrada Familia, trayendo provisiones. Disculpóse afablemente y se mostró muy conmovida por la difícil situación de los caminantes. Después que éstos hubieron comido y descansado, presentóse el marido de aquella mujer y pidió perdón a San José por haberlo rechazado. Le aconsejó que subiera una legua más por la cima de la montaña, que allí encontraría un buen refugio antes de comenzar las fiestas del sábado, donde podría pasar el día del reposo festivo.

Se pusieron en camino y después de haber andado una legua llegaron a una posada de varios edificios, rodeados de árboles y jardines. Vi algunos arbustos que dan el bálsamo, plantados a espaldera. La posada estaba en la parte Norte de la montaña. La Virgen Santísima había desmontado y José llevaba el asno. Se acercaron a la casa y José pidió alojamiento; pero el dueño se disculpó, diciendo que estaba lleno de viajeros. Llegó en esto su mujer, y al pedirle la Virgen alojamiento con la más conmovedora humildad, aquélla sintió una profunda emoción. El dueño no pudo resistir y les arregló un refugio cómodo en el granero cercano y llevó el asno a la cuadra. La borriquilla corría libre por los alrededores. Siempre estaba lejos de ellos cuando no tenía que señalar camino.

Fuentes:

 

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Visión de los problemas de María y José en las últimas etapas de su viaje a Belén por Catalina Emmerich

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Estas son las visiones de Catalina Emmerich sobre las últimas etapas del viaje de María y José a Belén, donde sufren las penurias de no poder encontrar alojamiento.

maria y jose van a belen

LA FESTIVIDAD DEL SÁBADO

José preparó su lámpara y se puso a orar en compañía de la Virgen Santísima, guardando la observancia del sábado con piedad conmovedora. Comieron alguna cosa y descansaron sobre esteras extendidas en el suelo.Vi a la Sagrada Familia permanecer allí todo el día. María y José oraban juntos…

He visto a la mujer del dueño de la posada pasar el día al lado de María con sus tres hijos. Alejose también aquella mujer que los había hospedado la víspera, con dos de sus hijos. Se sentaron al lado de María amigablemente, quedando muy impresionados por la modestia y la sabiduría de la Virgen, que conversó también con los niños, dándoles algunas útiles instrucciones. Los niños tenían pequeños rollos de pergamino. María les hizo leer y les habló de modo tan amable que las criaturas no apartaban la vista ni un instante de Ella. Era algo muy conmovedor ver esta atención de los niños y escuchar las enseñanzas de María.

Al caer la tarde vi a José paseando con el dueño de la posada por los alrededores, mirando los campos y los jardines y tratándose familiarmente. Así veo a las personas piadosas del país en el día festivo del sábado. Los santos viajeros quedaron en ese lugar la noche siguiente.

Los buenos esposos de la posada se encariñaron sumamente con María y le pidieron que se quedara con ellos hasta el nacimiento del Niño. Le mostraron una habitación muy cómoda, y la mujer se ofreció a servirles de todo corazón y con amable insistencia; pero los viajeros reanudaron su viaje por la mañana muy temprano y descendieron por el Suroeste de la montaña, hacia un hermoso valle. Se alejaron aún más de Samaria. Mientras iban descendiendo se podía ver el templo del monte Garizim, pues se lo ve desde muy lejos. Sobre el techo hay figuras de leones o de otros animales semejantes, que brillan a los rayos del sol.

Hoy los he visto hacer unas seis leguas de camino. Al atardecer se encontraban en una llanura a una legua al Sureste de Siquem. Entraron en una casa de pastores bastante grande donde fueron recibidos bien. El dueño de casa estaba encargado de cuidar los campos y jardines, propiedad de una vecina ciudad. La casa no estaba en la llanura sino sobre una pendiente. Todo era fértil en esta comarca y en mejores condiciones que el país recorrido anteriormente; pues aquí se estaba de cara al sol, lo que en la Tierra Prometida es causa de una diferencia notable en esta época del año.

Desde este lugar hasta Belén se encuentran muchas de estas viviendas pastoriles diseminadas en los valles. Algunas hijas de pastores, que vivían en estos lugares, se casaron más tarde con servidores que habían venido con los Reyes Magos, y se quedaron en la comarca. De uno de estos matrimonios era un niño curado por Nuestro Señor, en esta misma casa, a instancias de María, el 31 de Julio de su segundo año de predicación, después de su diálogo con la Samaritana. Jesús eligió luego a este joven y a otros dos para acompañarlo durante el viaje que hizo por Arabia después de la muerte de Lázaro. Este joven fue más tarde discípulo del Señor. He visto que Jesús se detuvo aquí con frecuencia para predicar y enseñar. Ahora José bendice a algunos niños que encontró en la casa.

 jose y maria en un burro

LOS VIAJEROS SON RECHAZADOS EN VARIAS CASAS

Hoy los he visto seguir un sendero más uniforme. La Virgen desmontaba a ratos, siguiendo a pie algunos trechos. A menudo se detenían en lugares apropiados para tomar alimento. Llevaban panecillos y una bebida que refresca y fortalece, en recipientes muy elegantes, con dos asas que parecían de bronce por el brillo. Esta bebida era el bálsamo que tomaban mezclado con agua. Recogían bayas y frutas de los árboles y arbustos en los lugares más expuestos al sol. La montura de María tenía a derecha e izquierda unos rebordes sobre los cuales apoyaba los pies: de esa manera no quedaban en el aire, como veo a la gente de nuestro país. Los movimientos de María eran siempre sosegados, singularmente modestos. Se sentaba alternativamente a derecha e izquierda.

La primera diligencia de José, cuando llegaban a un lugar, era buscar un sitio donde María pudiese sentarse y descansar cómodamente. Ambos se lavaban con frecuencia los pies. Era de noche cuando llegaron a una casa aislada. José llamó y pidió hospitalidad; pero el dueño de casa no quiso abrir. José le explicó la situación de María, diciendo que no estaba en condición de seguir su camino y agregando que no pedía hospedaje gratis. Todo fue inútil: aquel hombre duro y grosero respondió que su casa no era una posada, que lo dejaran tranquilo, que no golpeasen a la puerta. Ni siquiera abrió la puerta para hablar, sino que dio su respuesta desde el interior.

Los viajeros continuaron su camino, y al poco tiempo entraron en un cobertizo cerca del cual habían visto detenerse a la borriquilla. El refugio estaba sobre un terreno llano. José encendió luz y preparó un lecho para María, que lo ayudaba en todo esto. Metió al asno y le dio forraje. Rezaron, comieron y durmieron algunas horas. Desde la última posada hasta aquí habría unas seis leguas. Se hallaban ahora a unas veintiséis de Nazaret y a unas diez de Jerusalén. Hasta aquel camino no habían seguido el sendero principal, sino atravesando otros de comunicación que iban del Jordán a Samaria, tocando las grandes rutas que llevan de Siria a Egipto. Los atajos eran muy angostos y en las montañas se hallaban a menudo tan apretados que les era necesario tomar muchas precauciones para poder andar sin tropezar ni caerse. Los asnos avanzaban con paso muy seguro.

Antes de aclarar el día partieron y tomaron un camino que volvía a subir. Me parece que llegaron a la ruta que lleva de Gábara hasta Jerusalén, que en este lugar era el límite entre Samaria y Judea. En otra casa donde pidieron hospitalidad fueron igualmente rechazados groseramente.

A varias leguas al Nordeste de Betania, María se sintió muy fatigada y deseó descansar y tomar alimento. José se desvió una legua de camino en busca de una higuera grande que solía estar cargada de higos, en torno de la cual había asientos para descansar a su sombra. José conoció el lugar en uno de sus anteriores viajes.

Al llegar a la higuera no encontró en ella ni una fruta, lo cual lo entristeció mucho. Recuerdo vagamente que Jesús halló más tarde esta higuera cubierta de hojas verdes, pero sin frutos. Creo que el Señor la maldijo en la ocasión que había salido de Jerusalén, y el árbol se secó por completo.

Más tarde se acercaron a una casa cuyo dueño trató asperamente a José, que le había pedido humildemente hospitalidad. Miró luego a la Santísima Virgen, a la luz de una linterna y se burló de José porque llevaba una mujer tan joven. En cambio la dueña de casa se acercó y se compadeció de María: le ofreció una habitación en un edificio vecino y les llevó panecillos para su alimento. El marido se arrepintió de haber sido descomedido y se mostró luego más servicial con los santos viajeros.

Más tarde llegaron a otra casa habitada por una pareja joven. Aunque fueron recibidos, no lo hicieron con cortesía y casi ni se ocuparon de ellos. Estas personas no eran pastores sencillos, sino como campesinos ricos, gente ocupada en negocios. Jesús visitó una de estas casas, después de su bautismo. La habitación donde la Sagrada Familia había pasado la noche, la habían convertido en oratorio. No recuerdo si era propiamente la casa aquélla cuyo dueño se burló de José. Recuerdo vagamente que el arreglo lo hicieron después de los milagros que sucedieron al Nacimiento de Jesús.

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ULTIMAS ETAPAS DEL CAMINO

En las últimas etapas José se detuvo varias veces, pues María estaba cada vez más fatigada. Siguiendo el camino indicado por la borriquilla, hicieron un rodeo de un día y medio al Este de Jerusalén. El padre de José había poseído algunos pastizales en aquella comarca, y él conocía bien la región. Si hubieran seguido atravesando directamente el desierto que se halla al Mediodía, detrás de Betania, hubieran podido llegar a Belén en seis horas; pero el camino era montañoso y muy incómodo en esta estación.

Siguieron a la borriquilla a lo largo de los valles y se acercaron algo al Jordán. Hoy vi a los santos caminantes que entraban en pleno día en una casa grande de pastores. Está a tres leguas de un lugar donde Juan bautizaba más tarde en el Jordán y a siete de Belén. Es la misma casa donde Jesús, treinta años más tarde, estuvo la noche del 11 de Octubre, víspera del día en que por primera vez, después de su bautismo, pasó delante de Juan Bautista.

Junto a la casa, y un tanto apartada de ella, había una granja donde guardaban los instrumentos de labranza y los que usaban los pastores. El patio tenía una fuente rodeada de baños que recibían las aguas de aquélla mediante conductos especiales. El dueño parecía tener extensas propiedades y allí mismo tenía un tráfico considerable. He visto que iban y venían varios servidores que comían en aquella finca.

El dueño recibió a los viajeros muy amigablemente, se mostró muy servicial y los condujo a una cómoda habitación, mientras algunos servidores se ocuparon del asno. Un criado lavó en una fuente los pies de José y le dio otras ropas mientras limpiaba las suyas cubiertas de polvo. Una mujer rindió los mismos servicios a María. En esta casa tomaron alimento y durmieron.

La dueña de casa tenía un carácter bastante raro: se había encerrado en su casa y a hurtadillas observaba a María, y como era joven y vanidosa, la belleza admirable de la Virgen la había llenado de disgusto. Temía también que María se dirigiera a ella para pedirle que le permitiese quedarse hasta dar a luz a su Niño. Tuvo la descortesía de no presentarse siquiera y buscó medios para que los viajeros partieran al día siguiente. Esta es la mujer que encontró Jesús allí, treinta años más tarde, ciega y encorvada, y que sanó y curó después de hacerle advertencias sobre su poca caridad y su vanidad de un tiempo.

He visto algunos niños. La Santa Familia pasó la noche en este lugar.

Hoy al medio día vi a la Sagrada Familia abandonar la finca donde se habían alojado. Algunos de la casa los acompañaron cierta distancia. Después de unas, dos leguas de camino, llegaron al anochecer a un lugar atravesado por un gran sendero, a cuyos lados se levantaba una fila de casas con patios y jardines. José tenía allí parientes. Me parece que eran los hijos del segundo matrimonio de su padrastro o madrastra. La casa era de muy buena apariencia; sin embargo, atravesaron este lugar sin detenerse.

A media legua dieron vuelta a la derecha, en dirección de Jerusalén, y arribaron a una posada grande en cuyo patio había una fuente con cañerías de agua. Encontraron reunidas a muchas gentes que celebraban un funeral. El interior de la casa, en cuyo centro estaba el hogar con una abertura para el humo, había sido transformado en una amplia habitación, suprimiendo los tabiques movibles que separaban ordinariamente las diversas piezas. Detrás del hogar había colgaduras negras y frente a él algo así como un ataúd cubierto de paño negro. Varios hombres rezaban. Tenían largas vestimentas de color negro y encima otros vestidos blancos más cortos. Algunos llevaban una especie de manípulo negro, con flecos, colgado del brazo. En otra habitación estaban las mujeres completamente envueltas en sus vestiduras, llorando, sentadas sobre cofres muy bajos.

Los dueños de casa, ocupados en la ceremonia fúnebre, se contentaron con hacerles señas de que entrasen; pero los servidores los recibieron muy cortésmente y se ocuparon de ellos. Les prepararon un alojamiento aparte con esteras suspendidas, que le daba aspecto de carpa. Más tarde he visto a los dueños de casa visitando a la Sagrada Familia, en amigable conversación con ellos. Ya no llevaban las vestiduras blancas. José y María tomaron alimento, rezaron juntos y se entregaron al descanso.

Hoy a mediodía, María y José se pusieron en camino hacia Belén de donde se hallaban sólo a unas tres leguas. La dueña de casa insistía en que se quedaran, pareciéndole que María daría a luz de un momento a otro. María, bajándose el velo, respondió que debía esperar treinta y seis horas aún. Hasta me parece que haya dicho treinta y ocho. Aquella mujer los hubiera hospedado con gusto, no en su casa, sino en otro edificio cercano. En el momento de la partida vi que José, hablando de sus asnos con el dueño de la casa, elogiaba los animales de éste, y dijo que llevaba la borriquilla para empeñarla en caso de necesidad. Los huéspedes hablaron de lo difícil que sería para ellos encontrar alojamiento en Belén, y José dijo que tenía varios amigos allá y que estaba seguro de ser bien recibido. A mí me apenaba oírle hablar con tanta convicción de la buena acogida que le harían. Aún habló de esto mismo con María en el camino. Vemos, pues, que hasta los santos pueden estar en error.

Fuentes:

 

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María y José llegan a Belén y buscan refugio, en la visión recibida por Catalina Emmerich

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Esta es la etapa final del viaje de María y José a Belén, en que llegan a la ciudad y buscan refugio.

maria y jose llegan abelen

Estamos relatando la visión que Catalina Emmerich tuvo sobre el viaje de María y José a Belén y luego el nacimiento de Jesús.

LLEGADA A BELÉN

Desde el último alojamiento, Belén distaba unas tres leguas. Dieron un rodeo hacia el Norte de la ciudad acercándose por el Occidente. Se detuvieron debajo de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose los vestidos.

José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado de construcciones pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén. Había allí muchos árboles. Numerosas personas habían levantado sus carpas en ese lugar. Ésta era la antigua casa paterna de la familia de David, que fue propiedad del padre de San José. Habitaban en ella parientes o gente relacionada con José; pero éstos no lo quisieron reconocer y lo trataron como a extraño. En esta casa se cobraban entonces los impuestos para el gobierno romano.

José entró acompañado de María, llevando el asno del cabestro, pues todos debían darse a conocer cuando llegaban, y allí recibían el permiso para entrar en Belén. La borriquilla no está junto a ellos: va corriendo alrededor de la ciudad, hacia el Mediodía, donde hay un vallecito. José ha entrado en el gran edificio. María se encuentra en compañía de varias mujeres en una casa pequeña que da al patio. Estas mujeres son bastante benévolas y le dan de comer, pues cocinan para los soldados de la guarnición. Son soldados romanos; tienen correas que cuelgan de la cintura. La temperatura no es fría: es agradable; el sol se muestra por encima de la montaña, entre Jerusalén y Betania. Desde este lugar se contempla un paisaje muy hermoso.

José se halla en una habitación espaciosa, que no está en el piso bajo. Le preguntan quién es y consultan grandes rollos escritos, algunos suspendidos de los muros; los despliegan y leen su genealogía, como también la de María. José parecía no saber que también María, por Joaquín, descendía en línea directa de David. El hombre pregunta dónde se halla su mujer.

Hacía unos siete años que no habían regularizado el impuesto para la gente del país, a causa de cierta confusión y desorden. Este impuesto se halla en vigor desde hace dos meses: se pagaba en los siete años precedentes, pero sin regularidad. Ahora es necesario pagarlo dos veces. José ha llegado un poco retrasado para pagarlo, pero a pesar de ello lo tratan con cortesía. Aún no ha pagado. Le preguntan cuáles son sus medios de vida; él responde que no posee bienes raíces, que vivía de su oficio y que además recibía ayuda de su suegra.

Hay en la casa gran cantidad de escribientes y empleados. Arriba están los romanos y los soldados. Veo fariseos, saduceos, sacerdotes, ancianos, cierto número de escribas y otros funcionarios romanos y judíos. No hay ningún otro comité semejante en Jerusalén; pero los hay en otros lugares del país, como Magdala, cerca del lago de Genesaret, donde acuden a pagar las gentes de Galilea y de Sidón, según creo. Sólo aquéllos que no tienen bienes raíces, sobre los cuales recae el impuesto correspondiente, tienen que presentarse en el lugar de su nacimiento.

Este impuesto será dividido dentro de tres meses en tres partes, cada uno con destino diferente. Una parte es para el emperador Augusto, para Herodes y para otro príncipe que habita cerca de Egipto. Habiendo participado en una guerra y teniendo derechos sobre una parte del país, es preciso darle algo. La segunda parte está destinada a la construcción del Templo: me parece que debe servir para abonar una deuda contraída. La tercera debiera ser para las viudas y los pobres, que desde tiempo no reciben nada; pero como casi siempre sucede, aún en nuestra época, este dinero no llega casi nunca adonde debe llegar. Se dan estos buenos motivos para exigir el impuesto, pero casi todo queda en manos de los poderosos.

Cuando estuvo arreglado lo de José, hicieron venir a María ante los escribas, pero no pidieron papeles. Dijeron a José que no era necesario haber traído a su mujer consigo. Añadieron algunas bromas a causa de la juventud de María, dejando al pobre José lleno de confusión.

LA SAGRADA FAMILIA BUSCA REFUGIO

Entraron en Belén por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. María se quedó tranquila, junto al asno, al comienzo de una calle, mientras José buscaba inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se veían numerosas personas yendo de un lado a otro. José volvió junto a María, diciéndole que no era posible encontrar alojamiento; que debían penetrar más adentro de la ciudad. Caminaban llevando José al asno del cabestro y María iba a su lado.

Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María permaneció junto al asno, mientras José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se repitió varias veces y así tuvo María que esperar largo rato. En todas partes decían que el sitio estaba ya tomado y habiéndolo rechazado en todas partes, José dijo a María que era necesario ir a otro lado en donde, sin duda, encontrarían lugar.

maria y jose buscan refugio en belen

Retomaron la dirección contraria a la que habían tomado al entrar y se dirigieron hacia el Mediodía. Siguieron una calleja que más parecía un camino entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre pequeñas colinas. Las tentativas fueron también allí infructuosas.

Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas, encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado. En él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande, parecido al tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre alrededor. José condujo a María bajo este árbol y le arregló un asiento con los bultos al pie, para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en las casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza pegada al árbol.

María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco del árbol. Su vestido de lana blanca, sin cinturón, caíale en pliegues alrededor. Tenía la cabeza cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos. ¡Qué paciente, qué humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin sentóse sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la cabeza baja.

José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni refugio. Los amigos de quienes había hablado a María apenas si lo reconocían. José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición; pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.

El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido mirándola de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era.

Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María. Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños: que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en esa época del año. Añadió que cuando Ella estuviera tranquila en aquel lugar, él volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado.

Salieron, pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a la izquierda. Era un camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros desmoronados de los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña ciudad: se subía un tanto al principio, luego descendía por la ladera de un montecillo y los condujo en algunos minutos al Este de Belén, delante del sitio que buscaban, cerca de una colina o antigua muralla que tenía delante algunos árboles: terebintos o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas como las del boj.

Fuentes:

 

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Los maravillosos acontecimientos en el Orbe cuando el Nacimiento de Jesús, en una visión de Catalina Emmerich

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Este es un exquisito relato de la vidente Ana Catalina Emmerich sobre el nacimiento de Jesús.

adoracionpastores

Especialmente lo más llamativos son los signos en todo el mundo del nacimiento.

Ver también:

Visión del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo: visión de María Valtorta
El Nacimiento de Jesús por Luisa Piccarreta
Visiones y Revelaciones relacionadas con el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo: visión de María de Agreda

NACE JESÚS, NUESTRO REDENTOR, Y EL UNIVERSO SE LLENA DE SIGNOS DE GLORIA

He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente…

Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio, parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda.

NACIMIENTO DE XTO Giovanni Tiepolo

Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba la mirada sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo Eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.

Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mi mirada; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos.

Poco tiempo después vi al Niño que se movía y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho.

Se sentó, ocultándose toda Ella con el Niño bajo su amplio velo y creo que le dio el pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo. Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.

María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. “¡Ah, -decía yo- este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!”

He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas, lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada en la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí hacia el Mediodía. Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza. José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma ni fatigada.

 Diego_Velázquez

SEÑALES EN LA NATURALEZA. ANUNCIO A LOS PASTORES

He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría y, en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores. Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor y esparcían sus fragancias y perfumes.

He visto brotar fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del Nacimiento de Jesús, brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte. Cuando al día siguiente lo notó José, le preparó en seguida un desagüe. El cielo tenía un color rojo oscuro sobre Belén, mientras se veía un vapor tenue y brillante sobre la gruta del pesebre, el valle de la gruta de Maraña y el valle de los pastores.

A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pastores, había una colina donde empezaba una serie de viñedos que se extendía hasta Gaza. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores, jefes de las familias de los demás pastores de las inmediaciones. A distancia doble de la gruta del pesebre se encontraba lo que llamaban la torre de los pastores. Era un gran andamiaje piramidal, hecho de madera, que tenía por base enormes bloques de la misma roca: estaba rodeado de árboles verdes y se alzaba sobre una colina aislada en medio de una llanura. Estaba rodeado de escaleras; tenía galerías y torrecillas, todo cubierto de esteras. Guardaba cierto parecido con las torres de madera que he visto en el país de los Reyes Magos, desde donde observaban las estrellas. Desde lejos producía la impresión de un gran barco con muchos mástiles y velas.

Desde esta torre se gozaba de una espléndida vista de toda la comarca. Se veía Jerusalén y la montaña de la tentación en el desierto de Jericó. Los pastores tenían allí a los hombres que vigilaban la marcha de los rebaños y avisaban a los demás tocando cuernos de caza, si acaso había alguna incursión de ladrones o gente de guerra. Las familias de los pastores habitaban esos lugares en un radio de unas dos leguas. Tenían granjas aisladas, con jardines y praderas. Se reunían junto a la torre, donde guardaban los utensilios que tenían en común. A lo largo de la colina de la torre, estaban las cabañas, y algo apartado de éstas había un gran cobertizo con divisiones donde habitaban las mujeres de los pastores guardianes: allí preparaban la comida.

He visto que en esta noche parte de los rebaños estaban cerca de la torre, parte en el campo y el resto bajo un cobertizo cerca de la colina de los pastores. Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos lados. Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la gruta del pesebre. He visto que se pusieron en agitado movimiento los pastores que estaban junto a la torre, los cuales subieron a su mirador dirigiendo la vista hacia la gruta.

Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba. Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, finalmente oí cánticos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se asustaran los pastores, apareció un ángel ante ellos, que les dijo:

“No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre”.

Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Llevaban en las manos una especie de banderola larga, donde se veían letras del tamaño de un palmo y oí que alababan a Dios cantando:

“Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad”.

Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que los pastores fueran enseguida a la gruta del pesebre, porque unos se encontraban a legua y media de distancia y otros a tres; los he visto, en cambio, consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar el alba.

SEÑALES EN JERUSALÉN, EN ROMA Y EN OTROS PUEBLOS

Esta noche vi en el Templo a Noemí, la maestra de María, a la profetisa Ana y al anciano Simeón. Vi en Nazaret a Ana y en Juta a Santa Isabel. Todos tenían visiones y revelaciones del Nacimiento del Salvador. He visto al pequeño Juan Bautista, cerca de su madre, manifestando una alegría muy grande. Vieron y reconocieron a María en medio de aquellas visiones, aunque no sabían donde había tenido lugar el acontecimiento. Isabel tampoco lo sabía. Sólo Ana sabía que tenía lugar en Belén.

Esta noche vi en el Templo un acontecimiento admirable y extraño: todos los rollos de escrituras de los saduceos saltaban fuera de los armarios donde estaban encerrados, dispersándose. Este suceso causó mucho espanto en todos, pero los saduceos lo atribuyeron a efectos de brujería y repartieron dinero a los que lo sabían para que mantuvieran el secreto.

natividad

He visto muchas cosas en Roma esta noche. Cuando Jesús nació, vi un barrio de la ciudad, donde vivían muchos judíos: allí brotó una fuente de aceite que causó maravilla a todos los que la vieron. Una estatua magnífica de Júpiter cayó de su pedestal en añicos, porque se desplomó la bóveda del templo. Los paganos se llenaron de terror, hicieron sacrificios y preguntaron a otro ídolo, el de Venus, creo, qué significaba aquello. El demonio respondió, por medio de la estatua: “Esto ha sucedido porque una Virgen ha concebido un Hijo sin dejar de ser virgen; y este Niño acaba de nacer”. Este ídolo habló también desde la fuente de aceite. En el sitio donde brotó la fuente se alzó una iglesia dedicada a la Virgen María, Madre de Dios. Los sacerdotes paganos estaban consternados y hacían averiguaciones.

Setenta años antes de estos hechos vivía en Roma una buena y piadosa mujer. No recuerdo ahora si era judía. Se llamaba algo así como Serena o Cyrena y poseía algunos bienes de fortuna. Por ese tiempo se había recubierto de oro y piedras preciosas el ídolo de Júpiter y se le ofrecían sacrificios solemnes. La mujer tuvo visiones y a consecuencia de ellas hizo varias profecías, diciendo públicamente a los paganos que no debían rendir honores al ídolo de Júpiter ni hacerle sacrificios, pues vendría un día en que lo verían caer hecho pedazos. Los sacerdotes la hicieron comparecer y le preguntaron cuándo habían de suceder estas cosas. Como no pudo determinar el tiempo, fue encerrada en prisión y maltratada, hasta que Dios le hizo conocer que ello sucedería cuando una Virgen purísima diera a luz un Niño. Cuando dio esta respuesta, se burlaron de ella y la dejaron en libertad, reputándola por loca. Sólo cuando se derrumbó el templo, haciendo pedazos al ídolo, reconocieron que había dicho la verdad, maravillándose de la época fijada y del acontecimiento, aunque no sabían que la Santísima Virgen había sido la Madre, e ignorando el Nacimiento del Salvador.

He visto que los magistrados de Roma se informaron de estos hechos, como de la fuente que había brotado. Uno de ellos fue un tal Léntulo, abuelo de Moisés, sacerdote y mártir y de aquel otro Léntulo, que fue amigo de San Pedro en Roma. Relacionado con el emperador Augusto he visto algo que ahora no recuerdo bien. Vi al emperador con otras personas sobre una colina de Roma, en uno de cuyos lados se encontraba el Templo, cuya techumbre se había derrumbado. Por unas gradas se llegaba hasta la cumbre de la colina donde había una puerta dorada. Era un lugar donde se ventilaban asuntos de interés.

Cuando el emperador bajó de la colina, vio a la derecha, encima de ella, una aparición en el cielo. Era una Virgen sobre un arco iris, con un Niño en el aire, que parecía salir de Ella. Creo que, el emperador fue el único que vio esta aparición. Para conocer su significado hizo consultar a un oráculo que había enmudecido, el cual en esa ocasión habló de un Niño recién nacido, a quien todos debían adorar y rendir homenaje. El emperador hizo erigir un altar en el sitio de la colina donde había visto la aparición, y después de haber ofrecido sacrificios, lo dedicó al Primogénito de Dios. He olvidado otros detalles de este hecho.

He visto en Egipto un hecho que anunció el Nacimiento de Jesucristo. Mucho más allá de Matarea, de Heliópolis y de Menfis había un gran ídolo que pronunciaba habitualmente toda clase de oráculos y que de pronto enmudeció. El Faraón mandó hacer sacrificios en todo el país a fin de saber por qué causa había callado. El ídolo fue obligado por Dios a responder que guardaba silencio y debía desaparecer, porque había nacido el Hijo de la Virgen y que en aquel mismo sitio se levantaría un templo en honor de la Virgen. El Faraón hizo levantar un templo allí mismo cerca del que había antes en honor del ídolo. No recuerdo todo lo sucedido; sólo sé que el ídolo fue retirado y que se levantó un templo a la anunciada Virgen y a su Niño, siendo honrados a la manera de ellos.

Al tiempo del Nacimiento de Jesucristo, vi una maravillosa aparición que se presentó a los Reyes Magos en su país. Estos Magos eran observadores de los astros y tenían sobre una montaña una torre en forma de pirámide, donde siempre se encontraba uno de ellos con los sacerdotes observando el curso de los astros y las estrellas. Escribían sus observaciones y se las comunicaban unos a otros. Esta noche creo haber visto a dos de los Reyes Magos sobre la torre piramidal. El tercero, que habitaba al Este del Mar Caspio, no estaba allí. Observaban una determinada constelación en la cual veían de cuando en cuando variantes, con diversas apariciones. Esta noche vi la imagen que se les presentaba. No la vieron en una estrella, sino en una figura compuesta de varias de ellas, entre las cuales parecía efectuarse un movimiento.

Vieron un hermoso arco iris sobre la media luna y sobre el arco iris sentada a la Virgen. Tenía la rodilla izquierda ligeramente levantada y la pierna derecha más alargada, descansando el pie sobre la media luna. A la izquierda de la Virgen, encima del arco iris, apareció una cepa de vid y a la derecha, un haz de espigas de trigo. Delante de la Virgen vi elevarse como un cáliz semejante al de la Última Cena. Del cáliz vi salir al Niño y por encima de Él, un disco luminoso parecido a una custodia vacía, de la que partían rayos semejantes a espigas. Por eso pensé en el Santísimo Sacramento. Del costado derecho del Niño salió una rama, en cuya extremidad apareció, a semejanza de una flor, una iglesia octogonal con una gran puerta dorada y dos pequeñas laterales. La Virgen hizo entrar al cáliz, al Niño y a la Hostia en la Iglesia, cuyo interior pude ver, y que en aquel momento me pareció muy grande. En el fondo había una manifestación de la Santísima Trinidad. La iglesia se transformó luego en una ciudad brillante, que me pareció la Jerusalén celestial.

En este cuadro vi muchas cosas que se sucedían y parecían nacer unas de otras, mientras yo miraba el interior de la iglesia. Ya no puedo recordar en qué forma se fueron sucediendo. Tampoco recuerdo de qué manera supieron los Reyes Magos que Jesús había nacido en Judea. El tercero de los Reyes, que vivía muy distante, vio la aparición al mismo tiempo que los otros. Los días que precedieron al Nacimiento de Jesús, los veía sobre su observatorio donde tuvieron varias visiones. Los Reyes sintieron una alegría muy grande, juntaron sus dones y regalos y se dispusieron para el viaje. Se encontraron al cabo de varios días de camino.

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